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El hombre de Londres

Drama Maloin es un vigilante de una estación de tren que, de forma casual, es testigo de un asesinato, y acaba haciéndose cargo de una maleta llena de dinero que trastocará para siempre su vida, acarreándole muchos problemas. Inspirada en la novela de Georges Simenon "El hombre de Londres". (FILMAFFINITY)
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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
4 de julio de 2010
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El húngaro Béla Tarr parece moverse en una dimensión en la que el tiempo transcurre mucho más despacio, y en la que la tristeza se aspira con la humedad y la bruma. Todo rezuma niebla, la vida se ralentiza, las esquinas del alma están carcomidas, al igual que las de los muros negruzcos, que el aire pesado, cargado de atonía, decepción y culpa, y al igual que esas noches fantasmales y esos días grisáceos.
Autómatas rodeados de nada se mueven al ritmo pausado de quien ventea la inutilidad de una vida gastada, agotada, fatigada de sí misma, reiterativa y monótona, subrayada por esos sonidos ambientales repetitivos y la música que insiste sin descanso en los mismos fragmentos. El vigilante nocturno del puerto otea a través de los cristales empañados de su torre, solo, tan solo como vino al mundo y como se marchará, otea por la inercia de sondear con indiferencia una noche más llena de nada, de bruma y de autómatas que se mueven siempre del mismo modo.
Pero esta noche un pequeño descarrilamiento de la nada produce un hecho fuera de lo normal. Dos hombres pelean por una maleta, uno cae al agua y el otro se escabulle. Picado de curiosidad, Maloin, el vigilante, baja al muelle y rescata la maleta de las aguas. Está repleta de libras esterlinas.
A él, al don nadie vulgar, le ha caído un regalo (o más bien un lastre, Maloin sabe que nada se da gratis) del cielo o de donde los hados se ríen de la suerte de esos autómatas que respiran ahí abajo.
Desconfiadamente, como si las repentinas riquezas le quemaran en los dedos y él aguardara el instante en que el regalo dejará de serlo para reclamarle, piensa en primer lugar en su hija Henriette. Padre distante y poco comunicativo (en el universo Tarr los autómatas se relacionan con la mínima expresión), su forma de expresar su amor por su dócil y buena Henriette consiste en sacarla del mediocre trabajo en el que está empleada, llevarla de paseo y comprarle una estola de piel. Puede que su interior esté tan carcomido como lo demás en esta ciudad de nieblas, pero no consentirá que su hija siga fregando suelos mientras todo el que pase pueda verle el culo que apenas cubre su escueta falda. Su mujer (una demacrada y amargada Tilda Swinton) pondrá el grito en el cielo ante tales derroches, pero Maloin, pétreo e instalado tras la gruesa pared que ha separado a los cónyuges durante sus veinticinco años de convivencia, ignora sus quejas. Ella tragará quina una vez más, como ha venido haciendo desde que puede recordar, y alguna nueva arruga de disgusto se añadirá a la colección que ya ostenta en su fruncida frente y en el contorno de sus apagados ojos.
El crimen deja su rastro, y pronto un inspector inglés indaga por la zona acerca del dinero sustraído y de los autores del robo, los dos ingleses a los que Maloin vio pelear la otra noche.
El vigilante es consciente de que tarde o temprano purgará su castigo por haberse quedado con la maleta…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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22 de abril de 2012
18 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Observo que en muchas críticas de esta película, los opinantes dicen haber quedado transidos de emoción por el producto: será verdad si ellos lo dicen, pero me cuesta creerlo. Y doy en pensar que a mucha gente le resulta más dificil ser críticos ante una obra con la etiqueta de arte con mayúsculas que ante otra más, digamos, meramente industrial o comercial. ¿Es la forma el fondo?, la lentitud: ¿ es profundidad?, interminables planos de un cogote: ¿nos dicen más del personaje?, el tedio: ¿es lirismo?. Ya sabemos que todo está en la mirada, pero a veces me da la impresión de que las personas que loan sin mesura adoquines como este, están en la realidad presos de una especie de síndrome de Estocolmo falsamente culteranista, y les resulta dificil ser críticos con una obra en blanco y negro, lenta, pesada.
Igual soy yo el equivocado, pero creo que resulta plomiza la, mal entendida, herencia de Tarkovsky. Eso de que un personaje tarde diez minutos en comerse un plato de sopa , no veo que aporte nada de nada a la historia; tres minutos golpeando las olas el casco de un barco... ¿qué profundidad se puede hallar en eso?, ¿qué aporta al relato?, ¿de qué sirve?. Cobrarse el marchamo de filosófico, sólo es eso: cobrárselo. Pero, que pretendan hacerme pasar semejante vacuidad pretenciosa por cinéma verité, no.
Considero también que flaco favor le hacen a la causa; los que desde sus críticas reparten a su capricho cedulas de sensibilidad y carnets de cultura general de"ámbito". Si te encanta: pues mejor para ti, pero me asiste el mismo derecho a considerarlo un bodrio infumable que "tal vez" pretende mucho pero logra muy poco.

Buena fotografía.
elizabe_th
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10 de agosto de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Incapacidad adquirida. Prisión de inacción. Tormentos de repetición ajustando los engranajes sociales del mundo contemporáneo. La idealización se activa con imposibles. Maletines que condenan, salvavidas que delatan.

Tarr vuelve a contar sus inquietudes y miedos. Analiza desde su lente identitaria. La incomunicación y la angustia de sus primeros trabajos conviven con el estilo de su cine más reciente. Temor que hiela bajo estética noir. Plano retenido y opresión sonora. Control espacial y dominio del fuera de campo. Los acontecimientos logran la subjetividad del observante que intuye, del culpable que calla. Como una partida de ajedrez abstracta con piezas conceptuales. Espectáculo de títeres convencidos, desalmados... Desarmados.

Un maravilloso caleidoscopio social que va más allá de alegorías, recursos y políticas. Cine a fuego lento. Deconstruido para degustar.
La puerta de Tannhäuser
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2 de mayo de 2009
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
No reconocemos a los hombres de Londres hasta que la película avanza un poco y se cruzan las primeras palabras. Los hombres son franceses, la reconstrucción es una Marsella casi fiel a la original, los lugareños cerrados: la niña puede que no sea contratada tan sólo por un episodio en la tienda, es decir todos están conectados ahí. En un lugar tan tranquilo en el que todo es igual, los hombres de Londres aparecen en barco. Maloin es el protagonista, cual Meursault de "El extranjero" de Camus, sobre todo en aquella frase de poco antes del final: "yo sólo quería traerle algo de comer" como si dijera "era el sol el que me molestaba". Su vista, su contención, su ser incomprendido frente a su esposa (que está perfecta en el papel, su histerismo, los gritos en la mesa no son banales, forman un cuadro) sus pasos errantes, aunque su decisión firme y sus silencios.
También contribuye la filmación deliberada en blanco y negro, que resalta la hondura de la playa por la noche y la frialdad del puesto de trabajo del vigilante.
La música, o más que la música, el sonido es dispuesto cual pista: marca los tiempos: nos avisa de la vigilancia, del ser vigilado, de la expectación.
Los planos dirigidos a los rostros de los personajes reemplazan descripciones y no se hacen eternos como algunos dicen, no hay plano que dure tantísimo... por momento reparas en un gesto, en un tragar de saliva, o en alguna arruga. Da tiempo para fijarse en ese tipo de cosas.
Se trata de una película de humor negro: la intriga está muy bien construída y va a más y el suspenso envuelve desde el inicio. A pesar de que se cruzan pocas palabras, la vigilancia es patente: siempre hay alguien que escucha una conversación o alguien que mira detrás de una ventana.

Ahora voy a hablar de algunas escenas:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
infausta
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2 de abril de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antepenúltima (hasta la fecha) película de uno de los directores más respetados y venerados educados al otro lado del telón y rodada junto a Ágnes Hranitzky, "A Londoni férfi" es todo un ejercicio visual de cine bien hecho. La película, de más de dos horas, cuenta con apenas una treintena de planos (no me paré a contarlos) y aunque se hace lenta, es en su silencio y en su magistral dirección de fotografía (con unos movimientos de cámara lentos, y muy muy muy bien hechos) donde reside su belleza. El resto lo hace el equipo artístico, muy creible y veraz, con un Miroslav Krobot interpretando a un personaje que crece a medida que se alimenta su miedo por lo que se ha encontrado de una manera sublime. Anticipo que es muy muy lenta, pero creo que esa es su mayor virtud.
Segundo Premio
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