La brecha generacional se ensancha considerablemente entre este padre y su hijo. Pertenecen a dos concepciones distintas del mundo. Desde 1945 hasta 1990 Bulgaria fue un estado satélite del bloque soviético. A partir de la caída del mismo se integra en el sistema capitalista occidental y desde el 2007 forma parte de la UE.

El hijo (se da un aire a Johan Cruyff) ha soltado amarras, tiene una familia y un trabajo absorbentes. El padre, un artista conceptual prepotente en decadencia se ha quedado anclado, varado en un pasado incapaz de gestionar el presente ante la perdida de su mujer que lo sustentaba. La muerte de esta propicia un reencuentro entre ambos que viene a ser como un choque entre dos vehículos destartalados necesitados de revisión existencial.

La sorpresa y muy agradable es que tal presupuesto dramático lo cuentan la dupla de dirección con un humor especial, sutil, rozando el surrealismo, provocando situaciones tan absurdas como divertidas y emotivas. Nada es forzado, no se busca la risa fácil, nos introducen en un laberinto kafkiano donde aquellos que buscan una salida acaban por encontrarse y sincerarse partiendo membrillos.

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