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El demonio, la carne y el perdón

Western. Drama En un pueblecito mexicano tiene lugar un enfrentamiento entre un bondadoso sacerdote (John Mills) y un malvado bandido (Bogarde) que se propone dominar el pueblo. El odio a la Iglesia lleva a éste a cometer todo tipo de abusos y tropelías para conseguir que el nuevo clérigo se vaya. Sin embargo, el cura, con su inmensa paciencia y mansedumbre, acaba por redimir al bandido, que recupera la fe en Dios. (FILMAFFINITY)
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
12 de abril de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un viejo autobús de viajeros llega hasta las inmediaciones de Quantana, la "ciudad infernal" según advierte el conductor al P. Keogh (Mills) cuando este desciende del mismo. Se trata de una población mexicana donde domina de forma tiránica el joven Anacleto (Bogarde, Lorenzo en la versión hispana). Un hombre que odia la religión y pretende "Quemar las iglesias, matar a los curas", hasta el punto de expulsar al bondadoso P. Gómez (French), que exclama aterrorizado a modo de justificación "Ya que no podía servir a la Iglesia, pensé morir por ella".
Magnífica la escena de la salida del anciano párroco acosado por los esbirros de Anacleto, en medio de los abucheos de todo el pueblo y montando una mula que recuerda mucho el reverso de la Entrada de Jesús en Jerusalén saludado con palmas.
La acción se sitúa sobre los años 50 del pasado siglo, al menos a juzgar por los "carros" y las ropas que gastan las clases distinguidas. El panorama que encuentra el P. Keogh es desolador, la iglesia literalmente convertida en un muladar con las gallinas campando por los bancos y el pueblo atemorizado incapaz de exteriorizar sus sentimientos religiosos. Su labor va a ser ardua, "No se puede proteger un pueblo que no acepta la protección".
El choque va a ser frontal pues al anticlericalismo de Anacleto se opone la firmeza de las creencias del sacerdote que, poco a poco, va venciendo el temor de sus feligreses suministrando a los más pobres medicinas y otras ayudas.
De nada sirven los diversos atentados que sufre ni los asesinatos que el malvado comete sobre víctimas inocentes. Impresionante también es la escena en la que Pablo (Payne), un matón borracho que confiesa poco antes de morir sus angustias vitales al buen párroco.
En segundo plano aparecen otros dos personajes interesantes. De una parte la joven Locha de Cortínez (Demongeot), cuyos sentimientos parecen repartirse entre Anacleto y el sacerdote, con beso incluido a este último que parece evocar un poco a "La Regenta". De otra parte un corajudo jefe de policía que busca denodadamente pruebas para incriminar al cacique, es la antítesis de los sheriffs corruptos que tan acostumbrados estamos a ver en el mundo pistoleril.
Western intenso y extenso que pertenece por méritos propios al subgénero religioso. Guion errático con cambios y saltos inexplicados, magnífica banda sonora con muchas piezas orquestales inspiradas en la música popular mexicana, ambientación excelente.
Pero especialmente hay que destacar la hondura psicológica de los personajes, sobre todo de los dos protagonistas (Mills y Bogarde) que llevan a cabo una extraordinaria interpretación sin que los demás desmerezcan en absoluto. Ambos mantienen una titánica lucha ideológica con sucesivos encuentros y desencuentros. "¿Es buena la canción o es el cantante el bueno?" o, lo que es lo mismo, ¿es mérito de la religión o del sacerdote la paulatina "conversión" de Anacleto. El título original de la cinta se inclina por la segunda alternativa, pero el impresionante desenlace parece indicar precisamente lo contrario. Por otra parte, a lo largo de la obra queda muy clara la auténtica fe cristiana que en todo momento impulsa al P. Keogh. El cantante en este caso es inseparable de la canción.
Es curioso el nombre de Quantana que tiene la ciudad. Parece aludir a la encíclica "Quanta cura" que el papa Pío IX pronunció en 1864 criticando el liberalismo ideológico y político de los estados laicos que proclamaban la separación Iglesia-Estado.
En lo negativo el excesivo metraje con situaciones poco y mal explicadas, en nuestra opinión debido a la excesiva servidumbre de la obra hacia la novela de la que se extrajo el guion. En cualquier caso una buena película.
Hay quienes han querido ver en los debates y enfrentamientos ideológicos entre el sacerdote y Anacleto algún tipo de atracción física. Nada de eso vemos nosotros. El que tiene hambre sueña bollos.
Lafuente Estefanía
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17 de octubre de 2010
14 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas a las que el paso del tiempo sitúa en su debido lugar. Éste es el caso de The Singer not the Song, que en España se exhibió con el tremebundo título de El demonio, la carne y el perdón. Basada en una novela de Audrey Erskine Lindop –creo que no hay edición en castellano, aunque algunos la confunden con una de Bruce Marshall titulada en castellano de manera muy parecida–, el film fue dirigido por Roy Baker antes de su etapa con la Hammer por la cual es más conocido y apreciado. Rodado en 1961 en color y cinemascope, para que así impresionara más, la protagonizaron John Mills en el papel del padre Keogh, Dirk Bogarde en el del malvado bandido Anacleto, y Mylene Demongeot como Locha, la mujer que se interpone entre ambos y que por tanto no merece más calificativo que el de vil y perrrrrrrrrrrrrrrrrrra, por querer estorbar el amor entre el cura y el bandido.
Porque no hemos de engañarnos: esta película tan antigua –como dirían los modernos– es todo un pionero del cine gay y nadie se dio cuenta en su tiempo, cuando se exhibió tan tranquilamente como una historia de "redención" de un malvado bandido por un cura esforzado. Ya, ya… Una revisión de ella por televisión hace pocos años permitió comprobar que su carga gay seguía incólume, de hecho, más potente –y patente– aún que antes porque ahora los que la vimos de niños o jóvenes ya sabemos de qué va la cosa… Arrrrrresulta que el bondadoso padre Keogh llega a un pueblo dominado por el bandido Anacleto –vaya nombre le fueron a poner, por cierto–, que es un hombre malo que los tiene a todos con los huevos por corbata y encima no cree en Dios. Naturalmente, el esforzado padre Keogh decide redimir al malo Anacleto, porque para eso es cura… y además Anacleto "le pone", por decirlo claramente. Y a Anacleto, a su vez, "le pone" el padre Keogh. Anacleto, como he dicho, está interpretado por Dirk Bogarde, actor que era homosexual y que debió de pasarlo muy bien haciendo este papel porque se le nota. También se le notan… otras cosas, gracias a los ceñidísimos pantalones negros de cuero brillantísimo que luce y que le marcan, seamos francos, un paquetón la mar de coqueto. Entre esto y las miradas que le lanza al padre Keogh, entre frías y distantes, es inevitable que el cura sienta despertar su pasión por el bandido Anacleto. Y es que la visión de Dirk Bogarde, moviéndose como un felino, con su sombrero cordobés negro, su ropa toda ella negra, sus guantes negros, los mencionados pantalones un par de tallas menores, el látigo que sostiene en la mano y las posturitas que adopta, despertó sin duda alguna que otra pasión gay entre los espectadores de su tiempo, y provocó sin duda más de una erección entre heterosexuales de toda la vida.
GEORGE TAYLOR
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5 de diciembre de 2013
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues resulta que andaba yo más perdido que Stephen Rea en una comedia, que creía que había visto un western moderno, bien interpretado y pasablemente entretenido, y va a ser que no, que lo que yo tomaba por el clásico enfrentamiento entre el bien y el mal (aquí un cura de valores inquebrantables y un inteligente y despiadado pistolero), era, en realidad, un drama romántico de padre y muy señor mío. Que tras la entereza y la mirada limpia y clara del sacerdote interpretado por John Mills se escondía un torbellino de pasiones, y que la orientación sexual de Dirk Bogarde fue clave a la hora de elegirle para el papel, por encima de sus muy notables dotes interpretativas (se buscaban otras dotes, por lo visto).

Pues vale, no diré yo que no sea así, que sí, que estaba más ciego que Charlton Heston abrazando a Messala, pero como la película tampoco merece un segundo visionado para ver si capto ahora esos matices, pues lo voy a dejar ahí. Eso sí, me voy a repasar "El hombre elefante", a ver si también tiene connotaciones que se me han escapado (qué diantres, John Hurt también es homosexual, así que debieron escogerlo por algo, digo yo). O no...
Fali
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3 de enero de 2014
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un western moderno, de nacionalidad británica, producido por la Rank, y rodado en las localidades españolas de Alhaurín de la Torre (Málaga), y Las Gabias (Granada), además de otros puntos de Andalucía. Que sea un western británico rodado en Andalucía, y que sitúa la acción en México, ya singulariza de por sí esta película; pero esta película es tan singular, y tan especial, que se singulariza por todo. Baste decir que, en principio, se quería que Luis Buñuel dirigiera el film, y que lo protagonizara Marlon Brando. Aunque tan insólita reunión de talentos no se llegó a producir, la verdad es que es una película muy interesante y muy sólida, y demuestra que Baker es un cineasta a reivindicar.

Dirk Bogarde, con su llamativo vestuario -totalmente vestido de negro, con sombrero negro, pantalones negros de cuero, y, en una escena, incluso con gafas de sol-, y, además, con sus gestos, miradas y ademanes, proporciona a su personaje, un villano muy peculiar llamado Anacleto (Lorenzo en la versión doblada al español), una clara dimensión homosexual.

En la trama hay una tensión permanente entre lo permitido y lo no permitido, dejando ver la transgresión frente al poder dominante. Si al principio John Mills es la fuerza transgresora, que se adentra en un ambiente hostil, dominado por Dirk Bogarde, más tarde ocurre al revés. En ambos casos, el amor es la fuerza transgresora. Pero, ¿qué tipo de amor, el amor de la religión o el amor profano? La trama permite varias lecturas, entre las que el amor profano se esconde bajo la religión, la moral, o la rivalidad que hay desde el principio entre estos dos hombres en principio tan opuestos. El cantante, no la canción; el amor, no la religión. Mills, y sobre todo Bogarde, dicen una cosa en sus diálogos, pero en realidad están hablando de otra cosa. Los diálogos entre Mills y Bogarde están llenos de segundas intenciones, de segundas lecturas, y de tensión sexual no resuelta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Pedro Triguero_Lizana
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23 de enero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sofocante ambiente rural en un México profundo donde la asfixia proviene más del grupo de facinerosos que extorsiona a la población que del propio clima desértico.
Cargada de buenas intenciones, la película incurre en un exceso en planteamientos maniqueos y en un abuso de giros inesperados y poco plausibles que parecen una clara deslealtad al espectador porque los cambios de actitud y de comportamiento no están suficientemente explicados ni justificados.
El largometraje resulta irregular en su ritmo y en su intensidad narrativa pero destaca por su banda sonora y por su buena ambientación
Excelente la interpretación por parte de J. Mills y de D. Bogarde.
ABSENTA
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