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Críticas de Dexter Bernaldez
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Críticas 40
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
13 de noviembre de 2011
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante, irregular, atípica... exponente perfecto del Coppola ochentero; esa oscura etapa en que uno de los padres fundadores del nuevo Hollywood dirigía con mucho oficio y poca ambición, sin arriesgar más de la cuenta. No obstante, sería injusto calificarla, más allá de la coincidencia en el tiempo, de un simple "Regreso al futuro" para chicas. Coppola no busca tanto la comedia de contrastes entre épocas, como sí una mirada nostálgica sobre el propio pasado, a través del personaje de Peggy Sue (perfecta Kathleen Turner), que no es viajera del tiempo ni tampoco lo pretende. Por capricho de Dios, los alienígenas o una ruptura fortuita en el espacio-tiempo, Sue acaba teniendo la segunda oportunidad que el 99% de los mortales alguna vez haya anhelado: volver al último año de instituto con la madurez mental de una persona de mediana edad.

Algunas situaciones, por motivos obvios, resultan muy graciosas, pero las intenciones últimas de Coppola son bastante más elevadas, más agridulces, de lo que cabría suponer con semejante argumento. La moraleja se encuentra, quizá, en que no importa el orden de los factores, el producto no va a variar en demasía. A diferencia de la cinta de Zemeckis, donde el más mínimo cambio podía alterar el futuro con funestas (y descacharrantes) consecuencias, Coppola propone una línea del tiempo en que, a pesar de las pequeñas variaciones, el cauce tiende siempre a correr en la misma dirección, para que se cometan los mismos errores y los mismos aciertos, inseparables unos de otros.

Que cada cuál decida si se trata de una idea desaprovechada; ¿daba para más? Por lo que a mí respecta, no, pero creo que el último tercio queda algo deslucido, como si el guión tuviera dificultades en cerrar la película. En fin, impersonal para venir de quién viene, pero entretenida pese a todo.
Dexter Bernaldez
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4
21 de octubre de 2010
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya demostró miniTrueba en "Obra Maestra" que como inventor de historias es un auténtico patán, y aquí, con material ajeno en mano, vuelve a cagarla estrepitosamente. Ignoro qué calidad literaria tendrá el libro en cuestión, más allá de contar hechos poco conocidos sobre la guerra civil con un matiz de neutralidad; por una vez, que sean fusiladores los republicanos y, fusilados, los falangistas. Supongo que a Trueba le pareció suficiente para que el público potencial no le metiera en el mismo saco que a su señora y demás amiguetes progres del NO A LA PERRA, pero por el camino olvidó algo fundamental: contar una historia mínimamente apasionante.

"Soldados de Salamina", lejos de resultar una obra clásica y narrativamente diáfana, se convierte en un auténtico pastiche (que no en ejercicio de estilo; eso está muy por encima del hermanísimo) en el que todo vale, desde la puesta en escena modernuqui repleta de planos feístas, hasta el uso de técnicas cinematográficas propias de preescolar. A saber: numerosísimas elipsis chabacanas que pasan por teletransportar al espectador de un libro a un periódico a través de la misma foto. Deja de pajearte con "Ciudadano Kane", ¡mamón! Planos repetidos hasta el infinito, como las caras de Sánchez-Mazas y el puto soldadito republicano de los webs. Recursos narrativos de vergüenza ajena para que la historia avance; las protas no coinciden una sino ¡dos! veces en una ciudad del tamaño de Madrid; Aramis Fuster enciende la tele a tiempo de ver un notición sobre el héroe de turno. Homenajes metidos con calzador para disfrute personal (y exclusivo) del nene Trueba, véase la frase "No sé escribir, pero sé leer", o el acojonante planito del puente evocando "Jules et Jim" ¡Y encima también hay tres personas en dicho puente! ¡Y están corriendo! Orgásmico. Sublime.

Naturalmente, queda claro que a Trueba la investigación, por momentos farragosa e ininteligible, se la trae el pairo. Aquí, lo único que importa es reflejar la crisis creativa de la escritora frustrada, rodearla de personajes molonguis y meter violines a full cuando la situación lo requiera. Por no contar, esta película no cuenta ni con la baza de la originalidad. La inmersión de un periodista en guerras pretéritas no es tema novedoso, ni siquiera en el cine. Que se lo digan a Frederick Forsyth (Odessa), que al menos tuvo los cojones de hablar con antiguos SS, no con sus hijos o sus nietos. Por comparación, Lalola Cercas esta merece una crisis creativa ad eternum y un pollazo en la boca debidamente acompañado con música de violines. Eso sí estaría bien.
Dexter Bernaldez
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5
23 de marzo de 2009
28 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
El comienzo ya es, en sí mismo, una provocación para toda persona del planeta que no decore su porche con cierta banderita de los webs. Al himno USA le sigue un retrato fiel de la cultura americana en su máxima expresión: habitaciones atestadas de trastos inútiles, televisores encendidos que nadie ve, el típico perro en busca de comida basura abandonada, etc. Síntomas irrefutables de una conducta patológicamente consumista, propiciada por el neocapitalismo salvaje de la era Reagan. No sin razón, el outsider Tobe Hooper intenta dinamitar semejante sistema a través de sus películas, repletas de sana diversión, sadismo y violencia. Aunque no necesariamente en ese orden.

Sin embargo, lo que en La matanza de Texas eran limitaciones presupuestarias, se transforman aquí en restricciones de carácter autoral. Entre bastidores, el todopoderoso Spielberg controlando su juguete con mano férrea, de manera que gran parte del mensaje quede diluido en un mar de moralina barata para toda la familia. En lugar de “Oh, qué madre tan valiente; cómo se juega el tipo por sus cachorros”, debería haberse escuchado “Haga algo emocionante en su puñetera vida para variar, maldito yanqui acomodado. Sacúdase el yugo de las entidades bancarias. Le traemos el jodido DisneyWorld a casa. ¡Y GRATIS!”

Porque la cosa no pintaba como una historia de buenos contra malos, coño, sino como una metáfora sobre la vida y la muerte. Si ni siquiera los pobres fantasmas hacen daño a nadie. Por eso, cuando se dice que el último acto sobra por exagerado, yo opino exactamente lo contrario: el último arrebato de furia espectral confirma el carácter desenfadado del producto y la doble moral de los votantes republicanos, más preocupados por caer en las fauces de una vagina gigante que en convertir a Irán en un montón de ruinas ardientes. ¿Moraleja? Los muertos se divierten; los vivos, no. Los muertos son libres; los vivos son esclavos. Los muertos no tienen miedo, mientras que los vivos, los vivos...
Dexter Bernaldez
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3
11 de diciembre de 2008
8 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mala, muy mala película. El guionista, no contento con tomar al público por gilipollas (estorban muchas explicaciones; parece la adaptación del diccionario) también lo tacha de inculto y se queda más ancho que largo. ¿Qué pensaría este mangarrián? ¿Que ninguno hemos visto "Sospechosos Habituales" o cualquiera de sus imitadoras? Vaya tonto del culo. Además, hay un momento en que la suspensión de incredulidad llega a ser tan alta que, a su lado, hasta disparates guionísticos del tamaño de "Payback" resultan comedidos e ingeniosos. Claro, que fácil cuando tu papi es Hannibal el Caníbal y te echa un cable. Así cualquiera.

De todas maneras, lo comido por lo servido. El truño Slevin no sería lo que es, o nunca será lo que pretende, sin la ayuda inestimable de Paul McGuigan, discípulo aventajado de David Lynch... en su chulería y prepotencia con la cámara, que no en la creación de atmósferas. Increíble; una cosa es contratar a ineptos sin vergüenza ni carisma para sus jueguecitos de salón, tipo Josh Hartnett o Matthew Lillard, pero jamás entenderé cómo consiguió reclutar en la misma cinta a Morgan Freeman, Ben Kingsley y Bruce Willis, gente a la que se supone un mínimo de tablas. Supongo que les prometió limpiezas de katana gratuitas por cortesía de Lucy Liu. Me gustó mucho la escena en que aparece con faldita a cuadros.

Sin duda estamos ante un filme superior a "Obsesión" (Wicker Park), dónde vamos a parar, por la sencilla razón de que la anterior peli de McGuigan es una de las mayores atrocidades perpetradas con el señor Cinematógrafo. Pero dicha circunstancia no evita que Lucky Number Slevin resulte otra oda a la superficialidad, a la exaltación de la forma en detrimento masivo del contenido. En estas ocasiones, me pongo del lado de José Luis Rojeras-Cuerda cuando afirma: “Me sobran directores que marcan paquete con la cámara”. Ruido ensordecedor para media nuez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dexter Bernaldez
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8
5 de diciembre de 2008
31 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desconozco las verdaderas intenciones de Wyler a la hora de parir semejante peliculón, porque si realmente tenía en la cabeza el objetivo de desmitificar e, incluso, ridiculizar el western como género, me quito el sombrero. No obstante, lo más probable es que gran parte de los logros que contiene "Horizontes de grandeza" se deban a hallazgos fortuitos, sin que exista una auténtica vocación rupturista por parte del director. La película hace hincapié en las múltiples alternativas al uso de la violencia como medio exclusivo para dirimir disputas. Hasta ahí bien, pero aprehender sólo esta idea sería quedarse en la superficie.

Así, lo que en principio hubiera resultado una pedestre historia sobre el enfrentamiento entre los educados y elegantes Terrill, y los brutales y harapientos Hannassey, se convierte en algo completamente diferente con la inclusión de McKay (Gregory Peck), personaje que al sacar a relucir las vergüenzas de los vaqueros, de TODOS ellos, no deja títere con cabeza: en el gigantesco rancho Terrill faltan damiselas en apuros (Carroll Baker), caballeros de reluciente armadura (Charlton Heston) o patriarcas sabios y venerables (Charles Bickford). A cambio, abundan muy mucho los paletos. Peck, hombre razonable en una tierra salvaje, distorsiona a los héroes habituales de este tipo de espectáculos, los transmuta en grotescas caricaturas de sí mismos. Fijaos en la evolución ante nuestros ojos de Pat, la prometida de McKay, como pasa de jovencita casi idealizada a engreída, consentida e insoportable. Llega un punto en que hasta dan ganas de fregar el suelo con sus tripas. Aunque la mona se vista de seda… Lo mismo que Heston, aquí patán reprimido de cabeza cuadrada y menos miras que Rompetechos. Rol la verdad poco agradecido para su condición de astro de la pantalla. No en vano, uno de sus mejores trabajos.

Conclusión: el Oeste no fue levantado por Gables ni Stewarts, sino por burros montados a caballo, llámense Terrill, Hannassey, Bush o lo que se tercie. No le subo la nota porque el desenlace redunda en conflictos ya expuestos anteriormente, subrayándolos además de manera innecesaria. Si yo estuviera en el lugar de McKay, les mandaba a todos a la mierda y me volvía a Baltimore.
Dexter Bernaldez
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