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La colina de los diablos de acero

Bélico Durante la Guerra de Corea (1950-1953), un teniente norteamericano curtido en cien batallas intenta reunir a los supervivientes de su batallón y llevarlos al cuartel general. Por otra parte, un hostil y poco respetuoso sargento de otra compañía quiere conducir a su coronel, agotado por el combate, a un sitio seguro. (FILMAFFINITY)
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Críticas 19
Críticas ordenadas por utilidad
1 de enero de 2007
26 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film de Anthony Mann ("Cimarrón", 1960). Se basa en la novela "Day Without End (Combat)" (1949), de Van Van Praag, que sitúa la acción en Normandía, en la IIGM. Se rodó en Bronson Caves (Griffith Park, LA), con un presupuesto de serie B. Los productores fueron Sidney Harmon y Anthony Mann (sin acreditar) y el estreno tuvo lugar el 19-III-1957 (EEUU).

La acción tiene lugar a lo largo de un día (6-IX-1950) de la Guerra de Corea. Narra la historia del teniente Benson (Robert Ryan), al mando del 2º pelotón de la compañía D del Ejército americano. Quedan aislado entre enemigos, sin comunicación con el mando. Benson ordena recorrer los 40 km que les separan de la colina 465, que debe estar ocupada por su compañía. En el camino encuentran al sargento Montana (Joseph R. Willomet) (Aldo Ray), que huye en un jepp con un coronel en estado catatónico (Robert Keith), al que quiere llevar a Virginia. Las diferencias entre Benson y Montana complican las dificutades de la operación.

La película es un drama bélico, de aires documentalistas, apoyado en un relato crudo y desgarrador. La acción evita artificiosidades, adornos y concesiones. Hace uso de una estética realista, que presta atención a los momentos de temor, miedo, terror y pánico de los soldados, sus reacciones naturales, su fatiga y extenuación, la camaradería y el coraje que demuestran, sus momentos de aturdimiento, desconcierto y descontrol, la muerte que les amenaza, la tensión que provoca un enemigo sanguinario, sigiloso, invisible y próximo. El teniente se irrita por la precipitación con la que el sargento Montana mata a presuntos enemigos, sin las debidas cautelas. En repetidas ocasiones ha de recordarle que los enemigos, también, son personas humanas. No se habla de ideales, no se justifica ni condena la guerra y no se enardecen los ánimos con patrioterismos. La jornada transcurre como un retazo de la vida de unos protagonistas, movidos sólo por el instinto de supervivencia, al límite de la resistencia física y emocional. El brillante realismo convierte la obra en antecedente de "Platoon", "La delgada linea roja", "Salvar al soldado Ryan", etc.

La música, de E. Bernstein ("Los siete magníficos", 1980), suma aires heroicos, tonos dramáticos, compases militares y melodías de grata inspiración popular coreana. Se divide en 10 temas, de los que sobresalen "Sounds of War", "Men in War" (con "Flowers for Kilian") y otros. La fotografía, de Ernest Haller ("Lo que el viento se llevó", 1939), en b/n, comienza con un espectacular barrido circular con aproximación final al radiotelegrafista. Añade planos picados y semipicados, una cuidada composición de imágenes, negros profundos en primeros términos y elementos singulares que enmarcan los encuadres, pasión por el detalle (reloj, rueda atascada, etc.). El guión trata de introducir al espectador en el mundo del relato. La interpretación es excelente, en especial las de Ryan, Ray y Keith. La dirección demuestra versatilidad y potenica narrativa.
Miquel
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1 de noviembre de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
A criterio de los historiadores, la llamada Guerra de Corea fue una de las más sangrientas y brutales que haya padecido la humanidad del siglo XX. Corea del Sur, aliada con los Estados Unidos de Norteamérica se enfrentó a Corea del Norte (República Popular Democrática de Corea) la cual contaba con el apoyo de China y la Unión Soviética. Fue un conflicto bélico que duró cerca de tres años (1950-1953) y que tuvo su origen cuando, Corea del Norte, negándose a tener el país dividido, decidió invadir a su vecino, el 25 de junio de 1950. EE.UU. lanzaría, entonces, sobre la zona norte, 635.000 toneladas de explosivos y 32.557 toneladas de napalm, con lo que exterminaría a cerca del 15 % de la población norteña y se da la cifra de ¡2.500.000 civiles muertos + cerca de 1.5 millones de heridos y discapacitados!, mientras que, las bajas del sur y sus aliados fueron 778.000, incluyendo heridos y mutilados. La guerra terminaría con un armisticio que restauraría la frontera cerca del paralelo 38 y estableciendo una zona desmilitarizada de cuatro kilómetros entre ambos países.

Dejo aquí esta somera introducción histórica, porque, lo que realmente cuenta en la película, <<LA COLINA DE LOS DIABLOS DE ACERO>> (¡la “creatividad” de los tituladores!), es la suerte de relaciones interpersonales que se dan en el marco de una guerra y lo mismo pudo ocurrir durante la II Guerra Mundial o en cualquier otra guerra.

El guion, basado en la novela de Van Van Praag, “Day without End (Combat)”, escrito por Ben Maddow -quien tuvo que servirse de, Philip Yordan, para que hiciera las veces de testaferro, ya que fue él otro de los grandes talentos perseguidos por la abominable HUAC-, está cuidadosamente moldeado para que en él se expresen las más recursivas tácticas de guerra… y también, la camaradería de los momentos de solaz; los miedos más horrendos cuando se siente la muerte muy cerca; la astucia de los contrincantes… y por supuesto, el poder destructivo de las armas que, hasta la fecha, había inventado el hombre con marcados fines de exterminio.

El director, Anthony Mann, sumamente inspirado en esta ocasión, logra recrear unos personajes memorables con la valiosa interpretación de gente como Robert Ryan (el teniente Benson), Vic Morrow (el soldado Zwickley), Robert Keith (el Coronel), Philip Pine (Riordan), James Edwards (el sargento Killian)… y muy especialmente, Aldo Ray, quien, con impactante y ambigua personalidad asume el rol de Montana, la suerte de ojo avizor y de carácter fuerte -casi rayando con la psicopatía- que siempre lleva la delantera en cualquier compañía militar. A todos ellos, Mann consigue darles vida propia y, uno a uno, se nos meten en el alma, porque, más que guerreros, conseguiremos ver a seres humanos puestos en un camino en dirección hacia una colina, que horroriza con sólo imaginarlo.

La historia está ambientada el 6 de septiembre de 1950 -recién comenzada la guerra- y lo que tiene que hacer, la sección 3ª de la compañía 34, es desplazarse a pie hasta la llamada colina 465, la cual debe tomarse, pues, está fuertemente custodiada.

Tendremos aquí, uno de esos ejercicios cinematográficos y de actuación que nos dejan altamente complacidos, pues (con apenas pequeños errores que logramos captar), casi todo funciona como el mecanismo de un reloj… o para ponernos al día, como el de un computador.

Título para Latinoamérica: BRINDIS DE SANGRE
Luis Guillermo Cardona
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27 de octubre de 2007
21 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
A las órdenes del teniente Benson, apenas una veintena de hombres en compás de espera se ven inmovilizados por el asedio invisible de los soldados coreanos. Su jeep, con los víveres y las municiones, ha quedado inutilizado. El teniente se frota la cara, quizá presa del sueño, quizá dominado por la desesperación. El soldado Zwickley argumenta que su tiritona se debe a la fiebre, aunque tal vez sea fruto del miedo. Otro soldado parece estar dormido pero su compañero descubre que ha muerto atravesado por una bayoneta enemiga. El objetivo del pelotón es conquistar una posición, una colina. El camino es seco y penoso. Bañado por un viento incesante y por un sol implacable.

Anthony Mann filma el rostro humano en un nítido blanco y negro, una fotografía de primeros planos que lee el miedo, el sufrimiento, la frustración y el dolor en cada mirada, en cada gota de sudor. No es preciso mostrar cuerpos desmoronados, ni enjambres de proyectiles, ni amontonamientos de cadáveres, ni pantallas teñidas de rojo para reflejar el horror de la guerra. La guerra y su deshumanización están escritas en el rostro de cada soldado.

Mención especial para Robert Ryan. Un actor de gesto adusto y hombros de plomo, un rostro que podía encarnar la maldad y la corrupción de manera genial, pero también la duda y la fragilidad del que juega en el alambre y la bondad del duro, del desplazado. Y todo sin cambiar apenas de registro, con solo relajar o no los pómulos. Una cara para el cine, una cara para siempre. Junto a Sterling Hayden, uno de los mejores rostros para jugar al póker que jamás se han visto en la gran pantalla. ;)
Kick'Em Ars
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7 de febrero de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no estoy muy puesto en el tema, entiendo que es un atípico filme bélico para la época y parece un claro precedente de otras películas posteriores donde el factor psicológico tiene un gran peso en la historia como títulos como 'Apocalipsis Now', 'Platoon' o 'La delgada línea roja'.

Me ha gustado bastante como va relatando los distintos episodios (es como si relatase de forma documental las distintas trabas/obstáculos que va encontrándose un soldado en una guerra o algo así) como los estados emocionales por los que va pasando los mismos.

Es opresiva, angustiosa (especialmente en esas escenas del bombardeo o la de la zona minada), el travelling del comienzo del filme es acojonante (¡¡qué manera de presentar a parte de sus protagonistas!!), esos 'jodidos' planos del coronel en shock, el heroico como absurdo ataque final a la colina.

Magnífica la cita inicial que dice algo así como: "Cuéntame la vida/experiencia del soldado de a pie y yo te contaré la madre de todas las guerras".

Gran película muy alejada de aquellas clásicas mucho más patriotas y/o edulcoradas y muy bien dirigida por este magnífico cineasta.
Maestro de Marionetas
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21 de septiembre de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí la guerra del Vietnam y la segunda guerra mundial han sido contiendas altamente tratadas en el cine norteamericano, no se puede decir lo mismo de la guerra de Corea, un conflicto que duró tres años (1950-1953) y del que aún percibimos sus consecuencias. Seguramente la trascendencia social del conflicto no fuera tan amplia como la de las dos otras contiendas como para que el cine se involucrara en mayor medida.

Una de estas películas que se acerca al conflicto es La colina de los diablos de Acero, un título poético el que cogió la traducción al español, pues realmente se habría de traducir como Hombres en guerra (Men in War, es su título original). La película fue realizada sólo cuatro años después del acabamiento de la contienda, en el 1957, y hay que decir que es una de las mejores aproximaciones que existen sobre este triste episodio. El hombre encargado de dirigir la película es ni más ni menos que Anthony Mann, que pese a que la historiografía lo conoce casi específicamente por sus Westerns, tuvo alguna que otra incursión en el cine bélico, como esta película, así como al cine de Péplum e histórico, con una película sobre la figura mítica del Cid Campeador (El cid, 1961) y sobre el mundo romano (La caída del imperio Romano 1964).

Como ya nos anuncia un pequeño rótulo antes de que empiece la película (Cuéntame la historia de un simple soldado y os contaré la historia de todas las guerras) no nos encontramos ante la presentación de grandes batallas donde intervienen miles de extras, sino que al igual que su antecesora, Objetivo Birmania de Raoul Walsh (dirigida en el año 1945) la película se centra en la historia de un pequeño escuadrón, que se encuentra rodeado en territorio enemigo. Diversas frases y diálogos de la película hacen referencia a esta concepción de la guerra, en la que es el hombre de a Pie el que carga con todo el peso de la guerra. Es significativa una secuencia en la que una vez demostrada la brutalidad del personaje interpretado por Aldo Ryan, el teniente que encarna Robert Ryan pronuncia una frase sintomática sobre el discurso de la guerra- Si son estos los hombres que tienen que ganar la guerra…-

La historia, pese a que está basada en una novela (seguramente con intenciones comerciales) es la historia de todas las guerras. Podríamos cambiar el paisaje así como sus enemigos, que la película seguiría funcionando igual. Se presenta el conflicto bélico como un enfrentamiento absurdo entre seres humanos, en que siempre tiende a vencer el menos civilizado, pues la guerra construye hombres a su medida, que luchan de manera salvaje por la supervivencia (para ello el guión se sirve del personaje de Aldo Ryan, un hombre que antes de morir mata primero con tal de sobrevivir).

Es cierto que la película no es una crítica abierta hacia el gobierno norteamericano y sus decisiones políticas, pero hemos de tener en cuenta que aún era demasiado pronto como para que empezará a surgir películas así, además de que si encontramos ciertos aspectos que la diferencian mucho de otros filmes propagandísticos que se realizaban por la época y que siguen con vigencia hoy en día. Más que un apoyo a los soldados, se trata de un homenaje hacia la gran cantidad de cadáveres que dejo la guerra, haciendo hincapié obviamente en los muertos norteamericanos, pero con alguna reflexión sobre las víctimas coreanas. Más que una radiografía sobre la contienda o un análisis patriótico, la película se centra en demostrar las relaciones humanas, así como prestar una atención especial al agotamiento mental y físico que supone la guerra. En este sentido es muy eficaz la degradación del coronel interpretado por Robert Ryan, que acaba en un pesimismo tremendo pese a que siempre se ha mantenido firme ante sus hombres.

Pero no es el guión el que hace que la película marque las diferencias (en este sentido no se aleja mucho de un ir pasando pruebas cada vez más arriesgadas), sino que lo hace el director de la película, Anthony Mann. Sólo hay que observar la primera escena de la película, donde se nos muestra un batallón tumbado ante el sol, mientras la cámara se va deslizando y mostrándonos a los integrantes del grupo. De fondo escuchamos al operador de telecomunicaciones intentando establecer conexión con la operación de rescate, y mediante el juego de luces el espectador puede entrever la densa temperatura de la colina. En estos primeros compases se demuestra además una gran utilización de un montaje muy inteligente que dinamiza las acciones cuando es necesario (hay una secuencia en que en apenas dos segundos se cambia rápidamente de planos para mostrarnos como se disponen los soldados en el terreno de batalla) y la huella del director se podrá comprobar en diversas ocasiones a lo largo del metraje. Quizá el final es demasiado excesivo, con un juego pirotécnico que le pasa cierta factura a la película por ir a contracorriente las acciones individuales y de tensión mostradas hasta el momento.
Kyrios
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