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El eclipse

Drama. Romance Vittoria (Monica Vitti), tras una acalorada discusión, decide romper con su novio Riccardo (Francisco Rabal). Mientras disfruta de su libertad en compañía de su madre, conoce a Piero (Alain Delon), un joven y atractivo corredor de bolsa, un seductor arrogante con el que mantiene un apasionado romance. (FILMAFFINITY)
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Críticas 33
Críticas ordenadas por utilidad
27 de noviembre de 2006
149 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me resulta difícil de racionalizar, pero esta película tiene la capacidad para pulsar resortes olvidados, o quizá nunca reconocidos, de nuestra sensibilidad. A mi, por lo menos, me descubrió secretas conexiones entre el hombre y sus pasiones con ciertas dimensiones del espacio y en parte, del tiempo.

Hay que resaltar la espléndida fotografía (de Gianni de Venanzo, muerto prematuramente algunos años después de su trabajo en esta película), los sugerentes escenarios, así como el encanto y gravedad que transmiten Monica Vitti y Alain Delon en la cumbre de su apostura juvenil. También el tono metafísico que progresivamente va adquiriendo la narración, en lo que a la postre es una nueva vuelta de tuerca en las temáticas habituales en el cine de Antonioni (la incomunicación, la fragilidad de las relaciones humanas, la alienación del hombre en el mundo moderno).

Tal es así que ciertos elementos escenográficos (como un fantasmagórico edificio en construcción o una astilla de madera) empiezan siendo, como en cualquier película convencional, meros decorados o anecdóticos elementos de atrezzo, pero acaban convertidos finalmente en verdaderos protagonistas de la narración, hasta el punto que los -hasta entonces- protagonistas de carne y hueso acaban por desaparecer del espacio de sus encuentros.

Con lo que el escenario se revela finalmente como más “real” y significativo que los propios personajes. Tal es la estratagema que nos propone Antonioni con el fin de poner de relieve la fragilidad de estos, así como la contradictoria fugacidad de los sentimientos que los animan. Es como si la materia inerte, huérfana de conexión con sus antiguos habitantes, adquiriera de pronto una cualidad extraña e independiente, siendo sus desoladas formas signos telúricos capaces de remitirnos a la áspera situación anímica de los protagonistas.

Esta usurpación deviene finalmente una metáfora inquietante de la fugacidad de la vida humana. Porque las pasiones juveniles, los bellos gestos, risas, y miradas, por muy maravillosos que nos hayan parecido, están condenados a desaparecer y a perderse en el olvido. ¿Y qué es lo que queda entonces, al final? Prácticamente nada. Solo un borroso y melancólico recuerdo flotando en los ahora desolados espacios, testigos silenciosos del eterno –y quizá intrascendente a la postre- drama del devenir humano.

Pero como otras grandes obras de arte, esta película está abierta a múltiples significados. Quizá sería mejor limitarse a dejarse embriagar por la impronta que sus imágenes hipnóticas producen en nuestros sentidos. Esas miradas ambiguas de los protagonistas después de haber cruzado el paso de peatones. Las cortinas de cáñamo cubriendo el silencioso edificio convertido en extraño y fantasmagórico tótem. O la astilla de madera, otrora tocada por una mano ilusionada, y ahora flotando a la deriva en el agua que fluye inexorablemente hacia la alcantarilla.
alex
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31 de octubre de 2007
93 de 104 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay momentos en la vida en los que, a pesar de que suene cursi, te sientes pleno. El cine tiene la capacidad de regalarnos alguno de vez en cuando. Son estos momentos (los del cine) en los que la piel se te pone de gallina, se te forma un nudo en la garganta y sientes ganas de llorar; pero no llorar por la intensidad del drama, o por lo mal que lo pueda pasar algún personaje, sino llorar de emoción por pensar: "Esto del cine... es lo más hermoso".

Hasta ahora, mis momentos eran pocos (como para cualquiera, pues no es fácil conseguir este sentimiento tan a menudo):

1. El final de "Luces de ciudad", de Chaplin.
2. El primer beso entre Redmon Barry y la Señora Lyndon en la terraza, en "Barry Lyndon", de Kubrick.
3. Las escenas interiores en la casa de "El desprecio", de Godard.
4. El voyeurismo de Xavier Lafitte en el café de "En la ciudad de Sylvia", de Guerín.
5. El duelo final de la repetida "Barry Lyndon", del repetido Kubrick
6. El flashback en plano secuencia de "Pierrot, el loco", de Godard (otra vez)

Y, quizá, alguno más que ahora mismo no recuerdo. Pero, sí que recordaré como una de las más grandes, la primera escena de "El eclipse", entre Monica Vitti y Paco Rabal. El silencio, la soledad a pesar de estar ambos entre las mismas paredes...

A partir de esta joya de secuencia, el aburrimiento se apodera del metraje. La soledad y lo absurdo de estar en pareja se hacen visibles. El agotamiento de vivir es el verdadero personaje principal. Y eso es lo que Antonioni nos transmite. ¿Para qué sirve ganar un día en La Bolsa, si al día siguiente puedes perderlo todo? En definitiva, ¿para qué sirve tener pareja si al día siguiente puedes no tenerla?

O como nos muestra Antonioni en sus últimas, pesadas, difíciles, pero magistrales imágenes: ¿para qué sirve vivir, si al final lo que queda es un paisaje?
frank drebin
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22 de octubre de 2010
57 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
La noche termina. Emociones eclipsadas embriagan la casa de Riccardo (Mastroianni/Rabal). Un ventilador agita la corbata, algunos papeles y el pelo de la pareja; pero no notamos que refresque. Mueve aire cargado. Paredes abarrotadas de pinturas (abstractas todas), suelos llenos de esculturas y muebles. Vittoria (Moreau/Vitti) no encuentra espacio para respirar. El plano es estático. Los silencios son intensos, las miradas... vacías. Vittoria abre la cortina y aparecen campos abiertos. Abre la puerta e intenta desaparecer.

Sin Riccardo el plano se agranda y aparecen los travellings. El aire mueve las hojas y el agua fluye con fuerza. Todo es natural.

En el edificio de la Bolsa el plano deja de ser sereno. Culebrea, se llena de energía y estrépito. El montaje es trepidante y los sentimientos (generados por el dinero) se muestran con claridad:

“Un minuto aquí vale millones” -dice Piero (Delon) en relación con el minuto de silencio por la muerte de un compañero. Un minuto a tiempo real donde la cámara se impacienta igual que Piero.

El gesto cobra su importancia (la compraventa) y los sonidos generan agitación (teléfonos, el movimiento del precio de los valores en el parqué). Lo material enmudece los sentimientos fuera de la Bolsa. Vittoria, que acaba de salir de una relación asfixiante, tiene dudas sobre Piero. Él no esconde la importancia que tiene en su vida el dinero:

- Cuando Vittoria y Piero concretan una cita, él la lleva a la casa de sus padres porque es más grande. El primer beso... tras el cristal.

- Cuando aparece su coche robado, se preocupa más por el precio de la reparación que por el muerto que hay aún en el interior de su automóvil.

Antes hay diez minutos inanes sobre la colonización. Está el director mostrando un vacío de valores, una sociedad burguesa condenada al ostracismo sentimental y la frivolidad existencial. No existen metáforas. Entonces,... ¿a cuento de qué vienen estos minutos de crítica burguesa colonialista? Buscando la ejemplificación innecesaria casi rompe la película.

Buscando el helado sentimiento entre los labios de Piero y Vittoria llegamos al final. Un último abrazo. Intenso. El gesto más apasionado que se ha visto durante el ejercicio seguido de las promesas de volver a verse al día siguiente, y al siguiente, y al otro... ¿Demasiado expuestos?

Secuencia final creada por planos cortos, casi todos estáticos o de movimientos panorámicos. Llegó el momento. Destapemos el percal. Antonioni cuya narrativa decimonónica la relegó al fondo del armario termina por contar esta historia con elementos puramente cinematográficos consiguiendo uno de los finales más hermosos del séptimo arte:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chagolate con churros
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3 de febrero de 2011
35 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
La urbe se come el paisaje, tachonándolo de edificios en construcción, modernos bloques de apartamentos de líneas funcionales en la periferia de la ciudad, rivalizando con las céntricas casas señoriales de aire vetusto. Calzadas, vehículos. La inundación de lo artificial, la profusión de la futilidad, devorando un entorno natural que se resiste a perder su amenazada lozanía. El materialismo, moneda de cambio actual, se advierte en cada rincón, en el asfalto, en los ladrillos, en las paredes, en la mirada fatigada de Vittoria, en el vicio de su madre hacia las inversiones compulsivas en Bolsa que le dan un aspecto de algo patética urraca en busca desesperada de tesoros tan volátiles como la niebla.
Vittoria, joven y bonita, traductora de libros, está cansada. Está harta de Ricardo, al que ya no le une nada más que vacío. La escena inicial, de la ruptura de la pareja, es bastante significativa. Ella comunica al espectador una angustia contundente, agobiante. Lo que la unía a Ricardo ya ha volado con el viento del olvido. ¿Qué elegir? ¿La soledad en pareja, o la soledad individual? Vittoria ya no soporta esa sensación aplastante de estar sola al lado de alguien. Por eso huye de Ricardo. Huye por el desabrido asfalto en un círculo vicioso de más incomunicación, buscando a su madre embarrancada en la cacofonía de gritos de ese sitio infernal que llaman Bolsa. El desagrado ante tal pandemónium de voces histéricas y brazos gesticulando es patente, tanto en la incomodidad de Vittoria, quien está a todas luces fuera de lugar en semejante ambiente, como en el rechazo que despierta en espectadores como una servidora. No podría sentirme más a años luz de todo eso de las inversiones bursátiles, un día ganar diez millones y al otro perder cincuenta, y los enganchados a ese juego del dinero mirando como hipnotizados una tabla con nombres de a saber qué entidades junto a cifras que no me dicen nada. Un montón de energúmenos vociferando por toda la sala. Nadando con soltura entre la marea, un Alain Delon por el que sí valdría la pena sufrir un infarto, y no por la compraventa de humo.
Vittoria y Piero. Ella, ciclotímica mujer de letras, ahora risueña y traviesa, al minuto siguiente deprimida y vacilante, como un pájaro inquieto que a ratos se divierte volando pero que se asusta al no hallar un lugar en el que posarse. Él, activo, práctico y decidido hombre de números, depredador de liras y corazones, un galán de los de saque y derribo, seguro de sí y del poderío de su imparable atractivo. Pero en esta modernidad de valores trastocados el galanteador ya no las tiene todas consigo, y la bella en edad de merecer no sueña con príncipes azules.
El amor parece también manchado, dubitativo, a medio hacer, condenado desde el comienzo por los lastres de estos tiempos; hasta los romances deben ser de diseño, como los edificios nuevos de los barrios elegantes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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30 de agosto de 2007
37 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¿Cuándo has dejado de amarme y por qué?", le pregunta el personaje de Paco Rabal al de Monica Vitti. Ella divaga, se muestra laxa, dice "no sé"; luego a continuación clarifica algo más su respuesta y deja traslucir ante su amante que ya no es feliz con él.

Esta mujer se comporta como un eclipse, o quizás es el amor, o quizás el eclipse lo somos todos; la cuestión es que la vida de los seres humanos pasa por apagones de su luz interior, del amor, de la pasión, del sentido mismo del vivir. Por supuesto, éste es un film en blanco y negro para cinéfilos, pues para una persona normal y corriente que vaya al cine a divertirse, distraerse o huir durante más de una hora de su problemática vida, una obra así no sólo le resulta un tremendo plomazo sino que encima lo interpreta como una auténtica estafa debido al tiempo que ha perdido en visionarla, a lo que ha pagado por la entrada y a la pesadumbre que le ha metido en el cuerpo.

Varias escenas me han llamado mucho la atención:

1ª) Lo bien que filma Antonioni el proceder clásico de las féminas cuando están siendo enamoradas, rondadas, ceducidas, por un hombre que les gusta: su método usual de tira y afloja, de pararlo y aproximarlo, de no, no, no, pero bueno: sí, sí, sííííííííííí.., y ¡¡¡¡booommm!!!; luego poco a poco, de nuevo el deslizamiento hacia la desgana, el cansancio, incluso la indiferencia o la hartura de amar o ser amado.
2ª) La pluma estilográfica que tiene el personaje de Alain Delon en su casa, la cual al invertirse viste con tinta las pequeñas imágenes de mujer que contiene y al colocar el instrumento en posición de escribir, la tinta baja y las figuras femeninas quedan al desnudo. Me ha traído a la memoria una pluma igual que tenía mi padre por esos mismos años y que yo un día, al descubrirla y observar como se quedaban desnudas las figuritas de mujer, me quedé perplejo y sensualizado.
3ª) Las escenas de Alain Delon en los salones de La Bolsa, ejerciendo el trabajo de corredor y negociante de apuestas, están muy bien logradas y en definitiva son otro ejemplo del eclipse de la existencia: un día se gana y parece que se está en el cielo, al otro se pierde y resulta el infierno, pero no es ni una cosa ni la otra, sino simplemente un reflejo más del eclipse total de la abstrusa existencia.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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