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La ley del mercado

Drama Después de 20 meses en el paro, Thierry, un hombre de 51 años, encuentra un nuevo trabajo, pero pronto tendrá que enfrentarse a un dilema moral: ¿puede aceptar cualquier cosa con tal de conservar su trabajo? (FILMAFFINITY)
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
26 de julio de 2016
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Difícil me será ser complaciente con esta película, que finalmente no es más que un documerntal ficcionado y personalizado sobre la situación coyuntural del mercado laboral francés. Y por extensión, global.
Excluyendo la que considero una solvente actuación del protagónico Lindon + correctos desempeños del resto, ni el tema me pareció original, ni su tratamiento de jerarquía artística relevante.
Hacer una película sobre el destrato del sistema de dominación a un adulto desempleado que ya ha pasado la frontera de la demanda laboral, bonachón, simple, con un hijo descapacitado y una bonita esposa, es a priori una apuesta remanida y algo facilista para cualquier buen cineasta. Y además, hacerlo mediante una cinematografía sin ideas, que toma algunas situaciones muy poco interesantes y les da una extensión temporal innecesaria y tediosa (la clase de baile) o reiterativa (las requisas del supermarket), es -a mi gusto- creativamente pobre.
Amarga y resignada de principio a fin, tiene tal vez la virtud de transmitir al espectador la sensación de desconsuelo y poquedad de numerosas vidas cuyo destino está sujeto a la ecuación de rentabilidad de los grandes negreros de blancos y negros de hoy en día, como p.e. Carrefour y Walmart, entre otros, explotadores de empleados, proveedores y destructores indiscriminados de pymes y empleo.
Sí cabría destacar el buen tratamiento del nivel de lenguaje, adecuado para el perfil sociológico de los personajes y, aunque simple, sin caer nunca en la tontería ni el absurdo; tal como acostumbraba decir un humorista argentino: "pobre pero limpito".
En síntesis: nada nuevo bajo el sol. Ni tampoco descartable.
Adrián Klas
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29 de agosto de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suerte de maldito trabajo encontrado.

Es Vincent Lindon, voraz, auténtico y cautivo en su innato saber hacer, en su día a día superando baches, debacles e intentando mantenerse en pie, entero, y disfrutar de los pequeños momentos; sólido y firme por fuera/quebrado y al límite por dentro, vuelve al mercado de la competencia por un puesto de trabajo, con sus ineptos cursos, programas, títulos..., con los que lucha por ser óptimo y válido para el contratante, rodeado de jóvenes aspirantes que hablan mismo idioma, de lenguaje muy distinto al que él recuerda y maneja, soportando la lenta e ineficaz burocracia, de estúpidos protocolos, obligados para estar en la bolsa de esa enorme plantilla, que exasperada, súplica por oportunidad para demostrar su valía.
“Estoy cansado..., me gustaría seguir adelante..., por la salud mental de mi cabeza”, con excesivo tiempo libre, no requerido, y una carga familiar a cuestas, intenta mantenerse ocupado para controlar la misma, dispuesto a lo que venga, a trabajar donde se tercie, a exprimir al máximo cada opción, sin rebajarse a pedir limosna, al menos no por ahora, todavía no está tan cuesta abajo.
Relato frío y parco en palabras, únicamente las justas para acomodarse a los cortantes y humillantes hechos, donde cada cual mira por su propio interés y beneficio; habla con la indagadora mirada, unas veces triste y derrumbada/otras altiva y esperanzadora, y con la rigidez corporal de un hombre maduro, ya en la complicada cincuentena, casado y responsable de un hijo con problemas físicos, que ve la impotencia y dificultad de volver al estilo de vida que tenía, que como planta tenaz y resistente, flexible y peleona se adapta a las circunstancias con voluntad y coraje, pero también con ese conformismo de una andadura de triste losa pesada; sonríe muy poco, de reír ni se acuerda, no se detiene a imaginar que le gustaría, apenas saborea su vida, sólo hace lo que hay que hacer para seguir adelante.
Seca, austera y rutinaria, introvertida en su enorme carga emocional, nunca expresada para no molestar ni que se transparenten las debilidades; oprime, aprisiona y agota en su incesante errático círculo, devastados congelados sentimientos que se cruzan con quienes comparten situación de precariedad y combate, pero no se permite la compasión o lástima por el compañero, no quieres volver atrás ahora que has avanzado, pues la urgencia y necesidad mandan, aunque no guste ni la dirección ni el paso.
Mata lentamente el ánimo, asfixia sutilmente la esperanza, es veraz, actual, humana, agónica y afligida, una vida más entre millones que se mueven al mismo repetitivo compás de ritmo angustioso, asesino y destructor, que la sociedad de este siglo ha asumido como parte natural de su ambiente.
Martillea en silencio, neutraliza a la persona restringiendo su compasión, anulando su empatía, carcomiendo su ilusión e imposibilitando toda alegría, sólo esfuerzo, resignación y consistencia de no rendirse y sucumbir a la tentación de hacer una locura pues, “Dios aprieta pero no ahoga”, aunque a veces, aprieta tan fuerte, que impide seguir respirando con sosiego y calma, la felicidad mejor dejémosla fuera de tan ruinosa posible expectativa al alcance.
No hay oratoria, ni sermón, ni lección, ni crítica, ni debate, únicamente exposición rígida, ilustrativa, llana y concisa en su violencia y ofuscación reprimida, un drama conocido y familiar que todos, alguna vez, hemos sentido cerca; cruda realidad en solvente ficción reflejada, nítida, sin tapujos ni bellos adornos morales que la endulcen pues, cuando hay que comer y pagar al banco, de nada sirven el orgullo de tener principios éticos.
Vincent es la mejor y única baza de un director, Stéphane Brizé, que expone con rigor documental, con determinación honesta la aniquilante rutina de un ex parado desesperado, aunque el corazón y apego de la cinta no caigan con la misma eficacia y puntería en la absorción atenta de su audiencia.
Interesante denuncia social que no juzga ni reflexiona ni optimiza, aunque sí deprime, desmoraliza e individualiza, para una ley del mercado que dicta, manda y ejecuta.

Lo mejor; la labor verosímil de un palpable Vincent Lindon.
Lo peor; su alma latente y sufridora no alcanza altas cuotas de conexión emotiva.

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
lourdes lulu lou
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1 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ley del mercado dice que automáticamente con la producción de bienes, se va a dar una oferta de estos productos que ameriten una compra, por lo cual, el dinero va a circular y el sistema capitalista va a funcionar, ¿Quiénes serán los mayores beneficiados? Obviamente los dueños de ese capital, los que manejan el dinero. También es evidente que el sistema ha fallado, no en vano las crisis económicas que continúan aconteciendo.

Thierry Taugourdeau (Vincent Lindon) es un hombre de mediana edad que tiene más de un año desempleado debido al cierre de la fábrica donde trabajaba. Su búsqueda de trabajo es infructuosa y la ayuda del Estado francés, a pesar de que evidentemente es algo bueno, tampoco le alcanza a vivir, cuando por fin accede a una nueva labor, como parte de la seguridad en un supermercado, tendrá un pesado dilema moral a cuestas.

Siguiendo a Taugourdeau, este se enfrenta a una situación compleja, los problemas económicos son más que evidentes, por su edad y su capacitación, resulta complicado encontrar un nuevo trabajo. Es humillado una y otra vez en este proceso, cuando por fin lo consigue, deberá enfrentarse a la labor que debe hacer, ¿Quiénes roban, por qué lo hacen? ¿Quiénes son los que pierden? ¿Los empleados o los jefes?

Brizé, coautor del guion junto a Olivier Gorce, ofrece un largometraje que rememora algunos vestigios de Deux jours, une nuit (Dos días, una noche, 2014) de Jean-Pierre y Luc Dardenne, gracias al abordaje que se da con protagonistas desempleados producto de la crisis económica que afectó al planeta hace algunos años, y de la cual, aún continúan algunos remanentes.

Eso en cuanto al argumento, pero la forma de filmación es bastante semejante, el realismo que transmite La loi du marché es igual de impactante que el de los hermanos Dardenne. Hay un enorme trabajo de fotografía de parte de Eric Dumont, el cual sorprendentemente debuta con esta obra. Está lejos de ser esta una labor que desborde una belleza visual con secuencias técnicamente deslumbrantes.

Por el contrario, la cámara se mantiene como testigo en todo momento de las accionas, secuencias largas donde se introduce entre las acciones, o bien donde sigue al protagonista con cámara en mano, ofrece miradas lejanas donde la imagen no es limpia, con un primer plano totalmente desenfocado y un fondo donde muchas veces se visualiza la mirada triste y pensativa de Lindon, quien da una actuación sobresaliente, la cual le valió el premio en dicho apartado en el Festival de Cannes de 2015.

La loi du marché le da voz a un personaje ordinario, como cientos o miles que vieron (y ven) aquejada su vida por el desempleo, una gran propuesta de denuncia social de un hombre enfrentándose al sistema, en una obra donde el realismo es abrumador y donde la utilización de actores no profesionales (excepto Lindon), la elevan en ese apartado.
10P24H
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9 de diciembre de 2015
22 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué lejos nos queda “Ladrón de Bicicletas” de Vittorio De Sica! Desde hace años, al amparo de la crisis galopante, se ha tratado de emular aquel portento neorrealista que aún conmueve corazones y conciencias, renovando su inalienable compromiso, perdurando su avasalladora pertinencia social y cinematográfica, conservando intactas todas sus virtudes, su afilado sentido crítico y su acerado temple moral. También tenemos la laureada “Los lunes al sol” (2002) que se realizó en los años de la bonanza económica española, sin aclarar si se solidarizaba con los parados o denunciaba el desarrollo industrial, pero se alzaba en medrosa conciencia moral de una sociedad que parecía sentirse culpable de su crecimiento económico.

La presente cinta francesa – tras el inapelable y meritorio logro belga de “Dos días, una noche” – le da una vuelta adicional de tuerca al asunto, al defender un discutible aforismo ético: resulta que el robo y el engaño son virtuosos y revolucionarios si los realizan gente de pocos recursos. El refranero popular ya lo recoge en ‘Quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón’, axioma abrazado también por la doctrina social de la Iglesia como si de una bula se tratase, permitiendo al pobre robar sin culpa ni remordimientos, ya que el necesitado siempre lleva razón y el pudiente es sospechoso de delinquir en todos los casos. Por lo tanto, no estamos ante una ficción, sino ante un panfleto, donde todo va encaminado a justificar la pertinencia del hurto cuando el ladrón tiene una mayor necesidad que el damnificado.

Resulta cansino asistir a la lenta, torpe y laboriosa demostración de una regla moral tan discutible como equívoca. Si nos escandalizamos, con razón, cuando el rico roba y amasa una fabulosa e irritante fortuna y lo denunciamos como corrupción, ¿por qué deberíamos de bendecir al menos favorecido cuando realiza eso mismo aunque sea a menor escala? ¿Significa eso que la maldad o bondad de nuestros actos sólo depende del volumen de la cuenta corriente de nuestras víctimas? ¿Que si robamos a quien más tiene que nosotros, llevamos siempre razón, sea cual sea nuestra motivación o causa? Peligrosa premisa que bordea la ley del talión, basta con definir una frontera arbitraria y la veda queda abierta para delinquir a destajo.

Podría disculparse este revoltijo y desbarajuste doctrinario si estuviéramos ante una cinta llena de virtudes, narrativas o de cualquier otra índole. Pero estamos ante un rancio cine de tesis que aburre hasta al apuntador y hiede a naftalina caducada. Las discutibles buenas intenciones no bastan para lograr una cinta de interés. Prescindible.
antonalva
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25 de julio de 2017
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«La ley del mercado» nos cuenta los devenires laborales de un cincuentón al quedarse sin trabajo y tener que enfrentarse a un sistema del cual es excluido. Las deudas contraídas, la visión de la sociedad y las relaciones humanas sumergen al protagonista en una marea de necesidades que le llevan a tomar una serie de decisiones y por las cuales se verá obligado a replantearse ciertas cuestiones. ¿Estamos dispuestos a aceptar cualquier trabajo? ¿Cuál es el precio a pagar? ¿Somos inmunes a las necesidades laborales de nuestros compañeros o vecinos? ¿Estamos dispuestos a comprometernos tanto en el sistema laboral, a adecuarnos a las exigencias del mismo como para delatar a compañeros, cuestionarlos?

El comienzo de la cinta no se hace ameno. La primera escena ya nos muestra cómo será la dinámica del resto de la película. Conversaciones largas, demasiado insistentes, en algunos momentos tediosas; con planos cerrados y climas oprimentes. Y lo cierto es que el espectador es tentado para no continuar viéndola. Pero después hay escenas conmovedoras, de una potencia inmensa que dan sentido a la obra y por las que merece la pena su espera.

El protagonista, Vincent Lindon, realiza un valiosísimo papel. Un personaje inexpresivo, fácilmente manipulable, paladín del sistema y víctima del mismo. Una excelente elección del protagonista.

Una película aceptable, quizás con un tono moralista, que en algunos momentos puede desesperar pero que merecerá verla terminar.
borjugon
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