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El último vals

El último vals
1978 Estados Unidos
Documental, Intervenciones de: Bob Dylan, Van Morrison, Neil Young ...
7,9
4.736
Documental Documental sobre el mundo del rock rodado en 1976 en el que Scorsese filma los conciertos de despedida de "The Band", por los que pasaron Bob Dylan, Van Morrison, Neil Young, Joni Mitchell, Neil Diamond, Eric Clapton y otras míticas figuras del rock de las últimas décadas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
7 de junio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque se trata de un documental, es la gran tapada de Martin Scorsese. El director homenajea e inmortaliza al tan reconocido grupo canadiense The Band. No es una cinta promocional ni comercial, sino que Scorsese acerca al espectador al lado más personal de la banda, con declaraciones únicas e inéditas. Aparecen referencias musicales como Neil Young, Bob Dylan, Van Morrison o Clapton, eminencias que estuvieron muy cercanas al grupo. La dirección es exquisita, con un tempo preciso y sensacional y una implicación personal de Marty muy especial.
danillobet
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24 de junio de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A sus 36 años, Martin Scorsese disfruto del privilegio de inmortalizar el final de la primera fase de The Band. Es un filme musical intercalado de cortos comentarios de los principales músicos. Por la pantalla van desfilando: Ronnie Hawkins con Who Do You Love, Dr. John con Such A Night, Neil Young con Hepless, The Staples con The Weight, Neil Diamond con Dry Your Eyes, Joni Mitchell con Coyote, Paul Butterfield con Mystery Train, Muddy Waters con Mannish Boy, Eric Clapton con Further On Up The Road, Emmylou Harris con Evangeline, Van Morrison con Caravan, Bob dylan con Forever Young and Baby Let Me Follow You Down, Ringo Starr con I Shall Be Released, Ron Wood And All the rest.
amarin
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24 de marzo de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Crítica para "LA VOZ EN OFF" de esturionmusic.com)

En los últimos tiempos de la peseta, siendo un mocoso que ni siquiera tenía la virtud de haber recibido la santísima primera comunión —amén—, trepé por el sofá donde mi padre recién se recostaba y me repantigué en silencio, solemne y formal, mirando fijamente la pantalla del televisor. Por lo general se tornan parcos en nitidez los recuerdos de la niñez, aunque algunos se autotatúan perviviendo cuasi indemnes a la acumulación de las motas de polvo; imperturbables a esos residuos pontificados por el puñetero esprint del segundero, indiferentes al batiburrillo de lugares, palabras y olores que terminan bailoteando en la memoria con las arritmias de un guateque del inserso.

Pajaritos por aquí, pajaritos por allá, la cuestión es que la noche anterior habían cenado en casa unos familiares, y como solía hacer en los escasos minutos que descansaba de dar la matraca —más por obligación paterna que por voluntad propia—, clavé resignado mis diminutas posaderas en una sillita cerca de la mesa y puse la oreja. Observaba sus ademanes, me sumergía en sus conversaciones, aunque no pillara ni papa, ávido por descubrir, ya puestos, alguna perla del mundo de los mayores, de ese universo tan desconocido, prohibido y fascinante a ojos de la sedienta curiosidad de un crío. Mi padrino, precisamente, informó a mi padre de que al día siguiente televisaban "El Padrino", y todavía logro entrever aquella mueca de satisfacción que se dibujó en su rostro. A continuación intercambiaron una retahíla de comentarios que traquetearon mi atención: ¿Qué sería eso de la mafia? ¿Por qué habría familias en guerra? ¿Un padrino como el mío era el jefe? No entendía nada. Pero tampoco pregunté. Mañana, me dije, como quien no quiere la cosa, ahí estaré. Papá, al observarme tomar asiento tan sigilosamente, sonriendo intentó persuadirme con argucias del tipo: es para mayores, es muy compleja, te vas a aburrir. Ja, aquellos envites me retenían con mayor firmeza en el salón; ya sabía yo cómo se las gastaban los adultos, lo embaucadores que podían llegar a ser con sibilinas tretas como la de Los Reyes Magos, así que de ninguna manera me la iba a dar con queso, aquel renacuajo de allí no se movía. Y de repente...

De repente un llanto de trompeta me atravesó. Tal cual.

Comenzaba por esos años a desperezar poco a poco el oído, pero aquella fue la primera vez que tomé verdadera conciencia del abismo emocional que puede habitar en unas cuantas notas musicales. A partir de aquel día, además de prenderse la chispa que fuera espoleando mi incondicional pasión por el cine, cada vez que se cruzaba en mi camino esa partitura, el reloj se detenía, mis ojos se cerraban extendiendo un lienzo de oscuridad, y durante unos instantes sólo existían los colores que esbozaba la sangrante melodía, aquella nana taciturna que me embelesaba con su bella tristeza, y que enseguida se convertía, con la conjunción progresiva del resto de instrumentos, en un florido y melancólico vals que no se demoraba en sacarme una sonrisa de puro regocijo.

"The Godfather Waltz", la imperecedera pieza compuesta por Nino Rota para la obra maestra de Coppola, por una burda asociación de títulos fue lo primero que me vino a la mollera al tropezarme con "The Last Waltz". No obstante, el mamporro que encajé a las primeras de cambio, aunque no similar en magnitud, sí fue comparable en intensidad. No lo podía creer. No podía creer que en el apogeo de la edad del pavo, pese a que estaba bastante más preocupado en escuchar día sí y día también álbumes contemporáneos como el "Radio Bemba Sound System", el "Origin of Symmetry", el "Planeta Eskoria" o el "Hybrid Theory", todavía no conociera, al menos de oídas, el nombre de esos tíos cuyo magnetismo había tardado dos minutos en alelarme con "Don't do it". No podía creer, cuando emergieron los créditos finales mientras se alejaba la cámara desamparando sobre el escenario a aquellos virtuosos que tocaban su último vals, que esos cinco no compartiesen el protagonismo que tenían en boca del populacho los omnipresentes The Beatles, Led Zeppelin, Pink Floyd, y tantos y tantos otros grupos archiconocidos. No-lo-podía-creer.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vic
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29 de mayo de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Debemos considerar a El último vals una película o un documental? Como documental, posiblemente se llevaría el diez. Pero tiene tantas cualidades de una película que, por más irracional que sea, es tentador calificarla como un híbrido, hacer un balance. Es injusto, lo sé, y por escribo esta reseña. Ya quisiera que todos los documentales fueran así. Una maravilla.
Obdulio
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22 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Scorsese le da todo el protagonismo que se merece a uno de lo elementos más importantes de la vida cotidiana: La música

Realización inmensa, con un montaje perfecto y con una escenografía que dota de un mayor misticismo a los músicos que están en el escenario.

Es muy recomendable verlo hoy en día porque la sensación de estar viendo a leyendas como Dylan, Clapton, Starr, Diamond, Morrison y compañía juntos, y siendo filmados por Scorsese es inigualable.
Ruben
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