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Ocho apellidos vascos

Comedia. Romance Rafa (Dani Rovira) es un joven señorito andaluz que no ha tenido que salir jamás de su Sevilla natal para conseguir lo único que le importa en la vida: el fino, la gomina, el Betis y las mujeres. Todo cambia cuando conoce una mujer que se resiste a sus encantos: es Amaia (Clara Lago), una chica vasca. Decidido a conquistarla, se traslada a un pueblo de las Vascongadas, donde se hace pasar por vasco para vencer su resistencia. Adopta el ... [+]
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Críticas 464
Críticas ordenadas por utilidad
4 de abril de 2014
6 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me gustaría contribuir con mi crítica al éxito arrollador y justificado de esta película.
Esta comedia dirigida por Emilio Martínez Lázaro nos ha descubierto el talento inmenso de un cómico malagueño (Dani Rovira) que con su primer film ha entrado en la historia del cine español.
Clara Lago, Karra Elejalde y Carmen Machi le acompañan maravillosamente en un guión escrito por dos especialistas del género Borja Cobeaga y Diego San José.
Entretenida, divertida, romántica y entrañable la cinta describe lo que ocurre cuando un andaluz ha de pasarse por vasco para conquistar a una chica de allí.
El humor es blanco y domina toda la película . Por una vez el cine español no nos presenta la ecuación humor = zafio sino una novedosa y diferente comedia que desprende positivismo por todos sus poros. Eso nos hace albergar la esperanza de poder reinventar nuestro cine de ocho y mil maneras.
Lo mejorcito es haber descubierto un grandísimo actor con una vis cómica extraordinaria. Y ésto es sólo el principio.
Grace
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27 de abril de 2014
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía tiempo que el cine español necesitaba un vuelco de Estás características. Algo fresco, nuevo, claro y divertido. Real y no se tiene porqué ofender nadie, hay que ver el más allá y es que: El amor, la sensibilidad en definitiva; lo emocional, ES UNIVERSAL.
crisnunezh
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25 de junio de 2014
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se pasan dos horas agradables, casi ni te das cuenta del paso del tiempo. Hay que destacar sobre todo la interpretación de Dani Rovira. Lo último y más interesante del cine español. El novedoso humor en una comedia interesante y que engancha. Puntuación de un 6 en nota de 1 a 10.
Cinefilomania
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23 de agosto de 2016
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay que buscarle un sentido profundo o una crítica que no es tal; esta película se ha realizado para pasar un buen rato sin hacer funcionar mucho la cabeza. Si te dejas llevar, la disfrutas. Tiene algunos gags muy conseguidos y está correctamente rodada.
Pisuke
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29 de septiembre de 2017
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde que los hermanos Lumière descubrieron la capacidad del proyector para provocar la hilaridad en los espectadores, la comedia cinematográfica se convirtió en el género más popular del nuevo invento, con una partida de nacimiento que germina del Regador regado, y marca el desarrollo del séptimo arte con tal fuerza, que hoy casi todos los nombres que podemos recordar del período de cine mudo corresponden a genios de la comicidad.
El espíritu de la comedia sigue intacto en nuestros días, a pesar de la enorme dificultad que entraña acceder a las emociones graciosas de los espectadores, que precisamente desean relegar durante un rato los problemas cotidianos con la mejor medicina que existe: la risa. Lo que justifica, en una época de tremendas dificultades sociales, el inusitado éxito de la película Ocho apellidos vascos, con la que el director español Emilio Martínez Lázaro intenta ofrecernos la dosis adecuada para evadirnos de nuestro brete. ¡Y, al parecer, la cosa funciona!
Martínez Lázaro, que ya nos había hecho disfrutar con una comedia de enredo titulada El otro lado de la cama, se acerca en esta ocasión a los tópicos más estereotipados que el acervo popular ha otorgado a los pueblos por arte de chirigotas, chascarrillos, bromas, ocurrencias y otras gracias más o menos ingeniosas adheridas a las raíces como una etiqueta simplista. Está claro que no todos los sevillanos son meapilas que únicamente piensan en fiestas primaverales vestidos de nazareno o de faralá; ni todos los vascos son esgarramantas que se dedican a jugar a la pelota vasca, y se sienten adalides de un nacionalismo separatista solo apto para quienes sean capaces de demostrar su pureza racial, al menos en las últimas cuatro generaciones. De la misma forma que la auténtica esencia de la naturaleza castellana no se encuentra en el ajo morado de Las Pedroñeras, aunque sea el ingrediente imprescindible para elaborar unas migas (aquí y en Euskadi) como muy bien recuerda el simpático personaje interpretado por Carmen Machi.
De eso nos habla la película Ocho apellidos vascos. De la capacidad de reírnos de nosotros mismos, de las posibles tachas presentes en las poliédricas identidades que conforman la piel de toro que habitamos. La disculpa es un joven andaluz que atraviesa por primera vez Despeñaperros para viajar al País Vasco en busca de una chica, y sirve para caricaturizar los atributos más trillados y tópicos de las dos personalidades geográficas y sociales. El juego de palabras y el chiste fácil están servidos, pero lo verdaderamente destacable es la capacidad del director (y los guionistas Jorge Cobeaga y Diego San José) para bromear sobre unos aberzales de sainete cuyas sombras recuerdan demasiado a una banda que afortunadamente parece haber pasado a la historia.
Gran parte de la película se sustenta en la sorprendente capacidad del debutante Dani Rovira, sobre cuya comicidad pivota el compromiso de no pasarse de gracioso para hacer verosímiles unas situaciones permanentemente al borde del abismo del exceso. El otro pilar sobre el que se sustenta la historia lo conforma el veterano Karra Elejalde, que, con su química sardónica, equilibra la balanza entre el sur y el norte; o casi, porque ese final con los Del Río cantando “Sevilla tiene un color especial…” insufla un aroma a la sonrisa que desgraciadamente apenas pervive hasta abandonar la sala, cuando regresamos a esa otra cotidianidad más o menos llevadera.
Como ocurre siempre que una película funciona en la taquilla, algo que en el cine español sucede con menos frecuencia de lo deseable, es posible que tengamos secuela, y los apellidos vascos se transformen en nombres castellanos, alias gallegos o patronímicos catalanes. En este posible recorrido, a los guionistas aún les quedan tópicos geográficos y arquetipos regionales para fijar el humor de su mirada, pero parece sería seria contingencia si las cámaras pasasen cerca de nuestros motivos festivos más emblemáticos. Esperemos que no se deba a que nos falta sentido del humor, una de las piezas básicas para acariciar esa sazón ¿falaz? que llamamos felicidad (y no me refiero a mi atractiva amiga Feli).
Pepe Alfaro
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