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Aloys

Intriga. Fantástico Aloys Adorn es un detective privado taciturno, un lobo solitario cuyo trabajo consiste en filmar a otras personas, observándolas en secreto y permaneciendo invisible. Un día se emborracha y se duerme en un autobús y, al despertarse, descubre que su cámara y sus cintas han sido robadas. La misteriosa mujer que le llama poco después parece tener algo que ver con ello. (FILMAFFINITY)
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
5 de diciembre de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces importa más bien poco el resultado de una película, especialmente si se trata de una ópera prima. No me malentendáis, lo que quiero decir es que el primer paso para ser competitivo y hacer buenas obras cinematográficas es saltar al vacío, demostrar ambición. Y eso es algo que a Aloys, la ópera prima del suizo Tobias Nölle, no se le puede echar en cara. Si bien presenta una serie de problemas, palpables especialmente en lo que podríamos llamar el núcleo argumental o temático, sus primeros minutos dan a entender que este cineasta quiere comerse el mundo plano a plano, con una estructura formal a caballo entre Salvaje, de Nicolette Krebitz, y las secuencias oníricas de la excelente El amor es más fuerte que las bombas, de Joachim Trier.

Las primeras secuencias de la película logran, sin ninguna duda, su objetivo primordial: embelesar al espectador gracias al magnetismo de sus imágenes, a la pulcritud de la puesta en escena y al soberbio diseño de sonido. Así nos es presentado Adorn Aloys, un hombre de 40 años que se ve obligado a llevar en solitario la agencia familiar de detectives privados tras la muerte de su padre. Su vida está caracterizada por el voyeurismo más absoluto; su existencia se resume en lo que capta el objetivo de su videocámara, unas veces las infidelidades que por trabajo está obligado a filmar, otras, simplemente aquello que encuentra y graba a lo largo de su rutina. Su soledad, mayúscula de por sí, se ve acrecentada con la pérdida de su padre y compañero de equipo, y perfectamente registrada por la hierática interpretación de Georg Friedrich, seguramente influenciada por la no-actuación bressoniana.

En Aloys surge una intriga momentánea, como una autorreferencia a la profesión de su protagonista, cuando una misteriosa mujer le roba la cámara y todas sus cintas, alterando su apacible y monótona existencia con las subsiguientes llamadas para la posible recuperación de su material de trabajo (y de vida cuando no existe línea que separe el trabajo del ocio). Tras un fatídico desenlace, la voz en off de Vera se convertirá en la obsesión de Adorn, materializada en hipnóticas secuencias oníricas, en lo que es un juego narrativo cada vez más alucinado y por tanto menos restrictivo. Y cuando la libertad se apodera de la cinta, llega la reiteración formal y narrativa, lo que lastra por completo el resultado de esta imaginativa representación de la soledad, del proceso que consiste en encontrarse a uno mismo.

El Premio FIPRESCI a la mejor película de la sección Panorama en la pasada Berlinale quizá le quede demasiado grande, pero los méritos de tan arriesgada propuesta no desentonan con la línea a premiar en según qué circunstancias. Si bien como ópera prima los errores no pesan demasiado, como título a estrenarse en salas hay que criticar o al menos avistar de su reiteración, un estancamiento narrativo y temático casi tan doloroso como el del propio protagonista. La idea no se trasciende jamás y cada secuencia orbita alrededor de ella, en ocasiones con brillantez y otras, simplemente, transmitiendo tedio e indiferencia.
Marty Maher
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20 de diciembre de 2016
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre solo. Una mujer sola. Los dos están solos. De hecho, hay mucha, un montón de soledad.
Y están deprimidos. Aislados. Confundidos. Perdidos.
Desesperación. Suicidio. Solipsismo. Incomunicación. O imaginación, sonidos y compañía.
Retorcimiento estilístico vacuo y afectado. Poesía forzada. Trascendencia banal. Un amaneramiento soporífero y relamido que empacha de hastío y nadería.
Un Michel Gondry ("Olvídate de mí" como posible parentela muy lejana) de medio pelo; enfriado, turbio y medroso, sin alma, vida ni sustancia; sin Charlie Kaufman.
Se puede rescatar alguna bella imagen y una intención lírica original y asociativa. Pero se cuenta lo de siempre tensando y estirando un material que se vuelve repetitivo, abstruso y engolado sin ningún motivo.
Un mal poema. Una mala película. Una dura prueba para el espectador.
Ferdydurke
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11 de febrero de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil porque no sé qué es lo que me está contando. Admito que a mí me gustan los guiones racionales y lineales, pero es que esta película es totalmente inclasificable. Es una película tan absurda que eso de ver los personajes en varios sitios a la vez sin un porque me pierde.

Es tan irracional que llega un momento que solo consigue cansarme y que solo este esperando el final.

No sé cómo están los actores, porque aunque los veo bien, pero no sé lo que me están contando, por lo que no se si lo hacen bien o mal.

En un principio, me ha sorprendido la fotografía. Me ha parecido que estaba muy bien. Pero claro, cuando he comprobado que no sabía que me estaba contando, ya no sé si apoya la historia o no. Que es bonita, si, ¿pero hacia dónde va?

Su dirección, ya que para mí no existe, porque no tiene camino, pues está muy mal.

Creo que hay mejores cosas donde invertir tu tiempo
Andres Camara
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22 de noviembre de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aloys Adorn vive una existencia fría y rutinaria, pero no le importa.
Su mundo es un infinito de calles solitarias, fríos buses nublados en vaho y miradas apáticas, pero le da igual.
Él controla y da forma a ese mundo, desde el objetivo de su cámara con la que registra absolutamente todo, y de alguna manera, parece que grabando y poniéndose después los vídeos intenta comprender esa condición tan extraña llamada vida, como un marciano que la desconoce.

Aloys es un solitario, no cuesta demasiado darse cuenta, pero no vive torturado por esa condición.
Sus vídeos le proveen de toda la interacción social que necesita, y su invisibilidad manifiesta frente a los demás es el perfecto escudo contra la decepción o la furia.
Hasta que, un buen día, no solo su invisibilidad se desvanece en un instante (imperdonable) sino también sus vídeos desaparecen en un viaje de bus. De repente, es un hombre sin identidad y sin vida, terriblemente torpe a la hora de recuperarlas.

La responsable de dicho robo no tardará en aparecer, pero le habla a Aloys desde el único lenguaje que conoce: el de la soledad. Ella, la interlocutora misteriosa, afirma que el teléfono se creó para evitar que los hombres tímidos murieran sin hablar con nadie.
Por eso, habla a Aloys desde uno, y le devolverá sus vídeos, pero con la condición de que antes deberá atreverse a nadar más allá de su pequeño mar, hasta el vasto y amplio océano que le espera más allá de la puerta de su diminuto piso. Las conversaciones primero son violentas y ariscas, para después pasar a tener una suerte de enfado leve que no evitará la escucha.
Será entonces cuando Aloys empiece a sentir una emoción cuya comprensión se le escapa: el querer escuchar esa voz muchas veces. Todo el tiempo, en realidad. Y querer rodear el inmenso árbol del que le habla esa chica, y adivinar a verla, y hablarla, y con suerte conocerla.

Ambos empiezan un juego curioso, consistente en hablar y producir ruidos, imaginando que la otra persona podría estar a punto de tocarnos el hombro.
Entre imaginación y realidad, se adivina una rendija en el escudo que Aloys siempre llevaba. Es una pequeña e insuficiente en algo tan duro, pero lo justo como para que la chica misteriosa quiera asomarse al otro lado, porque más allá se adivina un hombre que bajo sus vídeos y rutinas quiere dejar de ser un solitario.
Se buscan y se encuentran. Se alejan y retroceden. El árbol a veces es más ancho y otras veces permite atisbar un fugaz rostro en la otra esquina. Sigue habiendo vaho en las ventanas del autobús, pero el tiempo ya no parece tan frío.

Pero donde realmente esta pieza se convierte en algo muy especial es en su delicada comprensión de la soledad como una jaula autoimpuesta: el solitario siempre guardará la llave, hasta la esconderá de otros que la quieren abrir. Lleva demasiado tiempo viviendo en ella como para dejarla, como para tirar por la borda un síndrome de Estocolmo que tiene más de castigo aceptado que de invalidez emocional.
La interlocutora misteriosa intenta luchar contra su versión acomodaticia y perfectamente adaptada a la soledad que Aloys siempre ha conocido, dándose cuenta de que tiene las de perder porque ella es real. No una fantasía auditiva, no una voz que se marchará en cuanto el teléfono se apague.
Ella va a estar ahí siempre, cogiendo la mano cuando nadie más quiera hacerlo.

No es extraño tener miedo de una decisión así, todos lo tenemos.
Pero lo verdaderamente triste sería tener que rechazarla.

En la soledad, Aloys recibió una llamada.
Y lo mejor que pudo hacer fue no dejar un mensaje o hacerlo sonar, sino contestar personalmente.
Charles
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9 de julio de 2016
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aloys Adorn (Georg Friedrich) es un solitario investigador privado que filma a las personas en secreto, un voyerista de la cotidianeidad. Una noche se emborracha, pierde su cámara y algunas cintas de vídeo, pronto es contactado por Vera (Tilde von Overbeck), una mujer que comienza a cuestionarlo por lo que hace, las llamadas se convertirán en algo recurrente, la vida les dará un vuelco.

Aloys es el primer largometraje del director suizo Tobias Nolle, quien había realizado previamente un mediometraje llamado Rene (2007) y había sido uno de los 10 realizadores que hicieron Heimatland (Tierra natal, 2015), un film compuesto por 10 cortometrajes sobre un tema en específico. Aquí escribe y dirige esta apabullante obra estrenada en el Festival de Cine de Berlín de este año donde fue premiado por la FIPRESCI.

Nölle presenta la vida de dos personajes solitarios y aislados, que viven prácticamente en su propio mundo, pero que en el momento donde se establece la conexión entre los dos van forjando un mundo para ellos. Es en este instante donde el espectador, aceptando la historia tan bien hilvanada, debe dejar a un lado la razón y la sensatez para dejarse seducir por lo que observa en pantalla, como lo hicieron tanto Adorn como Vera.

Con una chispa imaginativa espectacular, el realizador se las va ingeniando para construir una trama alrededor de dos seres extraños, que gracias a un encuentro casual se llegan a encontrar. Más allá de que el juego que ambos practican llega a tal punto de creencia de una realidad, que incluso Aloys pierde el rumbo, dejando en vilo toda la edificación argumental que se había realizado alrededor de ellos dos.

Si hay que resumir con una palabra a este largometraje, sería algo como: Fascinante. Una ejecución excelsa de caracteres, una historia que intriga y seduce al espectador, que se va volviendo más y más interesante. Pero es también una historia que conmueve, dos personajes con los cuales -a pesar de su “extrañeza”- nos podemos sentir identificados, son dos humanos, así sin mayor adorno, que no encajan y son diferentes.

Actuaciones, edición, fotografía, música, dirección, y por supuesto, guion, todo reboza de genio, la primera gran película vista del 2016.
10P24H
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