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El refugio de mi padre

Intriga. Drama. Thriller Cuando su padre muere, Paul Prior, un renombrado fotógrafo de guerra, regresa desde Europa a su casa, una aislada ciudad de Nueva Zelanda. Han pasado 17 años desde que se marchó. Su llegada sorprende a su hermano Andrew, que trabaja como cultivador de avestruces. (FILMAFFINITY)
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
9 de junio de 2009
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Biblia dice: “quizá hayamos acabado con el pasado, pero él no ha acabado con nosotros”.

“El refugio de mi padre”, película bellamente subestimada, hace una clara alusión a dicha frase. Por muy lejos que huyamos, el mundo seguirá siendo muy grande y nosotros muy pequeños y allá a donde vayamos acecharán en la sombra nuestros demonios.

Independientemente de que sean mayores o no, toda persona está fascinada con la vida de sus padres, especialmente las partes que tal vez nuestros padres optaron por no compartir con nosotros. Quizás porque para comprendernos mejor a nosotros mismos debemos retroceder en el tiempo y comprender nuestros orígenes.

Matthew MacFadyen interpreta a Paul Prior, un famoso fotógrafo de guerra que vuelve a casa tras 16 años, por la muerte de su padre, encontrándose con una cita pendiente con sus miedos y siendo consciente de que todos estamos irremediablemente encadenados al pasado. El film muestra a sus personajes ante la búsqueda de su propia identidad, en una ciudad en la que todos quieren huir y escapar.

Por otra parte el director neozelandés Brad McGann complica la trama sobremanera, mezclando drama con suspense y manteniendo al público constantemente trabajando para desentrañar sus misterios, ése será su principal encanto, dando una voltereta sobre la trama, los personajes y sus dilemas humanos.

La película tiene un aguijón en la cola, pero no será hasta mucho tiempo después en que seamos conscientes de que nos ha pinchado. Sólo entonces será imposible no sentirse turbado por una cierta sensación de tristeza.

Película muy recomendable, además de ser la única del director, que nos dejó en el 2007.
Pelopantenne
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29 de julio de 2008
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva Zelanda es un país de perfil bajo. Misterioso, pequeño y aislado como pocos, la vida pueblerina parece acoplarse a su identidad nacional. No sorprende entonces que una historia como ésta, de drama familiar y thriller policial encuentre su lugar en el mundo con tanta facilidad y naturalidad en el relato.
Un aclamado fotógrafo vuelve a su terruño y se enfrenta con reproches de su hermano, alli entabla una relación amistosa con una adolescente (extraordinaria actriz la tal Emily Barclay).
Lo que parece ser una buena película sobre el viaje interior y la vuelta a las fuentes, de pronto cambia su tono cuando la adolescente desaparece y empieza a resurgir un oscuro pasado familiar como posible explicación del misterio.
Muy interesante pelicula con grandes interpretaciones y satisfactoria vuelta de rosca final. La falta de ritmo de los tramos iniciales se compensa con creces ante la vertiginosa resolución.
Linda joyita perdida en los fríos mares del cine "independiente".
urdaplancheta
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20 de octubre de 2008
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Potente y semidesconocida historia que nos llega de las antípodas, escrita y dirigida por Brad McGann (de quien pudimos ver en Gijón su excelente corto Possum, premiado hace una década, y que lamentablemente sólo nos dejará este largo, pues ha fallecido hace apenas año y medio).
Lo que empieza siendo la típica trama de vuelta a las raíces, a la búsqueda de un mundo anterior y/o interior, evoluciona repentinamente hacia un thriller policiaco, un tanto peculiar, ambientado en un sitio donde no parece pasar nada que altere la tranquila y aburrida existencia de sus habitantes. Pero ya se sabe que hay que escarbar un poco para descubrir los demonios que habitan bajo la tierra de cualquier lugar, por muy pulcro y apacible que sea en apariencia, y la peli se transforma en algo casi "lynchiano" (tanto las particularidades de las historias familiares como esa ambientación en la neozelandesa Otago me recuerdan bastante, salvando el punto surrealista, a Twin Peaks).
El tour de force interpretativo entre Mathew MacFayden (a quien pudimos ver de Mr. Darcy en Orgullo y Prejuicio), que hace de Paul, ese fotógrafo de guerra que vuelve a su tierra, y Emily Barclay, Celia, la inquieta adolescente con la que mantiene una relación que se presume extraña, es sumamente interesante.
Otro aspecto notable es la banda sonora, a cargo de Simon Boswell, tan agradable como ecléctica, en la que se intercalan temas de la superestrella de la ópera local, Kiri Te Kanawa y de la grandísima Patti Smith, como el Free Money que acompaña a los créditos finales. También me parece estupendamente fotografiada por Stuart Dryburgh, que tiñe la belleza de los paisajes de Nueva Zelanda de tonos grises y oscuros, que acentúan la melancolía y la cierta perversión de lo que nos cuenta su director.
babayu
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13 de septiembre de 2010
21 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando, tras casi una hora y pico de película, el guionista parece no querer dar descanso a un machacado espectador que, contrariado y prácticamente violado, sigue atendiendo a lo que sucede en pantalla, es este mismo quien no puede reprimir un leve chillido como respuesta. Porque una cosa es que, de tantos giros y giros circenses, te la intenten meter doblada sutilmente, y otra muy distinta, que de tanta insistencia la sutileza se haya ido a tomar por saco.

Mi pregunta, tras un atroz intercambio de golpes entre el machaca que escribió la historia y las mejillas de un servidor no es otra que: ¿para esto dejo yo apagada la tele los domingos? ¿para evitar un telefilm rancio, pestilente y agotador, encontrándome luego con un refrito neozelandés con muchos premios y poco cine entre líneas? Pues menuda gracia, oiga.

Quien crea, de todos modos, que la pega de "In My Father's Den" está en los burdos giros que da, que sepa que la cosa todavía puede ir mucho más lejos. El film de McGann pasa de lo que podría haber sido un drama crudo, a un telefilm encubierto sin demasiado talento de por medio. Bueno, talento si que hay: para meter la cancioncilla indie en el momento de confesión más dolorosa, para dejar cabos sueltos a lo largo y ancho del metraje, fingiendo que nada ha sucedido (como cuando la madre encuentra las fotos, por ejemplo) y para olvidarse de más de la mitad de los personajes durante, aproximadamente, media peli. Si a eso se le llama talento, aquí lo hay. A montones.

Los únicos aspectos positivos a destacar, pues, serían las interpretaciones de un entonado Matthew MacFayden, la, en ocasiones, exquisita fotografía de la que hace gala, y sus primeros instantes, en los que para ir desgranando este drama familiar al espectador y ponerlo en situación, se usa el elemento idóneo (la cámara), aunque todo ello sea sólo un espejismo y otro modo de que al final termine cayendo, y se coma enterito el mojón. Sin dejar ni rastro.
Grandine
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26 de octubre de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Animado por la presencia de Matthew MacFadyen, un actor al que auguro -o como poco, deseo- una gran proyección, me dispuse a ver el único trabajo en la obra de Brad McGann, a quien se llevó el cáncer en 2007, apenas tres años después de la realización de esta cinta, que hubiera sido un gran comienzo en la carrera del susodicho. Nos deja como recuerdo de su fugaz experiencia como cineasta un remanso de paz, soledad, reflexión y melancolía enmarcado en una historia nostálgica en la que sus protagonistas comparten entre sí la coincidencia de unos pensamientos instalados en vivencias pasadas. Es un deseo de evadirse de un lugar para intentar encontrar la propia identidad, hecho que queda reflejado en la genial frase extraída del guión que el propio McGann escribió basándose en la novela de Maurice Gee: “Prefiero no ser nadie en algún lugar, que ser alguien en ningún sitio”.

Como hilo conductor de estos sentimientos y expresiones, Paul Prior (Matthew MacFadyen) un reputado fotógrafo de guerra que trabaja para importantes agencias en Europa, que regresa a Nueva Zelanda tras conocer la noticia del fallecimiento de su padre. La vuelta al mismo hogar, situado en un pueblo tranquilo que abandonó en su etapa de adolescente, se convierte en una sucesión de buenos y malos recuerdos que buscarán ser encajados por el solitario protagonista. Encontrará en su hermano Andrew (Colin Moy) un imponente obstáculo a su presencia y verá en una joven y fascinada Celia (Emily Barclay), un reflejo de su infancia. Mientras van apareciendo más figuras relacionadas con el pasado de Paul, la historia va girando dentro de una espiral que combina drama y thriller desde un formato pausado y de fuerza irregular, que hace ver a esta película como un producto bien hecho y de admirables intenciones, de liviana fortaleza. Contiene escenas poderosas, maravillosas, que intuyo perdurarán en mi cabeza, pero en general mantiene un ritmo ligero que impide que su historia -que tiene todas las cartas para ello- se eleve hasta un dramatismo más puro, que afecte al espectador de una forma más contundente.

Las notables interpretaciones de Matthew MacFadyen y Emily Barclay y lo regular de un correcto reparto consiguen que veamos con credulidad lo representado. La fotografía, que encuadra parajes inmejorables y que se caracteriza por un movimiento reposado y una iluminación atenuada dispuesta generalmente bajo la niebla o la oscuridad de la noche, se conjuga a la perfección con el exquisito gusto musical de su protagonista, que en un viejo pero bien conservado tocadiscos reproduce vinilos que ejecutan temas tan sublimes como “Chants d'Auverge”, cantado por la soprano neozelandesa Dame Kiri Te Kanawa y tocado por la English Chamber Orchestra, que descubrí gracias a esta película y que no me he cansado de volver a escuchar repetidas veces.
Sandro Fiorito
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