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Mandarinas

Drama. Bélico En 1990, estalla la guerra en una provincia georgiana que busca la independencia. Ivo, un estonio, decide quedarse, a diferencia del resto de sus compatriotas, para ayudar a su amigo Margus con la cosecha de mandarinas. Al comenzar el conflicto, dos soldados resultan heridos delante de su casa, e Ivo se ve obligado a cuidar de ellos. (FILMAFFINITY)
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Críticas 95
Críticas ordenadas por utilidad
30 de enero de 2015
28 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
En tierra de nadie
La autonomía de la República de Abjasia ha estado siempre en entredicho por los países que la reclaman para sí, en una disputa territorial que parece no tener fin y que se remonta al siglo XI, casi tan antigua como la que se mantiene por otra zona de conflicto tristemente célebre como es Kosovo. Los rusos la consideran independiente, y los georgianos una república autónoma que les pertenece. Y sin aparente voz ni voto, en medio de toda esta trifulca, está el pueblo estonio, que lleva dos siglos asentado en el lugar.

“Tangerines” pone sobre la mesa este conflicto poco mediatizado trasladando la trama hasta comienzos de los 90, justo cuando las milicias pro-rusas eran atacadas por el ejército georgiano. Y lo hace desde la modestia más absoluta, a través de la historia de un carpintero estonio que ayuda a su vecino con su cosecha de mandarinas antes de que la guerra les alcance.

La propuesta del cineasta de origen georgiano Zaza Urushadze podría recordar a la que Danis Tanovic nos ofreciera en la imprescindible ganadora del Oscar “En tierra de nadie”, pero convirtiendo una simple cabaña en un escenario libre de cualquier tipo de hostilidad, en una especie de escenario pacifista donde conciliar las posturas de chechenos y georgianos.

“Tangerines” se beneficia de su intimismo y cierto halo poético que no desentona en absoluto con el crudo marco en el que se desarrolla, sin caer en ningún momento en la lágrima ni el discurso facilones. Y en ningún momento centra sus miras en ningún bando, no se posiciona. Porque su discurso va más allá de cualquier bandera, religión o ideología política. Es una cinta tremendamente humanista que aboga por tratar la guerra como una pelea entre hermanos sentados a una mesa dialogando, como una lucha fratricida en la que todos somos iguales. Es, como la denomina uno de sus personajes, La guerra de los cítricos. Da igual a qué nación defienda cada bando, sólo son hombres luchando por la tierra en la que crecen las mandarinas.

Una película tan pequeña como necesaria, contada con serenidad y sin prisas pese a su reducido metraje, que consigue una potencia y un impacto en el espectador que ya quisieran para sí otros productos más grandilocuentes. Un canto contra la guerra que también se beneficia de un guión sin fisuras y de un reparto totalmente acertado, destacando a su protagonista Lembit Ulfsak, y que merece todos y cada uno de los galardones que se le ha concedido. Y los que le quede por recibir.

A favor: su halo poético, su sinceridad, serenidad, y su canto antibelicista sin sentimentalismos
En contra: que pase desapercibida para el gran público
kubrick_is_alive
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1 de mayo de 2015
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Apenas cuatro paredes y pequeñas parcelas de campo, habitadas por cuatro personajes obligados a coexistir por las tristes vicisitudes de una guerra, son suficientes para que Zaza Urushadze, cineasta georgiano con escasas películas a cuestas que alcanza el reconocimiento global con la que nos ocupa, logre componer uno de los retratos más conmovedores y efectivos, en lo que a alegatos pacifistas se refiere, que uno haya tenido la oportunidad de ver jamás. 'Mandarinas' (2013), que hace unos meses competía en la categoría de mejor película de habla no inglesa en los Oscar representando a Estonia (siendo, para el que esto escribe, la mejor de las candidatas junto a la notable 'Leviatán' -Andrei Zvyagintsev, 2014-), narra una historia (aparentemente) mínima en el contexto de la guerra de Abjasia, acaecida a principios de los años 90, donde los intentos de Georgia por independizarse de la Unión Soviética se enfrentaron a la negativa de la etnia abjasia (muchos de ellos estonios afincados desde mitad del siglo XIX en Georgia y que volvieron a su patria histórica al comenzar el conflicto) y, sobre todo, de los rusos. Un conflicto, como bien se menciona en un diálogo del film, por la tierra. Ahora que se ha expuesto el contexto histórico en que se enmarca este largometraje, cabe resaltar un dato no fundamental, pero sí estimable: su director posee la nacionalidad georgiana, pero la cinta nace bajo producción estonia. Lo que alguno podría ver como una incongruencia, o quizá como un elemento aparentemente conflictivo, no lo es de ningún modo, ya que ejemplifica, al margen de la propia narrativa de la película, una explícita voluntad de contar una historia sin maniqueísmos ni tergiversaciones, amparada bajo varias miradas a priori enfrentadas, pero que convergen en los mismos anhelos, miedos y sueños.

No elabora un discurso político ni entra a discutir sobre los motivos de unos y otros. No le interesa, entonces, en cuanto empieza a matarse en nombre de algo (un ideal, tierra...), ya que las razones se difuminan, se manchan de sangre y se tiñen de odio, perdiendo así todo su sentido (si es que alguna vez lo tuvieron). Bajo esta premisa, a la cual su autor es fiel hasta las últimas consecuencias, la narración discurre suave y sin alzar la voz a lo largo de unos breves pero estimulantes 80 minutos que, créanme, dan para mucho. Sostenida bajo diálogos muy bien escritos y amparada bajo el cálido techo de una hermosísima melodía que va repitiéndose cadenciosamente y con diferentes instrumentos a lo largo del film como un eco melancólico que va calando hasta los huesos, la historia no alberga hueco para el efectismo ni para la moral de un solo recorrido, pues todo en ella late bajo un mismo corazón que pretende aportar un pedazo de vida sencillo pero con muchas dobleces, donde se encuentran aspectos tales como la convivencia, el perdón, la pérdida o el simple y puro deseo de vivir. Su humanismo, en absoluto ingenuo, va sedimentándose bajo la piel del espectador sin apenas darse uno cuenta. Es una película accesible para cualquier tipo de público, lo cual no es en absoluto un menosprecio, pero su tristeza es insoslayable, casi infinita, pues le acompaña a uno a cualquier lugar. En varios momentos, un servidor estuvo a punto de ser inundado por un mar de lágrimas. No se preocupen. Es una tristeza necesaria, un sentimiento que todos deberíamos dejar que nos invadiera de vez en cuando, y Urushadze la acompaña de su sincera, profunda elegía que es, a un mismo tiempo, un canto por la paz y por la vida, y que alcanza, en la escena final frente al mar, un hechizo conmovedor e inolvidable que más valdría atesorar en nuestro interior para siempre.

Así concluye 'Mandarinas', con una pequeña sorpresa que revela el motivo por el cual el protagonista no quiere abandonar ese territorio sumido en el horror de la guerra, un pequeño gesto que engrandece (aún más) a la propia película. Ha sido estrenada tan sólo una semana después de la pobre 'El maestro del agua' (Russell Crowe, 2014) y se revela, así, como el antídoto perfecto para sobrellevar el amargo recuerdo que dejó aquella, otra muestra de cine pseudobélico con opuestas maneras y resultados; como la manera de volver a creer en un cine serio y comprometido que haga de la emoción un sentimiento sincero y sencillo, no una retranca manierista y acartonada que invalide cualquier atisbo de mensaje conciliador. 'Mandarinas' está llamada a ser uno de los estrenos de referencia del año, que más valdría no dejar pasar.

www.asgeeks.es/movies/critica-de-mandarinas-hijos-de-la-muerte/
Pableras
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3 de mayo de 2015
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recién venido del cine, le he comentado a un amiguete que venía de ver una película estonia y el malandrín me dice que soy un "friki" y yo, lejos de contestarle con los modos que se merece, me he compadecido. No sabe lo que se pierde el despistado; porque esta película de autor y actores impronunciables es una de esas que merece la pena de por sí. La historia es intensa, el ritmo adecuado, la duración justa y el resultado óptimo. Una obra seria y sin tontás al uso, de esas que uno mismo, en nuestra "inmensa sabiduría", no sabría mejorar.
aldade
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2 de marzo de 2015
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
37/13(20/02/15) Buen film antibélico de acentuados tientes humanistas proveniente de la ultradesconocida filmografía de Georgia, fruto a su nominación al Oscar me he decidido a verla y me he encontrado con una intimista propuesta pacifista, una obra cuasi-teatral con cuatro únicos actores, solo interrumpido este tono por algún ramalazo de violencia impactante. Es el quinto largometraje del cineasta de georgiano Zaza Urshedeque nos propone una moralista fábula con cuatro personajes, hace de lo macro, una sangrienta guerra, lo micro, coge a variuos personajes representativos de una contienda bélica, dos oponentes militares y en medio la población civil, en este inteligente caso un par de apolíticos, que solo quieren poder vivir en paz y coger sus mandarinas, los mete bajo un mismo techo y hay quiere radiografiar el sin sentido de las deshumanizadoras Guerras.

El escenario es la región de Abjasia, lugar en Guerra en 1992, tras la caída de la URSS y el desmembramiento de sus estados esta región es considerado por Georgia parte de su nación, otros pobladores del lugar quieren su independencia, mientras Rusia aboga por estos últimos, para más lio es una región con mayoría de población de Estonia. En una zona rural residen dos estonios, Ivo (Lembit Ulfsak) un carpintero, y Markus (Elmo Nueganen), un agricultor que cría mandarinas, las familias de ambos han huido a Estonia por el conflicto bélico, ellos permanecen en el lugar con la intención de coger las mandarinas, Ivo será el que fabrique las cajas de madera para que Markus pueda echar la fruta recolectada, para después venderla. Un día se produce cerca de sus casas un tiroteo entre georgianos y mercenarios chechenos (luchan con los independentistas), Ivo recoge a los dos únicos supervivientes heridos, son uno de cada bando, Ahmed (Giorgi Nakasidze), un musulmán checheno ansioso de vengarse matando al otro, Nika (Mikheil Meskhi), un cristiano georgiano que odia a los chechenos, mientras están convalecientes prometen a su samaritano Ivo no matarse.

El realizador expone como campo de tregua una casa y en ella pone el microscopio sobre unos seres unos contendientes que se odian porque no se conocen, plasma la tensión reinante entre los enemigos y como árbitro Ivo, la cinta se siente como una alegoría del sin sentido del belicismo, lo aborda en tono intimista, se siente una obra Universal y Atemporal, recordando en su relato a la también pacifista “En tierra de nadie” de Danis Tanovic, o al film de John Boorman “Infierno en el Pacífico”. Contiene un ritmo sereno pero fluido, gracias a diálogos frescos y que se sienten naturales, rebosando humanidad, sin caer en la sensiblería lacrimógena, sabe sortear esta almibarada tara, se analiza con inteligencia la retorcida y primaria Condición Humana, embistiéndola de melancolía y tono crepuscular, poniendo el foco en la evolución de la relación entre los dos rivales y su interrelación con el Pacifista Ivo. El director sabe jugar con el tono poético de algunas imágenes y secuencias, aportando mordacidad y ternura con gradualidad, la casa de Ivo es un laboratorio donde se experimenta como dos personas por muy enemigas que sean en una Guerra si se conocen sabrán que entre ellas no hay tantas diferencias como los mandamases quieren que vean. Urshedeque tiene la sabiduría de no posicionarse ni política ni religiosamente, expone una situación con crudeza, lo cual eleva el aire conciliador y humanista de la obra. Es una mirada cargada de optimismo en el ser humano, le viene a decir que no es tan difícil entenderse, se saben conjugar los momentos íntimos con ramalazos explosivos de salvajismo, incorporando dosis de humor conmovedor.

Sus defectos estarían en la idea de que parece demasiado simple que pongas a dos enemigos a tomar té en una mesa unas cuantas veces y ya sean amigos, la gradualidad de la relación entre el checheno y el georgiano resulta un tanto abrupta, no hay catarsis para pasen de un lado a otro, sintiéndose todo muy previsible, no hay lugar para la sorpresa, todo se ve venir de lejos. Asimismo me falta introspección de los enemigos, no sabemos nada de ellos, simplemente que luchan por cada uno de los bandos, me falta información para conectar con ellos.

Lembit Ulfsak como Ivo realiza una actuación soberbia, irradia majestuosidad, sabiduría, liderazgo, carisma, valentía, fe, sublime. Giorgi Nakhashidze es el checheno, interpretación con un tremendo poderío, enérgico, vibrante. Elmo Nueganen es el amigo que tiene el campo de mandarinas, lo encarna con sobriedad, con gran química con Ulfsak, su amistad se le llega al espectador. Michael Meshki es el georgiano, le dota de rabia, ira, combinándolo con aristas.

La puesta en escena es bastante sobria, teniendo lo destacable en la bella fotografía de Rein Kotov que retrata con los árbloes de mandarinas, así como los hermosos bosques de Abjasia, o en el intimismo con el uso de luz natural de velas, o en la impactante explosión, que inunda de la noche de luz. (continua en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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11 de octubre de 2016
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Estonia proviene este film espiritual acerca de los conflictos bélicos, tomando como referencia la Guerra de Abjasia (1992-93) que se desarrolló en el Cáucaso. Parece un contrasentido que las palabras guerra y espíritu convivan en la cabaña de Ivo, un hombre mayor, inmigrante originario de Estonia, que permanece en tierras georgianas, cuyos habitantes están en conflicto con los abjasios, una lucha étnica por la tierra (las mandarinas son una metáfora de la Naturaleza que es imparcial) donde resulta herido Ahmed (mercenario checheno que lucha por los abjasios) y Nika (soldado georgiano), ambos sobrevivientes de una escaramuza que ocurre al interior de la granja de Margus, amigo de Ivo. Este último lo ayuda en la cosecha de mandarinas con el objeto de reunir dinero para regresar a su lejana Estonia. Pese al enredo de etnias, la película es extremadamente sencilla y pequeños acordes van dando cuenta de la evolución de los enemigos (Ahmed y Nika) durante su convalecencia. Los diálogos están muy bien pensados y el guion es de relojería. Cada detalle de la trama desnuda los horrores y esperanzas que se escudan detrás de la guerra, lo fácil (a la vez difícil) que sería resolver los asuntos en tanto las partes fueran capaces de escuchar al adversario. La convivencia que plantea la película es tan poco probable como absurda es la guerra y se sostiene bajo una única regla del dueño de casa: «Nadie mata dentro de mi hogar». El discurso es antibelicista y el director recurre a una vía de extrema lucidez: durante una hora la guerra existe sólo en la dialéctica de los cuatro personajes, siendo la mayor parte de la cinta una elipsis que esquiva las bombas hasta que una de ellas destruye la casa de Margus. A esas alturas los enemigos y los neutrales comparten un asado y han aprendido a conocerse. Es una historia de detalles: Ahmed profesa el islam y Nika es católico, ambos terminan respetándose y defendiéndose ante soldados irreflexivos que disparan a cualquier bando sin distinción.

Película de muy buena vibra, que alberga esperanza en el ser humano, siendo Ivo el alter ego del director que nos guía amorosamente en su visión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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