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Maya

Drama Diciembre de 2012. Tras cuatro meses de cautiverio en Siria, dos periodistas franceses son liberados. Gabriel, el más joven, tiene algo más de 30 años. Después de pasar chequeos médicos y contestar a muchas preguntas, puede estar con su familia y su novia. Transcurren unas semanas, e incapaz de encontrar un rumbo a su vida, decide ir a Goa, donde creció. Allí conocerá a Maya.
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
18 de marzo de 2019
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me sorprenden muchísimo (la diferencia humana, siempre tan interesante) las críticas elogiosas que ha recibido esta película por parte de otros críticos. En mi caso --también discrepaba de mi pareja--, al cabo de una hora y cuarto de metraje yo la miraba a ella de vez en cuando, buscando confirmación a mi desconcierto : no lo encontré. A ella le parecía "bien" la pelicula. Esta película es inane, no pasa nada, no cuenta nada, no bucea en nada de los personajes. Es gélida emocionalmente, opaca psicológicamnte : Si la directora lo deja TODO a la interpretación (filling the gaps) del espectador ( ¿qué siente Kolinka?, ¿qué le duele?. ¿cómo le duele? ¿cómo le buye en su interior el resto de su vida? ¿que siente Maya?) ... entonces ¿para qué hacer la película ? , para qué proponerme a mí como espectador ver SU propuesta, ¿cuál ha sido su trabajo , a parte de seguir a los actores y filmar los entornos? , ( por cierto con una calidad fotográfica, en mi opinión , bastante mala para ser 2018 ). Si por lo menos tuviera la perfección técnica de Won Kar Wai tendría algún consuelo...
tinman
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15 de marzo de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El de Mia Hansen-Løve es un estilo grácil, desenfadado. La directora sabe explicarse con cuatro pinceladas, tiene el don de acertar en los puntos clave. Por eso puede permitirse una introducción en apariencia tan comprometida: lo que en realidad no es sino una historia de amor, arranca con la liberación de dos periodistas tras meses de secuestro en Síria. Es un planteamiento que fácilmente podría devenir en una mancha de tinta que impregnara toda la película y que, sin embargo, Hansen-Love logra utilizar (y de forma en absoluto oportunista) como un simple punto de partida. A partir de ahí, todo se sucede con absoluta naturalidad. La directora respeta la intimidad de sus personajes, muestra lo imprescindible para perfilar su carácter y sugerir sus inquietudes. Hasta cierto punto, incluso podría tacharse Maya de película eurocentrista: al fin y al cabo, estamos ante la historia de superación de un hombre blanco, occidental, heterosexual y de clase media; todo ello ubicado en un contexto en dónde palpamos el sufrimiento diario (y mucho más traumático) de otros sectores sociales. Afortunadamente, nada de ello pasa inadvertido a la autora.

Pero volvamos a los personajes. Tal punto de partida tiende a derivar en una historia de resarcimiento: la inesperada y brutal rotura con la normalidad provoca el desmoronamiento emocional de una persona y, a partir de ahí, asistimos a su recuperación, a su lucha por la vuelta a la normalidad. Sin duda, todo ello está presente en la película que nos ocupa, pero de una forma mucho más sutil y a la vez compleja de lo que es habitual. Aquí no hay exhibición del trauma, ni regodeo en sus esfuerzos por sobreponerse. En realidad, Hansen-Love no se centra en el perturbado mundo interno de Gabriel (interpretado por su habitual colaborador Roman Kolinka), sino en el tipo de terapia que el propio personaje se aplica. El constante uso de las elipses recubre la película de un tono hipnótico. La causalidad adquiere una fuerte importancia, todas las acciones del protagonista son explicadas con suavidad y ligereza. De hecho, su viaje emocional deviene tangible gracias a cierta fórmula narrativa: la de visionar un seguido de imágenes en apariencia intrascendentes pero de cuya compilación resulta una experiencia más sensorial que visual.

Y a pesar de su carácter abiertamente formalista, la película no desaprovecha su potencial activista. Como entredijimos, Mia Hansen-Love es consciente de las contradicciones de sus personajes. Así lo manifiesta en la acertada secuencia de re-encuentro entre madre e hijo. Ella, militante de cierta ONG (directamente comprometida con el caso de Siria), celebra que su hijo siga con vida... siendo consciente, al mismo tiempo, de que ello sólo puede agradecerse a una injusta discriminación racial y social que es, así mismo, la causante del sufrimiento de aquellos a quien intenta ayudar. Se trata de una secuencia cargada de metáforas que sirve, a mi entender, para escenificar dos cosas: la primera, la difícil dicotomía existencial en que se encuentra alguien que ha palpado la miseria con sus manos en el momento de escoger entre felicidad o activismo. La segunda, recordarnos que nuestra felicidad es legítima... siempre siendo conscientes de que, más a menudo de lo que seguramente creamos, esta será fruto de un bienestar sustentado por nuestros privilegios y, consecuentemente, por la opresión.
Martí
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21 de marzo de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque mi hijo diga que pone cara de... nada ¡a mí plim! -que sabrá él de esa mirada ausente con un punto de estrabismo-... A lo que iba: que me gusta verle andar -recorre kilómetros en esta película, con moto y sin ella-, sus cambios de camiseta, sus cigarrillos a medias, la forma en que hace el amor (se supone, no hace falta verlo todo), etc, etc, etc, pero poniéndome más seria, sin renunciar a lo dicho, el personaje que interpreta en esta película tiene todo un arco emocional, bajo su apariencia zen, que va desde el trauma interno tras ser un rehén de guerra, hasta el proceso de superarlo, o, al menos, intentarlo, sin ponerse en manos de un batallón de psicólogos... Él escogerá la India y, de paso, conocerá a Maya, una bonita muchacha que será su talismán -como no, con ese nombre- en forma de compañía pero también algo más.

Pero el tema principal es el perfil que nos brinda su apreciable directora, de un periodista de guerra casado con su profesión -un detalle importante-, que yo estimo conseguido porque es cálido, cercano e intenta ser veraz. Y de paso doy las gracias al venerable Trintignant -él entenderá por qué- y a Johanna Ter Stegen, según los títulos de crédito, que en el papel de la madre, con sólo cinco minutos, deja constancia precisa de un pasado y un presente repletos de contenido.
Rebeca
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8 de julio de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras ver el tráiler y leer un poco acerca de lo que "Maya" creí que ofrecía, no me hizo click y no parecía que valiera la inversión de tiempo y dinero necesaria para verla en pantalla grande. Presentía algún tipo de obra menor o perdigonazo de corto alcance. Nos es mentira que en el fondo laten las muy conocidas notas del típico periplo espiritual por la India en busca de paz interior y demás. El pasado viernes, tras verla, afirmo que me equivoqué y acerté al mismo.

Acerté porque efectivamente también reparte esas dosis de exotismo y espiritualidad oriental, pero a fin de cuentas, entre estos personajes, no hay ningún gurú o un guía espiritual. No hay ninguna gran epifanía que todo lo ate y harmonice. En verdad son sujetos propios de la globalización, que viven en un sitio y viajan a otro a estudiar, deben lidiar con la especulación inmobiliaria y los problemas surgidos en el negocio, los temas que abordan son comunes y en ningún momento parecen recurrir a deidades y ritos antiguos para resolver sus conflictos. Sí, los paisajes de la India contrastan con el entorno del personaje, la forma de vida recuerda a la de cualquier resort turístico playero, aunque terminas por comprender que eso se debe a que el punto de vista adoptado por Mia Hansen-Løve sencillamente intenta ajustarse a su realidad, que ofrecer los mismos tópicos turísticos o impostar una mirada autóctona sería igualmente artificial.

En "Maya" la excelente directora francesa nos habla de forma muy oblicua acerca de la globalización. Kolinka interpreta a un periodista que ha sido secuestrado en Siria por lo que se intuye es el ISIS y cunado regresa es imposible que pueda reincorporarse a la vida social corriente en París porque sencillamente en su naturaleza no figura una rutina diaria en una gran ciudad. Algo en su pasado, en los valores inculcados, le hacen adoptar un fuerte compromiso ético que a fin de cuentas no reporta resultados visibles y palpables, al contrario, pasado el tiempo parece que ha perdido el rumbo y no es sencillo mantenerse en ese raíl escogido. Su drama es que precisamente ya se ha hecho tanto a esa forma de vida que al final no puede escapar de ella. Está por supuesto su deseo de hacer visible los problemas ajenos, pero también el sentimiento de culpa por todos aquellos que han quedado atrás, como el tercer reportero franco-americano, que encarnan esa imposibilidad de rendirse y olvidarse.

Así, a lo largo de la narración, vemos a un personaje que no ofrece grandes mensajes y explicaciones, y que navega con la brújula estropeada. Su reencuentro con su madre, activista de una ONG que ayuda a niños de la calle en Bombay, sirve para completar otro ángulo de ese compromiso ético, que en absoluto está harmonizado con el suyo y no hace más que añadir más incertezas a su pensamiento. Parece casual, algo que cae de pasada, y sin embargo a mí me parece que también ahí se apunta algo acerca del individualismo de la cultura occidental, como incluso con posiciones más o menos cercanas, parece difícil concordar y como al final parece más sencillo admitir la falta de conexión y obviar lo que une por encima de lo que separa. Ni siquiera los vínculos familiares tienen demasiado tirón. A pesar de las bellas imágenes, se ofrece un clima moral bastante pesimista, en la que incluso lo que se siente como una hermosa e incipiente historia de amor parece imposible.

Sí, las sensacionales y sensuales imágenes de Hélène Louvart, que como siempre es capaz de combinar la amplitud con la precisión, ofrecen cierto abrigo y consuelo, sin embargo en el interior los personajes parecen derivar hacia un callejón sin salida. La globalización vista por Hansen-Løve es un escenario de soledad ontológica, azotado por conflictos derivados por variopintos intereses económicos (petróleo, inmuebles), que pueden afectar de formas muy distintas, y donde la memoria nacional y personal se disuelven sin remedio y sin estruendo. Las alegrías y satisfacciones existen, aunque no son sólidas o duraderas.

Ya desde "Tout est pardonné", su primera obra, Hansen-Løve me pareció no sólo una excelente perfiladora de personajes y escritora de escenas cargadas de naturalidad, también alguien que posee un gran oído para los temas musicales y con un instinto excelente para colocarlas en el momento más oportuno. En "Maya" esto se confirma cuando se hace sonar el "Distant sky" de Nick Cave, que condensa con gran belleza y contención todo lo propuesto por la historia, ese clima de desolación, de observar en la distancia un gran cielo dónde ya no hay dioses en los que confiar, carente ya de referencias. Por eso mismo digo que aquél día que escogí no verla en una pantalla de cine erré el tiro.
Jean Ra
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23 de marzo de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Maya" es una película extraña, compuesta por imágenes fragmentadas que no siempre parecen hilarse hasta formar un continuo. Algo similar ocurre con el guion: todos los sucesos, así como los diálogos, parecen ir por libre, como si fueran pedazos de monólogos que se encuentran, chocan y no varían tras el encuentro de frases sueltas, antinaturales y hasta tópicas.

Cuando pasa esto, el espectador apenas se llega a preguntar por las actuaciones, la credibilidad de la película o la empatía hacia el personaje. Por eso, "Maya" no acaba de ser desagradable o aburrida, sino más bien extraña y fría, con poca o ninguna implicación afectiva o incluso moral por parte del espectador. No se sufre viéndola pero creo que la olvidaré muy pronto.
JoyMercado
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