Happy End

En “Happy end” nos encontramos con un Haneke deliberadamente menor, un Haneke menos Haneke que de costumbre, pero a fin de cuentas, un Haneke. El director ha decidido esta vez no destapar del todo el tarro de las esencias para mostrarse más sutil que en otras ocasiones ¿Cosas de la edad? No lo parece. El director no renuncia a su sello en este retrato disfuncional de una familia ya de por sí bastante disfuncional. El desconcierto preside los primeros compases del film, una extraña grabación desde un teléfono móvil en la que uno de los personajes retransmite para las redes sociales hasta el más mínimo – y escatológico- detalle de su privada cotidianeidad. Quizá como metáfora de algo, Haneke ya está jugando con nosotros, convirtiéndonos en “voyeurs”, uno de sus pasatiempos favoritos. El desconcierto está también en esa imagen sostenida de un solar en construcción, una de cuyas partes se viene abajo de manera súbita. Tal vez preconizando una metáfora posterior. No sería la primera vez que nos topáramos en una película de Haneke con algo que de repente se desmorona sin que previamente mediara un motivo aparente para ello. Poco a poco, el rompecabezas se va componiendo
Claro que con mucho lo que más desconcierta es la ironía cruel que se encierra en el propio título de la obra ¿Puede ser feliz un final ideado por alguien que también ha maquinado los desenlaces de “La cinta blanca” o “Funny games”? Tampoco lo parece. Tampoco la vida tiene un final feliz ("la vida es una mierda en la que va y al final te mueres" que diría un pesimista). La referencia a “Amour”, que convierte a esta película en una especie de secuela de la anterior obra maestra del autor, podría interpretarse casi como un esperanzador guiño en el caso de alguien que tuviese una mente menos retorcida y juguetona que la que tiene el cineasta muniqués. Haneke cambia de género, del drama a la comedia negra, manteniendo su estilo propio. Nos habla de la hipocresía de las relaciones familiares, o del reto que supone enfrentarse con naturalidad al tabú de la muerte. Huppert está excelente y Tringtinant no puede habernos dejado un testamento mejor. El cóctel resulta quizá menos letal que antaño, pero Haneke nunca deja de cautivarnos… y de desconcertarnos.

No la he entendido, no me ha gustado, no he conectado con ella... Es un producto extraño. Alguien la calificó como abstracta ¿Abstracta? ¿Abstracta quiere decir algo así... como los borrajetones de los cuadros que se califican como pintura abstracta?

Un entramado confuso sin destino, o por lo menos, yo no lo he encontrado. Últimamente me fijo mucho en el desencanto que cada día se muestra más en el cine; como si de alguna manera se tratase de reflejar, el momento actual que atravesamos, la falta de compromiso, el alejamiento, la búsqueda personal.al margen de cualquier implicación anímica.
Soledad, angustia, desgarro, desesperación. Un frío destello de estos tiempos.
Tampoco fui seducido por LA CINTA BLANCA.

Mi admirado Haneke logra una película desigual.

La primera parte resulta pesada, embrollada, difícil de entender, un caos.

La segunda parte es muy Haneke con personajes típicos de él, despiadados, fríos, sin sentimiento de culpa pero atractivos y curiosos. La niña y el abuelo son realmente curiosos. La segunda parte es ágil y logra interesar.

Excelente interpretación de sus protagonistas.

Uno espera encontrarse con algún alegato demoledor marca de la casa y ya que se encuentra en el reparto ISABELLE HUPPERT, sí; la profesora de piano psicópata en LA PIANISTA, esperamos algo mínimamente inquietante, pero no hay nada más que la mera contemplación de una familia burguesa y sus vicios inconfesables. Parece mentira que el autor de algunos de los títulos más desasosegantes del cine contemporáneo; FUNNY GAMES, LA PIANISTA, CÓDIGO DESCONOCIDO o AMOR haya caído en la placidez de recrear tan poca cosa y con tal aparente grado de desmotivación o carencia de ideas.

La nueva película de Haneke trata sobre los problemas de una familia burguesa que vive en Calais ajena al sufrimiento que padecen los inmigrantes de la zona.

Su regreso al mundo del cine se traduce en su película más críptica y exigente con el espectador. En Happy End tanto el contexto en que se desarrolla la historia como el de los personajes brilla por su ausencia. La película está llena de huecos que debemos rellenar, y la crítica hacia la burguesía y los problemas de los inmigrantes es más velada que nunca. En todo momento andamos perdidos preguntándonos quién es quién, por qué hace tal cosa, o si no tenemos los conocimientos previos que nos exige el director.

La última película de Michael Haneke puede ser considerada como un compendio de todo su cine al reunir todas sus obsesiones, críticas y recursos narrativos.

Haneke vuelve a centrar su discurso en la crítica hacia esa burguesía ajena al dolor de los demás que tanto le gusta retratar. Su desdén por las nuevas tecnologías también está presente, solo que en este caso sustituye la televisión por móviles y ordenadores y se preocupa por el poder nocivo que tienen aplicaciones como Snapchat o Youtube.

En Happy End se retoman ciertos personajes que de una forma u otra aparecieron en películas anteriores, como la adolescente que graba imperturbable sus crímenes u otros que es mejor que descubráis por vosotros mismos.

Los recursos narrativos habituales también se repiten en Happy End. No podemos olvidarnos de los planos secuencias, los largos silencios, la violencia simbólica (aquella que es realizada fuera de cámara) o la total ausencia de explicación sobre lo que estamos viendo.

A todo esto se une el hecho de que Happy End es la película más autorreferencial de Michael Haneke. Desde el comienzo asistimos a una película que gira en torno a las obsesiones del cineasta austriaco. “Benny’s Video” es la primera de muchas referencias, entre las que se pueden encontrar guiños a otras como “Funny Games”, “La Cinta Blanca”, “Caché (Escondido)” o “La Pianista”. Aunque la referencia más clara e impactante es “Amor” al ser Happy End una especie de secuela espiritual de la película que le dio un Oscar.

Al ver Happy End es inevitable preguntarse ¿por qué nos gusta Haneke? Seguramente sea por su particular forma de rodar cada plano, por los fuera de campo, por esa sensación de absoluto descontrol sobre lo que vemos y por las temidas escenas de violencia simbólica que nos sacuden y trastocan. Happy End tiene todo esto, pero por desgracia no tiene la fuerza ni la intensidad de “Funny Games”, “La Pianista” o “Código Desconocido”.

La ausencia de la fuerza y de la violencia que poseen la mayoría de las películas de Haneke unido al hecho de ser su película más críptica, hacen que Happy End sea una película menor dentro de una filmografía excelente.

Happy End reúne todo lo mejor del cine de Haneke pero por desgracia no llega al impacto de otras obras suyas como “La pianista”, “Código Desconocido”, o “Funny Games”. Y a pesar de no ser su mejor película, Happy End gustará a los seguidores del director austriaco aunque dudo que entusiasme a nadie.

Escrito por Otto Buendía
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