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España España · Donostia-San Sebastián
Críticas de Keichi
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Críticas 24
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
8 de septiembre de 2012
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quiso el destino que el título de la última película de Truffaut hiciese referencia al día del descanso. Se trata de una adaptación de la novela de Charles Williams The Long Saturday Night, sobre una secretaria dispuesta a todo para demostrar la inocencia de su jefe, acusado de varios asesinatos. A diferencia de Disparen al pianista, Vivamente en domingo se sobrepone al homenaje al cine negro para convertirse en una comedia policiaca con el desparpajo característico del director, una espontaneidad que contagia a su pareja protagonista. Fanny Ardant destila una genuina química con su compañero Jean-Louis Trintignant, pero es ella la que obsesiona en todo momento a la cámara con su maravillosa naturalidad. Truffaut se despide también de sus más cercanos colaboradores, Schiffmann, Delerue y Almendros, al que ofrece la oportunidad de lucir una trabajadísima fotografía en blanco y negro al más puro estilo del noir Hollywoodiense.

Muchos consideran este film un adiós flojo y extraño para la obra de un director como Truffaut. Ciertamente, no está a la altura de sus mejores trabajos, pero ilustra a la perfección que como realizador el francés hizo siempre lo que le vino en gana. Como si de un atípico testamento cinematográfico se tratase, el domingo de Truffaut recapitula gran parte de sus obsesiones habituales, el cine y el teatro a modo de ficción representada, su cinefilia compulsiva con especial reverencia a Hitchcock o las constantes del amor apasionado y la infidelidad. También su querencia por los detectives ineptos, las piernas de la mujer fatal e incluso su desdén por los convencionalismos cinematográficos que el tiempo fue apaciguando. A sus cincuenta y dos años, dejó tras de si un legado de veintiún largometrajes y una promesa inacabada pero viendo su despedida no se puede decir que no dijera todo cuanto quiso.
Keichi
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6
8 de septiembre de 2012
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si parecía que en El último metro Truffaut había suavizado su discurso sobre el amour fou, esta película lo devuelve a las cotas enfermizas de La sirena del Mississippi o Jules y Jim. Hace años Bernard y Mathilde mantuvieron una tormentosa relación. El destino volverá a reunirlos en un pequeño pueblo, vecinos aparentemente desconocidos y felizmente casados. Como no podía ser de otro modo, la atracción del pasado empujará a los protagonistas a una tragedia anunciada. El extremismo de la historia lo sostiene en gran medida un contenido Gérard Depardieu pero sobre todo la encantadora Fanny Ardant, convertida ya en musa y compañera sentimental de Truffaut. Fiel a sus constantes rotaciones, el director mantiene la música de Georges Delerue pero prescinde en esta ocasión de la fotografía de Néstor Almendros en beneficio de la de William Lubtchansky.

Aunque Truffaut trata de ofrecer una visión analítica de las relaciones amorosas a través del discurso omnisciente del personaje de madame Jouve -estupenda Véronique Silver-, lo cierto es que su película acaba en un punto intermedio entre el melodrama y el cine negro. Eso no quita para que nos encontremos ante uno de los amores más desgarradores y terribles de toda su filmografía. La metáfora recurrente del film es la del instinto animal, el maullido de los gatos que no se sabe si hacen el amor o pelean. Una vez más, la pasión es un trauma insuperable y autodestructivo que termina por alterar la fachada del orden social. No es casual que esta pasión íntima estalle en momentos de reunión ni tampoco que el fatal encuentro de la pareja se produzca en una casa vacía. Nada puede haber más allá de ese último éxtasis, dos cuerpos fundiéndose en un abrazo postrero ajeno a la moralidad. Para Truffaut el amor era lo más cercano a la vida pero también a la muerte.
Keichi
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8
8 de septiembre de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Truffaut comenzó la década de los ochenta firmando uno de sus trabajos más emblemáticos con esta película ambientada en el París ocupado. Allí Marion Steiner se ve obligada a tomar las riendas del teatro de su marido bajo la estricta censura del régimen y el corazón dividido entre la fidelidad conyugal y su compañero de reparto. Truffaut refleja todo lo que toca al montaje de una obra teatral tal y como hiciera en La noche americana con el mundo del cine. De hecho, el director concibió esta película como la segunda de una trilogía dedicada al espectáculo que debía cerrar La agencia mágica, sobre el Music Hall, un proyecto que su muerte dejó inacabado. Una vez más, ficción y realidad se confunden y la vida no es sino un decorado plagado de intérpretes. Tras siete años y cinco películas ausente, la música de Georges Delerrue vuelve a acompañar a la fotografía de Néstor Almendros. El film obtuvo nada más y nada menos que 10 premios César.

Aunque la Segunda Guerra Mundial sea un marco propio de algunos realizadores asociados a la Nouvelle Vague como Jean-Pierre Melville, a Truffaut no le interesa tanto el conflicto como las personas, una actitud que reflejan con respecto a la Gran Guerra Jules y Jim y La habitación verde. Así, al discurso sobre el teatro se unen las temáticas habituales del director, el triángulo amoroso, la sexualidad o el poder liberador del arte, que alcanza aquí cotas inéditas. En efecto, esta es una de sus pocas películas en la que los protagonistas no terminan trágicamente. La pareja Catherine Deneuve-Gérard Depardieu -con permiso de Heinz Bennent- es bastante menos visceral que la que formara con Belmondo en La sirena del Mississippi. El amor ya no es fou pero sigue siendo tan hermoso que duele mirarlo, un sufrimiento a ambos lados del telón que el escenario reconcilia milagrosamente entre aplausos.
Keichi
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7
8 de septiembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor en fuga se concibió como una despedida. Consecuentemente, la última película de Antoine Doinel es una mirada nostálgica al pasado del protagonista. Al tiempo que su matrimonio con Christine (Claude Jade) termina en divorcio amistoso y hay una nueva mujer en su vida (Dorothée), regresan a escena fantasmas del pasado como Colette (Marie-France Pisier) o el amante de la madre de Antoine. Aprovechando esta circunstancia, Truffaut introduce escenas de otras películas de la saga a modo de flashbacks, repasando toda su trayectoria. Aunque el film sea una verdadera retrospectiva para el disfrute de los seguidores incondicionales del personaje, no esconde un cierto componente elegíaco. El hecho de que algunas de estas escenas recuperadas fueran eliminadas de los montajes finales es muy significativo, del mismo modo que se recompone esa fotografía hecha pedazos.

Evidentemente, vuelven a sonar las composiciones de Georges Delerue -prologadas por una estupenda canción de Alain Sauchou- y la fotografía del film corresponde al insustituible Néstor Almendros. Aunque el final de El amor en fuga parece cerrar definitivamente el ciclo de Antoine Doinel, es una incógnita si se trata de un adiós en toda regla o deja una puerta abierta al futuro. Nunca lo sabremos. Mejor quedarnos con ese desenlace romántico en el que la vida todavía puede deparar sorpresas al corazón. ¿Quién puede conjeturar qué nuevas aventuras nos hubiese deparado la travesía vital de Antoine si Truffaut no hubiese fallecido aquel fatídico 21 de octubre de 1984, a la prematura edad de 52 años? Ambos formaban un ser indivisible, un espejo único de sueños e inquietudes en el que cineasta y personaje se diluían. No podía ser de otro modo: Truffaut se llevó a su creación a la tumba.
Keichi
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6
8 de septiembre de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Truffaut vuelve a asumir el protagonismo tal y como lo hiciera en El pequeño salvaje y La noche americana. Aquí encarna al redactor de un pequeño diario de provincias especializado en necrológicas cuya pasión por la muerte va mucho más allá de lo profesional: Julien Davenne vive atado a sus muertos, desde sus compañeros de armas caídos en la Gran Guerra a su difunta esposa. El protagonista descubrirá alguien afín a sus inquietudes en Cecilia, una Nathalie Baye convertida ya en musa del director. Encontramos aquí a un alter ego de Truffaut misteriosamente pesimista, atrapado por la devoción a sus muertos, los muertos de los demás, el altar en que se conjugan las presencias de amigos y desconocidos admirados. A sus 46 años el director había perdido a mucha gente pero también era consciente de que el que camina entre espíritus se condena a vivir como uno de ellos.

A la hora de escribir el guión de esta película sobre la obsesión de la memoria Truffaut se basó libremente en varios relatos del escritor Henry James. El resultado es uno de los trabajos más extraños de su filmografía. Aparecen aquí importantes ecos a Robert Bresson, pero también una atmósfera opresiva y desasosegante propia de la novela gótica de Poe, la de la poética más enfermiza del amor que lleva a la muerte y el destino trágico. A esta particular atmosfera contribuye la música del también fallecido prematuramente Maurice Jaubert, pero sobre todo la lúgubre fotografía de Néstor Almendros en uno de sus mejores trabajos para el francés. Como ese mar de velas crepitantes, el viaje de Truffaut por la memoria de la muerte no tiene un final definido. Su película es un letárgico caminar hacia ningún sitio, lo que la convierte en un film tan difícil como personal. No es de extrañar que fracasara estrepitosamente en taquilla, forzando al director a volver sobre la pista del más amable Antoine Doinel.
Keichi
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