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* La escena grabada de Alexandre, Natalio el portero ni más ni menos, es incalificablemente memorable, deja a Haneke y a otros aprendices de brujo en pañales, eso sí que es maldad en estado puro, a espuertas y a mansalva, deseo de ser piel roja.
** Cuando ella imita a la muñeca, esa pena, esa vejación, gran escena, menuda llorera.
A la muñeca le hacen de todo, todos, palizas, violaciones, individuales y múltiples, afrentas sin cuento, variadas/abigarradas humillaciones, todos la quieren y ninguno la respeta como debe, hasta las mujeres, o por lo menos una de ellas, la lesbiana tan estupenda y leal de la tienda de ropa, se la rifan y pitorrean.
Pavoroso panorama humano desde el puente, la madre, todo lo sabe, comprende y entiende, nada le sorprende, es posiblemente la única que medio se salva y tal vez la ayudanta marimandona muy serrana porque entrambas salen poco, pero el resto son puro espanto destilado y él es casi el peor de todos ellos, está acabado, estragado, la toalla al suelo ha arrojado, desganado, no soporta la vida, a la gente, a nadie, pero tampoco sabe estar solo, se desprecia, no puede más ya, ha llegado a ese punto de no retorno por exceso, no por carencia o defecto, todo le aburre y asquea, la náusea le quema, nada le interesa, todo queda en otra parte, la locura o la muerte no son una tragedia, solo un desapego, un distanciamiento, un leve o suave desarreglo, nada estupefaciente o alarmante, una carcoma sorda, la cámara que se aleja y a otra cosa, mejorando lo presente, por supuesto.
Película despavorida, con infinita retranca, sarcasmo, mala leche, odio, humor, inteligencia, brava, siniestra, indigesta, parecida a la gran comilona, otra que tal baila y por ahí, el mismo fúnebre derrotero, se derrenga, melancólica, rasposa, cachonda, una obra de teatro dadáista, un sueño, una pesadilla, surrealista, Buñuel, Breton, Japón.
Desde que llega Agustín González (y Ciges, José Luis Coll, la Ponte, Queta Claver, como si estuvieran repitiendo/homenajeando Plácido trece años después, en París esta vez, sin motocarro, pero con iguales malas intenciones y parecidas acciones) con la guitarra, ahí es nada, todo es una gran misa satánica, sátira, un infierno, puro pánico, no queda títere con cabeza, miedo, aluvión, engendro, apocalipsis enfermo, un payaso pintarrajeado dando alaridos de placer extático, le han pisado al cabrón un callo.
Él muere, ella sobrevive, flota, lógicamente. El que mira se echará al agua a no tardar, la salvará y se la quedará, la tierra seguirá girando, el eterno retorno, y se cometerán nuevos y todavía más abyectos pecados si cabe. Ella irá de mano en mano, como la mala hierba, siempre penando, tan deseada y zarandeada, a lo loco.
La procesión de Semana Santa con la virgen muñeca ultrajada en ese barracón del exilio y el averno es tal cual La Última Cena de Viridiana.
Luis y Luis, como Hernández y Fernández, los dos muy piadosos.