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El arca rusa

Drama El Marqués de Coustine, un diplomático francés del siglo XVIII con una relación de amor/odio hacia Rusia se encuentra en un viaje en el tiempo en el Palacio de Invierno de San Petersburgo -desde los tiempos de Pedro el Grande hasta nuestros días. Con él, un invisible realizador ruso (en off), que está confuso sobre la posición de Rusia en Europa. (FILMAFFINITY)
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Críticas 45
Críticas ordenadas por utilidad
12 de septiembre de 2007
117 de 124 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una apuesta tan extremadamente arriesgada como la que supone "El arca rusa" no puede dejar indiferente a nadie y por fuerza provoca reacciones en su mayoría extremas (y conste que ambos extremos tienen sus buenas razones). Ante una obra así resulta difícil mantenerse en un término medio.

Plantear un repaso a la historia de Rusia en algo más de hora y media suena a provocación, añadir que se va a hacer en un sólo plano suena a arrogancia, rematar con que el plano va a recorrer docenas de salas de un museo pobladas por más de ochocientos extras... eso ya suena a demencia.

Efectivamente, esta locura de Sokurov tiene en sus mayores virtudes su mayor defecto. Decir que es técnicamente perfecta es quedarse corto: es absolutamente impresionante. En comparación, "La soga", del genial Hitchkock, queda como un entremés. Uno se queda atrapado por la belleza de sus imágenes, pendiente de la siguiente pirueta de su director, sabiendo que cada minuto que pasa, que cada habitación que recorre, incrementa paulatinamente la dificultad de este más difícil todavía, en un crescendo que ahuyenta cualquier atisbo de hastío (conocemos el desenlace, por supuesto: si el plano hubiera fallado la cinta no hubiera llegado a estrenarse). Y al final, tras la multitudinaria escena del vals y la despedida de los asistentes, uno sólo puede descubrirse, ante Sokurov y ante el Hermitage.

Pero semejante apuesta tiene un alto precio: encorsetada por su planteamiento formal, la obra tiene como único hilo conductor el diálogo entre su protagonista y el diplomático europeo que le acompaña en un fantasmal deambular. El trayecto marca un ritmo, pero el argumento aparece borroso, apoyado además en un discurso irregular y de escasa coherencia que se ve lastrado por algún tiempo muerto en el paso de un salón al siguiente. El que la narración no siga un orden cronológico no pone las cosas más fáciles, y es evidente que Sokurov pensó en su público, pero no en el occidental. Seamos francos, el español medio es hijo del Tío Sam y sabe perfectamente qué le pasó a Custer en Little Big Horn, quiénes son The Doors o a qué jugaba Michael Jordan. Hablemos de Glinka o Pedro el Grande y ya tendremos el despiste garantizado y una trama hermética. A pesar de todo ello, suscribo las tesis defendidas por el cineasta ruso (v. spoiler), pero no se puede por menos que lamentar que no haya mayor unidad y claridad en la exposición; si la hubiera tenido, entonces sí, “El arca rusa” hubiera sido la película más destacable del último lustro, no un hermoso pseudo-documental, y ahí arriba lucirían diez estrellas.

En resumen, si es un entusiasta del cine convencional o del de palomitas, huya ya mismo. Si le entusiasman el arte clásico y barroco, o la historia de Rusia, o el cine experimental, o simplemente la demencia, (a mí las dos primeras cosas sí, las otras rara vez), entonces adelante, cruce el umbral del museo y disfrute del tesoro estético que supone este fascinante viaje.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hartmann
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25 de noviembre de 2005
129 de 162 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última maravilla de Alexandr Sokurov es este hermoso tostón, a la altura de la immensa 2001.
Cada vez que la veo le encuentro más paralelismos con el clásico de Stanley Kubrik, entre los que destacaría los siguientes:

a) es un tostón (veánla en pantalla grande y eviten la hora de la siesta, o se van a dormir)
b) es preciosista (la fotografía, el ritmo y la música convierten la história en algo casi secundario)
c) no se entiende (y no es que trate ya de ciencia ficción metafísica sinó de una onírica visita al Museo del Hermitage con bucle espacio-temporal incluido)
y d) es un prodigio técnico (aunque parezca increíble, está rodada de un tirón, mediante un sólo plano secuencia que me dejó boquiabierto... no me quité el sombrero porqué me lo había dejado en casa)

Ya aviso de que si ustedes dominan la história de Rusia, quizá reconocerán algunos zares e incluso se enterarán de lo que está pasando en algunas escenas, pero los que cómo yo carezcan de más culturilla eslava que la que me proporcionaron El Doctor Zhivago o los cerditos del Animal Farm, pues pueden limitarse a disfrutar de un espectáculo visual indudablemente bello a través de 4 siglos condensados en 90 minutos y más de 800 actores y extras correteando por 35 de las salas de uno de los museos más fantásticos del mundo.

Nota: un excelente.
Listocomics Puntocom
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1 de febrero de 2009
48 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante, un 6, con una sola frase o plano interminable, la steadycam, a tientas, en busca de una forma, queriendo vislumbrar la historia de San Petersburgo, nunca en esta cinta Leningrado, champagne de tres centurias, cada una de sus miles de burbujas retratada, aristócratas rientes, danzarines, zares, Puskhin, airado con su esposa, Pedro, furibundo, reproduciendo con su gesto el gesto de los cuadros, la realidad, qué duda cabe, imita siempre al arte, la nieve afuera, Glinka, Valeri Gérgiev batuta en mano y elegante, un europeo chuchurrío, con trazas de marqués o sifilítico incurable, se erige en falso cicerone, despistado, observa, espía casi, se extravía, testigo sordomudo, Sokurov le pone voz al Hermitage, su propia voz, la voz del director, cómo lograr que la inflexión encaje y armonice en cada movimiento planeado e imposible, cómo fundir la voz en la secuencia, sentir la misma pulsación, el mismo tiempo subjetivo, la cadencia, cuando la cámara no deja de moverse, el reflejo de la luz en el óleo de los cuadros, la cámara se escora, pintando diagonales, ahí está, jamás desaparece, ahí la tienes, puertas abiertas y cerradas, pasillos tenues, un ensueño, se diría, persiguiendo aquello que hay de Historia en el palacio, puente colgante entre la Europa de las luces y la Rusia de los zares, Catalina, el jinete de bronce, la dama de picas, la cena final de Nicolás II, el baile de Natacha, la cámara no quiere entrar en el invierno del bloqueo, ya suena la campana, acaba el recital, riadas nobiliarias hacia el exterior, los cuadros y esculturas quedan dentro, ya forman parte del museo, las salas se vacían, la cámara se hunde en el trasiego de los pasos, parece deslizarse hacia la puerta de salida, cesura o pausa, la cámara se gira y abre al Neva, no era la voz del director, ni la presencia constante de la steadycam, ni la serie de obras maestras visitadas sin un solo parpadeo, el arca mira al río, con ese cuadro abstracto, el único de la película, la cámara despega, y así comienza su viaje, un 7.
Servadac
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9 de mayo de 2008
46 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
1- Debes adquirir la capacidad de crear la imagen, hasta el punto en el que tú mismo, y tu medio de registro, la cámara, desaparezcan durante el proceso hasta quedar en nada en el resultado. Sólo así una toma pasará a denominarse imagen, y una vez erigida como tal, ser capaz de expresarse por sí misma, de forma leve o sublime, según sea tu talento escaso o admirable.

2- Una vez creada la imagen, crearás la obra. Y una vez creada ésta, la siguiente hasta alcanzar el nivel de la obra maestra (3), que no es sino el nivel cénit de una única expresión, el conjunto de tus filmes, que son muchos y uno al mismo tiempo.

4- En ningún caso debe intentar efectuarse el segundo paso sin haber solucionado el primero, a riesgo de que la cámara se revele y sea el espectador incapaz, por sus medios, de evadir su presencia en todo el metraje, produciendose la del denominado síndrome “corta de una puta vez, mamón”, que tiene lugar cuando un travelling pierde su capacidad expresiva como tal para adquirir la mera existencia funcional relacionada con la necesidad de pasar de un encuadre A a uno B.

5- En el caso de obviar los dos primeros puntos y pasar directamente al tercero, se recomienda, al menos, poner buena música.
Tomine
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15 de abril de 2010
25 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas cosas y muy inteligentes se han dicho ya en las críticas anteriores acerca de esta película, pero no por ello voy a renunciar a dejar mi pequeño y humilde aporte aquí. El diplomático francés que acompaña a la cámara con la voz de Sokurov durante todo el recorrido por el Hermitage se dedicó como muchos otros románticos de la época a dejar constancia escrita de sus viajes a lugares alejados del corazón de Europa (por entonces la zona comprendida entre París-Londres y el corazón de la actual Alemania). Efectivamente éste estuvo en Rusia allá por 1839 después de una agitada vida en la que su abuelo y padre fueron guillotinados durante el Terror a pesar de haber sido simpatizantes de la Revolución Francesa, destino al que su madre escapó por poco. Tan curiosa como acertada la elección del acompañante. Tanto el francés del siglo XIX como el ruso del siglo XXI provienen de un pasado traumático dominado por la violencia, la represión y el miedo, de modo que es natural que de un modo u otro sus caminos confluyan. Y aunque las opiniones de Custine puedan parecer las de un eslavofilista ruso aderezado con toques de liberal conservador francés este fue el modo en que el francés se expresó en su famoso libro "La Russie en 1839".

No obstante Sokurov se sirve hábilmente de su cicerone particular para entablar una lucha dialéctica que ahonda en 300 años de historia rusa buscando respuestas a multitud de interrogantes: el carácter peculiar de Rusia respecto a Europa, las contradicciones existentes entre sus clases dirigentes, la relación de Rusia con Europa, el salto cuantitativo y cualitativo que se da del siglo XIX al XX en sentido político-militar.

De este modo varias cosas llaman la atención durante nuestro recorrido. En primer lugar el tratamiento que se hace de la figura de Pedro el Grande. Del diálogo entre los dos protagonistas parece desprenderse la idea de que Rusia abandonó su camino natural en el momento que subió al trono este zar. Éste es acusado de ser un tirano a pesar de haber sido un modernizador y de haber introducido los valores occidentales en la Corte. Él fue quien rompió con el destino histórico de Rusia (visto desde una perspectiva hegeliana) al trasladar la capital del interior de Rusia, Moscú, a una nueva ciudad nacida de la racionalidad, San Petersburgo. Hay un recuerdo para las últimas encuestas de popularidad en Rusia que no dejan mal parado a Stalin cuando el francés afirma que "En Asia adoran a los tiranos, cuanto más malvados más recordados". Y al mismo tiempo exclama: "Rusia es teatro, ¡qué actores!". Con ello pretende criticar la imitación de todo lo que procedía de Europa por parte de la aristocracia y la corte, la desconfianza en los artistas propios y el desenvolvimiento de sus vidas en una realidad completamente paralela a la que vive el pueblo ruso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
davilochi
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