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El séptimo sello

Drama Suecia, mediados del siglo XIV. La Peste Negra asola Europa. Tras diez años de inútiles combates en las Cruzadas, el caballero sueco Antonius Blovk y su leal escudero regresan de Tierra Santa. Blovk es un hombre atormentado y lleno de dudas. En el camino se encuentra con la Muerte que lo reclama. Entonces él le propone jugar una partida de ajedrez, con la esperanza de obtener de Ella respuestas a las grandes cuestiones de la vida: la ... [+]
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Críticas 239
Críticas ordenadas por utilidad
15 de noviembre de 2007
68 de 116 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues eso, que al igual que la afición por los sellos, la peli esta, que es muy conocida pero no la ha visto ni Peter, pues provoca opiniones muy confrontadas: por un lado, a unos les emociona de mala manera, les deja flotando y no se la pueden quitar de la cabeza; a otros, por el contrario, nos parece una parida filosófica aburridísima y que váyase a saber usted por qué está tan bien considerada.

De este filme puedo decir que el aspecto visual es de lo más vulgar aunque se intente defender lo contrario. Típica peli de los años 50 en blanco y negro, nada espectacular, y con unos planos que personalmente no me evocan nada de nada, ni odio, ni miedo, ni romanticismo, ni nada. Frío todo como la muerte, y en una peli, que supuestamente debe transmitir algo (lo que sea), pues la más total indiferencia no es nada bueno. Las interpretaciones pues... bueno, ahí están. El amigo del prota, ese que se parece a Bill Murray, es de lo mejor (básicamente es por él la nota). El ritmo... estaré acostumbrado a la velocidad, bueno, así soy yo. Me parece un absoluto coñazo, que se deja ver porque sólo es hora y media de sufrimiento, pero eso sí, tratar de mantener el cerebro encendido durante la proyección sí que es un acto de fe. Y la historia es una fumada aderezada con algo de filosofía que te deja igual o peor que al principio.

A mí la verdad es que un tío que echa una partida de ajedrez con la muerte para ver si se salva o no, me parece digno de Terry Pratchett. Lo malo es que no se toma a coña, sino que va de serio y encima trascendente, cágate lorito. Aderezamos con una especie de viaje teresante (lo contrario de interesante, digo), y ya está, muchas frases que intentan explicar el significado de la nada, y que explican nada de nada (y eso lo sabía Bergman, amos, que además de no llegar a nada, lo hace aposta).

O sea, que le guste a quien quiera. A mí me deja más que frío, el cine sueco sin sentido se lo dejo a los suecos y a los que saben desvelar el significado de cada símbolo, palabra o imagen subliminal.
Erizio
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25 de diciembre de 2017
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman, el artista que mejor ha sabido trasladar al cine la naturaleza del existencialismo humano, plasma en 'El séptimo sello' estas inquietudes a través de dos personajes con disímiles enfoques ideológicos frente a las ideas de la muerte y de Dios, conformando una impresionante alegoría en la búsqueda del sentido de la vida.

Antonius Blovk (von Sydow) vive apenado porque no soporta pensar que su vida vaya a terminar en la nada. Intenta ganarle tiempo a La Muerte –mediante una partida de ajedrez–, porque necesita saber si Dios existe y si hay vida más allá de ella. Dios es una necesidad que le exige creer. Es el contrapunto de su fiel escudero, ateo.

Ambos conocerán a una familia de juglares que acabará rescatándole de sus ansias. En una comida con fresas llena de amistad y amor, las reflexiones sobre la fe perdieron su importancia, encontrando así el suceso que le redimía. Antonius comprendió que esos valores deben regir nuestras vidas para afrontar la muerte con plena naturalidad.

Durante la película, visualmente esplendorosa, vemos una procesión de penitentes y la ejecución de una joven acusada por brujería. Con ello, Bergman denuncia a las religiones por engañar al pueblo mediante amenazas eternales, en esta historia ambientada en la Edad Media, época de penumbra, escepticismo y hechicería.
José Manuel Barba Márquez
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20 de julio de 2008
20 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sentado frente al mar, en algún lugar en la costa sueca, el Sr. Bergman contemplaba plácidamente las olas mientras atardecía. La luz era pajiza, desteñida. La luz del ocaso aparentaba ser absorbida por el mar: muy despacio, pero de manera irreversible, éste iba adoptando un color gris, plomizo, como de película muda.
Pese a ser Julio, el calor aquella tarde era inusualmente elevado, “esto es Suecia, diablos”, pensó el Sr. Bergman mientras se pasaba una mano por su frente empapada en sudor. Hacía tiempo que andaba algo alertado con los peculiares cambios de clima que estaban sucediendo en Europa.

En Fjärdingslöv se habla de grandes señales y portentos. Dos caballos se han devorado mutuamente. En los camposantos las tumbas se han abierto y sus restos se han esparcido por todo el lugar. Ayer por la tarde lucían cuatro soles en el firmamento.

Con sus 89 años, había contemplado más cosas de las que quería recordar, “siglo de señales y portentos el que nos ha tocado vivir”.
Quizás no era tan descabellado pensar que se acercaba el final. No había más que oír las noticias: huracanes en Alemania, inundaciones en Inglaterra, maremotos que asolan continentes… guerras mundiales…
“No, Ingmar, de nuevo te dejas transportar, no será tan hermoso, no seremos tan dignos de tener un Juicio Final. El mundo seguirá girando como entonces, y nada, nada importará, igual que siempre”.
El mar seguía golpeando suavemente contra las rocas. El cielo despedía haces de luz tenues que casi parecían no existir, casi parecían irreales, quizás como si estuvieran pintados en un inmenso telón de fondo.
Al Sr. Bergman se le ocurrió mirar a lo lejos en el camino de tierra que acababa en su casa, esto es, el lugar donde se encontraba justo en ese momento, y se fijó en que una figura humana venía andando hacia él desde la lejanía. En la primera impresión, la figura le pareció gratamente familiar. Según se le iba acercando rechazó aquella impresión y, finalmente, cuando estaba tan cerca que hasta sus ojos ancianos podían verla claramente, pudo reconocerla con total exactitud.

-¿Quién eres tú? – Preguntó Ingmar a pesar de todo-.

-La Muerte – Le respondió la figura, que ahora no era una figura, sino el cuerpo embozado y encapuchado de negro característico de la Parca.-

-¿Es que vienes a buscarme?

-Hace tiempo que te vengo siguiendo.

-Ya lo sé.

-¿Estás preparado?

Ingmar asintió con la cabeza, y no pudo evitar una sonrisa de satisfacción, e incluso se sorprendió a sí mismo cuando sintió que una lágrima emocionada le acariciaba el rostro.

El espíritu está pronto, pero la carne es débil.

-Acércate- le dijo Ingmar a la Muerte- para que pueda verte bien… eres justo como te había imaginado durante todos estos años, aunque pareces más anciano, ¿es que ni siquiera a ti te perdona el Tiempo?

La Muerte era pálida como los primeros copos del invierno, una palidez tal que parecía producto del maquillaje,...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
joss
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4 de julio de 2017
20 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dios, la muerte y el sentido de la existencia es el tema de esta película de Bergman. El protagonista, Antonius Block, cree —o quiere creer— en Dios, pero tiene dudas, y su razón busca certezas. Pretende que Dios se le muestre, quiere verlo, oírlo y hasta tocarlo. Actitud idolátrica, pues, si Dios es algo, es quizá una fuerza misteriosa, inasible, incomprensible, en el fondo de cada uno; una fuerza sin rostro que, a lo sumo, promueve una cierta orientación de la vida, evoca vagamente alguna forma superior de realidad y sugiere, de forma negativa, lo que no debe ser. El caballero no lo entiende así, y muere implorando en vano a su Dios-ídolo, ante la recriminación de su escudero por no ser capaz de afrontar el momento decisivo con la necesaria entereza. Hay que reconocerle, en todo caso, la honradez para vivir con sus dudas sin ceder a la tranquilizadora creencia, fabricada a tal fin.

El escudero, racionalista, pragmático, vive al margen de la creencia religiosa; es un humanista, se rebela contra el fanatismo, la superstición y la injusticia. Cree tener respuestas claras para todo, pero su propia claridad lo hace sospechoso. Como tantos ateos modernos, hace de la increencia su creencia, agarrado a su ateísmo como otros se agarran a su Dios; ahora bien, es consecuente cuando la muerte llega. La aceptación estoica del final indica que al menos alguna verdad hay en su contemplación de la vida sub especie mortis. Frente a la muerte, Jöns pone de manifiesto un cierto grado de autenticidad. Queda por saber si ese heideggeriano ser-libre-para-la-muerte puede ser o no trascendido por un ser-libre-para-más-allá-de-la-muerte, que acaso haría posible una experiencia superior.

Están también los flagelantes y quienes, sin valor suficiente para unirse a ellos, se identifican no obstante con su espíritu. Sometimiento absoluto de la razón a la creencia, que Bergman presenta esquemáticamente, tal vez porque no es una actitud que le interese en especial.

Como cuarta opción existencial, la familia de titiriteros encarna una vida de amor, sencillez y bondad, una religiosidad en apariencia inocente, despreocupada de las abstrusas complejidades de la mente. Como el caballero y su escudero, flagelantes y juglares están en una relación de polaridad recíproca, como queda patente cuando el canto alegre de los segundos es acallado por los cánticos amenazantes de los primeros y una representación es sustituida por la otra. En la pareja de juglares, una diferencia importante: Jof es un visionario, tiene capacidad de ver lo que ni su mujer ni los demás pueden ver.

Junto a otros personajes, menos definidos, está la muchacha sin nombre, supuestamente muda, aunque al final resulte no serlo —¿precedente de la Elizabeth Vogler de «Persona»?—, y que, curiosamente (no sé si significativamente) no forma parte de la famosa danza final de la Muerte. Quizá tipifica la actitud expectante de quien ni afirma ni niega, y, sabiendo que no sabe, conserva la serenidad sin hundirse en la angustia.

La reflexión sobre Dios queda abierta, pero el problema no está en su conclusión o inconclusión, sino en sus presupuestos. Bergman no va más allá de la idea de un Ente supremo, creador, regente y juez del universo, de marcado carácter extracósmico; en definitiva, un Dios institucional, primario, que no difiere mucho del de la religiosidad popular. Se diría que Bergman no pudo traspasar los límites de la convencional educación religiosa recibida en el seno familiar, y, cuando renuncie a su particular visión de Dios, renunciará también a Dios. Por eso sus reflexiones «teológicas» me parecen de un valor limitado y no creo que sea exactamente ahí donde hay que buscar el interés fundamental de su cine.

En este punto, es difícil evitar la comparación con «Sacrificio» de Tarkovski. La idea de Dios que ambos directores manejan en sus respectivas películas —dos excepcionales obras de arte, en mi opinión— es similarmente limitada: casi un Dios de catecismo. Pero Tarkovski se identifica con esa imagen, mientras que Bergman la cuestiona. Distanciamiento que generará en el cineasta sueco serias dudas sobre la posibilidad de conocer. Consciente de la dificultad, se mostrará cauto, y, en general, no formulará en sus films afirmaciones o negaciones demasiado rotundas sobre tan prolijas cuestiones.

El planteamiento de la muerte es igualmente discutible. No se puede plantear seriamente el tema partiendo de que se trata de algo inevitablemente «malo». La visión negativa de la muerte es perfectamente natural, pero nada más que eso: el resultado de un mero instinto biológico, reforzado ahora culturalmente por un vitalismo materialista para el que no hay más existencia que la conocida. Difícil sostener desde ahí un planteamiento espiritual serio. No hay quizá contradicción más chirriante que la lamentación de los creyentes de cualquier religión por la realidad ineludible de la muerte. Se diría que, para ellos, una muerte eterna reduce la vida eterna a la nada, convirtiendo al apocalipsis en mero escenario de terror, cuando se supone que debería ser —al menos con la misma intensidad— un motivo de esperanza.

Bergman participa de esa contradicción, y de forma, además, especialmente redundante: como si fuera posible escapar a la muerte, pretende «salvar» (?) de ella a los titiriteros. ¡Como si el aplazamiento de unos meses o unos años (y aun de siglos o milenios) significase algo ante la posible eternidad de la muerte! Se ha achacado a Bergman una cierta simpleza en el desenlace, por lo que tiene de alegato en pro de una fe primaria y una bondad ingenua. Pero no es ahí donde está el problema. La bondad sencilla como norma puede no ser una conclusión simplista, sobre todo si se accede a ella tras descartar como inviable todo intento de resolución racional. Además, no se puede olvidar que Jof es, como rasgo más determinante, un visionario, con una conciencia muy clara de sus visiones:
[→ spoiler]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ludovico
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6 de octubre de 2015
45 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo, que me considero un hombre abierto a toda clase de paranoias, parafilias y pareidolias, confieso que no he visto una puta mierda en esta película. Es más, puedo afirmar sin temor a equivocarme (entre otras cosas, porque carezco de la más mínima vergüenza) que ningún alma sincera puede ver absolutamente nada en este afectadísimo y pedante delirio de Bergman; aparte, claro, de a unas macizorras suecas, un caballero pollo perdiz y un tío feo con las cejas depiladas. Basta para corroborar todo esto que menciono echar un vistazo a las críticas favorables a este engendro demoníaco para darnos cuenta de que no dicen absolutamente nada; son el supervacío cósmico de Eridanus: "Qué planos tan bonitos", "Qué alegoría tan no sé qué", "Qué contrapicados tan asombrosos", "Qué mensajes tan subliminales y qué aristas tan mesmerizantes"... Basura. ¿Qué pretendía decirnos con este Monumento a la Nada el tal Bergman este, que sólo los tontos pueden ser felices y que los guapos también hacemos caca? Pues descubrió América.

Hala, hala, a mamarla, que son dos días.
repeluznosdanme
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