En términos argumentales es un film ingenuo, lineal, panfletario, exageradamente explícito, en perjuicio de su eficacia artística. La línea ideológica comunista, el apremio coyuntural, se manifiestan burdamente con el esquematismo de un manual. Y sin embargo, hay algo auténtico en esa especie de inocencia, de sencillez; esa misma inocencia que caracteriza a los cándidos personajes rurales.

Sea como sea, es claro que la grandeza de la película radica en su fotografía o, más aún, en su estética general, que desconoce los códigos del cine comercial para imponerle al espectador poco avezado en vanguardias experimentales (yo) una forma visual de narrar totalmente alucinante y mucho más elocuente per se que la propia trama. Es imposible no preguntarse a cada rato cómo se filmó cada toma. Desde este punto de vista, una de las obras más impresionantes que he visto.

Al principio desconcierta un poco Silvia Prieto. Personajes abocetados, esquemáticos, por no decir ridículos e irracionales hasta la parodia o el retraso mental, se comunican con frases cortas y generalmente incoherentes. Nada parece tener mucho sentido, y las actuaciones rigidísimas se ajustan al estado de bobera general. Por momentos, daría la impresión de que el director busca algo, de que se regodea en la excentricidad y el capricho (algunos chistes absurdos, ciertas repeticiones, el mameluco de Bléfari), pero la mayor parte del tiempo sólo parece regir el desorden. Esa simpleza afectada, uno no sabe si atribuirla a alguna clase de autismo general o a un efecto intencionado. Lo cierto es que la voz en off que articula la trama condensa, por lo que dice y por cómo lo dice, el carácter infantil de la película en su comienzo.

Con el tiempo la cosa se va aquietando, va tomando forma. Estéticamente una idea se impone: minimalismo. Minimalismo porteño, claro, menos pretencioso de lo que podría haber sido. Ecos del primer Jarmusch: la fotografía austera --planos fijos--, la charla escueta y superflua, la poca ropa, pobre pero trascendentalísima, el argumento insustancial, los personajes semi bohemios, la ciudad, la monocordia desdeñosa de las actuaciones. Al final, ya se percibe un ritmo, un sentido del humor; inspira cariño, un poco de ternura, tanta precariedad. Pero es eso, en última instancia, lo que define a la película. El under bien entendido, y adaptado sin boludeces al espíritu porteño de los noventa, que a la distancia parece todo uno, todo homogéneo.

Tengo que ser franco: ni siquiera terminé de verla. Sentí que Jarmusch me tomaba el pelo. Si de por sí este director camina siempre, o casi siempre, por el filo de la mediocridad, y lo que es peor, la mediocridad pretenciosa, en este caso se precipita al abismo, y sin resto evidente de vergüenza o respeto por el espectador. El comienzo es promisorio, sin embargo: promesa de un tono paródico relativamente interesante que, combinado con la fineza o bien excentricidad visual típica de Jarmusch, podría resultar muy bien. Pero pronto se revela esa faz tan típica del director: la pretenciosidad, aun cuando conserva a lo largo de la hora que soporté ese timbre burlón. Es más, la burla se convierte en la excusa para un guion pésimo y personajes lamentables; y así y todo, Jarmusch todavía cree estar contando una gran historia; apela entonces a repeticiones bobas, planos insistentes, diálogos seudo poéticos. Todo se vuelve cada vez más nauseabundo, y para colmo, aburridísimo. Dos horas (vi una, es cierto, pero me juego la vida a que las cosas no mejoran mucho en la segunda) de una historia sin nada para dar, más allá de las lindas expresiones faciales de Johnny Depp y la aparición estelar de Iggy Pop que todos los hipster aplaudirán encantados. Alguna vez Jarmusch demostró tener buenas intenciones; pero las buenas intenciones no son suficientes, y mucho menos cuando se es tan pretencioso.

Me gusta porque el esquema de la película es tan monstruoso como el engendro en el que va transformándose el protagonista. Empieza como una de Cronenberg y, hasta ahí, todo bien. Sin embargo, pronto vira hacia una especie de Spiderman bien hollywoodense. Y cuando creés que se va a quedar en eso, en una mala película demasiado contaminada por la FOX, pasa vertiginosamente por El jorobado de Notre Dame, coquetea con King Kong y va a parar a la bizarreada más hermosa e inimaginable del mundo. De esas creaciones que deberían mostrarse en las escuelas. Increíble.

El viejo arte pop aplicado a la cultura de masas de hoy en día. Eso es lo que viene practicando Harmony Korine desde hace tiempo como ningún otro, agregándole además lynchianismo del bueno, del bien entendido, con esa oscuridad a la vez repulsiva y fascinante que emerge desde lo más aparentemente superficial. Korine crea una nueva estética (lo viene haciendo con Die Antwoord) original, acabada, genuina. Es puro arte. Lo malo es que esta nueva estética, que deriva de la del videoclip contemporáneo, no es demasiado práctica a la hora de narrar una historia; por eso es que por momentos todo se vuelve entre confuso e incoherente, aunque estoy seguro de que Korine lo hace a propósito; la película nunca se le escapa de las manos, aunque un par de veces amenace con hacerlo. Es una maravilla. Creo yo, una de esas películas-bisagra.