The Father

La naturalidad con la que narra el derrumbamiento de una vida es casi tan interesante como el humor con el que critica muchas actuaciones y sentimientos escondidos detrás de capas de falsa moralidad y honestidad. Asistimos en esta película a una conglomeración de circunstancias adversas guiadas por un sentido común que las intenta enderezar y que, sin ton ni son, son llevadas al extremo por motivos ulteriores. El gran trabajo de escudriñar en el corazón de sus personajes se ve recompensado por la intención de abrir pensamientos y debatir sobre la comunicación familiar y social. Toda la trama se sale de sus casillas por intentar mantener a salvo una circunstancia, el mensaje se deja claro y la solución también. Es directa y comprensible. Hilarante y graciosa. Sutil y avasalladora a la vez. Sus personajes tiene una evolución verista y sensible, con giros intensos pero comprensibles. La rodea un halo de naturalidad que nos hace empáticos a ese dúo protagonista, que tiene mucho de nosotros, de muchas generaciones, educadas de una forma y que la vida nos enseñó, como a ellos, a aprender a 'trompicones'.

La pareja de directores bulgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov en su última película se centran en la complicada relación entre un padre un poco senil y su hijo.

La película comienza con un funeral. Acaba de fallecer la esposa de Vasil, su hijo es un joven distraído y muy mentiroso que trabaja como fotógrafo en Sofía, algo que le sirve de poco consuelo al padre. Vasil está obsesionado con los fenómenos paranormales y cree que su esposa está tratando de contactarlo desde el más allá y para ello quiere conocer a un clarividente. Sin comerlo y beberlo el hijo se verá envuelto en un viaje extraño, ya que su padre comienza a dar síntomas de que está perdiendo la cabeza. ¿Un camino que puede lograr unirlos? 

Comienza el viaje con situaciones absurdas, acabando en comisaria o en un hospital psiquiátrico, algo que le da cierto toque de comedia negra en una Bulgaria contemporánea algo desconocida para nosotros.

Los dos actores protagonistas cumplen bien con sus papeles, mostrándonos  la complejidad de estas dos personas tan diferentes, ya que padre e hijo permanecían algo distantes por motivos que no se cuentan en la historia. El final depara una pequeña sorpresa con la cual tenemos un atisbo de esperanza en esta triste aventura.

Más allá del toque cínico del film, el mensaje es bastante entrañable de que la familia puede ser difícil, pero vale la pena aferrarse a ella.
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La brecha generacional se ensancha considerablemente entre este padre y su hijo. Pertenecen a dos concepciones distintas del mundo. Desde 1945 hasta 1990 Bulgaria fue un estado satélite del bloque soviético. A partir de la caída del mismo se integra en el sistema capitalista occidental y desde el 2007 forma parte de la UE.

El hijo (se da un aire a Johan Cruyff) ha soltado amarras, tiene una familia y un trabajo absorbentes. El padre, un artista conceptual prepotente en decadencia se ha quedado anclado, varado en un pasado incapaz de gestionar el presente ante la perdida de su mujer que lo sustentaba. La muerte de esta propicia un reencuentro entre ambos que viene a ser como un choque entre dos vehículos destartalados necesitados de revisión existencial.

La sorpresa y muy agradable es que tal presupuesto dramático lo cuentan la dupla de dirección con un humor especial, sutil, rozando el surrealismo, provocando situaciones tan absurdas como divertidas y emotivas. Nada es forzado, no se busca la risa fácil, nos introducen en un laberinto kafkiano donde aquellos que buscan una salida acaban por encontrarse y sincerarse partiendo membrillos.

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