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Lydia

Romance. Drama Lydia, una bella mujer madura, se reencuentra con los hombres que amó en su juventud y recuerda las pasiones del pasado con la perspectiva que da el tiempo y la edad. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
8 de mayo de 2020
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película, realizada en 1941, guarda un extraño parecido con la coetánea "Ciudadano Kane", y con la posterior de 1943, "El diablo dijo No". Es un film que posee la imagen y el tono muy parecido a quien relató el informe Charles Foster Kane, en Ciudadano Kane. Constituye el repaso simplificado en el otoño de sus vidas de la misma Lydia y de los hombres que la amaron. Se reúnen al relente de la noche en la terraza de piedra de un caserón imponente de Boston, ciudad que mantiene (al parecer, yo no he estado nunca allí ni pienso estar) un ambiente inglés de rancio abolengo, o al menos, en aquellos tiempos en los que se dice sucede la acción. Esto lo sé por mi dilatada afición de lector.

El relato es llevado en un tono muy nostálgico y además quejumbroso (han llegado a disculparse por haberla amado), e intenta alcanzar la lágrima tierna con una decisión filantrópica admirable cuando ella se hace cargo de los niños ciegos desamparados.

Se usan los analipsis obligados con algún hecho que el que relata no podía saber a ciencia cierta, retrotrayéndose el ambiente a los tiempos de los coches de caballos y demás historias. Con Joseph Cotten se menciona su participación en la guerra de Cuba, lo que le proporciona miles de "likes" entre la clase alta americana, que son "likes" para ellos nada más porque en realidad esa guerra no fue más que una vil maniobra torticera del gobierno USA para ampliar su campo de comercio y sus aranceles.

Siguiendo con el tema, de 1943 es "El diablo dijo No" que también es un relato empezado al final para ir hacia atrás contando la vida de un caballero rompecorazones que tuvo su número de amantes. Dicha película fue dirigida por Lubitsch y es de similares características narrativas; por tanto estamos ante un recurso que bien empleado produce el efecto deseado de añoranza, ternura, comedia y drama en el ocaso de la vida. Pues nada más. Añadir que Duvivier, franchute de pura cepa, con su película: Lydia, no llega a la de Orson Welles ni a la de Lubitsch por muchos "likes" que tenga.
floïd blue
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28 de julio de 2007
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La evocación del pasado es un ejercicio que las personas tienden a hacer con frecuencia. El contraste entre el presente y el pasado suele ser fuente de satisfacción, complacencia y gozo. La película explora con ánimo crítico, no exento de humor, los recuerdos de juventud de Lydia, una bella mujer, que invita a sus antiguos pretendientes a realizar (1941) una sesión conjunta destinada a recordar sus relaciones, su amistad, sus encuentros y sus rupturas.

Los recuerdos personales tienden a idealizar los hechos, a estilizarlos, a convertir la realidad ordinaria en extraordinaria, a transformar circustancias molestas en sus contrarias (un día de lluvia intensa en un día de sol radiante). La subjetividad suele condicionar los recuerdos, mejorando el pasado y enriqueciendolo con elementos añadidos de ensueño.

Duvivier muestra con delectación los sesgos propios de la evocación del pasado y con ellos construye una atmósfera singular, de verdad, fantasía e ilusión, aderezada con trazos de intimidad, confidencias y confesiones, que elevan la acción a las cercanías de la irrealidad. De ese modo consigue dotarla de un nivel acetable de unidad e interés. En su discurso no oculta los riesgos del experimento, porque el pasado oculta recuerdos atenuados por el olvido que conservan en ocasiones la fuerza indoblegable de su propia objetividad. Su actualización puede revelar verdades ocultas, denunciar errores y situar a las personas en posiciones imprevistas e incómodas.

El film tiene la apariencia de un "collage" de episodios románticos que han llenado la vida de juventud de los protagonistas y que siguen vivos en la memoria 40 años después. El humor se hace presente, sobre todo, a través de la figura entrañable de tía Sarah, sus exageraciones, su rigor, su inversión ocasional de los roles de género, su amor oculto y las contradicciones entre sus mundos aparente y real.

La música, de Miklos Rozsa, reproduce una partitura original brillante y colorista, que incluye temas líricos ("Retrato de Lydia"), románticos ("Tema de amor"), ensoñadores ("El vals"), apasionados ("El color rojo"), tristes ("Hasta la vista"), desolados ("El mar") y triunfales ("Final"). Rozsa obtuvo una merecida nominación al Oscar. La fotografía, de Lee Garmes ("Scarface", 1932), exalta la belleza singular de Merle Oberon con encuadres de proximidad y contraluces de perfil, crea composiciones equilibradas y maneja con destreza un vibrante claroscuro. Se beneficia de un suntusoso vestuario de época (últimos años del XIX/primeros del XX) y el elegante diseño de producción de Vincent Korda.

La acción principal tiene lugar en Boston y NYC. El rodaje se realiza en EEUU, tras el inicio de la IIGM en Europa y antes de la entrada en ella de los EEUU (diciembre de 1941). El film, que se estrena el 18-IX-1941 en NYC, es el "remake" de la producción francesa "Un carnet de balle" (1937), del mismo Duvivier.
Miquel
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20 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Retrato de la joven Lydia – papel interpretado por Merle Oberon- cuando, ya en la vejez, se reúne con sus antiguos pretendientes para rememorar en forma de flashback el relato de su vida, desde su inocente charlatanería adolescente –“muñeca de porcelana sonriente”- hasta la amargura de los desengaños vitales que la vida le deparó. Es una película dotada de una extraña poesía en el que el amor no correspondido, la nostalgia, el recuerdo y su falseamiento, así como el paso del tiempo, tiñen sus fotogramas de una suave e imperceptible negrura. El film contó con un guión de Ben Hecht y Samuel Hoffenstein, una buena partitura de Miklós Rozsa – son muy intensas las escenas musicales del pianista ciego, uno de los protagonistas, y sobre todo la de la clase de música a los niños- y una cuidada producción del gran Alexander Korda. Adolece, en ocasiones, de un cierto carácter fragmentario –o tal vez era eso lo que pretendía Duvivier: al fin y al cabo estaba rodando un remake de su película francesa “Un carnet de bal” (1937)- y digo esto por su aparente confusión de géneros: empieza como comedia, continúa como la breve biografía de una admirable protectora de niños ciegos para acabar plenamente en el territorio del melodrama. Esta última parte es, desde luego, la más destacada, rodada como si de una ensoñación romántica al estilo de las hermanas Bronte se tratase. Filmada con gran suntuosidad –no en vano el diseño de producción era de Vincent Korda-, destaca el irónico uso de la cámara lenta en la escena del baile, magnificado por el recuerdo de la protagonista, o el habitual papel de carácter de la admirable Edna May Oliver como abuela de Lydia. Joseph Cotten acompaña con su habitual eficacia de hombre sensible y apocado las idas y venidas sentimentales de la protagonista. Merece un buen vistazo.
Gould
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18 de mayo de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Delicadísima y cuidada obra de culto firmada por el gran poeta francés.

Arte que nace de una sensibilidad mesurada y una poética firme y sensual, capaz de hilvanar secuencias con la mayor Gracia posible sin caer en el ridículo ni en la ausencia hueca. Comprendimiento profundo de las significaciones históricas que objetiva, adaptando los tempos poéticos a los "seres" históricos concretos.

Arte fino, bellísimo y delicioso, nacido de una mente exquisita y culta que halló en su época una posibilidad para concretarla.

Omisión y elipsis, secuencia cortada en el momento excacto y decurso fluido... estructuras y pericias heteromorfológicas que se concatenan para concebir una pieza inteligente y bella.

Nota: las formalistas críticas e Miquel y demás son sustancialmente débiles y puramente analíticas, ajenas a las delicadezas profundas habidas en esta Historia y meta Historia que los desborda, lacayas de la posmodernidad realmente existente, negadoras de la dialéctica como eje de la realidad en beneficio automplaciente del decurso osificado que toque en cada momento.
Último Materialista
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21 de julio de 2022
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Para que quiero que me quiera quien no quiero que me quiera, si quien quiero que me quiera no me quiero como quiero. Película dramática de 1941, dirigida por Julien Duvivier y protagonizada por Merle Oberon como Lydia McMillan, una mujer cuya vida se ve desde su juventud mimada e inmadura a través de los años maduros amargos y resentidos, hasta que finalmente es mayor y acepta. El reparto de reparto incluye a Joseph Cotten, Edna May Oliver y George Reeves. La imagen es una nueva versión de Duvivier 's.

Un carnet de bal (1937), protagonizada por Marie de Bell como el personaje principal. La película es un alegato al amor perdido, y los amores desechados, todo desde el recuerdo muchos años después, y las cosas que ha tenido que hacer en la vida para que esa frustración le compensara tímidamente y le hiciera emplear su tiempo, en causas que la redimieran.

Muy buena interpretación de la vieja, acaudalada y gruñona tía, papel realizado por la gran actriz Edna May Oliver, por cierto, fallecida muy poco tiempo después de estrenar esta película. La nominación que tuvo por su banda sonora, la verdad es que no la he sabido apreciar. Un 6.
Mag61
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