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Único testigo

Intriga. Thriller. Drama. Romance En su primer viaje a Philadelphia, el pequeño Samuel Lap (Lukas Haas), un niño de una comunidad amish, presencia por casualidad el brutal asesinato de un hombre. John Book (Harrison Ford) es el policía encargado de proteger al chico y a su madre Rachel de quienes quieren eliminar a Samuel, unico testigo del homicidio. (FILMAFFINITY)
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Críticas 59
Críticas ordenadas por utilidad
13 de octubre de 2010
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alterada estoy aún por la maravillosa pareja que forman Ford y McGillis. Qué manera de mirarse, de estar el uno frente al otro, qué atractivo uno y otra, aun en sus trajes de Amish. Mi valoración es prácticamente gracias a ellos, que me han enamorado, me han emocionado y me han hecho reír.

Y cómo no, Peter Weir, que realmente no sé cómo lo hace, pero tiene una forma de crear cine que es pura estética y delicadeza. Maravillosa la parte de la convalecencia de Book, por ejemplo, y pura tensión sexual en el baile que se marcan en el granero.

En definitiva, muy entretenida, bien hecha, buena banda sonora, pesonajes muy bien construidos y con la dosis justa de sensualidad, amor y acción; además de plantear ideas interesantes relacionadas con el deber, la violencia o la tolerancia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kaori
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28 de noviembre de 2010
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los amish y menonitas se asemejan, en sus asentamientos americanos, a comunidades anacrónicas por las que apenas parecen haber pasado los siglos. Fieles seguidores de los preceptos de la Biblia y con la sencillez por bandera, rechazan casi totalmente los adelantos modernos y se aferran a su estilo de vida tradicional, pacífico y comunitario. Siguen fielmente la máxima que predica que hace falta muy poco para ser feliz. Acostumbrarse a lo básico y esencial, y renunciar al resto. Porque todo lo demás es vanidad, arrogancia, egoísmo, polvo y humo.
Los amish resisten heroicamente las tentaciones del exterior. No suelen aventurarse por los terrenos del hombre contemporáneo, y cuando no tienen más remedio, echan mano de sus largos años de aprendizaje en la paciencia y el estoicismo. Podrían desarmar a cualquiera con su digna humildad que no responde a las provocaciones y que mira con piedad a los arrogantes que se creen superiores a ellos.
Se podría afirmar que, cuando se ven obligados a internarse en la jungla de asfalto, parecen corderos moviéndose valientemente entre lobos. El choque entre dos mundos tan distantes hace vibrar el aire a su paso.
La ciudad no es lugar para un niño amish que ignora lo que es la violencia. Nada más adentrarse en ella, acompañando a su madre y a su abuelo en una visita por motivos comerciales, un asesinato ocurre ante sus ojos.
Las cosas no volverán a ser como habían sido. Samuel ya ha probado el sabor del miedo y de la vileza de sus congéneres “ingleses”. Y ahora un policía “inglés” va a entrar en su hogar para protegerlo y de paso esconderse, porque ahora otros hombres malos quieren matarlos, tanto a él como a su nuevo amigo, John.
La influencia externa soplará en la modesta casa de Samuel, su madre Raquel, viuda, y su abuelo paterno, impregnando el ambiente como si se tratase del aroma corporal del forastero. La guapa Raquel conocerá el influjo de una nueva voluptuosidad, una sensualidad prohibida en su comunidad, pero que ella experimenta en secreto y con creciente sorpresa y aceptación. Se adapta a ese ardor incipiente con la seguridad de saber en su seno más interno que su compasivo Dios la entiende y la perdona por ser débil, por ser de carne, por ser mujer, por ser humana. En comunión privada con los rígidos principios de sus mayores, los que le han inculcado con tanto cuidado, su plácido espíritu acoge los insólitos acontecimientos como parte de los designios divinos, como un episodio del plan que su Dios reserva para ella, la más humilde de las siervas. De cualquier manera, ella siente flamear una pasión desconocida que fluye entre sí misma y el inusual visitante de su casa.
Una aventura entre un mundano protector de la ley de la selva urbana, y una inocente madre y viuda que vive anclada en una cultura de otra época.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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12 de enero de 2006
25 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gran película del director australiano Peter Weir ("El show de Truman", "El club de los poetas muertos") de genero variable, entre policíaco y dramático. Harrison Ford consigue una de las mejores interpretaciones de su carrera encarnando a John Book, un policía que debe proteger a un niño y a su madre de de la propia policía con una oscura corrupción como telón de fondo. La fotografía, la hermosa banda sonora, la dirección, el guión y las interpretaciones hacen de esta película una de las mejores de los años 80.

Consiguió 8 nominaciones (Película, director, actor principal, banda sonora, montaje, fotografía, sonido y guión original) a los oscar en 1985 de los cuales consiguió los pertenecientes al mejor guión original y al mejor montaje.
Black Mamba
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15 de agosto de 2016
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
A lo tonto la volví a ver anoche, quizá por cuarta o quinta vez. Siempre me digo: la veré un rato y luego la dejo, pero al final acabo atrapado hasta el final. Aparte de ser un magnifico y original thriller, lo que realmente acaba uno recordando de esta película -aparte de su pintoresca y atractiva ambientación en la comunidad Amish- es la maravillosa y emocionante historia de amor imposible (sublimada por la muy sugestiva banda sonora de Michael Jarre) entre los dos protagonistas. Y en especial las increíbles miradas, llenas de arrobamiento, timidez, a veces determinación, de una bellísima y fascinante Kelly McGillis.
alex
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13 de octubre de 2020
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pasado mes de febrero celebré el quince aniversario de mi inscripción en FilmAffinity publicando una reseña sobre “Érase una vez en Hollywood”. Hoy, 13 de octubre de 2020, soplo las mismas velas por lo que se refiere a la primera crítica que publiqué en esta página, que dediqué a “Los comulgantes”, de Bergman. Desde entonces, con mayor o menor periodicidad, no ha habido un solo año en blanco y quiero festejar esta larga e ininterrumpida historia de amor escribiendo sobre mi historia de amor favorita de la historia del cine.

La cosa viene de lejos. Tanto la película, como la protagonista femenina, Rachel (la hermosísima Kelly McGillis) y su romance con el policía Book (Harrison Ford), ya me marcaron a fuego en su estreno en los cines y mi estreno en la adolescencia. Pero a diferencia de otros primeros y fugaces amores que el tiempo olvida, mi fascinación ha permanecido intacta, revisión a revisión, a lo largo de la edad adulta. En el último visionado, hace menos de un año, percibí con mayor clarividencia que nunca la delicadísima orfebrería fotográfica que ilumina el rostro de Kelly McGillis, así como su antológico recital interpretativo en primer plano. De una manera exquisitamente sutil, le basta una fugaz mirada o el gesto más levísimo para expresar toda una profunda gama de emociones y sentimientos. Durante el baile en el granero (vuelvo a mi lista de favoritos: en mi podio, la más sensual y erótica escena del cine, seguida del baile de la Novak y Holden en “Picnic”) hay un momento en el que la cámara efectúa una aproximación a la actriz, y ahí late, al ritmo de su respiración y como jamás se haya visto, la más pura representación del descubrimiento del deseo.

O después, cuando en una de las más bellas y pictóricas composiciones del film, ofrece mientras se baña su carnalidad ante los ojos de Harrison Ford (el cual ofrece a su vez, mi opinión, su mejor trabajo ante las cámaras). Permítanme en este momento divagar en un meandro personal: a pesar de las innumerables veces que he visto la película, he de confesar que en esta última, al llegar a dicha escena estaba absolutamente convencido de que Rachel aparecía completamente desnuda, cuando en realidad solo lo está de cintura para arriba. Esto demuestra hasta qué punto la memoria es capaz de crear el recuerdo de una imagen que nunca existió, pero que sin embargo expresa diáfanamente que la pulsión que el instante desata en mí es pareja a la que desata en el personaje de Book.

Y, por supuesto y como siempre, únicamente cabe aplaudir el maravilloso trabajo de puesta en escena por parte de Peter Weir, un cineasta de pura cepa visual que había demostrado con anterioridad en la fantástica (por género y por calidad) “Picnic en Hanging Rock” que sabe filmar lo intangible. Si Velázquez en “Las Meninas” pintó el aire, Weir en “Único testigo” filma el enamoramiento. Sin más. Fluyendo entre los fotogramas. Sin que los personajes tengan que pronunciar en ningún momento una sola palabra sobre él. Con la cámara siempre a la distancia adecuada, pudorosa y tímida cuando nace, o temblorosamente a flor de piel en el momento de máxima exaltación. O, en un desenlace que ya es historia para los estudiosos de la gramática del cine por la significancia del uso del plano-contraplano, los fondos y el silencio (qué lejos estamos de la anticuada e impostada artificiosidad del parloteo de Bogart en “Casablanca”) y que además, junto al de “Los puentes de Madison”, se convierte para mí en el más lirico, conmovedor y emotivo del romanticismo cinematográfico.
Quim Casals
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