Luz de domingo

Interesante peli de Garci (no había visto ninguna suya) que se deja ver pese a pecar de ser bastante lenta y de tener muchas imágenes y subtramas que no casan con el tono general de la película, que no interesan porque no tienen nada que ver con la trama principal, algún que otro error de cásting (Toni Acosta) y un final (aunque muy bueno), demasiado abrupto.
En el lado bueno, lo que más destaca es la grandiosa interpretación de Alfredo Landa, que sin duda mereció el Goya, y el buen hacer de Carlos Larrañaga, Álex González (sorprendiendo) y Paula Echevarría (bellísima y encantadora).
Es una buena película, pero no apta para impacientes y para ver una sola vez, yo no la volvería a ver.

Mi nota: 5.8

Excelente fotografía, de cada toma podría hacerse un lienzo, excelente ambientación y excelente interpretación de Alfredo Landa en su despedida. Pero el argumento tiene algunas lagunas, le falta intensidad dramática para el desenlace que pretende, un tanto predecibe en los entornos rurales y caciquiles en que se desarrolla. Y los personajes un tanto anonadados también ante el drama vivido y ante el futuro que les espera. Además de la cuidada ambientación ,Garci tendría que haber apretado más los dientes y haber un hecho una película más desgarradora, más intensa, más radical , profundizando más en el dolor de sus personajes,que ese pretende ser su mensaje pero sólo lo transmite superficialmente.

La obra bien hecha

Luz de Domingo es una película que responde plenamente al estilo de Garci. Un Garci cuya valía se puede apreciar a través de los premios como por el desconocimiento con que le favorecen los medios oficiales españoles.
Garci parece ser un director que ama todo: ama a los personajes, aunque sean lo malos; ama los paisajes con sus colores; ama las intimidades de las casas; ama a la luz de la fiesta y a la oscuridad de la tormenta. Y no oculta nada de eso.
No es de olvidar el hecho de que Garci ha sido un espléndido crítico y que en sus escritos revela siempre una preocupación por el buen hacer de otros directores. Probablemente anda muy distante de su labor la idea de innovación y muy cerca la de la obra bien hecha, una idea dorsiana injustamente olvidada como su autor.
Los actores se ajustan perfectamente a esa obra. Quizá mejor los “mayores”.
Y la música bien: un magnífico final de la película.
Cunde la sensación de que las objeciones puestas a esta película son simplemente simples incomprensiones.

Que J.L. Garci es un gran narrador está fuera de toda duda.
Llena la pantalla de colorido bucólico, de intimismo, de discreción comedida, de precisión en el ritmo y de una métrica muy cuidada en todas las escenas.
Poco a poco se penetra en el meollo, se dejan oír las voces de la historia interior y se descubre que el brillo exterior oculta un fondo oscuro.

El relato de R.P. de Ayala deja el alma al descubierto.
Así que el director tiene que esbozar su teoría psicológica y lo doméstico cobra fuerza inusitada, se abandona la sencillez, lo discreto se convierte en un vendaval y el largometraje adopta figura de arquetipo pasional.

Mientras tanto la mirada de A. Landa (setenta y tantos años) ejerce su papel como testigo, parte y juez.

Maravillosa, una vez más… El guión, los diálogos, algunos encuadres parecen auténticos frescos, la interpretación, la elección de todos y cada uno de los personajes… 21 páginas tiene el relato de Pérez Ayala, y aquí Garci hace una obra maestra. Se llevó para los Óscars “Los girasoles ciegos”, una más sobre los malos que eran los malos y los buenísimos que eran los buenos. Aquí Garcí nos enseña cine puro. Qué injusta ha sido España con el Messie Director.

Nueva York, la ciudad que tiene luz de domingo cada día, está presente en las conversaciones de Landa con la camarera, de gran significado en el film, como todo lo que escribe este dueto formado por Garci y Horacio.