Flor del desierto

He llorado viendo esta película, aunque tengo que confesar que soy un tipo de lágrima fácil. Y eso que es previsible, y eso que platea situaciones simples y las resuelve de manera simple, y eso que tiene lagunas (como todo lo relacionado con el conserje de la pensión, que detiene por completo la película), y eso que dura media hora más de lo que debiera... Pero a veces, cuando una película es honesta, lo simple transmite más que cualquier filigrana, y los tópicos no molestan, porque están donde deben y se utilizan adecuadamente, y la historia, aunque larga, convence y atrapa. Y esta película es honesta. Esa es su virtud, aunque puede que para algunos sea un defecto. No lo creo así. No es una gran película, no tiene grandes momentos de cine, pero cuenta una historia y lo hace bien. La estructura, lo más arriesgado de Flor del Desierto, funciona. Las interpretaciones son notables, en especial la de Liya Kebede (estupendos ojos, estupenda franqueza). La mezcla de drama y comedia (también difícil), muy meritoria. Además regala algunas secuencias de alto nivel: la sesión de fotos con el primer desnudo de la protagonista, o la cortante escena en el desierto entre una niña, una madre y una bruja con una cuchilla oxidada de afeitar.
Una película al servicio de lo que quiere contar. No pasará a la historia por sus valores cinematográficos, pero puede que se recuerde por su labor de denuncia contra las barbaridades que algunas culturas cometen contra sus niñas y mujeres.

La película, que no es mala, se deja llevar por el drama de la mutilación genital femenina o ablación. Esta práctica que actualmente se sigue desarrollando en gran parte de África muchas veces con la aquiescencia de las autoridades arrastra la película hacia la típica historia biográfica de ascenso vital brutalmente ensombrecida por el peso de esta horrible práctica.
La película logra salvarse por la defensa constante y firme que realiza de los Derechos Humanos pero como película no tiene absolutamente nada especial que mostrar salvo una estructura con ciertos puntos de originalidad.

Acabo de ver esta película y, aunque, a pesar de ser larga, no se me hizo aburrida, sí que me decepcionó un poco. Quizás en el libro en la que se inspira estén esos detalles que eché en falta en esta película. Creo que está todo cogido por los pelos, es decir, no se mete mucho en profundidades.

Aunque para muchos cinéfilos esté muy bien que las escenas en Somalia estén habladas en somalí, a mí me hubiera gustado entender los diálogos entre la niña y su hermano, con su madre, la escena tan fuerte con la cortadora aunque sólo fuera en subtítulos. Quizá así entendería que impulsó a esa niña a escapar por el desierto sin una sola posibilidad de sobrevivir, tengamos en cuenta que era analfabeta y que no conocía otro mundo que el suyo. Encima era mujer.
También creo que se centra demasiado en sus inicios como modelo y que lo que de verdad interesa en esa película, la labor que hizo ella para intentar erradicar esa aberrante costumbre en el mundo, se toca muy al final y encima narrado en el último minuto.

A pesar de todo eso, la película se ve con facilidad y con emoción en muchos momentos, además la actriz protagonista es impesionantemente guapa. Y nos abrió los ojos al mundo occidental sobre esa horrible práctica, por lo que supone para las mujeres y por lo que sufren con ella.

Quizás el libro esté mejor.

Coproducción, Reino Unido / Alemania / Austria, en la que se nos cuenta, adaptada de la autobiografía de titulo homónimo publicada en 1998, la historia real de Waris Dirie (Liya Kebede), una mujer somalí que de niña vivía ayudando a pastorear cabras a su familia en el desierto, a la edad de 3 años fue sometida a una ablación de clítoris, y a los 13 años entregada en matrimonio por su familia a un hombre mayor al que no conocía; su huida atravesando el desierto para evitar el arreglo a casa de su abuela en Mogadiscio, y todavía siendo apenas una niña su viaje a Londres como empleada del hogar en la familia de su tío, el embajador de Somalia en la City; escenas estas, que se van intercalando entre esa trama principal que nos cuenta su comienzo como vagabunda en las calles de Londres tras huir de la embajada durante la crisis de la guerra civil de su país sin apenas hablar ingles, la amistad que establece con Marylin (Sally Hawkins), una dependienta aspirante a bailarina que la acoge en su pequeño apartamento y la guía en su búsqueda de trabajo, como conoce al reputado fotógrafo de moda Terry Donaldson (Timothy Spall) y es requerida por este para que acepte ser fotografiada por él, su eclosión como top model, y su nombramiento por Kofi Amnam como embajadora especial de la ONU contra la mutilación genital femenina.

Con estos mimbres, la directora neoyorquina Sherry Horman, una mujer criada en Alemania donde lleva desde 1981 alternando dirección y escritura de guiones, alumbra una película emotiva, y sociológicamente muy interesante, que obtuvo el premio de la audiencia en el festival de San Sebastián 2009, en la cual vemos solaparse de forma más que digna, una historia de superación personal ante las adversidades, de esas que a poco que estén bien rodadas suelen agradar a ciertos espectadores (aquí tienen a uno), y una necesaria denuncia de la tristemente todavía en boga, ablación femenina.

Sigue en spoiler por falta de espacio:

Una película que cumple con sus objetivos siempre está bien. Los de ‘Flor del desierto’, además de la rentabilidad, son, sobre todo, informar, denunciar y conmover. Y cumple con los cuatro (algo menos con el último). Además se ve fácil, no se hace pesada.

El reparto es bueno. Sally Hawkins y Timothy Spall siempre son fiables, siempre aportan. Juliet Stevenson está bien elegida. La protagonista, Liya Kebede, está perfecta cuando se limita a poner la cara o sonreir, y menos perfecta cuando tiene que transmitir emociones, pero no desentona y también suma.

Cinematográficamente, sin embargo, la película no pasa de discreta, especialmente por la inconveniencia de las muchas concesiones a la galería (al gran público) que afectan tanto al guión como a la realización. Queda la sensación de que podría haber sido mucho mejor.