4 latas

Es muy bonita, o por lo menos quiere presentarse de esa manera: Fresca, desenfadada, amable, simpática; de las que potencian la amistad y gusta a las buenas personas.

Yo no he encontrado ningún toque profundo o de cierta complejidad. Y eso no es una crítica, sino un halago; evita resultar pretenciosa y no busca más allá de la diversión liviana de un espectador, cada día menos complejo.

Gerardo Olivares como ya hizo en "El faro de las orcas","Entre lobos" o "Hermanos del viento" busca otro paisaje inhóspito para contarnos otra historia sencilla de amistad y recuerdos vividos. Esta vez le toca al desierto del Sahara y sin muchas pretensiones nos lleva a una road movie en la que dos amigos recorren con un renault 4 a un amigo que esta muriendose en Mali y con el que vivieron de jóvenes aventuras extraordinarias por aquellas tierras africanas.

En este viaje se une la hija del enfermo, que es convencida por los dos amigos para que visite a su padre por última vez y que dé carpetazo a su mala relación con el. Ella es quien posee el mítico 4 latas con el que se embarcaran en esta aventura.

Jean Reno que ya trabajó con Olivares en "Hermanos del viento" se apuntó a rodar la película en español, junto a Hovik Keuchkerian y Susana Abaitua que son los componentes del cuatro latas, mientras que Quique San Francisco es el enfermo y un papel simpático lo interpreta Arturo Valls como un porreta que encuentran en el viaje. 
Película nostálgica que busca transmitir buen rollo en todo momento con aciertos cómicos y una espectacular fotografía paisajística, sin ninguna crítica social y que sencillamente busca pasar un buen rato sin complicaciones de ningún tipo.
Destino Arrakis.com

Si por algo me llamaba la atención este proyecto era por ver a Jean Reno (genial actor, que vivió tiempos mejores, ya que hoy en día no saben muy bien qué hacer con él cuando ha sido un grande) en una película española. No hay más.

El paso de la película por los cines fue un desastre, y cuando parecía que todo el mundo se había olvidado de ella, reaparece en Netflix (que recoge muchas películas defenestradas y olvidadas, cual vertedero) y es cuando me he animado a verla, esperando una comedia simpática, de usar y tirar, nada más.

Pues bien, una vez vista, puedo confirmar que es el producto olvidable que parece a primera vista, pero con nada de comedia y poca simpatía, ya que es un viaje en carretera… perdón, por el desierto, que se queda a medio gas, y que desaprovecha todos sus elementos, destacando al señor Reno.

El director nos ofrece unos paisajes preciosos, y hay planos verdaderamente logrados, como si estuviésemos ante un documental. No obstante, una vez hemos escapado del embrujo, nos damos cuenta que en las distancias cortas (diálogos y escenas de interior) la cosa cambia. Pero no es mediocre, en ningún caso.

En cuanto al guion, poco se puede destacar, ya que es la típica historia de viaje en carretera, como redención de sus personajes, para llegar a un destino final que les hará redescubrirse a si mismos. Por lo tanto, lo importante se supone que es el viaje, aunque en este caso lo más emotivo de la cinta está en sus últimos diez minutos, bastante logrados. El resto… nada nuevo luce bajo el Sol (aunque sea el de África), y todo se ve con pereza y sin que haya nada destacable.

El responsable de la película no es tonto, y sabe que no ha inventado la pólvora precisamente, y por eso ha fichado a un actor como Jean Reno (así como a Arturo Valls, que ahora iremos con ello). Lo que parecía un fichaje estrella y un buen motivo para ver la cinta, es un mero reclamo publicitario, ya que Reno interpreta al personaje más desdibujado y carente de interés de la película.

Es más, a mitad metraje, se inventan una excusa para que, prácticamente, desaparezca, y apenas aporte nada más. Se nota que es por motivos presupuestarios (ya que así tienen que pagarle menos, si no aparece tanto), pero es que su nombre ocupa el cartel como principal actor, y al final es más secundario que nadie.

Tampoco el actor hace muchos esfuerzos por ofrecer una gran interpretación, y se nota que no está cómodo hablando en castellano, sobre todo si se comparan sus escenas en ese idioma con las que habla en francés, mucho más fluido y feliz, como si fuesen dos actores en la misma película. Muy desaprovechado y decepcionante su aportación.

Hovik Keuchkerian empieza la película como el típico tipo duro que solo se queja, pero su personaje sufre una buena evolución, y la actuación es más que correcta, al igual que su compañera Susana Abaitua, que aporta frescura y buen rollo a la película.

Quique San Francisco aparece poco, pero su escasa participación resulta más que estimable y emotiva. En cuanto al bueno de Arturo Valls, aparece en dos escenas, haciendo el payaso, como a él le gusta (¿hay algo más maravilloso que te paguen por hacer lo que amas?), y

cumpliendo la misma función que Reno, es decir, ser un mero reclamo publicitario, ya que sale en el póster, cuando aparece unos 15 minutos. Puro marketing.

En conclusión, no estamos ante una bazofia, pero si ante un producto olvidable y que no aporta nada nuevo al panorama español, a pesar de algunas logradas actuaciones (no es el caso de un desganado Reno), unos preciosos paisajes y un buen final. Hay cosas mejores que ver, desde luego, y la película contaba con demasiados elementos interesantes como para acabar siendo una más. No merece la pena el viaje.

Más críticas: ocioworld.net

Es una película interesante con una buena historia principal. Las historias secundarias tampoco están mal. Pero le falta profundidad en la forma de contarlo sin llegar al sentimentalismo barato. Simpatízas cn los personajes pero le falta una continuidad al contarlo. Lo mejor narrado para mi, el final.

Creo que la mayoría damos por sentado que para disfrutar de las 'good feel movies', hay que hacer una serie de concesiones.

Incluso teniendo en cuenta dicho epígrafe, ya desde el primer acto la película no entra igual de bien que los cubatas del otro día a Hovik Keuchkerian, ya que muchos episodios no es que no sean difíciles de creer, sino que traspasan los límites de lo absurdo y del surrealismo (la frontera sin vigilancia con un coche enfrente, el robo en el que te dejen algo de gasolina en medio del desierto, la volátil voluntad de los personajes, los endebles entramados de alianzas y simpatías, cuando un no en realidad quiere decir un sí, pero hazme la pelota y déjame ir de guay el tiempo justo que exige el guión...)

Asimismo, se aprecia una tendencia a la cursilería, que salpica con regularidad un metraje, que demuestra su mejor baza en los momentos cómicos (aunque la mayoría de estos tengan un regusto amargo), género que inexplicablemente se termina abandonando en beneficio de un dramatismo que da la impresión de estar fuera de lugar, pues ni conmueve lo debido, y narrativamente alimenta la sensación de impasse.

Incluso a la hora de hacer un drama, hay ocasiones en el que el formato empleado (al fin y al cabo esto no es cine de autor) pide a gritos apostar hasta el final por un toque cómico o sarcástico para reflejar los pasajes
y las realidades más aciagas.