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7,4
400
10
29 de diciembre de 2014
29 de diciembre de 2014
27 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mézclese con inteligencia "Fury" de Fritz Lang , "Intruder in the dust" de Clarence Brown, "To Kill a Mockingbird" de Robert Mulligan y "Ace in the Hole" de Billy Wilder y tendrán esta extraordinaria película de ¡1937! dirigida por un Mervin Leroy pletórico, puro acero, pero de bayoneta, para clavársela en la cara al desprevenido espectador. Nadie se salva en esta ácida visión de la condición humana: la política vampírica, el periodismo buitre, la masa siempre fascista. Prejuicios, intereses egoístas, linchamiento: la turba matarife. Pareja exacta y perfecta junto a "Soy un fugitivo" cinco años anterior. Cine sin esperanza, atroz, precursor, maestro y tan actual que asusta.

7,5
4.831
9
16 de agosto de 2014
16 de agosto de 2014
22 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se si es una obra maestra -cada vez tengo menos claro a qué se refiere este escurridizo concepto-, y posiblemente a algunas escenas le sobran unos cuantos planos pero, amigos, el férreo guión de la película, esculpido en mármol y no en papel, el extraordinario sentido del encuadre de Melville -qué poco se habla de ello al analizar su cine-, la sucesión natural de las escenas, siempre contenidas, nada retóricas, al servicio de la narración, para algunos morosa, para mí vertiginosa, o el trabajo elegante y premeditadamente distanciador de todos los actores acaban, todo ello, por dejarnos un poso de inexorabilidad y de contenida emoción, como si Ozu hubiese querido, en un acceso de excentricidad, rodar una película de gangsters donde el destino y la fatalidad impregnaran cada estancia.
10
29 de febrero de 2016
29 de febrero de 2016
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Deslumbrante debut en la dirección de Jack Clayton, productor y director británico. Clayton, enormemente autocrítico con su trabajo, elegía cuidadosamente sus proyectos lo que le hizo dirigir muy pocas películas, siempre especiales, siempre diferentes, inteligentes y llenas de sugerencias, convirtiéndose en el más sutil y elegante director británico del momento, cuando la corriente del free cinema tan interesante pero, a veces, tan grosera y descuidada campaba a sus anchas. Ello no siempre le garantizó el éxito y su aventura americana al rodar "El gran Gatsby" (1974) se saldó con un relativo fracaso. Historia de un arribista en su irrefrenable deseo de llegar a la cumbre -basado en un excelente guión de Neil Paterson, ganador de un Oscar-, la película es también un penetrante análisis de las diferencias sociales y el clasismo en la Inglaterra de finales de los años cincuenta, cuando la guerra había quebrado justamente buena parte de esas diferencias lo que hacía más estúpidos muchos de los convencionalismos sociales. Con la magnífica fotografía de Freddie Francis, un uso muy expresivo de los encuadres, sobre todo de la profundidad de campo y del primer plano expresivo, Clayton pone en pie con soberbia inteligencia, un trágico triángulo amoroso y de intereses. Según avanza la película el dibujo de los personajes se hace más complejo, se nos hacen más cercanos y vemos cómo el amor transforma sus ambiciones, sus dudas y escrúpulos, y como van cayendo en callejones sin salida entre la vida y la muerte. Tensa interpretación del prematuramente fallecido Laurence Harvey en el complicado papel del arribista Joe Lampton –uno de los mejores de su no muy esclarecedora carrera- que tiene que elegir entre el amor y el éxito social y recital absoluto de Simone Signoret, que fue justamente recompensada con un merecidísimo Oscar. Obra maestra.

6,7
4.790
8
16 de agosto de 2017
16 de agosto de 2017
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stanley White es un policía destinado al barrio de Chinatown en New York decidido a acabar con las luchas entre las mafias chinas. De carácter impulsivo, concibe la lucha contra estas como si fuese la lucha contra el Vietcong en la guerra de Vietnam. Su carácter vital pero abusivo, casi dictatorial, quema todo lo que hay a su alrededor incluida la mortecina relación con su mujer.
Producida por Dino de Laurentis, la película es muy atractiva y entretenida, está soberbiamente narrada, con una puesta en escena muy clásica y un impecable ritmo que bebe en la fuente de los habituales códigos del género, en el relato mil veces contado del policía de vida personal desastrosa que ocupa obsesivamente todo el tiempo en su trabajo descuidando su vida personal.
Sin embargo, el brillante guion de Cimino y Oliver Stone -modélico, tenso y, hasta cierto punto, llevado con contención en los dos primeros tercios de la película- se desequilibra y afea por completo en el último tercio de película, para acabar convertido en un carnaval de sangre algo ridículo e innecesario. Por otro lado, paradójicamente, una de las mayores virtudes de la película, el magnético protagonismo de Mickey Rourke, acaba por convertirse también en su mayor defecto, al estar demasiado al servicio del actor, ligeramente sobreactuado, pero al que no se le puede negar un poder de convicción extraordinario –eso sí, para los “cinéfagos” siempre será “El chico de la moto” de “Rumble fish” (1983, La ley de la calle) de Coppola-.
Sombras todas ellas que afean las numerosas y admirables luces para el que podía haber sido el mejor thriller de los años 80. Aun así, merece mucho la pena disfrutar con este clásico de los 80 con sus desmesuras, excesos e imperfecciones, pero también con sus enormes virtudes.
Producida por Dino de Laurentis, la película es muy atractiva y entretenida, está soberbiamente narrada, con una puesta en escena muy clásica y un impecable ritmo que bebe en la fuente de los habituales códigos del género, en el relato mil veces contado del policía de vida personal desastrosa que ocupa obsesivamente todo el tiempo en su trabajo descuidando su vida personal.
Sin embargo, el brillante guion de Cimino y Oliver Stone -modélico, tenso y, hasta cierto punto, llevado con contención en los dos primeros tercios de la película- se desequilibra y afea por completo en el último tercio de película, para acabar convertido en un carnaval de sangre algo ridículo e innecesario. Por otro lado, paradójicamente, una de las mayores virtudes de la película, el magnético protagonismo de Mickey Rourke, acaba por convertirse también en su mayor defecto, al estar demasiado al servicio del actor, ligeramente sobreactuado, pero al que no se le puede negar un poder de convicción extraordinario –eso sí, para los “cinéfagos” siempre será “El chico de la moto” de “Rumble fish” (1983, La ley de la calle) de Coppola-.
Sombras todas ellas que afean las numerosas y admirables luces para el que podía haber sido el mejor thriller de los años 80. Aun así, merece mucho la pena disfrutar con este clásico de los 80 con sus desmesuras, excesos e imperfecciones, pero también con sus enormes virtudes.
9
30 de noviembre de 2014
30 de noviembre de 2014
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parsimoniosa, absorbente y extraordinaria película de Melville en el que acompañamos a un asesino a sueldo en uno de sus trabajos antes, durante y después del mismo y a la investigación policial subsiguiente. Como es habitual en Melville el fatalismo y el honor impregna toda la narración y desde el plano inicial - nuestro samurai fumando tumbado en la cama- nos deja claro qué interesa exactamente a Melville en este retrato silencioso de un también silencioso y reconcentrado profesional -pétreo pero soberbio Delon- que cumple su trabajo del mismo modo que el jefe de policía cumple el suyo, con celo y profesionalidad. Es un verdadero deleite la hipnótica morosidad de la narración en largas pero dinámicas escenas como la del interrogatorio -verdaderamente modélica en su desnudez e intensidad- o la de la persecución en el metro, todas ellas deslumbrantes y de una extraña poesía hecha de detalles y de planos exactos, cartesianos, como si el director nos dijera que sólo de la razón surge la emoción.
Me sorprenden mucho las alusiones críticas de algunos colaboradores a la debilidad del argumento. ¡Evidentemente!. Como buena parte de la filmografía de Hitchcock -citemos tan sólo "Con la muerte en los talones", plena de escenas inverosímiles-, lo que no impidió a sir Alfred acumular obra maestra tras obra maestra. Es cierto que el argumento no está muy cuidado pero resulta evidente que a Melville parecen interesarle en esta película otras cosas; ni siquiera el resto de sus personajes le interesan mucho sino tan sólo la mirada de su protagonista, la textura del relato, el silencio expresivo, la contención o, qué sé yo, la verdad.
Me sorprenden mucho las alusiones críticas de algunos colaboradores a la debilidad del argumento. ¡Evidentemente!. Como buena parte de la filmografía de Hitchcock -citemos tan sólo "Con la muerte en los talones", plena de escenas inverosímiles-, lo que no impidió a sir Alfred acumular obra maestra tras obra maestra. Es cierto que el argumento no está muy cuidado pero resulta evidente que a Melville parecen interesarle en esta película otras cosas; ni siquiera el resto de sus personajes le interesan mucho sino tan sólo la mirada de su protagonista, la textura del relato, el silencio expresivo, la contención o, qué sé yo, la verdad.
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