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Quiero ser italiano

Comedia. Drama Dino Fabrizzi, de 42 años, vive en Niza y es un exitoso vendedor de coches. Cuando en su empresa le ofrecen un ascenso, su novia Hélène le propone que se casen. Dino tendrá entonces que enfrentarse a un espinoso problema: nadie sabe que es musulmán y que su nombre real es Mourad Ben Saoud; podría seguir ocultándolo, pero le ha prometido a su padre celebrar el Ramadán ese año. (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
20 de agosto de 2012
14 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decididamente el cine francés acabará conmigo. No sé si vale la pena que me extienda mucho sobre esta película. Baste decir que no consigo entender que para decir que el racismo es una cosa muy fea y que está muy mal discriminar a los pobres musulmanes hagan falta más de noventa minutos de chistes sin gracia y ojos de cordero degollado.
Una comedia con moralina es una contradicción en los términos. Se me ocurre que tal vez ésa sea la razón de que esta cinta que intenta ser ligera resulte tan plasta. Es como un avión que no terminara de despegar como es debido dando una y otra vez contra la pista.
carlos bosch benitez
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30 de mayo de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una cinta entretenida, con tintes de denuncia social y toques de humor que se agradecen. La dirección de Olivier Baroux me parece aceptable, así como las diferentes interpretaciones de actores y actrices. Buena fotografía y buena música que hacen de este film motivo para pasar un buen rato y a la vez, darnos cuenta de la discriminación social en la que viven los musulmanes en el país galo. Recomendable pero sin alharacas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kikivall
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19 de agosto de 2012
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es esta una comedia que se queda bastante a medias. No es todo lo divertida que pudiera ser, ni profundiza realmente en el tema del racismo y las dificultades de los franco-argelinos para desenvolverse con completa libertad en el bonito -y más civilizado que el nuestro- país de los gabachos.

Como ya saben, la sinopsis anticipa las desventuras de un señor, por nombre Moulad, que se hace pasar italiano. Su alter ego será Dino Fabrizzi, eficaz vendedor de Maseratis. Las cosas se le complicarán en el momento en que se vea obligado a hacer el Ramadán por primera vez en sus cuarenta y muchos años de vida a causa de una promesa familiar.

A los que ya tengan claro que el color de la piel no afecta para bien ni para mal la calidad intrínseca de las personas, quizás les pase como a mí y acaben prefiriendo una comedia más fresquita, a lo Louis de Funés (bueno, esto no es fresquito, ya tira un poco a rancio… jajajaj), algo para reírse un rato (¡bonita aliteración!) y punto.

Sólo te la recomiendo si te pasa como a mí: que seas el ÚNICO espectador de la sala, fuera haga un calor demencial, y puedas aspirar con avara fruición el aire acondicionado con los pies desnudos sobre la butaca de enfrente. Si no, abstente.
Joan Ramirez
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15 de agosto de 2012
7 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un mundo de apariencias, la imagen lo es todo, y si el sujeto que la ostenta tiene unos niveles de podredumbre que rivalizan con los de un yogur de hace diez años, ésta adquiere, si cabe, más importancia. La situación económica de los países acuciados por la crisis de la deuda, poco antes de que el sector financiero se pusiera a temblar; los políticos que se sientan en la banca de los acusados por un caso de presunta corrupción; los futbolistas en el inverno de sus carreras, con especial interés en dejarse la piel en las discotecas, más que en el terreno de juego, y que llegan cargados de promesas a un club de segunda fila... Todos ellos son casos en los que la fachada ha sido el único argumento para depositar confianza en ellos. La imagen que se nos vende es precisamente esto: imagen. Ya está. Puro humo. No hay nada detrás, pero de aquí a que se descubra la terrible verdad, siempre hay un periodo de maravilloso desenfreno.

Lo sabe muy bien (al menos la primera parte de la lección) el protagonista de ‘Quiero ser italiano’, un hombre cuyo ritual matutino consiste -antes de poner en marcha el piloto automático- en imitar minuciosamente la forma de vestir, hablar y gesticular de los italianos, pueblo por el que siente una devoción desaforada... a pesar de no pertenecer a él en el sentido estricto. Y es que Mourad Ben Saoud (AKA Dino Fabrizzi) es francés, con ascendencia directa algeriana. Eso sí, vive en Niza, distinguida ciudad de la Côte d’Azur cuya ubicación semi-fronteriza con el país transalpino obliga, por ejemplo, a los agentes que patrullan por sus bonitas calles, a atender al ciudadano tanto en francés como en italiano. El cacao mental está servido. Olivier Baroux, más que esquivarlo, se abalanza sobre él y celebra un auténtico banquete.

La digestión de éste marca el ritmo de una comedia con toques dramáticos sobre las crisis de identidad(es). La confluencia de frentes huracanados encarnada en el estado crítico tanto de las relaciones laborales, como sentimentales, como familiares (quizás las fuerzas más destructivas sobre la faz de la Tierra) ve potenciada su fuerza merced a una avalancha imparable de mentiras orquestadas por el protagonista que, como era de esperar, van tornándose paulatinamente en su contra. Así, el francés que se las da de italiano y que oculta a todo el mundo sus raíces, ve cómo su imperio de la farsa corre serio riesgo de colapso súbito cuando los astros parecen alinearse y pedirle al unísono que pase al siguiente nivel en el sentido del afianzamiento del compromiso, que es, como todos sabemos, una de las grandes quimeras de la sociedad contemporánea.

Lo que empezó siendo una clase de italiano para expertos se convierte poco a poco en una de islam para auténticos principiantes. Las circunstancias obligan a Mourad a hacer el ramadán por primera vez en su vida, justo en un momento en el que no puede permitirse ningún resbalón en ninguna de sus facetas. Este saco de nuevas obligaciones, o broma de mal gusto del destino, aparte de hacer que se sumen más ítems en este juego de malabares cada vez más complicado, destapará también diversas miserias de una sociedad en la que, desgraciadamente, siguen existiendo los prejuicios hacia lo extranjero; hacia lo que simplemente es diferente a lo establecido, prefiriéndose así premiar mucho antes las falsas apariencias. La buena noticia es que estos apuntes, si bien en determinadas ocasiones parecen estar introducidos a la fuerza, en ningún momento interfieren negativamente en las sensaciones de un conjunto que siempre se ve con agrado.

El desarrollo de los múltiples enredos de esta cinta del año 2010 (dato a tener en cuenta para comprender un poco mejor el estado del cine en nuestro país) es de manual, yendo de la mano a lo largo de la escalada en intensidad, tanto cómica como trágica, y dirigiéndose ambas hacia una catarsis tan previsible como, a fin de cuentas, coherente con el discurso de Baroux. El poco riesgo del conjunto no debe interpretarse como una actitud conformista, sino más bien como un gesto de sinceridad, al ser ‘Quiero ser italiano’ un filme que, a diferencia de su protagonista (muy correcto Kad Merad en el papel de embustero pluricultural), nunca pretende ocultar lo que es: un entretenimiento veraniego sin más pretensión que la de conseguir que el espectador pueda liberar tensiones mientras su cerebro se congela por el aire acondicionado de cualquier sala de cine.
reporter
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20 de enero de 2015
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión no es una gran película, pero me he reído como hacía tiempo que no lo hacía. Humor fácil y simple si se quiere pero con un argumento hilarante que para desconectar después de un duro día de trabajo es perfecta.
GretaGarbo
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