Ay, qué cosa; nunca habría pensado que una peli, por mala que fuera, me aburriría tanto como este subproducto en solo 84 minutos. El tal Todd Louiso, actorcillo secundario de poca monta, había debutado como director en Con amor, Liza, una obra intimista bastante interesante, con un Philip Seymour Hoffman soberbio, por lo que cabría esperar algo de talento, de chispa, de ingenio, o algo, en definitiva. Pero lo que pasa es que esta peli no ofrece nada, ni es graciosa, ni tiene calidad, ni sentimiento, lo que se traduce en un cero absoluto acentuado, si cabe, por la nula empatía que desprenden los protagonistas: se podría desear de Ben Stiller, a quien profeso una inexplicable admiración, algún toque de humor, en su papel de madurito director de teatro de instituto, enfrentado al personaje de Jason Schwartzman, el Marc Pease del título original, un "post-adolescente" anclado en lo que pudo haber sido y no llegó a ser, pero este cara a cara no lleva en absoluto a ninguna parte, la trama supuestamente evoluciona, sin que haya ningún hecho que trascienda lo puramente anecdótico. El resultado, un raro ejemplo de apología del aburrimiento más tontorrón.
Mi impresión es que el amigo Ben ha querido empujar un poquito a uno de sus colegas, Jason, con éxito en el espectro televisivo de allende los mares (las series Cracking Un, Bored to Death, etc), olvidándose del mondongo del asunto, que era hacer una película.
Probablemente, el resultado está dentro del top ten de las peores bazofias jamás excretadas.

Hay una cosa que llaman acróstico y que es lo que le voy a dedicar a esta cosita tan bonita que he visto el otro día; ahí va:

Simple
Estúpida
Risible
Pataki
Inútil (ver la P)
Escandalo (esto es, como canta Raphael desde el Eoceno)
Nulidad (ver la P)
Terrorífica (añádasele "mente mala", que miedo no da, la verdad)
Elsa (nombre propio de la nulidad inútil citada en la P)
Sinsustancia (aplicable a la P, como todo lo demás)

Ellis (apellido del señor que perpetra)
Ninfómanas (ignoro si lo es la de la P, pero sí que lo son los ofidios del producto)

Entretenida (sobre todo si la única opción que te queda es clavarte alfileres en los ojos)
L (seguida de un punto, significa Leroy, segundo nombre de aquél que no debería estar aquí)

Anfibios (¿por qué dicen anfibios?)
Volar (volando espero que una cobra no me muerda el trasero)
Increíble (no la trama, sino que se hayan necesitado cuatro tíos para escribir este engendro)
Obvia (medalla de oro para el fulano al que se le ocurrió el título)
N (inicial de la negación absoluta, de no, nunca, never, volveré a ver esta película)

Para empezar, debería confesar que he visto el enésimo infraproducto del inefable dúo Friedberg-Seltzer el mismo día que La cinta blanca, lo que me lleva a una pregunta: ¿cómo es posible que pueda haber tal abismo que separe dos expresiones del mismo arte? (suponiendo que haya algún osado que se atreva a colgar la etiqueta de arte a Meet the Spartans).
Durante ochentaypico minutos me he quedado boquiabierto del asombro ante las barrabasadas escatológicas y carentes de cualquier asomo de chispa que se sucedían frente a mis pobrecitos ojos.
De veras, creo que los autores se han debido exprimir la mollera en un impagable esfuerzo de alcanzar las más altas cotas de la iniquidad, lo juro, dudo bastante que jamás se pueda hacer algo peor que esta putrefacta bazofia.

Érase que se era un señor gordo, nacido allá donde no se ve mucho el sol; un día decidió cruzar el océano, y de la Pérfida Albión se quedó con un cierto interés por fastidiar a las mujeres rubias y glacialmente bellas. Al hombre le dio por hacer obras de arte, una tras otra, y jugar con aquello que había aprendido a hacer muy bien. En 1959 el gordito del perfil más famoso del mundo decidió gastar una inmensa broma, y hacer magia de lo inverosímil: nadie se planteó que aquello no tenía ni pies ni cabeza, que ese mondongo de la CIA, la ONU, espías por aquí, malvados por allá y persecuciones por acullá sólo pretendía ser una tremenda parodia de una serie de pelis que se tomaban demasiado en serio a sí mismas, pero que eran igualmente risibles, desde el punto de vista lógico.
No importa, porque en este cuento hay un héroe a la fuerza, Thornhill, al que confunden con un calviniano caballero inexistente, Kaplan, una princesa rubia que no era ni buena ni mala, sino todo lo contrario, lo que pasa es que la dibujaron así, y le dio por enamorarse, aunque unos feos señores en España aficionados a la tijera moralista no entendieran que los héroes también hacen cochinadas. Tampoco importa que la mamá sea más joven que el hijo, si la mamá es tan deliciosa como para preguntar: "Caballeros, ¿ustedes no están realmente tratando de matar a mi hijo, verdad?", ni que el héroe, de repente, aparezca en un desértico campo de maíz perseguido por un avión chungo que le quiere mandar al otro barrio, ni que se dediquen a corretear por las cabezotas de un monumento dedicado a cuatro presidentes muertos.
Todos estos polvos mágicos, si no hubieran estado manipulados por la mejor varita del mercado, se habrían convertido en lodos condenados al olvido, pero, al contrario, siempre nos acordaremos de ese héroe equivocado, pícaro y borrachín con madre a cuestas, de esa rubia insinuante, de ese tren, de ese monte Rushmore y a lo mejor tarareamos la musiquilla de ese neoyorquino de nombre alemán.

F. Gary Gray, director afroamericano de posterior recorrido aceptable (Un ciudadano ejemplar, The Italian Job) logró su lanzamiento universal gracias a esta adaptación del guión escrito por James de Monaco y Kevin Fox (quienes se se prodigan mucho), creando una peli de considerable metraje, pero que no aburre en ningún momento. Para ello, ayuda bastante el excelente trabajo de su protagonista, Samuel L. Jackson, en el papel de Danny Roman, el negociador llevado al límite, con nada que perder pero mucho por probar, contando con la ayuda de Chris Sabian, encarnado por el genial Kevin Spacey, que pondrá todo sobre la mesa para frenar el gatillo fácil de los polis que se quieren cepillar al desesperado prota. Igualmente eficaz resulta el elenco secundario, con David Morse, J.T. Walsh y, en especial, Paul Giamatti, que contribuyen a que nos interesemos en esta trama que no deja de ser muy convencional, a pesar de estar salpicada de ciertos giros dramáticos.
Las dos horas largas que el espectador pasa delante de la pantalla para ver cómo acaba el asunto se pasan volando, gracias a la competente dirección y montaje de esta historia estupendamente ambientada en el downtown de Chicago.
Creo que es uno de los ejemplos más claros que he visto ultimamente de cómo realizar cine comercial, en este caso un thriller de acción, sin faltar al respeto al espectador y usando con pericia los medios disponibles. Una buena peli, sin duda.