Django desencadenado

Gran película de Tarantino. Lo que mas voloro de ella es su distinción con otras películas del oeste y su arriesgada estética, en ocasiones desenfada, en ocasiones hiperviolenta. Si bien es cierto que en algunos tramos es ligeramente pesada, como suele ser Tarantino a veces, esta vez todo se pasa por alto gracias a él mismo. Ha culminado unos diálogos que te mantienen prácticamente siempre expectante, no como en malditos bastardos, que en a veces algunas situaciones te hacían perder el interés. Pero no es este el caso. Además Leonardo DiCaprio, Christoph Waltz y Samuel L. Jackson están pletóricos elevando la 'nota' de la película cada vez más.
Me gusta su toque único, meter rap en el oeste y tanto gore puede sonar mal pero en la práctica se ha pintado muy pero que muy bien.

Tras la estrepitosamente aburrida Inglorius bastards, que aburre a mansalva desde el minuto 39, nos llega esta mierda inmunda apta para pandilleros inmigrantes de 2ªgeneración, gorrillas, raperos de medio pelo, analfabetos y seres humanos con dos o tres películas encima.

El gran y glorioso tarantino sigue desaparecido, ha venido a rescatar a los hermanos Weinstein, puro negocio, nada de talento, horrible. Fíjense que hasta el personaje que interpreta el estupendo Waltz es el mismito que interpretara en Inglorius tarantinus, y esto es de traca y tarjeta roja. Si le sumas una traducción espantosa en la que los negros parecen gitanos, apaga y vete.

Se salvan algunos planos y algunas músicas, ni Samuel me divierte, porque en cuanto abre la boca sale el verbo desagradable y fuera de lugar y personaje de tarantini. Total, un asco de película que en nada recuerda los comienzos espectaculares de su director, sino que, lo hace parecer un curioso caso de Benjamin Button, pues viene de lejos de más a menos.

El metraje es lo que termina de rematarte, casi tres horas de pandilleros brooklynianos disfrazados de "vaqueros".

Si no nos ofreces algo más no te compramos Quentin, vete a quedarte con tu pura madre.

Aquí o te conviertes en un talibán de las puntuaciones o es escribir para nada. Lo que sí es posible es que el Oscar se lo lleve una de las peores películas del director más mimado de los último tiempos, acostumbradito a hacer todo lo que le venga en gana sabiendo que tiene una legión de incondicionales que de chavales nos convertimos a su religión con 'Reservoir Dogs' y 'Pulp Fiction' y ya le consentimos casi cualquier cosa. No se le puede negar, eso sí, que sigue haciendo el cine más personal que se puede encontrar en Hollywood hoy en día.

La tan esperada visión del Spaguetti Western by Quentin Tarantino es todo menos eso. Carece por completo del feísmo y parquedad de los personajes que exhibía Sergio Leone en sus películas y la presencia de Franco Nero es meramente testimonial. En cambio, se acerca mucho más a Kubrick en Barry Lindon, con todo ese pastiche y esos personajes y situaciones surrealistas. Entre sus innumerables referencias se rastrean también auto-homenajes (la llegada de los 10000 maniacos en Kill Bill) y hasta gags 'Monty Python' como la escena del Kukux-Clan.

Por lo demás, es otro grito de 'Malditos bastardos', pero ahora fieramente antisudista y pro black-power. No se qué extraño revanchismo albergará en su interior el de Knoxville, Tennessee, pero tampoco me importa mucho averiguarlo.

Quentin Tarantino es un revisionista de pro y no de andar por casa. Sabe muy bien lo que hace y si en un “western”, género que no había cultivado pero que le va como anillo al dedo al recurrir a estruendosos temas musicales italianos firmados por maestros como Ortolani o Morricone, aquí se mete de lleno en el género recurriendo al tema de la esclavitud desde Texas, Tennessee o al profundo sur de Mississipi. El recorrido itinerante de sus personajes es la excusa perfecta para que el engranaje de Quentin empiece a funcionar.

Tanto Django (Jamie Foxx) como su protector, el doctor alemán King Schultz (Christoph Waltz) no pretenden ser vengadores justicieros sino hombres de la Ley ante una América que vivía a la vez del Salvaje Oeste como del tráfico de esclavos. Unas contradicciones que se hacen aún más evidentes con la intromisión del personaje de Di Caprio y su fiel sirviente negro interpretado por un soberbio Samuel L. Jackson. Las correrías de nuestros anti-héroes chocan con un sólido conservadurismo de unos sectores esclavistas dos años antes de estallar la Guerra Civil, es decir en 1858.

Y, como otra película de Quentin, ganan fuerza los diálogos y algunas situaciones propiciadas por éstos. Christoph Waltz se convierte en el reverso positivo de su adulado Hans Landa de “Malditos Bastardos” (Inglorious Basterds, 2009) en el rol del dentista y cazarecompensas King Schultz que, como buen alemán fuera de su tierra, evoca el mito de la leyenda germánica acerca de Sigfrido y Broomhilda (aquí también es el nombre de la añorada novia de Django) con lo cual nos hacemos una idea rápida para saber a dónde irán los tiros… Y la violencia.

Lo Mejor: Leonardo Di Caprio
Lo Peor: los tópicos recurrentes que ya nos tiene acostumbrados Quentin

Después de sus dos mediocres películas anteriores ('Malditos bastardos', y, sobre todo, 'Grindhouse'), algunos pensaban que Tarantino ya estaba perdido para esto del cine. No obstante, y para sorpresa de muchos, el cineasta americano se ha 'desencadenado' con 'Django' y ha vuelto por la puerta grande.

Es cierto, como argumentan algunos, que el desarrollo argumental del filme tiene muchos paralelismos con 'Malditos bastardos', pero 'Django desencadenado' es infinitamente superior. No sólo porque esta historia es mucho menos disparatada, sino, sobre todo, porque los personajes del atípico 'Western' de Tarantino tienen muchísima más enjundia. Casi nadie recuerda ya a un solo 'bastardo'. En 'Django', en cambio, los personajes secundarios son fabulosos. En nuestra retina quedarán para siempre los interpretados por Leonardo Di Caprio o Samuel L. Jackson o Don Johnson, por ejemplo.

El guión y los diálogos son muy grandes y la película está repleta de giros y conversaciones memorables. Y en cuanto a la tan cacareada duración, decir que el cineasta norteamericano no tiene mesura, y nunca lo ha disimulado, pero la larga duración de 'Django desencadenado' no supone problema alguno. No aburre en ningún momento, y mantiene la intriga hasta su fantástico desenlace. Y el resto de aspectos técnicos (fotografía, localizaciones, etc.) brillan también a un gran nivel.

El único 'pero' que puede ponerse es que su banda sonora, algo que normalmente suele mimar Tarantino, esta vez está lejos de la excelencia acostumbrada. Salvo algún tema puntual, el resto desmerece con mucho el filme.

Por último, decir que las acusaciones de Spike Lee y de otros activistas por supuesto mal lugar en el que quedan los negros en el filme, son de risa. Pocas veces el racismo ha quedado tan justamente ridiculizado. (Véase la escena del Klan. Sublime).