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España España · Donostia-San Sebastián
Voto de Keichi:
6
Drama A finales de los años 20, en un pequeño pueblo francés vive el periodista Julien Davenne, viudo desde hace diez años. Todas las cosas de su mujer las ha guardado en la habitación pintada de verde y cuando un incendio la destruye, construye una pequeña capilla dedicada a su mujer y a otros seres queridos. (FILMAFFINITY)
8 de septiembre de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Truffaut vuelve a asumir el protagonismo tal y como lo hiciera en El pequeño salvaje y La noche americana. Aquí encarna al redactor de un pequeño diario de provincias especializado en necrológicas cuya pasión por la muerte va mucho más allá de lo profesional: Julien Davenne vive atado a sus muertos, desde sus compañeros de armas caídos en la Gran Guerra a su difunta esposa. El protagonista descubrirá alguien afín a sus inquietudes en Cecilia, una Nathalie Baye convertida ya en musa del director. Encontramos aquí a un alter ego de Truffaut misteriosamente pesimista, atrapado por la devoción a sus muertos, los muertos de los demás, el altar en que se conjugan las presencias de amigos y desconocidos admirados. A sus 46 años el director había perdido a mucha gente pero también era consciente de que el que camina entre espíritus se condena a vivir como uno de ellos.

A la hora de escribir el guión de esta película sobre la obsesión de la memoria Truffaut se basó libremente en varios relatos del escritor Henry James. El resultado es uno de los trabajos más extraños de su filmografía. Aparecen aquí importantes ecos a Robert Bresson, pero también una atmósfera opresiva y desasosegante propia de la novela gótica de Poe, la de la poética más enfermiza del amor que lleva a la muerte y el destino trágico. A esta particular atmosfera contribuye la música del también fallecido prematuramente Maurice Jaubert, pero sobre todo la lúgubre fotografía de Néstor Almendros en uno de sus mejores trabajos para el francés. Como ese mar de velas crepitantes, el viaje de Truffaut por la memoria de la muerte no tiene un final definido. Su película es un letárgico caminar hacia ningún sitio, lo que la convierte en un film tan difícil como personal. No es de extrañar que fracasara estrepitosamente en taquilla, forzando al director a volver sobre la pista del más amable Antoine Doinel.
Keichi
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