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El hombre de Londres

Drama Maloin es un vigilante de una estación de tren que, de forma casual, es testigo de un asesinato, y acaba haciéndose cargo de una maleta llena de dinero que trastocará para siempre su vida, acarreándole muchos problemas. Inspirada en la novela de Georges Simenon "El hombre de Londres". (FILMAFFINITY)
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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
27 de junio de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si nuestro Maloin alguna vez soñó con encontrarse 60000 libras flotando en el mar, supongo que si, al fin y al cabo él se dedica a observar, y observar es el habitual primer escalón del ensueño. Nuestro Maloin es un ser deprobable, las cuestiones morales no forman parte él, no es que las desprecie, ni se las plantea. Es un muerto, un asocial, y lo es por falta de inteligencia, por falta se sensibilidad, ¿cuánta gente muere por falta de vida? Alguien que presencia una pelea entre dos personas, que acaba con un maletín y una de las personas en el agua, y lo que hace es rescatar el maletín, es un estúpido. Y su estupidez queda patente a medida en que los acontecimientos avanzan, y las circunstancias lo devuelven al «juego» de la vida; carece de previsión, no se conoce, y por tanto, todo lo hace mal.

Efectivamente, odio a Maloin y lamento su miseria; y por eso no puedo dejar de preguntarme qué pensaría Tarr de su personaje. Y lo único que se me viene a la cabeza es ninguneo, falta de respeto, Maloin es solo una herramienta para realizar su arte, un personaje excusa. El mismo Tarr enamorado del Janos de Armonías desconoce al Maloin de Londoni. Por momentos la película parece un entrenamiento necesario hacia «El caballo de Turín», la música que te subyuga cuando presencias el apocalipsis queda ridícula en una investigación policial. Por no hablar del resto de personajes que rozan lo paródico en el caso del investigador, abrazan el esperpento con los vendedores de pieles, o son completamente anodinos como la mujer de Brown. En casi todo lo que se podría llamar «parte dramática» la película me resulta desagradable, no solo los personajes si no también la acción. En ningún momento conseguí salvar la brecha entre la forma y el drama, hasta quedarse, en mi opinión, simplemente en un ejercicio de estilo de principio a fin; pero es precisamente ahí dónde es extraordinaria.

La cámara de Bela Tarr es un bisturí, se mueve lenta y afilada a lo largo de la escena, cada vez que se para es porque toca hueso, y después viene otro cambio de dirección o el final de la secuencia. Un estilo arrebatador, quizás solo Tarkovsky y Dreyer aparte de él, consiguieron el efecto en mi que Tarr consigue con una facilidad asombrosa, me lleva (me eleva) a lado místico del arte. Hay varias escenas, secuencias, que consiguen este efecto en esta película; voy a nombrar dos, me voy a abstener de hacer la crítica porque se me está haciendo tarde, sólo las nombraré para que aquellas personas que se disponen a verla pongan un puntito mas de atención ahí, o aquellas que ya la vieron gocen con el recuerdo, o rescaten la película del disco duro para volver a disfrutarlas: la primera, cuando Maloin se va dormir, se desviste y su mujer cierra las contraventanas eliminando la luz; y una de las escenas en el bar con Maloin, su hija, el barman, y la señora mientras suena un acordeón. Son con toda seguridad dos de las escenas más maravillosas que he visto nunca.
odokm
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3 de febrero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es, ante todo, ARTE. Es CINE que se toca, que se abraza, se atraviesa. Con una fotografía de Fred Kelemen formidable ofrece momentos, siendo toda ella un monumento artístico de primer orden, de una calidad óptima. Se saborea, se palpa cada segundo, fotograma a fotograma.
Tiene un inicio fantástico, prodigioso, literalmente perfecto, en una sola toma de veinte minutos, presentando la trama. Hace una presentación de los personajes magistral, desde el protagonista principal hasta el inspector de policía: seres deambulando, sin alma, en un estado de espléndida/infinita nostalgia. Béla Tarr optimiza y sublima hasta lo extremo la melancolía. Todos esos personajes tristes tienen algo "exterior" que empuja a su "interior" hasta hacer resucitar su esencia, su alma y recobrar en parte la vida, tras una existencia alambicada, inerte. En "El hombre de Londres", que asombrosamente es genéricamente algo muy cercano al cine negro, el tiempo se suspende, se detiene, en un efecto hipnótico inigualable.
Béla Tarr hace una puesta en escena extraordinaria: encuadres, campos de visión, travellings, planos-secuencia, haciendo una filigrana constante; es un montaje constante en cada plano, sin cambiar de plano. No existe el plano/contraplano, ni falta que hace. Es la depuración máxima del Arte cinematográfico. Se usan los ruidos, las miradas, los símbolos, la aparentemente inapreciable música de Mihály Vig para acabar de dar forma a la virguería: todas las secuencias, dentro de su falsa lentitud y/o pasividad, demuestran un constante movimiento "interno" (de los personajes, de la luz, de los objetos) lo que la hacen poseer una acción única.
Tarr busca y halla interpretaciones graníticas, perturbadoras, de irrompible solidez y en esa sublimación de la IMAGEN, compone un cine poético y tenebrista, tan cercano al expresionismo o a un formalismo minimalista como dotado de vida propia, explosivo e infinito. Sí, Béla Tarr me recuerda a Ophüls, a Bergman, a Tarkovski, me remite a Dostoievski o a Kafka, pero él es un genio propio, sin parangón, explorador de temas como la Condena o la Culpa de forma profundísima e inteligente, en un todo onírico/metafísico. No tiene padres, tal cual, el genio húngaro.
Béla Tarr hace una coreografía perfecta en "El hombre de Londres" y con ello logra una de las cimas del cine europeo/mundial de su época. Una obra maestra a llevar a cualquier Escuela de Cine que se precie de tal nombre para estudiarla del primer al último segundo. Maravillosa. Un film-isla.

P.D.: Basada en una obra de Georges Simenon.
No he hablado ni un segundo de su argumento: ¿para qué?.
¿Cúando van a colocar a este cineasta húngaro en el verdadero lugar que se merece?. Una vez muerto, lo resucitarán los lumbreras de siempre, supongo.
kafka
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5 de diciembre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mirada en la oscuridad. El hipnotismo de unas imágenes. El rumor de una banda sonora que embriaga. Todo eso es "El hombre de Londres", todo eso es Béla Tarr. Un director que te cautiva con su genio. Explicar lo que se siente, es ver el mar. Oír el romper de las olas. Degustar el olor de la salitre en tus labios. Sentir las motas de agua en tu rostro. Explicar lo que se siente, es dejarte llevar mecido por el oleaje.
newman
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12 de septiembre de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maloin es un guarda que siempre trabaja en el turno de la noche vigilando una estación de tren, la monotonía de su trabajo se interrumpe una noche en el que observa, desde su lugar de trabajo, un altercado entre dos hombres que discuten por un maletín.

Maloin recoge la maleta que había caído al agua, la abre y la encuentra llena de fajos de dinero, cuidadosamente seca cada uno de los billetes, los guarda y se los lleva a casa en silencio. Su vida transcurre entre su lugar de trabajo, su casa y un bar a donde va a jugar ajedrez.

Así el film comienza a andar, entre las relaciones del personaje principal con su esposa e hija y con unos pocos allegados de su entorno. Paralelamente se comienza a dilucidar la historia del maletín, de la mano del inspector Morrison (István Lénárt), quien es contratado por el dueño original de la maleta para que aclare todo el asunto.

La película está llena de enormes planos secuencias que con un andar suave casi hipnótico divaga entre las distintas situaciones y los personajes, en este punto es inevitable señalar el manejo del sonido, realmente perfecto y el acompañamiento con una música que logra enrarecer la atmósfera consiguiendo cierto misterio.

El hombre de Londres es una película lenta, con una excelente fotografía en blanco y negro, carente en gran medida de diálogos, misteriosa y por momentos inquietante.
10P24H
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22 de octubre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un protagonista que observa desde su puesto de control es como el director presenta la historia a desarrollar. La labor que desempeña este personaje en su trabajo será la misma que la del espectador, una apreciación pausada y minuciosa de los hechos. Aquellas acciones marcan el ritmo que maneja la película, un ritmo lento y contemplativo, donde la cuidadosa fotografía transforma lugares y acciones comunes en imágenes que parecen congeladas, como si el tiempo allí transcurriera a una velocidad inferior y no importara lo ocurrido dentro del cuadro, sino mas bien la forma en la que se presentan los elementos que componen aquel cuadro, pues la mayoría de las veces no resulta relevante para el argumento tanta atención en los detalles o en las escenas en las que se enfatiza una especial atención, este recurso se convierte mas es una marca estética del director.
Tras aquella cuidadosa fotografía existen elementos claves para la construcción de la película. El claro oscuro, la sombra y los altos contrastes cuentan la parte que no se ve, ocultan información y generan el misterio que debe resolverse con el desarrollo de la historia.

Aunque la película surja como una adaptación literaria, la historia parece no importar, esta es mas bien una excusa para, a través del cine generar un discurso de libre interpretación en cada espectador. Esto no quiere decir que El hombre de Londres sea una película vacía o carente de argumento, mas bien puede entenderse como una obra que se apoya en una historia ya construida desde la literatura que se re-interpreta a través de una estética propia del director.
losarela
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