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España España · Complutum
Voto de Pableras:
9
Drama. Bélico En 1990, estalla la guerra en una provincia georgiana que busca la independencia. Ivo, un estonio, decide quedarse, a diferencia del resto de sus compatriotas, para ayudar a su amigo Margus con la cosecha de mandarinas. Al comenzar el conflicto, dos soldados resultan heridos delante de su casa, e Ivo se ve obligado a cuidar de ellos. (FILMAFFINITY)
1 de mayo de 2015
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Apenas cuatro paredes y pequeñas parcelas de campo, habitadas por cuatro personajes obligados a coexistir por las tristes vicisitudes de una guerra, son suficientes para que Zaza Urushadze, cineasta georgiano con escasas películas a cuestas que alcanza el reconocimiento global con la que nos ocupa, logre componer uno de los retratos más conmovedores y efectivos, en lo que a alegatos pacifistas se refiere, que uno haya tenido la oportunidad de ver jamás. 'Mandarinas' (2013), que hace unos meses competía en la categoría de mejor película de habla no inglesa en los Oscar representando a Estonia (siendo, para el que esto escribe, la mejor de las candidatas junto a la notable 'Leviatán' -Andrei Zvyagintsev, 2014-), narra una historia (aparentemente) mínima en el contexto de la guerra de Abjasia, acaecida a principios de los años 90, donde los intentos de Georgia por independizarse de la Unión Soviética se enfrentaron a la negativa de la etnia abjasia (muchos de ellos estonios afincados desde mitad del siglo XIX en Georgia y que volvieron a su patria histórica al comenzar el conflicto) y, sobre todo, de los rusos. Un conflicto, como bien se menciona en un diálogo del film, por la tierra. Ahora que se ha expuesto el contexto histórico en que se enmarca este largometraje, cabe resaltar un dato no fundamental, pero sí estimable: su director posee la nacionalidad georgiana, pero la cinta nace bajo producción estonia. Lo que alguno podría ver como una incongruencia, o quizá como un elemento aparentemente conflictivo, no lo es de ningún modo, ya que ejemplifica, al margen de la propia narrativa de la película, una explícita voluntad de contar una historia sin maniqueísmos ni tergiversaciones, amparada bajo varias miradas a priori enfrentadas, pero que convergen en los mismos anhelos, miedos y sueños.

No elabora un discurso político ni entra a discutir sobre los motivos de unos y otros. No le interesa, entonces, en cuanto empieza a matarse en nombre de algo (un ideal, tierra...), ya que las razones se difuminan, se manchan de sangre y se tiñen de odio, perdiendo así todo su sentido (si es que alguna vez lo tuvieron). Bajo esta premisa, a la cual su autor es fiel hasta las últimas consecuencias, la narración discurre suave y sin alzar la voz a lo largo de unos breves pero estimulantes 80 minutos que, créanme, dan para mucho. Sostenida bajo diálogos muy bien escritos y amparada bajo el cálido techo de una hermosísima melodía que va repitiéndose cadenciosamente y con diferentes instrumentos a lo largo del film como un eco melancólico que va calando hasta los huesos, la historia no alberga hueco para el efectismo ni para la moral de un solo recorrido, pues todo en ella late bajo un mismo corazón que pretende aportar un pedazo de vida sencillo pero con muchas dobleces, donde se encuentran aspectos tales como la convivencia, el perdón, la pérdida o el simple y puro deseo de vivir. Su humanismo, en absoluto ingenuo, va sedimentándose bajo la piel del espectador sin apenas darse uno cuenta. Es una película accesible para cualquier tipo de público, lo cual no es en absoluto un menosprecio, pero su tristeza es insoslayable, casi infinita, pues le acompaña a uno a cualquier lugar. En varios momentos, un servidor estuvo a punto de ser inundado por un mar de lágrimas. No se preocupen. Es una tristeza necesaria, un sentimiento que todos deberíamos dejar que nos invadiera de vez en cuando, y Urushadze la acompaña de su sincera, profunda elegía que es, a un mismo tiempo, un canto por la paz y por la vida, y que alcanza, en la escena final frente al mar, un hechizo conmovedor e inolvidable que más valdría atesorar en nuestro interior para siempre.

Así concluye 'Mandarinas', con una pequeña sorpresa que revela el motivo por el cual el protagonista no quiere abandonar ese territorio sumido en el horror de la guerra, un pequeño gesto que engrandece (aún más) a la propia película. Ha sido estrenada tan sólo una semana después de la pobre 'El maestro del agua' (Russell Crowe, 2014) y se revela, así, como el antídoto perfecto para sobrellevar el amargo recuerdo que dejó aquella, otra muestra de cine pseudobélico con opuestas maneras y resultados; como la manera de volver a creer en un cine serio y comprometido que haga de la emoción un sentimiento sincero y sencillo, no una retranca manierista y acartonada que invalide cualquier atisbo de mensaje conciliador. 'Mandarinas' está llamada a ser uno de los estrenos de referencia del año, que más valdría no dejar pasar.

www.asgeeks.es/movies/critica-de-mandarinas-hijos-de-la-muerte/
Pableras
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