El estrangulador de Boston

Interesante y original thriller a cargo del notable realizador Richard Fleischer, que logra una meritoria identificación entre el fondo y la forma, entre el "qué" y el "cómo" del filme.

Y es que, si en efecto existen los asesinos múltiples, psicópatas aquejados de múltiple personalidad, parece lógico y razonable que la mirada cinematográfica hacia tales personajes pueda también multiplicarse, disociarse, formando así un caleidoscopio que no sólo aborda las distintas reacciones de la sociedad ante los crímenes, sino también la íntima fractura mental del asesino.

Para plasmar coherentemente esta mirada, Fleischer emplea la multipantalla, si bien el objetivo narrativo de este recurso varía a lo largo de la película; en un primer momento se emplea como fórmula expositiva de la reacción del público (entrevistas a las mujeres) y la investigación policial (véase el magnífico paralelismo establecido en las detenciones de sospechosos), o para recoger, separadamente, las experiencias del asesino (del que no vemos el rostro) y sus víctimas, justo antes de que tenga lugar el asesinato, que tampoco vemos nunca, recurriendo el director a la elipsis y evitando caer así en lo truculento o sensacionalista. Después, en la última parte del filme, cuando ya conocemos al asesino, que está siendo interrogado en el hospital, esta técnica desaparece dando paso a sucesivos planos secuencia, algunos de considerable duración, en los que abundan los primeros planos del asesino, un soberbio Tony Curtis que logra una memorable interpretación, pues ahora es su rostro, enmarcado en el frío y pesadillesco blanco de la celda, el que muestra su disociación mental, su esquizofrenia, y lo que es aún más terrible, el miedo atroz que ese descubrimiento, aún entre tinieblas y confuso, genera en el propio asesino.

Por lo demás, el resto de intérpretes está a la altura, con buenos trabajos de Fonda y Kennedy, siendo el guión correcto y tan rico en perspectivas como las imágenes de la película, lo que es de agradecer. Por todo ello, el filme constituye una múltiple mirada, en ocasiones casi documental, que por su coherencia y buen hacer merece el calificativo de clásico.

Particular relato retrato de la figura del asesino en serie despojada de todo sentimentalismo (tan habitual en toda producción hollywoodiense) con una más que interesante labor de montaje que se imbrica con el relato y facilita el desarrollo y comprensión de la historia.

Pocas veces habremos podido presenciar escenas paralelas en continuo movimiento, ora confusas, ora genialmente sencillas (sirva de ejemplo la escena con los dos protagonistas en el mismo coche), a veces sobrecargadas, otras de una pulcritud quirúrgica (esos tonos blancos de la sala de interrogatorio). La presentación de las escenas, a veces desde multitud de ángulos, otras desde dos ángulos, desde dentro y desde fuera, coordinándose y unificándose al final, como un desdoblamiento. Y todo esto en una película ¡¡de 1968!! Simplemente extraordinario.

Con una curtida y fondista pareja protagonista, y aunando elementos característicos de las películas de suspense (el poli bueno -Fonda- y el poli malo –el compañero, empeñado en encerrar a cada sospechoso-), el constante goteo de pistas que calman nuestra sed de información, continuos cambios de sospechosos, falsas averiguaciones, que, pese a algunas breves «desvaríos» (ese elaboradísimo sistema de engaño empleado por el estrangulador para adentrase en casa de sus victimas y la aún más débil resistencia de estas para dejarle entrar, el desconocido sistema de selección de víctimas, el oportuno método de hipnosis, la percepción extra sensorial…), no desmerecen en absoluto el notable esfuerzo innovador del relato.

Inmerecido desgalardonamiento del personaje de Curtis, con unos minutos finales que deberían..., que han pasado a la historia del cine.

FIN.

Fleischer es para mí un admirable modelo a imitar: el gran artesano que no le teme a nada y que siempre se está arriesgando: que pelis de aventuras, que de acción, que vayan pasando y de repente se pone a investigar y a trabajar con armas nuevas en lo más oscuro del ser humano y lo más truculento de la sociedad.

Aquí va de sucesos reales que recrea a su modo y manera (ver spoiler), arriesgando nuevas técnicas y planteos psicológicos; eso sí, contó con la brillante participación de Tony Curtis, ese muchacho tan simpático, pícaro y atractivo para hombres (Espartaco: el romano bisexual interpretado por Olivier, loquito por tirárselo) y sobre todo para mujeres (ahora con 80 años y realmente irreconocible tiene a su lado a su quinta o sexta esposa, muy carnal y espectacular), pues bien, este playboy es quien encarna al asesino de mujeres indefensas y fácilmente seducidas por su simpatía y su belleza...

Antes y después hubo otras películas en las que Curtis demostró enorme talento, tanto en comedias como en dramas, pero aquí calza a la perfección en este entramado tan peculiar donde todo el reparto tiene su aquel. En cuanto a Henry Fonda, fue suficiente con darle el papel: le va como anillo al dedo.

Impresionante en realización general, hasta el último minuto.

El talento singular de Fleischer hizo posible que un par de años después realizara, sobre otro caso real: El estrangulador de Rillington Place, una gran película, más fiel a la austera y agobiante realidad, más difícil de ver, con un gran trabajo de Richard Attenborough.

Un concienzudo análisis de la mente criminal es esta historia del asesino maníaco sexual de Boston, que estrangulaba a sus víctimas (todas mujeres) logrando un gran placer.
Dotada de un magnífico guión, de un sentido de la sobriedad tenaz y muy equilibrado, es una obra magnífica, inolvidable por el montaje y la realización del gran Fleischer; la pantalla se trocea en varias partes lo que permite dos cosas muy importantes: 1.- simultanear secuencias y acciones; 2.- trocear metafóricamente la propia mente, inaccesible y profundísima del asesino.
El director nunca se acerca a los personajes pero tampoco se aleja nunca, logrando un equilibrio entre documentalista y de ficción sólido y convincente, con una inolvidable secuencia final, llena de tristeza, pesimismo y franco y tremendo epílogo a la lógica del film.
Curtis logró un trabajo excelente, y se desvió por puro talento y condiciones de sus habituales papeles de galán frívolo. El resto del reparto era una garantía aportadora de sinceridad y sobriedad. Cabe hablar de ella como de un clásico y posiblemente de una obra maestra.

Este film tan original e interesante en su primera hora de metraje, lamentablemente cambia demasiado el estilo en la segunda. Lo que en la primera hora es un ejercicio de cine de género policíaco de alto nivel, incluyendo el toque personal del montaje de escenas simultáneas de lo más original; en la segunda se centra en el drama humano de un perturbado que no sabe que lo es (un Tony Curtis en un papel ciertamente atípico), con un serio (como siempre) Henry Fonda en plan psicólogo que pretende destapar los demonios del criminal.
Tal vez el film se acerca demasiado pronto a la captura del criminal, o tal vez hubiera sido mejor derivarlo a una drama de corte procesal. Pero bueno, yo no soy nadie para dar consejos al señor Fleischer.