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Horizontes de grandeza

Western. Romance James McKay (Peck), un capitán de navío retirado, viaja desde el Este a las vastas llanuras de Texas para casarse con Pat Terrill (Baker), la hija de un rico ganadero. El choque entre McKay, hombre pacífico, culto y educado, y los violentos y toscos rancheros es inevitable. No sólo tendrá que enfrentarse con el capataz Steve Leech (Heston), sino que incluso su novia se sentirá decepcionada por su comportamiento. Mientras tanto, el padre ... [+]
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Críticas 85
Críticas ordenadas por utilidad
9 de septiembre de 2006
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas más completas de la historia del cine. Gran reparto e inmejorables escenas, guiones, y fotografía. El Oeste es sólo un marco para enseñarnos lo absurdo de las disputas particulares y personales por la propiedad, el orgullo de cara a la galería y adivinar dónde se esconde el verdadero sentido del amor y la honestidad. Mi personaje favorito es posible que sea Rufus, el padre de los hermanos Hannassey, pero igualmente me gustan las interpretaciones de Charlton Heston, Jean Simmons y el dechado de talante de Gregory Peck. Imprescindible, pues se trata de un western atípico. Inolvidable la frase "y ahora, dígame, ¿qué hemos demostrado?".
Jagglitros
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3 de mayo de 2011
27 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
El marino Jim Mckay se desplaza hacia el Oeste con la intención de casarse con su novia (Pat Terryl) en el enorme rancho de su familia. Desde su llegada Jim observará con desencanto que el odio, el orgullo y la violencia se han instalado en esas tierras y que sólo la cordura y la generosidad podrán poner fin a tantos años de enfrentamientos y hostilidad.
Obra maestra indiscutible de uno de los cinco GRANDES (Capra, Ford, Wyler, Hawks y Wilder). Un auténtico tratado de psicología fundamentado en el enfrentamiento HOMBRE versus hombrecillos y, en el que voy a basar mi crítica. Porque todo lo demás, como de cualquier gran película, ya se ha dicho: música maravillosa, dirección extraordinaria, puesta en escena y fotografía espléndidas, excelente aprovechamiento de los espacios abiertos, interpretaciones prodigiosas...
¿Cómo se puede en poco más de dos horas ofrecer un compendio de psicología tan variado y lúcido? Tan directo, tan diáfano, tan entendible. No tengo la menor idea. Y por encima de las múltiples y complejas personalidades una de ellas sobresale como la bala de un cañón disparada hacia arriba: la de Jim Mckay. Y, desde su altura, tratará de bajar y de posarse como una pluma en los agrestes paisajes del citado continuamente como "el Gran País". Para imponer la calma y la cordura, para ser el agua capaz de regar las áridas tierras. Y, mientras tanto, la caterva de 'hombrecillos' que pueblan la película -y no sólo la película sino este complejo mundo donde nos movemos- se quedan, o nos quedamos, estupefactos ante el modo de actuar de Jim Mckay: valiente sin alardes, seguro de si mismo sin prepotencia, solitario sin quererlo, guasón sin maldad. Gregory Peck es Jim Mckay. En la mayoría de sus películas lo es: un actorazo, un caballero, un señor.
El controvertido orgullo es el 'leit motiv' de la mayoría de los personajes. De la mayoría de los seres humanos. Deberíamos recordar a menudo aquella máxima de De La Rochefoucauld: "Es tan digno ser orgulloso consigo mismo como ridículo serlo con los demás".
el chulucu
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9 de diciembre de 2020
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay dos géneros cinematográficos que son genuinamente norteamericanos, el western y el musical, el primero nace con el cine y el segundo, por motivos obvios, con el cine sonoro.

A todos los que se les ocurre tildar al western de violento, misógino y racista, les diría que toda tradición épica de cualquier cultura adolece de los mismos epítetos, porque el western no es más que la épica de un país nuevo, un país sin historia, que crea sus tradiciones sustentándolas en hechos y personajes míticos o históricos de dudosa verosimilitud que el cine ha conseguido llegar a mitificar.

A esta tradición épica corresponden las leyendas de El Álamo, de los héroes y batallas de la Guerra de Secesión y de las guerras indias, de la construcción del ferrocarril costa a costa, de las matanzas de Little Big Horn o del O.K. Corral y de personajes tan carismáticos como Daniel Boone, Davy Crockett, Buffalo Bill, Calamity Jane, Will Bill Hickok, Wyatt Earp y Doc Holliday o los pistoleros Billy the Kid, Jesse James, Butch Cassidy o Sundance Kid.

Muchos son los filmes que, con una calidad cinematográfica sobresaliente, han contribuido a la creación de esta épica, uno de ellos es indiscutiblemente “Horizontes de grandeza” (“The Big Country”), dirigida por William Wyler en 1958, un año antes de ponerse al frente de la superproducción de Ben-Hur.

El filme nos cuenta la historia de James McKay (Gregory Peck), un excapitán de barco tranquilo, pacífico, educado y culto, que viaja desde el Este de Estados Unidos hasta Texas para contraer matrimonio con Patt (Carrol Baker), la hija del mayor Terrill (Charles Bickford), un adinerado ganadero enfrentado a muerte con el clan de los Hannassey (Burl Ives y Chuck Connors), por el control del agua para abrevar al ganado que proviene de los pozos que se hallan en las tierras de la profesora Julie Maragon (Jean Simmons).

McKay intentará contribuir a solucionar el conflicto aplicando sus propios principios del Este, dialogantes y moderados, para lo que deberá enfrentarse al cerval odio entre clanes y a la violencia, como forma recurrente de resolver los conflictos, utilizada por los duros vaqueros tejanos, representados por Steve Leach (Charlton Heston), el fiel y leal capataz del mayor Terrill, enamorado en secreto de la hija de su patrón.

Más allá de las cuestiones argumentales, la estructura dramática del filme se basa en la presentación de varios juegos de opuestos que se presentan como espejos deformantes de una misma realidad entre los que podríamos citar las siguientes dicotomías:

- El mar, representado por la antigua vida marítima del capitán McKay, frente a las vastas llanuras de Texas, en las que pretende emprender una nueva vida.

- El Este civilizado y cortés, que prefigura el futuro, representado por el propio capitán McKay, frente a la dureza de la vida de los ganaderos del salvaje Oeste, un presente a punto de fenecer, representado por el rudo vaquero Steve Leach.

- La vida acomodada y lujosa que se disfruta en el rancho de los Terrill, simbolizando el éxito social y aparente de un ganadero triunfador, frente a la austeridad miserable con que vive el clan de los Hannasay, que simbolizan el esfuerzo y espíritu de sacrificio de los pioneros.

- El honor, entendido como compromiso interior, “Hay cosas que un hombre debe demostrarse a si mismo”, frente al orgullo desmedido y la soberbia con que ambos clanes pretenden imponer sus criterios y demostrar su preeminencia sobre el rival.

- La vanidad, representada por la evolución del personaje de Pat Terrill, frente a sobriedad de la profesora Julie Maragon.

- La lealtad representada por el rudo Steve Leech hacia su idolatrado patrón, frente a la vileza miserable de Buck, el heredero del clan de los Hannassey.

Wyler enfatiza estos contrastes, consiguiendo trascender los códigos habituales del Western y enriquecer la trama argumental, pero también hace uso de grandes movimientos de cámara y de grúas, para mostrar espléndidas panorámicas y grandes planos generales, debidos a la espléndida fotografía de Franz Planner, que dotan al filme de un tono épico y espectacular.

Mención especial merece la épica e inolvidable banda sonora compuesta por Jerome Moross, que se convirtió en la quintaesencia de la música western, honor que comparte con la banda sonora de “Los 7 magníficos” de Elmer Bernstein y de los westerns mediterráneos de Ennio Morricone.

En definitiva, “Horizontes de grandeza” brinda al espectador un espectáculo integral, épico e intimista, que, no únicamente se permite mirar de frente a las obras maestras del western dirigidas por John Ford, Howard Hawks o Raoul Walsh, indiscutibles especialistas del género, sino que debería formar parte de la galería donde se exponen las obras maestras de la historia del cine.
Maximillian
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17 de agosto de 2009
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es, éste, uno de los western más entrañables que haya podido ver en mi vida. Contiene todo lo que me gusta de este maravilloso género: Excelentes caracteres humanos; una historia fuerte e impecablemente desarrollada; una bella ambientación; una monumental fotografía y una efectiva banda sonora… y claro, un inmejorable grupo de actores que encajan a la perfección en sus inolvidables personajes: McKay, Julie, Rufus, Leech, Buck, Henry Terrill… y hasta Ramón Gutiérrez, nos mueven las fibras más hondas, haciéndonos entender la pluralidad emocional que abunda en este mundo donde, son razones muy profundas y comprensibles, las que nos llevan a actuar como lo hacemos.

Con guion de, James R. Webb, Sy Bartlett y otros, basados en la exitosa novela, "The Big Country", que Donald Hamilton publicara en 1958, la historia nos presenta a otro de esos hombres que son acrisolados ejemplos de vida íntegra. Sobriamente interpretado por Gregory Peck -quien incorpora a su brillante carrera otro héroe inmortal como Francis Chisholm, Ezra Baxter, Jimmie Ringo o Atticus Finch-, Jim McKay es un capitán de barco que llega para conocer al padre de su prometida Patricia, el mayor Henry Terrill, un terrateniente de costumbres feudales, a cuya única hija consiente y apoya en su decisión de casarse. Muy pronto, McKay es puesto a prueba por los valentones del pueblo y por el capataz de la hacienda, pero, él rehuye los retos por razones que, aunque a la vista de todos parecen manifestaciones de cobardía, son un acto de conciencia plena y de absoluta madurez emocional.

“Hay personas a las que no puedes insultar, aunque te lo propongas, y hay otras que se acaloran por la cosa más insignificante”. Son éstas, las palabras más lúcidas que brotan de los labios de Patricia y definen claramente el carácter de McKay, un hombre que bien sabe que, “hay cosas que un hombre tiene que probarse a sí mismo y no a los demás”.

Parte de la gran tragedia del oeste norteamericano, radicó en que abundaban los hombres que, con un rancio concepto de la hombría, se pasaban cada día tratando de demostrar a los demás lo valientes que eran… y así, no tardaba en aparecer alguien que demostraba que era más “valiente” que ellos, aunque para lograrlo tuviera que disparar por la espalda… pues, éste es el punto débil hasta de los mejores tiradores.

El maestro, William Wyler, no deja ni un solo cabo suelto y su poderoso filme se cuece al calor de enaltecidos sentimientos, de rasgos de temple y dignidad a toda prueba. Hay lugar para las sutilezas amorosas, para la preservación del honor, para ejemplarizar la lealtad a toda costa… y para establecer una nueva alianza que permita el resurgir de la paz.

<<HORIZONTES DE GRANDEZA>>, hace honor a su título. El arte cinematográfico alcanza, así, sus más altas cimas.
Luis Guillermo Cardona
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5 de diciembre de 2008
31 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desconozco las verdaderas intenciones de Wyler a la hora de parir semejante peliculón, porque si realmente tenía en la cabeza el objetivo de desmitificar e, incluso, ridiculizar el western como género, me quito el sombrero. No obstante, lo más probable es que gran parte de los logros que contiene "Horizontes de grandeza" se deban a hallazgos fortuitos, sin que exista una auténtica vocación rupturista por parte del director. La película hace hincapié en las múltiples alternativas al uso de la violencia como medio exclusivo para dirimir disputas. Hasta ahí bien, pero aprehender sólo esta idea sería quedarse en la superficie.

Así, lo que en principio hubiera resultado una pedestre historia sobre el enfrentamiento entre los educados y elegantes Terrill, y los brutales y harapientos Hannassey, se convierte en algo completamente diferente con la inclusión de McKay (Gregory Peck), personaje que al sacar a relucir las vergüenzas de los vaqueros, de TODOS ellos, no deja títere con cabeza: en el gigantesco rancho Terrill faltan damiselas en apuros (Carroll Baker), caballeros de reluciente armadura (Charlton Heston) o patriarcas sabios y venerables (Charles Bickford). A cambio, abundan muy mucho los paletos. Peck, hombre razonable en una tierra salvaje, distorsiona a los héroes habituales de este tipo de espectáculos, los transmuta en grotescas caricaturas de sí mismos. Fijaos en la evolución ante nuestros ojos de Pat, la prometida de McKay, como pasa de jovencita casi idealizada a engreída, consentida e insoportable. Llega un punto en que hasta dan ganas de fregar el suelo con sus tripas. Aunque la mona se vista de seda… Lo mismo que Heston, aquí patán reprimido de cabeza cuadrada y menos miras que Rompetechos. Rol la verdad poco agradecido para su condición de astro de la pantalla. No en vano, uno de sus mejores trabajos.

Conclusión: el Oeste no fue levantado por Gables ni Stewarts, sino por burros montados a caballo, llámense Terrill, Hannassey, Bush o lo que se tercie. No le subo la nota porque el desenlace redunda en conflictos ya expuestos anteriormente, subrayándolos además de manera innecesaria. Si yo estuviera en el lugar de McKay, les mandaba a todos a la mierda y me volvía a Baltimore.
Dexter Bernaldez
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