Zama

Con sus más de 40 años en el lomo, Aguirre, la ira de Dios, del mítico Werner Herzog, sigue siendo a mi ver y por mucho la mejor película jamás hecha sobre la conquista de América por los europeos. Poco importa que hablen alemán y que nos movamos entre la realidad y la ilusión, en muchos planos, durante el film. El espíritu de la conquista está plasmado como nunca antes, o después. La locura, ambición y crueldad sin límites de la conquista española, se fue transformando con el tiempo en un sistema. Un sistema también cruel y abyecto, pero burocrático, extraordinariamente ineficiente y que acompañaría el propio declive de España hasta que las Colonias se rebelaran. Zama, quedando unos cuantos pasos atrás de la genialidad de Herzog, tiene sin embargo igual que éste la rara virtud de transmitirnos de manera absolutamente creible el espíritu, ahora, de esa colonia miserable, inepta y sin ilusiones. Quienes ahí moran parecen solo esperar la oportunidad para regresar a la "madre patria" con una diferencia en contante que les permita una vida mejor. Poco parecen entender, querer y querer entender de las Américas y sus habitantes. Con una reconstrucción de detalles en modos y vestuario extraordinarios, Martel vuelve a exhibir su cine más hecho de lo que no se dice o no se ve que de lo que se expone. Ejemplo de la antípoda de Hollywood. Lejos además de clichés y estereotipos de los europeos, de los pueblos originarios y de los esclavos africanos. Todos viven en una sociedad injusta y de castas pero las relaciones son complejas y no siempre las esperadas. Es cierto que por momentos, sobre todo en la primera mitad del film la propia espera del protagonista puede llegar a exasperarnos y que tal vez Martel debiera haber sido un poco más gentil con los espectadores. Cuesta al principio entablar empatía con este empleado mediocre y engancharse con lo que sucede. Basta, sin embargo, dejarse llevar por el clima que crea la directora y puede parecer que uno se ha trasladado al siglo 18. Superada esa situación, la caída paulatina del protagonista cada vez más marginado y ninguneado nos llevará a esa hora final soberbia. No recomendable para quienes busquen el producto enlatado y previsible de Hollywood.

No hay nada peor que una película que no se entiende, ni una historia que no transmite nada. Esta película de un funcionario del Nuevo Mundo que espera ser devuelto a casa es desesperante, un sinsentido inconexo, carente de toda lógica narrativa.

Enfrentarse a una película de la argentina Lucrecia Martel implica un riesgo ineludible: cine personal, críptico, complejo (o no) que se ha escrito y rodado para parecer original. Y arrasar en premios europeos y americanos, claro. La fórmula se repite una y otra vez pero siempre es efectiva: actores con permanente cara de asombro y/o hastío, escenas que no vienen a cuento, brutalidad insospechada, preciosa fotografía y guión incomprensible, con frecuencia fundamentado en saltos espacio temporales. Siempre es así, y ahí está la obra, por ejemplo, del griego Yorgos Lanthimos para corroborarlo. Así que paciencia y luego a leer maravillosas críticas.

Ojka

La lucha del nombre. La travesía del estatus. Deriva de almas en subasta. Resaca en el piso superior. Desesperada agonía que lamenta mientras humilla.

Martel da color a una historia ennegrecida. Dialoga con miradas y ridiculiza con sonidos. Para la directora su retrato se extiende más allá del plano. Sus héroes realizan hazañas desinteresadas. La cura de humildad que imparte es sangrienta y contundente. Su diablo no viste de rojo.

Es curioso que cuanto más acorralado e indefenso está el verdugo, más preciosa se vuelve su puesta en escena.

Lucrecia Martel es una autora argentina de prestigio internacional que lleva varios años iluminando la pantalla con sus propuestas esquivas y arriesgadas, y que para esta ocasión, ha creado una pieza de arte con una profundidad y un calado digno de toda alabanza. Recrea con brillantez un periodo y las vivencias de esos literatos personajes.
Zama nos transporta varios siglos atrás en el tiempo, allá por la época de los conquistadores y los reinados españoles en el Nuevo Mundo.
Cuenta la historia de un corresponsal español, Diego de Zama, y sus andanzas por la Sudamérica  más inhóspita y agreste. El guión esta a su vez basado de forma libre en la obra homónima de Di Benedetto.
La historia es un fiel reflejo de una época en un un tiempo en el que las personas aún vivian envueltos en el esquema social medieval y la servidumbre y totalitarismos caminaban de la mano.
En Zama, en primera instancia lo que mas llama la atención es su cuidada atmósfera y un misticismo que la hace muy especial, está rodada de una forma pictórica y en reconditos entornos de a Patagonia sudamericana, tiene espíritu y aliento de historia clásica de colonizadores pero vista con una óptica distinta.
Martel nos ofrece una visión cruda e inhóspita de las vidas de esos personajes que sobreviven tan alejados de la Civilización. Tambien muestra exquisitez y se recrea en el detalle por el diseño de las prendas de la época, con elegantes y pomposos ropajes de los acaudalados señores y damas españoles que gobernaban aquellas tierras.
Muestra unas escenas muy brillantes e hipnóticas como las rodadas en la parte final de la trama, en las que se muestra un formalismo y una tecnica cinematográfica acompañados de una tension y un miedo propio que son dignos de elogio y admiración. Lo que en un principio partía de una narrativa más bien contemplativa y solemne, muy preciosista pero estática, se convierte en su tramo final, en pulso narrativo y momentos de tensión, con algunas escenas portentosas e impactantes.
El reparto cuenta, con unos actores que aportan veracidad y elegancia con sus papeles, vendrian a ser los personajes de Diego de Zama, Vicuña Porto y la Dama Luciana Piñares de Luenga.
En definitiva, a mi parecer es una obra muy bien hilada, que rezuma elegancia y arte por todos los costados, y una sabiduría y buen hacer por parte de la directora argentina, Lucrecia Martel.