En una pequeña isla perdida en el océano Pacífico acaban perdidos dos destacamentos de soldados, japoneses y americanos, en el contexto de la II Guerra Mundial.
Tras los primeros enfrentamientos, pronto son conscientes todos de la necesidad de "Llevarnos bien, esa es la cuestión".
Curiosa cinta que mezcla con habilidad comedia, tragedia y drama. Un guion convincente al que le sobra alguna que otra escena que se pone algo trascendental. Funciona mejor cuando se limita al intimismo, a la amistad y a la colaboración al margen de trincheras.
La realización trata con delicadeza a los personajes, por encima de banderas y de la consabida representación de belicistas y pacifistas.
Bien Sinatra en la dirección y en la interpretación. Hace de enfermero y de médico que aplica quinina a la malaria y amputa una pierna con la ayuda de sulfamidas y de un equipo quirúrgico de circunstancias.
Cinta interesante que da que pensar sobre unos soldados valientes y honorables. En los dos bandos.

En el mundo cinematográfico, a veces una sola letra basta para referirse a una película o un personaje. Ocurre por ejemplo con "M, el vampiro de Dusseldörf o con la "Z" del Zorro. La "R" está reservada en exclusiva a Rebeca de Winter, la primera esposa del acaudalado Maxim (Olivier).
Y es que sus iniciales, su rostro, su espíritu impregna todavía cada rincón de la gran mansión de Manderley pese a llevar más de un año muerta.
Es omnipresente hasta el extremo de ocultar absolutamente el nombre de la nueva Señora de Winter (Fontaine). Una especie de Cenicienta que apenas unos días atrás era dama de compañía de una oronda americana, "Nunca volveré a Montecarlo fuera de temporada".
Y allí está en el lujoso castillo de Manderley esperándole la Señora Danvers (Anderson), una auténtica Madrastra que actúa como cancerbero de la memoria de Rebeca.
Una de las grandes cintas de la historia del cine que recrea magistralmente una angustiosa atmósfera opresiva a base de miradas, gestos, silencios ... e iniciales "R" bordadas, pintadas o marcadas por todos sitios.
El guion avanza poderoso perfilando unos personajes que han quedado para siempre como prototipos de maldad en el caso del ama, o de inseguridad e ingenuidad en los del Señor y la Señora Winter.
Con un mínimo de personajes la obra tiene drama, intriga e incluso momentos de angustia y de terror.
Espectacular ambientación y fotografía. Total un clásico.
No hagan caso a las palabras del comienzo de la cinta, "Nunca podremos volver a Manderley", y vengan de vez en cuando a visitar a "R." de la mano de D. Alfred.

Un año después de "Ciudadano", aborda Welles la adaptación de "The magnificent Ambersons" con la que mantiene notables similitudes. No solamente repiten varios actores principales sino que en ambos casos se ocupa de acaudaladas familias, los Kane o los Amberson, que viven en suntuosos palacios-castillo muy por encima del resto de los mortales.
Incluso la enigmática "Rosebud" que pronuncia en su lecho de muerte el magnate de la prensa, tiene su contrapunto con la palabra india "Venduna", "que todo lo destruye", con la que Eugene (Cotten) y Lucy (Baxter) Morgan aluden seguramente a George (Holt), el joven vástago malcriado y gilipollas de los Amberson.
Gran película que también refleja el fin de una época, los estertores de una clase social que vive secuestrada por sus tradiciones en palacios barrocos que al final resultan cárceles agobiantes.
Poderosa puesta en escena con magníficos y recargados decorados, carruajes, vestuario ... Curiosa introducción explicativa de este último. Como curiosos resultan los créditos presentados oralmente por el propio Welles a la conclusión.
Buen guion pero mal ensamblado por el "des-montaje" final, que muestra unos personajes sólidos y firmes salvando el estrambótico desenlace.
Maravillosa fotografía con una iluminación original que presenta planos e imágenes de lo mejor que se ha visto en el cine.
El abuso de la podadera en una de las mejores escenas de la cinta, la ruptura entre Lucy y George, nos deja sin conocer lo que expresa la airada reacción del farmacéutico que atiende a la joven cuando le pide unas gotas de licor de amoniaco en un vaso de agua.
No se la pierdan. Pese a todo estamos muy cerca de una obra maestra.

Una sociedad teatral neoyorquina entrega los premios anuales. Ya ha dado los "Trofeos menores para el productor y el director". Máxima expectación, queda para el final el de la actriz de la temporada. "En el teatro una eternidad es una temporada, y una temporada puede ser una eternidad".
En medio de los aplausos y del glamour sale Eva (Baxter) a recogerlo. ¿Aplausos unánimes?
Es ahora cuando nos cuentan su historia. Tan vieja como la fábula de la rana y el escorpión.
O de la carcoma que, introducida en el mueble, lo taladra sin piedad hasta acabar con él.
Un gran guion nos conduce por las interioridades del mundo teatral y cinematográfico de altos vuelos que desnuda y disecciona implacablemente. Las dificultades para entrar, para salir, los intereses, las trampas.
Todo ello sin mostrar un patio de butacas o un escenario. Ni espectadores. Solo las bambalinas, los entresijos, el complejo mundo de actores, directores, escritores, productores y críticos que controlan ese mundo.
Soberbia dirección que presenta una galería de personajes donde las mujeres lucen armas devastadoras. Inteligentes, dialécticas.
El poder de la ambición que, usada con astucia, despierta sucesivamente curiosidad, lástima, caridad, dependencia y finalmente esclaviza. En el espectáculo como en la política, que no deja de ser una de sus variantes.
El paso del tiempo que, inexorablemente, renueva las carteleras (electorales incluidas).
¿Actuaciones? Qué les voy a decir, si acaso que los papeles de Margo (Davis), Eva y Addison (Sanders), constituyen otros tantos estereotipos del magisterio en la interpretación, de la ambición sin tasa y del puro cinismo.
¿Y no vemos a diario en la política esto mismo?
"¿A ti te gusta Eva? -¿Buscas mi opinión o una respuesta?" Pregunta Margo y responde su empleada de confianza. Aquí tienen la nuestra.

Adaptación a los dibujos animados del inmortal personaje de Víctor Hugo realizado de la mano de la factoría Walt Disney.
Como es costumbre en esta última se dulcifica y se quita dramatismo al final, introduciendo las correspondientes notas de humor. Sin embargo, se presenta a una Esmeralda bastante sensual entrada en carnes y en pechos.
Lo mejor, la belleza espiritual de Quasimodo. Casi física también con el rostro aniñado e ingenuo que tiene en esta ocasión.
Con la pericia técnica marca de la casa, la obra parece dirigida a un público no tan infantil como nos tiene acostumbrados, pero carece de la fuerza dramática de la novela de Hugo con su ambiente medieval, personajes marginados y amores imposibles.
Para verla en familia con los niños.