El fantasma de la libertad

Excelenteeee, y surreal. Muy inteligente, no porque plantee algo extremadamente complejo, sino por la sencillez con la que retrata lo absurdo. Hay escenas memorables que no puedo describir porque sería espoilear la peli. Tiene un humor muy propio, con mucha personalidad. Desconozco si es recurrente en el cine de Buñuel porque es la segunda película que veo de él, pero voy a alquilar más películas suyas porque vale cada minuto.

Claro que hace reír, "El fantasma de la libertad" es una película disparatada que contiene situaciones ridículas e imposibles, cosas como defecar en la mesa e irse al lavabo a comer, cosas que a mí y a muchos otros nos hace reír. Aparte de poder contar con ese sentido del humor y que sea de mejor o de peor digestión, lo que hay que destacar por encima de todo es que esta película viene firmada por Luis Buñuel, que en esa época ya era septuagenario y sabía muy bien lo que hacía. Como en sus locos inicios, cuando no sabía ni él mismo que su nombre iría asociado al cine, invadido por la expresa voluntad de eliminar la razón en el arte, "El fantasma de la libertad" es un paradigmático exponente del surrealismo que era capaz de desarrollar en imágenes el genial director aragonés. Si nos quedemos con lo superficial tampoco estaría mal, pero pienso que hay más de lo que vemos y no está mal detenernos a pensar que Buñuel participaba del surrealismo en esta ocasión abiertamente.

Así que elimina la razón para expresar su subconsciente, lo cual no es poca cosa. En "El fantasma de la libertad" asistimos a la expresión más profunda del interior humano, el de su director, que siempre batalló de forma compleja contra la religión, alguien con una fijación por la sexualidad especial, con obsesiones puntuales con ciertos animales, hacia ciertas costumbres y claramente crítico con las clases acomodadas. Ese interior buñuelesco tiene una expresión exterior concreta a través del surrealismo que podrá hacer más o menos gracia, pero más sincero no podía ser. Yo no creo que un ejercicio así sea una obra maestra, se queda lejos, eso sí, yo ante ciertas hilaridades sencillamente me rindo. Dado que este hombre ya lo había hecho todo en el cine, me parece perfecto que gritando el nombre de libertad hiciera lo que le vino en gana.

El principio de la no contradicción de Aristóteles dice así: “Es imposible que, al mismo tiempo y bajo una misma relación, se dé y no se dé en un mismo sujeto, un mismo atributo.” En el año 1976, con El Fantasma de la Libertad, Luis Buñuel (España, 1900) cerró el triángulo de películas con el que desafió tanto a la narrativa convencional como a la metafísica que uno de los más influyentes filósofos de la historia nos había dejado en herencia años atrás. El discreto encanto de la burguesía (1972), La Vía Láctea (1968) y el filme protagonista de esta crítica son, sin duda alguna, un bonito legado de Buñuel, quien con estas obras consiguió revelar el azar como un nuevo y hábil motor narrativo altamente capaz de trascender en el espectador (y en el séptimo
arte).

Tanto Buñuel como su compañero de guion, Jean-Claude Carrière (Francia, 1931), se tomaron el largometraje como la más libre oportunidad que habían tenido hasta el momento de jugar con la casualidad, la evidencia y sus contrarios. La historia en su totalidad es un cúmulo de impresiones en apariencia sin conexión ni sentido, pero si se hace un delicado y objetivo análisis de la película, vemos como la conectividad narrativa es de una lógica aplastante. Buñuel y Carrière nos invitan a participar en un juego difícil, de tono absurdo y que puede acabar derivando en intensa frustración. Con la cronología tan brusca de esta cinta, Buñuel pone al espectador en su sitio recordándole que es el autor (y solo el autor) quien determina el transcurso del relato cinematográfico. Abrimos los ojos y nos damos cuenta de que la sensación de libertad que inocentemente sentimos durante el visionado de una película es totalmente falsa: un “fantasma de la libertad” que vive en nosotros cuando estamos frente a la gran pantalla.

El largometraje está formado por ocho secuencias, todas ellas desarrolladas en un contexto contemporáneo a la producción y que a primera vista nos puede llegar a resultar ordinario. El entorno donde tienen lugar los episodios es el de una sociedad anómala donde imperan la discordancia, la incoherencia y la antítesis en referencia a aquello que asumimos familiar y común. Las secuencias están conectadas entre sí por personajes que pasan de una a otra sin profunda relación con los anteriores. Es aquí donde vemos la aplicación del azar como mecanismo de progresión narrativa en puro estado. Y es que realmente la manera en que Buñuel entrelaza los elementos del relato es más que fructífera.

En cuanto a narrativa se refiere, podríamos calificar de violentos los cortes que hay entre historias durante la película, ya que en varios casos se producen justo cuando la secuencia individual está en auge. Esto es, sin embargo, un logro de Buñuel, ya que poniendo los puntos suspensivos en los instantes más apropiados, consigue generar en el espectador una sensación de suspense abierto cada vez mayor. En términos de cámara e imagen los cambios de secuencias están realmente logrados, siendo algunos notablemente creativos. Es interesante notar que la cronología de este largo es circular, con su punto medio situado en la escena de la tía y el sobrino en el hostal. Este no es más que uno de los detalles que nos hace ser conscientes del minucioso trabajo que hay detrás del guion del filme.

Es curioso que no escuchamos banda sonora alguna, a excepción de en el inicio y final de la cinta, momento en que tanto el uso del sonido como el flujo de imágenes que se nos presenta llega a resultar estridente, asegurándose de dejar una huella duradera en el público. Los movimientos de cámara resultan inesperados en diversos casos, aunque siempre hechos de manera sutil e incluso elegante, como si estuviesen hechos casi sin esfuerzo. Ciertamente podemos llegar a entrever tendencias cromáticas y lumínicas propias de cada escena. Aun así, el puente de una a otra está tan cuidadosamente preparado que de primeras ni si quiera llegamos a darnos cuenta de diferencia alguna en estilo o viveza visual.

El trabajo realizado por Buñuel es de valorar en cuanto a la dirección del elenco de la película, si más no compuesto de 11 personajes protagonistas que van y vienen durante la historia. Cada sujeto presente en el relato tiene una personalidad compleja, profunda y a la cual el actor o actriz ha debido brindar de gran dedicación y esfuerzo para obtener el excelente resultado final que vemos en la obra. Ningún personaje se beneficia de un mayor protagonismo que otro, todos en igualdad de condiciones frente a la audiencia. No obstante, es indiscutible que unos despertarán más estima e intriga que otros, dependiendo de quién vea la película, ya que el repertorio de identidades y temperamentos que vemos en la cinta es de los más heterogéneos que hayamos podido ver en un único largometraje de hora y cuarenta minutos.

El Fantasma de la Libertad es una película capaz de dejar perplejo a cualquiera. Siendo una gran (si no la máxima) representación del surrealismo cinematográfico (característica por excelencia de nuestro Buñuel) esta película constituye una ávida provocación al espectador y a la moral. Una bomba que cae, estridente, sobre la religión, la sexualidad y las normativas sociales. Buñuel nos habla de monjes viciosos, pederastas, voyeurs, sadomasoquistas, incestuosos y aburridos. En una de las primeras escenas, un personaje nos advierte de que está cansado de la simetría, y es que está película es una clara provocación a la simetría moral: estamos frente a una de las mayores obras de arte de la historia cine.

Firmado: H Nereida

El fantasma de la libertad de Luis Buñuel, es un drama, y una comedia surrealista dividida en capítulos, que nada tienen que ver el uno con el otro. Dirigida con un ritmo premioso, es confusa, rara y peculiar, quizás la más extraña de sus obras, realizada en su línea íntima y subjetiva. Con un resultado correcto y eficiente, que cumple con el cometido de extraviar y confundir a un público, que queda estupefacto y perdido por lo que ve.
La música, como en muchos de sus films, está ausente en todo momento, con sonidos cotidianos como campanas, una guitarra y poco más. Y con una fotografía hipnotizadora, que ayuda a desconcertar al espectador al antojo del director. Ayudado en gran parte, por unos planos y movimientos de cámara de acercamiento bien detallados estéticamente.
Las actuaciones, aunque sin brillo, cumplen a la hora de profundizar en sus misteriosos papeles trabajados con ironía y acierto. Con interpretaciones de Michel Piccoli, Jean Rochefort, Michel Lonsdale, Monica Vitti, Adriana Asi, Julien Bertheau, Jean-Claude Brialy, Adolfo Celi y Paul Frankeur entre otros. Usando diálogos excéntricos y singulares.
El guion, obra del mismo Buñuel junto con Jean-Claude Carrière, es surrealista, incomprensible y anómalo, basado en los "supuestos" sueños, y como es habitual en el director con toques alusivos al sexo. Usando alguna narrativa a veces en off, y a veces no. Y unos vestuarios y caracterizaciones sugerentes según la época donde se desarrolle la acción.
Para finalizar, destacar también el montaje temerario pero con acierto, que es ideológico, creativo y abstracto, de los que te dejan atónito. Por lo que, en conclusión, la considero la obra más extraña e inusitada que he visto de Buñuel, tan insólita e incomprensible como divertida, y tan ininteligible e inaudita como morbosa.

Ácrata, descomplejada, libre al fin, gran película del genial Luis Buñuel, que no tiene un argumento definido como tal pero que, a través de diversas historias mostradas a la manera de sketchs, nos entretiene y divierte muchísimo por su cachondo surrealismo, que deja los ojos como platos al atribulado pero feliz espectador.
Te lo pasas fenomenal viéndola, no dando crédito al loco argumento, pero disfrutando cada secuencia, cada diálogo, por más sin sentido que esta tenga, al menos en un primer vistazo.
Sátira desinhibida, que golpea sin complejo alguno a altas estancias gubernamentales y/o sociales, político y religosas. Nada se escapa a la ferocidad envuelta en un maravilloso humor, que Buñuel va destilando minuto a minuto, con un interés y disfrute in-crescendo hasta el punto de que uno/a hubiera querido, como bien me dijo
mi buen amigo Manu al finalizar la proyección, que hubiera tenido más duración. Y es que resulta pero que muy amena en todo momento y es un verdadero placer ver a grandes intérpretes realizar su trabajo completamente serios mientras dan vida a las situaciones más absurdas que te puedas imaginar.
El final, modélico, con ese avestruz que observa al ser humano, repitiendo este esquemas y situaciones de siglos anteriores incapaz de avanzar y mejorar.
Excelente filme, gran trabajo cinematográfico, que por supuesto no sólo no ha envejecido con el paso del tiempo sino que se ha revalorizado mostrándose como lo que es, un verso libre en la cinematografía mundial que da sopas con ondas a la mayoría de obras de años posteriores y por supuesto a las actuales.

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