Una dulce mentira

Todos recordamos aquello de, planteamiento, nudo y desenlace, a la hora de construir una historia. Aquí solo funciona el planteamiento: un equivoco a tres bandas bienintencionado que intenta discurrir por canales de comedia a base de un entorno, algo soso (la peluquería y los secundarios) y una Audrey Tautou sobreactuada (doblaje espantoso) que da la sensación que no se encuentra nunca cómoda en su personaje. La acompañan su madre, deprimida por una separación que no ha podido superar y un empleado de la peluquería que acaba siendo el causante de la discordia. La química entre los tres en cualquier combinación es muy escasa por no decir nula a pesar de que Nathalie Baye intenta desesperadamente aportar algo de coherencia al guión y Sami Bouajila es incapaz de que nos creamos que puede enamorar a ninguna de las dos. El nudo se desata con torpeza visual y dramática y el desenlace es para desear que se vaya la luz antes de que acabe la cinta. Al final la dulce mentira nos deja un sabor mas bien amargo.
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Bienvenidos a 105 minutos de diversión, (des)ilusión en el amor y buenas intenciones que hacen que el espectador descubra la sencillez de una ternura y un amor corrientes, concretos y tímidos.
Se podría decir que el hilo conductor de esta historia es Jean, el empleado de Emilie, que, sin quererlo, se ve envuelto en un asunto familiar un tanto complicado. Toda la interpretación (o manipulación) que hace Emilie de sus intenciones da rienda suelta a la trama. Además, el cúmulo de intermediaciones hace de la película un flujo constante de divertidas situaciones en las que el lenguaje, las lenguas y la traducción tienen mucho que aportar. Es por ello que la historia conduce al espectador a través de un juego comunicativo y de interpretaciones donde radica todo su humor.
No se trata de buscar un final con alicientes, sino un final feliz, fácil, que encaje con lo esperado: reírse, pasar un buen rato y dejar sentir un amor fresco.

Voy a soñar. Voy a dejarme llevar por este cuento luminoso de amor y voy a disfrutar de esta película amable, humilde y sin pretensiones que me hace olvidar durante 90 minutos toda la mierda que nos rodea. Sólo hora y media.

Si algo debe destacarse de esta Una dulce mentira es su alma totalmente demodé: que el lío que basa la trama surja de unas cartas tradicionales y no de correos electrónicos, más a tono con los tiempos que corren, ya es una señal de que la película no quiere ser ni actual ni pertinente. Obviamente las cartas se insertan a la perfección en la lógica del relato, la descripción alocada de sus personajes y la sencillez de su puesta en escena, dejando cualquier tipo de pensamiento mayor o complicación narrativa en el baúl de los recuerdos. Aunque servidor estaba sediente de humor tras Potiche, Una dulce mentira resulta demasiado pequeña, cuca y hueca a partes iguales, un tanto mema y totalmente insustancial. Sirve como distracción dominguera y poco más. Y si ya hay que hacer esfuerzos para encajar una Tatou arisca y una Baye totalmente en babia (en ese pasado de comedias francesas en el que figura Venus, salón de belleza la tónica era a la inversa), el final de este embrollo de poca altura se resuelve de la forma más irreal y más amable posible. Vaya, que es de esperar que ese sustrato de comedias picaronas que ha dado sentido a Una dulce mentira sea el mismo que destierre una película totalmente mejorable. Sirve, eso sí, y como en los viejos tiempos, para disfrutar de sus dos actrices, los dos vértices capitales del triángulo amoroso. Aunque con eso sólo queda contento el mitómano y el fanático de turno. Una mentira es una mentira, pero le perdonamos sus flaquezas: el azúcar glasé sigue estando igual de bueno.

Xavier Vidal, Cinoscar & Rarities http://cachecine.blogspot.com

No viene mal alguna comedia francesa para compensar tanto producto yankee.
Esta no está mal, con un argumento un poco distinto, bien llevado a cabo por los tres actores principales, aunque sobresale Nathalie Baye, como una madre excéntrica y pasada de rosca.
En el fondo es una comedia romántica a la francesa, con el inevitable final feliz.
Los secundarios también son buenos, sobre todo una Judith Chemla, siempre asombrada, estupenda.
La película no aporta nada nuevo, pero se deja ver muy bien.