Capricho imperial

En alguna ocasión, el escritor Erich Maria Remarque, decía: “Cuando veo a un pintor trabajando sobre un bello paisaje, sé de inmediato que es un mal pintor”.
No es ésta una verdad rigurosa, pero tiene mucho de verdad. Porque, es un hecho que, el gran arte suele consistir en encontrar la belleza donde pareciera no haberla, en hacer atractivo lo que simplemente podría repugnar, y en lograr la trascendencia de las cosas que, por lo comunes, se miran con indiferencia.

En esta búsqueda de la significación y con su proverbial talento para la puesta en escena, la iluminación y la fotografía, el director Josef von Sternberg ha logrado un filme que corrobora la pluralidad de la belleza y consigue un decantado ejercicio de poder soberbiamente ambientado en la deplorable vida palaciega.

El personaje central hizo historia en el siglo XVIII. Nació en Pomorze, Alemania (ahora Polonia) y era la princesa Sophie Friederike, todavía una adolescente, cuando fue solicitada por su majestad Federico de Rusia para que aceptara casarse con el heredero al trono Pedro Theodorovich, a quien el enviado describe como un hombre muy apuesto y de quien se espera que dé un hijo varón para asegurar la sucesión.

Vendrá luego el desencanto, la infidelidad, el reconocimiento de la ignorancia, el miedo y la opresión con que se somete, en aquel vasto imperio, a un pueblo hambriento y esclavizado. Y también saldrá a flote el exacerbado afán de poder, con el cual quedará expuesta la predisposición a aniquilar a todo aquel que obstaculice el camino hacia la helada cumbre. Y, en este proceso, la meta de la ahora llamada Catalina II (Ekaterina Alekseyevna), es llegar hasta los más altos pináculos y convertirse en la zarina de todas las rusias... “la Mesalina del norte”.

Sternberg se hace de una música imponente, de una simbología sin tapujos, y sobre todo, de una composición de imágenes soberbia. Véase la boda, el uso de los velos, o esa entrada a la retoma del poder, y ahí puede descubrirse la profunda sensibilidad de un artista de los grandes.

La musa de Sternberg, Marlene Dietrich, vuelve a impactar en ese rol de mujer de temple y sin escrúpulos, dispuesta a salirse con la suya contra todos los obstáculos, y capaz de cobrarse hasta la más pequeña deuda.

El mejor vino lleva años de añejamiento. El mejor cine sigue haciendo historia con el paso de los años. No te pierdas la ocasión de disfrutar de estas delicias.

La obra de Josef von Sternberg permanecerá para siempre.

Una prodigiosa ambientación sirve a Stemberg como elemento básico para ofrecer al espectador un cuidado estudio del contexto histórico y social en que la película se desarrolla.
Además, una fina caracterización psicológica proporciona a los personajes credibilidad en su comportamiento y buen criterio en su definición emocional, así que podemos afirmar que la obra penetra sin reservas en el trasfondo del ser humano.

Con esas habilidades resulta natural la agilidad con la que el director sabe utilizar la semblanza del ambiente áulico, en el que aparecen lo ostentoso y lo sórdido formando parte de una mixtura indisoluble, como recurso que terminará llevando a la protagonista a darse de bruces contra realidad.
O, por mejor decir, a darse de bruces una y otra vez contra la realidad.

Inestimable obra cinematográfica en la cual deslumbra Marlene Dietrich junto al resto del elenco, en el personaje de la princesa Sofía, quien, sin conocer físicamente al Gran Duque Pedro de Rusia, será obligada a partir a los fines de su casamiento. Al llegar se encontrará con la penosa sorpresa de un Pedro incapacitado intelectual y físicamente, con una Zarina que todo lo domina, todo lo dispone y con un séquito que pergeña barbaridades palaciegas. Catalina, su nuevo nombre, crecerá de un día hacia el otro ante el desvarío reinante, aunque resistirá como sea antes que engendrar un primogénito con el Gran Duque. Un ambiente barroco, un clima espeso, frío y traicionero, donde la maldad y la sed de poder se esconden tras las sombras de los candelabros, las tenues luces y los ornamentos tenebrosos que abundan en palacio. Un film de esos que poseen su propio misticismo y enigmática atracción.

Aunque la crítica en general, la pone muy bien, a mí me ha parecido un poco coñazo.

Hoy en día es alabada por su representación tan extravagente, con una imagen de Rusía nada realista, pero que intenta reflejar lo que se vivía en aquella época.

No me ha gustado mucho, por no decir nada, no muestra gran cosa, y no sé si tuvo mucho éxito en su día, pero sólo muestra ciertas cosas o lo que quiere mostrar, sin centrarse más en la parte más histórica.

Lo más interesante ha sido ver a una Dietrich de 33 años haciendo un papel de chiquilla (bien interpretado aunque poco creíble).

Biografía histórica, pero intrascendente de la forma como este está contada, se centra en lo apasionado, la locura y la Autocracia, dejando de lado los trasfondos políticos, la guerra contra Dinamarca no deseada, la expropiación de la Iglesia y al menosprecio de sus oficiales.

El frío extremo en Rusia es propicio para los encuentros carnales, una novata Catalina aprenderá los artilugios de la manipulación a través de la seducción con los más altos oficiales, como Grigori Orlov, "contactos" que le permitieron hacerse del poder de Pedro III, lo curioso es que Catalina II gobernó hasta su muerte, 67 años y no permitió la coronación de su hijo, lo único destacable su escenografía portentosa, escultural, lo demás me es monótono todos los complotes en él.

La precoz niña Catalina sobrevive a sus 97 años, la compañera de repartos de Marlene Dietrich, tal vez la única Alemana del cine retro, Maria Riva.