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La buena estrella

Drama. Romance Rafael es un carnicero estéril que lleva una vida triste y solitaria. Un día auxilia a Marina, una muchacha tuerta a la que su novio estaba apaleando. Además, la aloja en su casa, aun sabiendo que está embarazada. Muy pronto, ambos se plantean cumplir un sueño que hasta entonces les parecía imposible: formar una familia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 46
Críticas ordenadas por utilidad
21 de septiembre de 2022
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nesquik.
Los psicólogos son unos cantamañanas/Los médicos no tienen ni puta idea.
Como comedia hubiera estado la mar de bien (de hecho, me reí felizmente viéndoles a los dos en el curro carnicero o en casa con el fútbol zamora y urtubi), como drama es demasiado ridícula, se lo toman muy, pero mucho, en serio y así no hay manera, es imposible, un melodrama en el que se demuestra una vez más, por si alguien, tal vez despistado o inocente, albergaba alguna tonta duda, que la bondad destruye todo lo que toca solo acarrea desastres e ignominia o que el hombre perfecto necesita tener sus buenos cojones y algo o mucho de dinero, no molesta, ese combo.
No hay una sola decisión o comportamiento con sentido o mínimamente creíble, pero al mismo tiempo hay que reconocer que está todo tratado con mucho cuidado o mimo cariño, están atentos a los detalles, se agradece, lo comido por lo servido.
Resines por momentos se pasa, cada palabra hace una pausa, respira, glitch, no sabe cómo interpretar a ese maromo y recurre a ese recurso algo majete pedestre, y Mollá lo mismo pero a la inversa, esa risa macarra tan forzada, esas salidas de tono, pero bueno, al final uno se acostumbra, a todo, y ella carga, tan emocionada y entregada.
Hay algún momento especialmente lamentable, todo lo relacionado con dejarla sola para probarla por ejemplo es un descojono, y es en verdad en general un disparate pretencioso, relamido, hilarante a poco o nada que le mires el diente, muy estupefaciente.
Todo acaba y comienza con los mejores sentimientos, ya dijimos que los peores, ah, y en el sexo, por supuesto, que me corro.
Se parece a la otra, a lágrimas negras, primas hermanas, lo burgués y el hampa se cruzan o chocan de bruces, la línea recta se dobla o curva, la convención se rinde turba ante lo chabacano romántico vértiginoso y hasta los comienzos nocturnos violentos son parecidos, aunque esta es claramente peor, más Douglas Sirk y menos amor fou à bout de souffle.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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27 de junio de 2010
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ricardo Franco parió esta obra maestra. Ricardo Franco estaba mortalmente enfermo y medio ciego en su gestación. Ricardo Franco estaba sufriendo porque aparte de que quizás no sabía otra cosa sabía también que estaba en el mejor momento de su obra, en eso que llamamos madurez. Ricardo Franco hizo "La buena estrella" desde las tripas, visceralmente, con toda su alma en el empeño, creyendo trágicamente que podía ser su última película. Y Ricardo Franco logra una película inolvidable de la que se sale zarandeado y arrasado, hondamente herido y a la vez agraciado, realmente conmovido y sinceramente destrozado y autoafirmado como ser humano. Algo impagable que al menos todavía se le llegó a reconocer a Franco en vida por crítica y, más importante, público.
"La buena estrella" es una historia realista (parte de hechos reales como todo film producido y/o realizado por Pedro Costa) y cotidiana que, sin embargo, y maravillosamente, deriva en un melodrama fuera de lo común. Presenta un triángulo amoroso de tullidos (un carnicero castrado por un accidente -Resines-; una tuerta embarazada -Verdú-; un huérfano absoluto, ex-novio de ésta y padre de la niña -Mollá-), un triángulo de carencias afectivas, un triángulo de seres perdedores y solitarios, un triángulo de ángulos muy diferentes pero que se complementa de manera inicial y logicamente imposible pero final, trágica y memorablemente de forma perfecta. Es la redondez al triángulo, la reparación de las malformaciones de cada uno.
Vivificadora, maravillosa, trágica, hermosa, tan pesimista como oxigenante, es cine desde lo más hondo de los sentimientos, cine terapeútico y puramente emotivo, cine que se pega a uno y le acaba por llegar al alma como un punzón ardiendo.
Con un empleo soberbio de una música preciosa, resulta solamente descollante e inolvidable por las interpretaciones del trío protagonista: un hiératico, esquemático e impresionante Resines (para muchos una sorpresa; para mí la confirmanción de su extraordinario talento para pasar de la comedia ligera al melodrama puro de manera magistral); una contenida, emocionante y fascinante Verdú, aquí ya una actriz con mayúsculas; y un soberbio equilibradísimo Mollá en la interpretación más díficil de las tres, pues era la que más podía tender al histrionismo pero dónde éste se empareja de manera magistral con la inteligencia y creatividad de un actor joven aquí insuperable. Bastaría la última secuencia pre-epílogo como una síntesis, desgarradora, de esta gran película (spoiler)
Película sobre la necesidad del afecto, sobre la tolerancia y el amor, sobre el sufrimiento y la expiación, sobre el lado trágico de la vida, película inmensa, inolvidable, imperecedera en su arsenal emotivo. Una obra maestra. Gracias, Ricardo, por haber existido pese a tu mala estrella...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
kafka
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23 de noviembre de 2010
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película tremenda con tres actores principales en pleno estado de gracia. Ricardo Franco, de biografía malograda, dirige una película muy conmovedora, con una banda sonora al más puro estilo Clint Eastwood (simple a más no poder y acoplada como un guante a las situaciones de la cinta).

Ángeles González Sinde y Ricardo Franco plantean un guión a tres bandas, la historia entrelazada de un paciente cordero (un gran Antonio Resines, recordando lo buen actor que puede llegar a ser si se le dan buenos guiones), el pícaro (un Jordi Mollà tremendamente inspirado) y La Tuerta (una Maribel Verdú dividida).

Conmovedora en los temas que trata, La Buena estrella es una perla que no debe perderse y que a nada que uno le eche un poco de sensibilidad, termina tocando la fibra. Cada personaje es un regalo que los actores saben aprovechar. Uno de los innumerables ejemplos es la risa de barrio que Mollà inventa en esta película, creando a un truhán encantador y sin duda, uno de los mejores papeles de este camaleónico intérprete.

Oscura pero luminosa como una estrella en la espesa noche, la melancolía infinita que proyecta este producto está revestida pese a ella de optimismo y, por sorprendente que resulte, con esperanza acerca de las relaciones de las personas y la capacidad de perdón.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
El Libanés
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14 de febrero de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un carnicero madrileño recoge el producto que piensa vender a la mañana siguiente. De vuelta a casa, en medio de la oscuridad, se topa con una situación del todo incómoda: un chaval está apaleando a su novia. Él baja de la furgoneta y ahuyenta al tipo. A ella la ampara bajo su techo.

La clave de bóveda de la historia son los personajes. De hecho, la misma queda articulada en torno a tres bloques que se singularizan por rasgos diferenciadores de los mismos: 'La tuerta', 'El guapo de cara' y 'El manso'. Las interpretaciones brindadas por Maribel Verdú, Jordi Mollà y Antonio Resines respectivamente son uno de los puntos fuertes del film, sin duda. La profundidad con la que Franco pule y perfecciona a sus personajes define la capacidad y límites de la historia, el reparto se encarga de realizar el resto, esto es de darle sentimiento a la tinta y el papel, de exprimir todo su jugo. Y bien que lo hacen.

Lo cierto es que 'La buena estrella' es un drama del todo hiriente. No busquen la alegría en ella, puesto que apenas se percibe. Es una historia dolorosa acerca de dos náufragos, dos muchachos que nunca supieron encontrar el camino en forma de cariño, amor. Eran solitarios, errantes y taciturnos. Al menos hasta que apareció el tercero en cuestión: un carnicero bondadoso que acogerá entre sus brazos a la pobre Marina, terminando por enamorarse de ella. Una relación plácida, afectiva y tierna. Una historia de amor, veraz y creíble que comenzará a resquebrajarse un tanto con la vuelta del reo al hogar. La pobre Marina tendrá el corazón partido en dos, y Rafael quedará descolocado entre celos y hospitalidad, dolor y comprensión.

En fin, esta es la historia de gente que nunca tuvo buena estrella. Perdedores, fracasados. El dolor se apodera de nuestros huesos cuando vemos a la pobre Verdú moverse entre dos aguas, entre dos mares, uno agitado y feroz, el otro calmo y relajado, del todo dispares. Un buen drama.
The Motorcycle Boy
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8 de febrero de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El material dramático de partida fue desechado de aquella famosa serie de crónica negra, para la televisión producida por Pedro Costa, que se denominó “La huella del crimen”, una serie de relatos basados en hechos reales. Ese argumento fue enriquecido con un estupendo guión del propio director Ricardo Franco y Ángeles González Sinde, que construyen una emotiva historia de tres personajes heridos y vulnerables, viviendo al límite, condenados a la soledad y luchando para mantenerse en pie. Una pudorosa crónica sobre el desamparo, cargada de ternura y de solidaridad con sus desvalidos protagonistas, con la esperanza de encontrar la buena estrella.

Un drama articulado sobre un maduro carnicero de barrio (un magistral Antonio Resines), Rafael es un hombre solitario y bonachón que una madrugada, rescata a Marina (Maribel Verdú) de la calle donde un tipo la está apaleando, se trata de Daniel (Jordi Mollá), delincuente habitual, criado en orfanatos e incapaz de escapar de la marginalidad, Marina es la chica enamorada de éste rufián que encuentra en el carnicero la posibilidad de reconstruir su vida, o al menos un simulacro de normalidad. Esta frágil apariencia en forma de plácida familia se verá truncada, cuando Daniel abandona la cárcel, donde estaba recluido para presentarse en casa de la pareja perturbando la apacible vida de Rafael y Marina.

El cineasta elige desde el principio el terreno más resbaladizo de la ternura, optando por explorar la nobleza que alimenta los sentimientos de sus personajes. Filma las situaciones tratando de comprender las razones de cada uno para comportarse como lo hacen. Una situación de amor triangular que parece un refugio al desamparo, una oportunidad para la convivencia antes que una apuesta amorosa. Lo mejor de sus perfiles se halla, precisamente, en este estrecho filo de la navaja por el que se mueve la puesta en escena de Ricardo Franco; es decir, en la capacidad de sus imágenes para dotar de entidad, credibilidad y sustrato emocional a unos seres que se mueven, durante toda la película, al borde del precipicio emocional por el que nunca llegan a despeñarse.

Un claro ejemplo que desmiente que en España no se hace un cine de calidad, que nada tiene que envidiar a otras filmografías. La película fue el espaldarazo definitivo a la carrera de Ricardo Franco, gran cineasta, mucho mejor de lo que la mayoría de espectadores cree. Como bien afirmaba el malogrado director era: “una película muy romántica sobre historias prosaicas”. Una película atemporal que te sigue apasionando como en su estreno y triunfo en los Goya de aquel año.
Antonio Morales
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