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Hipócrates

Drama En un hospital de París, un joven se convierte en médico residente del ala gestionada por su padre. Le espera un arduo camino. (FILMAFFINITY)
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
12 de mayo de 2015
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vivimos sumidos en una campaña de descrédito a los trabajadores de la enseñanza y la sanidad, orquestada por quienes habrían de gestionar el bien común, evitando apropiaciones económicas e intelectuales.

Y, sin embargo, en la cartelera aparece esta fantástica película francesa, «Hipócrates», para ilustrar que el problema no es particularmente español y para reflejar excepcionalmente la vida en un hospital. Sin ahorrarnos ni errores ni miserias personales y sin pretenderlo, consigue ensalzar la grandeza de una profesión única, que da la vida y la recupera con la naturalidad de la costumbre.

«Hipócrates» comienza con el andar decidido de un médico recién licenciado, orgulloso de haber alcanzado su objetivo, que se siente capaz y atisba un reconocimiento social y económico tras su esfuerzo. Pasos que captan primorosamente el ímpetu juvenil al mismo tiempo que la candidez ante todo lo que queda por aprender. Ante tantos conceptos asumidos que desechar o hacer propios. Los suyos y los del espectador.

El joven camina por un pasillo que uno relaciona con los pasadizos más sórdidos de una ciudad peligrosa y que pronto revelan un ritmo terriblemente estresante donde la primera necesidad es mantener la calma. Salimos de dudas. Nos hallamos en un centro clínico. Y ese choque del protagonista con su medio es tónica en este relato nada idealizado del que saldrá un hombre adulto que llegará a odiar su profesión antes de convertirse en una promesa de médico hecha realidad.

Thomas Lilti, cineasta y también galeno, rezuma en su segunda película amor por la profesión y capacidad de expresarlo. Pero también de observarse desde fuera. Por sorprenderse ante la imagen de cómo los suyos se relajan ante la presión de ganar y perder vidas por el camino. Por su familiaridad con cuerpos y vísceras. Por su reflejo del inevitable conflicto entre la administración económica y el nunca rentable ejercicio de ir contra la naturaleza para que la vida no cese.

Y aporta una visión vital sumamente enriquecedora, según la cual toda posición es la cara de una moneda, indisolublemente unida a su opuesta. La una positiva, la otra negativa. Así que su retrato abarca el error médico y el haragán frente a la dedicación y el esfuerzo extenuante. La valentía para asumir riesgos frente al sosiego para ceñirse a un protocolo. El corporativismo que protege indebidamente, pero también sirve de argamasa y combustible para mareas blancas que frenan un deterioro que sólo conviene a tiburones financieros.

El tema de fondo de «Hipócrates» es la integridad profesional. Y evita con astucia caer en maniqueísmos de conductas irreprochables para mostrarnos una personalidad que se debate entre una vocación idealizada y una realidad mejorable.

Como elementos adicionales, reivindica la necesidad de paliar el dolor y evitar el ensañamiento clínico. Y denuncia el tratamiento laboral a médicos extranjeros. Y mucho más. Porque «Hippocrate» es una de esas películas río con multitud de corrientes en las que zambullirse y dejarse arrebatar. Para emocionarse y sentir ira, para salir del cine siendo menos ignorante y sabiéndose acompañado por gente de bien.
Inaki Lancelot
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28 de mayo de 2015
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
No creo que me acuerde de esta película en cuanto pasen un par de meses. Cuenta la intrahistoria de un hospital público francés, pero me resultó excesivamente localista. Las decisiones médicas está claro que pueden ser exportables a otras culturas y latitudes, pero la situación que se viven entre los médicos del hospital me ha dejado frío. La interpretación de los personajes es buena y la película más que correcta. Quizá abuse un poco de los primerísimos planos de los actores, intentando que te metas en su piel y que vivas y sientes lo mismo que ellos; aunque en mi caso apenas lo consigue.
Con todo aprecio la calidad del cine francés, que últimamente llena nuestras pantallas, con un nivel muy alto en todos los sentidos.
Quiscol
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30 de agosto de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thomas Lilti ha elegido para su segundo largometraje, después de siete años, acudir a su experiencia como estudiante de medicina. Un joven interno, hijo de un medico consagrado, accede cual Serpico de bata blanca, a un hospital público parisino con los bolsillos llenos de ilusiones por curar enfermos en cuerpo y alma y reafirmarse ante su padre.
La realidad se le vendrá encima y descubrirá en palabras de un compañero doctorado en argel, que la medicina, no es un trabajo sino una especie de maldición.
Los que de verdad caen bajo el hechizo hipocrático se verán acosados por políticas presupuestarias donde lo que menos importa es la vida humana, un corporativismo no exento de discriminación y un uso y abuso de las condiciones materiales y laborales en un personal que acaba por tener la facultad de disociar el drama de cada día con una explosión vital que ahogue o amortigüe la convivencia con el dolor, la enfermedad y la muerte.
Ante todo ello el sufrido paciente es "manipulado" en función de las circunstancias y a uno se le ponen los pelos de punta y reza por no contraer enfermedades que no sean rentables para el sistema.
Lilti, lo cuenta sin florituras apostando más por el fondo que la forma e interpretaciones correctas y momentos emotivos que le han valido un buen puñado de nominaciones en los Cesar.
La visión de la herida no es muy profunda pero si lo suficiente para saber que el asunto no tiene buena pinta.
ELZIETE
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8 de septiembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobre un tema muchas veces tratado, la película aporta un modo de entenderlo cordial y humano, pese a algunas bromas entre el personal sanitario, que se dan, pero que no son de buen gusto. Ya se sabe que la familiaridad con el dolor (de otros) hace a algunos médicos o enfermeras (los menos) un poco bordes. Lo del comedor o lo que sea, decorado con dibujos porno no tiene un pase.
Buena la actuación de Vincent Lacoste y especialmente la de Reda Kateb. Muy bien también Marianne Denicourt.
No llega a buena, en mi opinión, porque le falta progresión dramática. Transcurre más de una hora hasta que todo empieza a animarse, paradójicamente con la muerte de una anciana.
Frase inteligente: “Ser médico no es un trabajo, es una especie de maldición.”
Y una observación. El personal sanitario siempre se queja (aquí como en Francia y en otros sitios más) de la falta de recursos. Y es la verdad. A un enfermo no le hacen un electro porque la máquina está estropeada. Una enfermera dice: “Pídeme algo y te diré que no lo tengo”.
yoparam
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20 de mayo de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En "Hipócrates", Thomas Lilti entra en un hospital de París acompañando a Benjamin como residente. Este joven idealista pasará allí seis meses con el equipo de medicina interna, y ese periodo estará marcado por ser el hijo del director del servicio y por su falta de experiencia. Al lado de Abdel, un argelino que trata de homologar su título, y de un grupo de colegas que se han acostumbrado a trabajar con pocos recursos y que a veces han dejado de lado la ética, verá de cerca la muerte, el engaño y la injusticia. Su aprendizaje será más personal que médico, y su sentido de la medicina saldrá reforzado de manera tan práctica como comprometida.

No hay posicionamiento ideológico ni falsedad en la propuesta de Lilti, que apuesta por una dramatización de tono realista para dar cuerpo a una defensa de la medicina sensata, alejada tanto del ensañamiento terapéutico como de la eutanasia disfrazada. En ella se sirve del humanismo de un argelino para rescatar a la vieja guardia occidental abandonada a una medicina burocrática, para criticar con mordacidad una gestión hospitalaria hipócrita que se escuda en los recortes para justificar la práctica negligente. Lilti consigue que el espectador sienta pánico si una vez tuviese que ingresar en ese hospital y ponerse en manos de esos profesionales. Los momentos de diversión del equipo médico y enfermeras resulta bochornoso, mientras que las razones para seguir unas pautas u otras produce escalofríos. Menos mal que siempre hay un Abdel para despertar al burgués de turno de su letargo moral.

Por otra parte, el ritmo ágil y dinámico del montaje, el naturalismo contenido de la puesta en escena y la magnífica interpretación de Vincent Lacoste y Reda Kateb hacen que la película sea amena -funciona bien el tándem novato/veterano-, que el espectador se plantee temas cruciales y vitales, y que el cine sirva para algo más que entretener. Y eso que la hora y media larga que dura la cinta nunca se hace indigesta, larga ni respira moralina barata. Al margen de algún exceso en la historia y de un padre un poco desdibujado, todo en ella habla de la defensa del enfermo, de la vida y del buen cine, y también de la inquietud por los derroteros de una medicina convertida en negocio que mira la rentabilidad y que se ha olvidado de la ética. Una historia política -no gustará a médicos ni a gestores de hospitales- pero también humana y valiente, que pone la vida por delante de los presupuestos y de las soluciones fáciles.
La mirada de Ulises
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