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Tomboy

Drama Tras instalarse con su familia en un barrio de las afueras de París, Laure, una niña de diez años, aprovecha su aspecto y su corte de pelo para hacerse pasar por un chico. En su papel de "Michael", se verá inmersa en situaciones comprometidas; y Lisa, una chica de su nuevo grupo de amigos, se siente atraída por ella. (FILMAFFINITY)
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Críticas 41
Críticas ordenadas por utilidad
16 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Intima hasta decir basta. Sutil y bella.
Con una delicadeza aplastante consigue, sin embargo, mover los cimientos mismos de la sexualidad tal y como la conocemos. ¿Quien puso los límites? Seguro que será un niño o una niña quien los quite.

De esas películas suaves que te rozan por fuera y por dentro, como una caricia que permanece aun cuando la obra acabó hace tiempo.
Recomendable, desde luego.

Ah, y nada de drama, no lo es.
Carol
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5 de septiembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Tomboy" es una película rodada sin intención de provocar y tomando con delicadeza un tema controvertido. Es un film muy sencillo, demasiado sencillo a momentos diría yo.

Querría destacar por encima de todo, las actuaciones de los jóvenes protagonistas. En ningún momento para que estén actuando, si no que hacen de sí mismos. Cualquier escena que se desarrolle con los niños es excelente. Sin duda alguna, lo mejor de la película.
Por lo demás, es una película interesante, simple como ya comenté. Le falta ambición y algo de garra, pues a momentos no sabes si estás viendo un film o una grabación casera. Está bien ese sabor a hogareño que desprende la película, si, pero a veces es demasiado. Además de que necesitaba algo más de ritmo en ciertas escenas, pues los momentos familiares en el film son un peñazo. Así de simple. Menos mal que las escenas entre los jóvenes son magníficas y equilibran la balanza, porque sino la película sería un engendro.

A fin de cuentas, si quieres ver un film sin pretensiones y sin ningún tipo de intento de crear controversia, "Tomboy" es una gran elección.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Xermancio
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30 de junio de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras ver la aclamada Retrato de una mujer en llamas, no he podido resistirme en zambullirme en el cine de una directora que vuelve a mecer mi corazón para luego estrellarlo contra el suelo. Con Tomboy, película de corte independiente que baraja como pocas la identidad de género desde los inocentes ojos de Michael (nombre con el que me referiré al protagonista durante la crítica), biológicamente siendo una niña llamada Laure que elude todos los estereotipos femeninos haciéndose pasar por un chico en su llegada a una nueva ciudad.

Céline Sciamma tiene una concepción absoluta para retratar los problemas cernidos sobre la comunidad LGBTI, sabiendo plasmar el alma de unos incomprendidos personajes a los que la sociedad no les extiende sus brazos, por ignorancia, incomprensión o intolerancia, y deben enfrentarse a sí mismos e incluso a su propia naturaleza de una manera inhumana y dolorosa. La francesa se vale de ser una excelente narradora de historias que evaden cualquier tipo de relato megalómano para inmiscuirse en la cotidianidad austera que se infla con el torrente del caudal desembocando en una arribada de sentimientos con los que se compromete, de una forma u otra, el espectador.

Construyendo con tenaz garra una narración simple pero atrayente, Sciamma nos expira su pequeño mundo, al igual que con Retrato de una mujer en llamas, con una llegada donde el pasado no importa, sino el presente y el futuro. La enternecedora puesta en escena de su pequeño protagonista, Michael, conduciendo el coche con ayuda de su padre, desprende confianza y, más importante, un gran amor paterno-filial a sabiendas de la ruptura de Michael con todas las normas de conducta y vestuario agasajadas a la mujer. Esto se sucede con un título inicial cuyas letras se componen por colores azules y rojos alternándose, el primero asociado al género masculino y el segundo al femenino, gama pictórica que se va a repetir y va a adquirir mucha importancia en la película.

Siempre con un tono triste que Michael transmite al espectador en todo momento, Sciamma nos plantea cuándo será el momento de dejar atrás estereotipos tan insulsos que cohíben tanto la felicidad como la libertad individual, ello, desde la inocencia de un niño que, por edad, es el mejor motor de muestra del problema ya que no puede aplicar la lógica social a dichos asuntos. Para ello, la directora y guionista establece dos espacios con líneas narrativas paralelas; el entorno familiar y el entorno social. En el primero, es Laure, en el segundo Michael, pero en ambos sigue siendo la misma persona, el mismo alma. Los personajes fundamentales para profundizar en el protagonista son Jeanne (Malonn Lévana), hermana que sirve como su apoyo incondicional, y Lisa (Jeanne Dison), encargada de la presentación formal de Michael y su enamorada.

El segundo arco, el nudo, es provocado por la colisión de los dos pequeños idílicos entornos creados por Michael, a raíz de lo cual el carpe diem que planteado anteriormente a sabiendas del protagonista que tenía fecha de caducidad es destruido junto con gran parte de la inocencia del mismo, creando una tolvanera emocional radicada en la incomprensión tanto de unos como de otros, y lo que esperaban unos y otros que fuera, dándose de bruces con una realidad sádica e injusta. Sciamma no tuerce el brazo a la hora de representar los horrores de Michael con hechos traumáticos tal como usar un vestido para ser visto por la sociedad.

La gama de colores predominante va a ser el azul y el rojo, muchas veces impresos en la indumentaria de Michael (ambigüedad de género), así como en el vestido que detona la fractura de personalidad (paradójicamente, azul, siendo una prenda arraigada a la feminidad). Todo ello se conjuga por una escenografía realista, con mucha naturaleza atrapada en los colores verdes de la zona de socialización de Michael inducida por una correcta fotografía de Crystel Fournier, imprescindibles para el duro planteamiento de los personajes de lo que es natural o lo que es antinatural.

Los diálogos se presentan simples pero tenaces, propios de las características de un coming-of-age que abarca un período concreto de la niñez, directos como jabs por la sinceridad de la edad cargados de planteamientos profundos y alejados a un segundo plano de dudas enfocadas en miradas y silencios, gestos y reacciones, en la personalidad retraída de un protagonista cuya pesadumbre es creada en torno a una incomprensión latente hacia todo, incluso hacia sí mismo.

Alejándose de convencionalismos, Sciamma plantea un pequeño problema encepado en la sexualidad utilizando la música de Para One como catalizador de sentimientos encontrados entre Michael y Lisa, extrapoladas al espectador por el ambiente costumbrista e intimista utilizado durante la escena del baile al son de Always (literalmente siempre, aunque también 'all ways', todos los caminos, fonéticamente igual, jugando con ambos caminos que recorre Michael en el descubrimiento de sí mismo).

Zoé Héran se llevó numerosos galardones por su perfecta interpretación de Michael, incluido el premio Teddy del jurado en Berín, algo que no es extraño al hacer un papel tan complicado con una naturalidad y verosimilitud impactantes de la mano de la gran Céline Sciamma.

Una película imprescindible con la que la francesa se columpia entre varios temas de absoluto interés social con un realismo reivindicativo de alto impacto sin dejarse caer en el hoyo del populismo, con un relato tan tierno como feroz. Muestra de humanidad de majestuoso valor donde la sabiduría convulsa y poética de Céline Sciamma es una rara avis entre las producciones que se sostienen en la misma temática. (8.5).
Tiggy
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26 de abril de 2012
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta difícil poner en segundo plano la belleza que nos regala Céline Sciamma en las escenas de Tomboy. El verano del personaje que tiñe la pantalla de colores cálidos y la agradable sensación que decanta y en la que uno queda, casi, suspendido. No hay razón alguna para poner todo esto en segundo plano. ¿O si?

¿Se puede transmitir una idea compleja, que viene durante siglos cargada de sentidos y significaciones, en una bella imagen? Las imágenes atrapan, pero confunden. Es tentador quedarse enganchados en ellas y no pasar a ese tan temido segundo, tercero o cuarto plano. Hay algo en esta película que entra, que encanta, que pasa fácilmente. Pero también hay otra cosa, eso que hace al meollo de la cuestión que está apenas insinuado. Pero está. Si, está. Y si no franqueamos el plano de la belleza y simpleza de la narración, no podremos acercarnos a la cuestión fundamental que entrama la historia del personaje.

En definitiva, una película que aborda la pubertad como el momento en que se define la sexualidad, las identificaciones, y la relación a los pares. Momento en que las fichas comienzan a acomodarse en el tablero y a definir el juego. También es una película que insinúa que para que las piezas se acomoden de una forma o de otra, existen ciertas coordenadas. Y esas coordenadas se juegan en el plano de la mirada del otro. ¿Cómo miran esos primeros otros al personaje? Vamos a decirlo sin rodeos ¿Cómo miran estos padres a su hijo? Esa mirada está presente, muy presente, y recorre toda la película, en los detalles mas sutiles y en los trazos mas gruesos. Esa mirada está. Pero para verla, es necesario desencantarse de algunas formas, colores y brillos que apaciguan la crudeza de un momento de la vida. Momento que todos atravesamos y del que nadie sale sin marcas.
La Grieta Diáfana
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17 de septiembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuestra tendencia es normativizar, poner reglas, leyes, códigos, jerarquías, divisiones, fronteras, líneas, rayas..., todas las formas imaginables del Orden. La idea es defendernos del caos y el miedo, entendernos (se supone).
El problema es que muchos, en realidad todos (por supuesto que no en la misma medida), quedan fuera, no llegan a encajar, a adecuarse en esa configuración pautada, en esa perfección inhumana. Y en el caso del asunto sexual, la cosa se complica si cabe más, se retuerce y se vuelve más compleja todavía. Una vez presentados los dos extremos complementarios y necesarios para la reproducción, dícese del hombre y la mujer, lo peliagudo surge en los grados y los límites, concretamente en todo aquella conducta que se acerque más al centro de la indefinición y que se aleje de esos ideales preestablecidos de masculinidad pura y feminidad igual de absoluta. Hombres que se sienten mujeres, que desean a otros hombres, o mujeres que se sienten hombres y que desean a otras mujeres, o al revés, o cuarto y mitad o... muchas más combinaciones posibles para un misma confusión y dificultad y extrañeza. ¿Dónde está lo necesariamente biológico o, por el contrario o simultáneamente, lo más bien cultural/aprendido/impuesto, dónde nace uno y comienza o termina lo otro, qué pesa más, qué es más decisivo, importa? O quizás, más radicalmente: ¿hay tales diferencias de género? (Aquí nos meteríamos con Foucault, "los movimientos queer" y demás recovecos y escondites, tan interesantes y necesarios como debatibles, y nos perderíamos del todo, todavía un poco más, siempre). En un mundo ideal no habría estas separaciones, daría igual (como reconoce la madre, que a ella le da igual, que su conducta está causada por el intento de asumir las cosas tal cual son, por el esfuerzo de adaptarse con el fin de intentar seguir adelante), no habría sexos predeterminados, seríamos todos del mismo sexo/género, nadie lo utilizaría para atacar a otros, discriminarlos, humillarlos o someterlos. Pero...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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