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El pequeño salvaje

Drama Película basada en hechos reales acontecidos a finales del siglo XVIII. Narra el proceso de educación de un niño que creció aislado en el bosque sin contacto alguno ni con los hombres ni con la civilización. Una de las películas más celebradas de Truffaut. (FILMAFFINITY)
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
26 de marzo de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película muy interesante que narra el proceso de educación de un niño encontrado en la jungla que ha vivido la mayor parte de su infancia como un animal salvaje. Una pelícual de Truffaut llena de detalles como la enseñanza del afecto o de la justicia. En este largo nos enseñan como, no sólo las ciencias hacen parte de la enseñanza y educación de un ser humano, si no otros factores igual o más importantes.
Gran actuación del niño que interpreta a Victor el salvaje. De cierta forma, la escasa hora y media que dura la película, se hace a veces larga por su lentitud en desenvolver el argumento general de la trama.
patrick_gornic
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8 de septiembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta maravillosa rareza recoge la historia real de Víctor de Aveyron, el caso más famoso de un niño criado en la naturaleza que conmocionó a la Francia de finales del Siglo XVIII. El pequeño salvaje (excelente interpretación del joven Jean-Pierre Cargol) recaerá bajo el cuidado del doctor Jean Itard (el propio Truffaut), quien tratará de reintegrarlo en la sociedad mediante un sinfín de ensayos y experimentos. Con un presupuesto exiguo Truffaut se las ingenió para rodar un film de época de impecable factura. A ello contribuye notablemente la fotografía en blanco y negro del español Néstor Almedros, desde entonces un inseparable de Truffaut, pero también la música de Vivaldi bajo la dirección de Antoine Duhamel. Como veremos, no es casual que el director dedique esta película a su propio “hijo adoptivo”, el actor Jean-Pierre Léaud.

Decimos que El pequeño salvaje es un film un tanto atípico dentro de la filmografía de Truffaut no solo por su regreso al blanco y negro, sino también por la ambientación y su estilo formalista que por momentos coquetea con el documental. Aunque pueda parecer otra cosa, la película se aleja por completo de la biografía para iniciar un diálogo sobre la educación como eje de la sociedad, entendida esta en un contexto histórico en el que vivieron grandes pensadores como Diderot, Montesquieu y Voltaire pero especialmente Rousseau y sus tesis sobre el hombre natural. Pero, a pesar de estas ínfulas reflexivas, el director deja patente una nostalgia por el origen perdido, la naturaleza que dejará a Víctor huérfano de nacimiento para encontrar una cierta ternura paternal en su educador. Truffaut demuestra una vez más que no solamente era un intelectual sino también un humanista.
Keichi
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26 de abril de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Truffaut aborda nuevamente un tema sumamente importante para él: la infancia maltratada. Cuando a Víctor, un niño abandonado y superviviente después de unos años aislado de la civilización, lo descubren unos cazadores en 1798 en el bosque de Aveyron, el doctor Itard se hace cargo de él, después de negarse a apoyar la tesis de su idiotez, y decide civilizarlo, después de conseguir su custodia, lo aloja en su casa para educarlo. El relato se centra en la relación entre Víctor e Itard. Pasar al interior del cuadro es asumir su identificación con el personaje y sus esfuerzos, y embarcarse en una película cuyos objetivos sobrepasan el cine y, por encimo de todo, suprimir cualquier intermediario entre el niño y él. Ninguna película de Truffaut ofrece semejante impresión de plenitud controlada, de perfección serena y optimista.

El cineasta cuenta con una soberbia fotografía en blanco y negro del gran Néstor Almendros que se convertiría en su operador habitual, así como de otros cineastas como Rhomer. Los efectos especiales con el diafragma, que aparecen por primera vez en su obra, señalan hacia el cine mudo de Griffith y Victor Sjöström. Si la película apunta hacia el clasicismo, es hacia el del siglo XVIII racionalista. Su rigor radica en el rechazo claro de cualquier psicología en aras de la estricta observación exterior, de los gestos y comportamientos. Truffaut conserva el texto de los informes científicos del doctor Itard. Su voz, que va del diálogo al comentario en “off” con un mismo tono neutral y regular, tiene la precisión de una mano aplicada que traza palabras sobre una página en blanco.

El relato de un despertar es también el de la escritura de un libro. El cineasta da lo mejor de sí mismo cada vez que se acerca a su necesidad más íntima como autor: el sueño de la fusión de la literatura con el cine, la obsesión de la película-libro. Truffaut nos sorprende con una gran obra, en esta ocasión por el camino más difícil, renunciando a los temas del momento, a la sensiblería, al erotismo o a la violencia. Se queda con lo absolutamente necesario: la ternura; que en esta ocasión está matizada, corregida y ampliada por la sensibilidad y la inteligencia. La música de Vivaldi también juega un papel importante en la historia recreando el siglo XVIII francés.
Antonio Morales
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20 de junio de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1800 fue encontrado en la región francesa de Aveyron un niño salvaje completamente desnudo, andando a cuatro patas y sin lenguaje. Sus comportamientos eran más propios de un animal que de un humano. Con el tiempo, se hizo cargo de su educación un médico de nombre Jean Marc Gaspard Itard, quien puso al jovenzuelo el nombre de Víctor. Itard, en aquellos entonces obtuvo del gobierno francés los medios óptimos para su labor reeducativa, para conseguir rescatar al niño de su condición animalesca y retornarlo al mundo de los humanos. Este es el caso más seriamente estudiado y el mejor documentado de todos los de este tipo.

Pues bien, François Truffaut dirige magistralmente esta película que bien parece un documental, con excelente guión del propio Tuffaut y Jean Gruault, basado en la documentación de Itard. Es realmente una película genial donde se pone en cuestión las interrogantes morales, antropológicas y educativas de un púber cuyas cualidades y rasgos son frontera entre lo humano y lo animal.

Fotografía de lujo en blanco y negro nada menos que de Néstor Almendros y la música de Vivaldi cubriendo las imágenes.

El reparto es de lujo, destacando el trabajo del mismo François Truffaut que sabe captar el espíritu de Itard en su concienzudo y paciente trabajo para educar a Víctor. Jean Pierre Cargol hace igualmente un trabajo muy meritorio en el papel del pequeño salvaje.

Es una película muy recomendable para quienes estudien ciencias sociales, sobre todo Educación, Psicología, Antropología, Sociología, etc. Quiero recordar aquí, que el equipo que trataba en Los Ángeles, en sentido equivalente, a la niña Genie, que había sido encontrada después de haber vivido más de diez años en permanente aislamiento, ese equipo compuesto de psiquiatras, psicólogos o lingüísticas fueron todos a ver el estreno de este film en su ciudad, por ver de aprender cara a su trabajo con Genie.

Es una película para quitarse el sombrero, que plantea interrogantes filosóficos, educativos y morales que a pesar de los mediocres resultados de Itard, vienen en concluir que no hay nada fuera de la civilización, fuera de la cultura, fuera de la socialización.
Kikivall
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15 de abril de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
93/13(12/04/20) Sugerente cuasi-documental del afamado realizador galo François Truffaut (también se guarda el papel de maestro), cuenta la historia de un niño que pasa los primeros once o doce años de su vida con poco o ningún contacto humano. Toma eje narrativo el diario real del Doctor Itard (De l'education d'un homme sauvage ou des premiers developpemens physiques et moraux du jeune sauvage de l'Aveyron, 1801), Truffaut describe con precisión el proceso de aprendizaje del joven Víctor a manos de su infatigable mentor, encontrando en el relato notorios paralelismos con su ópera prima “400 golpes”. Se basa en los hechos reales relacionados con el niño Víctor de Aveyron, niño que en 1790 fue encontrado en los bosques de Francia, cerca de Toulouse, donde aparentemente había pasado toda la niñez (no se sabía su edad, pero los habitantes del lugar calcularon que tenía 12 años), reportado por Jean Marc Gaspard Itard. Aunque que el pequeño fuera un niño que hubiera vivido realmente en estado salvaje en los bosques es harto discutible por expertos que lo examinaron (no sabía nadar, era de piel blanca, le gustaba la carne cocinada, gustaba de calentarse al fuego. Todo esto no es compatible con haber crecido en estado animal), más bien era un niño autista que fue maltratado, con lo que Truffaut hace trampas en pos de su mensaje humanista.

Truffaut rueda con un estilo documental rodado en b/n, donde radiografía la pedagogía del aprendizaje en lo más primario, indagando en la comunicación, entrando a mostrar la libertad que nos da la naturaleza frente a nuestras encorsetadas normas de socializar en nuestra civilización a veces corrompida (ese centro donde un celador cobra por ver al niño salvaje es muestra de ello), confrontando donde está realmente la felicidad, a veces nuestros convencionalismos no nos dejan ver el bosque de donde está nuestro Edén. En un relato que me recuerda bastante (a la superior) “El Hombre Elefante” (1980), donde un científico trata a un ‘marginado’. El director desarrolla el film en dos partes, la primera parte exhibe el choque entre el salvaje niño y nuestra ‘civilización’, donde él pequeño lo vemos vivir en armonía con la naturaleza, y de allí es sacado para ser ‘enjaulado’ en nuestros convencionalismos, lo vemos que los pasan por diferentes lugares donde es vejado. Hasta que un científico se hace cargo de él en una casa de campo, para darle una educación, y aquí se da la segunda parte, que es el bloque molar. Donde asistiremos a la educación más básica (desde andar vertical, vestirse, comer en una mesa, y lo más complicado, leer y escribir), en lo que será una travesía lenta de éxitos y fracasos en dientes de sierra constantes. A cada victoria sigue a derrota del profesor, atrayendo el cómo avanza esta odisea ello evolucionado sin sensiblerías.

Pero el film se me queda un tanto liviano, y es que cuando acaba te queda la sensación de que Itard ha tenido muy pocos avances, todo me queda muy lineal, con una relación muy fría entre mentor y alumno, Truffaut probablemente se equivocó otorgándose el protagonismo, pues queriendo seguramente no ser edulcorado se pasa a gélido, sin expresividad alguna, sin química con el pequeño, que también narra sus notas de trabajo con asepsia. No es una cinta que me llegue a sorprender o a levantar emociones más allá de un flash, en una historia narrada con austeridad ambiental, y acabando de modo abrupto. Destacable la cámara del barcelonés Néstor Almendros con ese toque vintage de cierre de iris. La actuación del joven Jean-Pierre Cargol, resulta fenomenal en su papel de desorientado ante su nueva vida. La película vendió casi 1,5 millones de entradas en Francia.

Tiene un comienzo cautivador, nueve minutos sin apenas palabras, sin música, solo con los sonidos naturales en el bosque, donde se producirá una persecución. Arranca con un diafragma en iris propio del cine silente, recurso enaltecido por D.W. Griffith, donde veremos a una mujer en el bosque recoger setas, esta huye del lugar al atisbar algo misterioso (el pequeño salvaje) entre la maleza, vemos al niño desnudo y melenudo, surcar el campo a cuatro patas, lo vemos cual animal beber agua del rio, sube a un enorme árbol y la cámara hace un zoom invertido para darnos la visión del niño en la inmensidad del bosque. El iris se cierra y se abre sobre unos cazadores con perros que se adentraran en la naturaleza a por el niño. Tras esto la Naturaleza en la que vivía en comunión contrasta con como lo tratan los humanos, encerrándolo en un establo, o posteriormente en el centro para niños disminuidos mentales. Chocando los dos mundos de Victor (como Itard le ‘bautizará’) la infinita y bucólica Naturaleza y la racional y constreñida ‘Civilización’. Estos dos ‘universos’ se verán en la mirada de Victor cuando está frente a la ventana, melancólicamente observando desde la ‘civilización’ su anhelado Bosque.

En la residencia donde Itard ‘educa’ a Victor se produce una dualidad entre la educación fría, aséptica y académica del Dr. Itard (incluso lo castiga en un cuarto oscuro cuando hace algo bien), que ve al joven como un experimento, frente a la anfitriona de la casa, la Sra. Guerin (buena Françoise Seigner), que representa el calor humano, la amabilidad, el cariño de besarle, acariciarle, sonreírle. Con ello se establece ese duelo humanista entre que es más importante, si la educación o los sentimientos, en realidad son los dos los que deben estar en comunión.

Truffaut se nota enamorado de los métodos del Dr. Itard, nos hace vivir un metraje excesivo dramáticamente, pues nos llega a insensibilizar por caer en estos cansinos tramos por acumulación en el tono documentalista, además de sentirse una vez termina el metraje unos avances poco más que los que puedes ver en un perro lazarillo (en realidad estos avances fueron escasos), queriendo imponer épica naturalista a algo que no fue tanto, esto no sería importante si no fuera porque se remarca que fueron (cuestionables) hechos reales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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