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Europa '51

Drama Un rico matrimonio estadounidense que lleva en Roma una vida despreocupada, ve cómo su hijo se suicida. La madre, traumatizada y sintiéndose culpable por no haber atendido más a su hijo desde la infancia, decide ayudar a la gente más necesitada en los barrios más humildes de la ciudad. Sin embargo, su ayuda a un delincuente la pondrá bajo sospecha a ojos de la policía. (FILMAFFINITY)
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Críticas 31
Críticas ordenadas por utilidad
11 de marzo de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El aura de belleza de esta película se ha conservado admirablemente, pese a su envejecimiento. La historia de esa mujer, encarnada por una maravillosa Ingrid Bergman, se salva por la mano magistral de Rossellini, así como por una banda sonora que convierte la totalidad del metraje en un extraordinario poema sinfónico-visual.
Pero la historia misma, tan moralista y tan maniquea, hoy no funciona bien. Es la historia de una conversión a la santidad (santidad laica porque jamás se menciona a Cristo ni a Dios) de una rica burguesa a consecuencia del suicidio de su hijo, conversión que la arrastra a dejar a su marido y entregarse a los menesterosos, con un final casi propio de una película de terror, donde la incomprensión de los médicos y familiares de la víctima, en contraste con el cariño de los pobres, sobrepasa ampliamente los límites de la verosimilitud..
Cenizales
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22 de enero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante que no puede verse Europa ’51 sin tener en todo momento presente la devoción que Rossellini tuvo por la extraordinaria y personalísima belleza de su mujer, quien en esta película se muestra en todo su esplendor, en el mundano y en el místico, con una nitidez y unos primeros planos como toda actriz seguro que desearía ser filmada al menos una vez en su vida. Anunciaba en el título que la película tenía una ascendencia dreyeriana, y eso lo advierto en lo que tiene de análisis pormenorizado de la institución burguesa del matrimonio y de la familia y de la conversión paramística, podríamos decir, que sufre la protagonista tras el suicidio de su hijo, tan difícil de aceptar, aunque, por lo mostrado en los primeros compases de la película, tan justificado. Que los tiempos han cambiado definitivamente, que la sociedad de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial ha marcado un antes y un después en las sociedades occidentales es lo que nos quiere decir el prólogo de la película, en el que se nos describe a un matrimonio de intensa vida social con un hijo que es educado en casa mediante institutrices, primero, y tutores después, pero al margen del sano contacto social con sus iguales. La soledad casi metafísica del niño, a quien su madre parece haberle regateado la atención solícita que antes le prodigaba -es hijo único, además-, acaba empujándolo, una noche en que la pareja recibe a invitados, a lanzarse por la escalera, una caída que, a la larga, acaba siendo mortal. Mediante el contacto con un médico que pertenece al partido comunista y que le abre los ojos respecto de las miserias del proletariado, la protagonista intentará apartarse de su vacía vida mundana y dedicarse a paliar, en la medida de lo posible, las apremiantes necesidades de quienes, hasta ese momento, han estado ahí y a quienes siempre ha ignorado o simplemente no visto. La película podría resumirse en unos enmendados versos del Tenorio, pues si se cumple el A los palacios subí, a las cabañas bajé, se incumple lo de dejar memoria amarga de él, dado que la “signora” por doquiera que extiende o su ayuda material o su confortación espiritual, va dejando una estela de bondad que es inmediatamente reconocida por los destinatarios de tan generosa ayuda, hija del remordimiento y de la culpa, pero no por ello menos eficaz. El encuentro con un personaje como el encarnado por una extraordinaria -como en ella fue siempre habitual- Giulietta Masina, madre de tres hijos naturales y tres adoptados, que vive en una cabaña humildísima preocupada por su prole sin perder la alegría en ningún momento y compartiendo su pobreza con la “Signora” va a depararle a la protagonista la posibilidad de sustituirla los primeros días en la empresa donde un amigo le ha buscado trabajo, porque, cuando finalmente se lo encuentra, la mujer se ha enamorado de un hombre con quien ha de reunirse en un pueblo cercano. La experiencia del alienante trabajo en la industria, que, cinematográficamente, da pie a unas secuencias con planos de la actividad industrial por la que ciertos directores, digamos sociales, tienen debilidad, convence a la protagonista de que, frente a la prédica marxista de su amigo, el trabajo es verdaderamente una maldición y que quienes lo defienden como un valor primordial no hacen sino mentir y engañar a la gente. La familia de la protagonista, su madre viene de Usamérica tras el trágico suceso del hijo, no acaba de ver claro el proceso de alienación que, a su juicio, sufre la protagonista, desquiciada por la muerte de su hijo, quien parece estar dispuesta a pagar por ello dejando de lado su propia vida y entregándose al cuidado de la de los demás de forma tan abnegada como los misioneros católicos en los lejanos confines de la Tierra. La sospecha del marido sobre la infidelidad de su esposa deja paso al convencimiento de su enajenación, porque, además de asistir a una prostituta en su lecho de muerte, dejó escapar al hijo delincuente de una familia del mismo bloque tras convencerlo, después de quitarle la pistola, de que se entregase a la policía, si, como decía, él no había cometido el asesinato en un atraco. Detenida por la policía es liberada, pero posteriormente trasladada a un sanatorio mental donde ingresa sin resistencia ninguna. El contraste entre el marcado blanco y negro de la fotografía, que acentúa el drama familiar y la crisis existencial de la protagonista, deja paso, en la clínica, a un predominio del blanco que recuerda en todo momento la Gertrud de Dreyer, del mismo modo que las escenas burguesas recordaban a las de El amo de la casa, también de Dreyer. Del proceso de concienciación social que marca el choque postraumático que vive la protagonista pasamos a esa suerte de nirvana blanco de la resignación a ser considerada una enajenada, en un espacio en el que, sin embargo, la inquietante presencia de las perturbadas mentales con quienes entra en contacto ni la intimida ni la contagia, es más, hasta es capaz de tranquilizar, mediante la voz y la caricia, a una paciente a quien ya están dispuestos a aplicar los más severos tratamientos de reducción, desde la camisa de fuerza a la aplicación de electrochoques. De hecho, sume al psiquiatra que la trata en la mayor de las perplejidades, del mismo modo que le ocurre al sacerdote que, finalmente, cree que la paciente sufre del orgullo de la santidad. La revisión judicial del caso no hace sino confirmar el diagnóstico y, en una escena, propiamente de Buñuel, con todos los proletarios a quienes ayudaba presentes en la clínica, estos protestan por su encierro y acaban elevándola de “signora” a “santa”. A su manera, más allá del planteamiento intelectual sobre el compromiso social que se dirime entre el médico comunista y la protagonista, la obra me ha recordado a otra, Nazarín, que yo vi antes pero que fue rodada después, por lo que es posible que Buñuel tuviera está muy presente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan Poz
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10 de julio de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película clave del Neorrealismo Italiano, tanto en su forma como en su contenido. Una obra que cuestiona las bases de la ideología burguesa de posguerra, atacándola en varios frentes. Haciendo hincapié en la denuncia sobre el accionar de las instituciones en la sociedad de control, la película brilla por su fuerte mensaje humanista y por su ferviente defensa de la dignidad humana. A nivel narrativo, quizás en algunos momentos (promediando la hora), la historia pierde algo de peso, pero logra restablecerse con gran impacto en la última media hora, en donde hay un gran trabajo de disección de las instituciones psiquiatricas y el (des)manejo judicial. Ingrid Bergman ofrece una gran actuación: el personaje que interpreta da un giro de 180 grados que demuestra (una vez más) sus grandes cualidades escénicas. Rossellini aprovecha mucho a su actriz predilecta (y al momento de filmar esta película, su esposa) al enfocarla en planos muy cercanos que pueden retrotraernos a la película La Pasión de Juana de Arco de Dreyer. Esta película fue rodada durante los años de romance entre Rossellini y Bergman, romance que fue visto como un verdadero adulterio por la prensa norteamericana y le valió un severo boicot por parte de Hollywood, que duró 3 años, en los cuales la actriz no pudo volver a EEUU. Dato interesante, ya que es una muestra del mismo comportamiento que Rossellini denuncia en su película.
htouzon
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25 de enero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magistral Ingrid Bergman. Una película por y para ella, absorbente en cada plano.
Hay tanta firma en el guión que me atrevería decir que cada uno de ellos es uno de los personajes principales de la película.
Rossellini plasma una Italia de posguerra a través de la psicología social, es decir, crea un escenario donde la muerte es el brazo ejecutor y la redención la mano que empuña el arma. La pérdida de un ser querido empuja a que el ser roto de amargura encuentre la paz en el amor ajeno e incondicional. Y siempre partiendo de la incipiente burguesía (ay, burguesía), ya que de otra clase social otro gallo cantaría. Pero Rossellini acierta inmejorablemente porque muestra a esa burguesía siempre tan de parte del clero y reticente a cualquier acto surgido de esa incondicionalidad, porque no hay mejor condición que la que el dinero dicte. Porque temen a las ideas.
Pasen y disfruten del cine, de la historia social y de Ingrid Bergman.
antolev10
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21 de mayo de 2011
17 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. La odisea de autorealización de esta lady Di neorrealista encarnada por Ingrid Bergman está llena de buenas intenciones, pero hoy día no puede dejar de verse con cierta condescendencia. La realidad de la pobreza es bastante menos ingenua que lo representado aquí y resulta por ejemplo absurdo que tal señora deambule alegremente por el inframundo de la pobreza y que nadie la viole o le robe el visón o bien vaya soltando billetazos a la gente y no la engañen para sacarle más material. Difícil de creer y menos aún siendo italianos. A pesar de un quiebro final interesante, "Europa 1951" no levanta el vuelo, salvo en algún dolorido primer plano de Bergman soberbiamente iluminado, otorgando a su rostro oquedades de sufrimiento y martirio que contribuyen a perfilar un poco mejor su tópico desempeño de princesa del pueblo.
Neathara
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