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Voto de davilochi:
10
7,1
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Drama
El Marqués de Coustine, un diplomático francés del siglo XVIII con una relación de amor/odio hacia Rusia se encuentra en un viaje en el tiempo en el Palacio de Invierno de San Petersburgo -desde los tiempos de Pedro el Grande hasta nuestros días. Con él, un invisible realizador ruso (en off), que está confuso sobre la posición de Rusia en Europa. (FILMAFFINITY)
15 de abril de 2010
25 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas cosas y muy inteligentes se han dicho ya en las críticas anteriores acerca de esta película, pero no por ello voy a renunciar a dejar mi pequeño y humilde aporte aquí. El diplomático francés que acompaña a la cámara con la voz de Sokurov durante todo el recorrido por el Hermitage se dedicó como muchos otros románticos de la época a dejar constancia escrita de sus viajes a lugares alejados del corazón de Europa (por entonces la zona comprendida entre París-Londres y el corazón de la actual Alemania). Efectivamente éste estuvo en Rusia allá por 1839 después de una agitada vida en la que su abuelo y padre fueron guillotinados durante el Terror a pesar de haber sido simpatizantes de la Revolución Francesa, destino al que su madre escapó por poco. Tan curiosa como acertada la elección del acompañante. Tanto el francés del siglo XIX como el ruso del siglo XXI provienen de un pasado traumático dominado por la violencia, la represión y el miedo, de modo que es natural que de un modo u otro sus caminos confluyan. Y aunque las opiniones de Custine puedan parecer las de un eslavofilista ruso aderezado con toques de liberal conservador francés este fue el modo en que el francés se expresó en su famoso libro "La Russie en 1839".
No obstante Sokurov se sirve hábilmente de su cicerone particular para entablar una lucha dialéctica que ahonda en 300 años de historia rusa buscando respuestas a multitud de interrogantes: el carácter peculiar de Rusia respecto a Europa, las contradicciones existentes entre sus clases dirigentes, la relación de Rusia con Europa, el salto cuantitativo y cualitativo que se da del siglo XIX al XX en sentido político-militar.
De este modo varias cosas llaman la atención durante nuestro recorrido. En primer lugar el tratamiento que se hace de la figura de Pedro el Grande. Del diálogo entre los dos protagonistas parece desprenderse la idea de que Rusia abandonó su camino natural en el momento que subió al trono este zar. Éste es acusado de ser un tirano a pesar de haber sido un modernizador y de haber introducido los valores occidentales en la Corte. Él fue quien rompió con el destino histórico de Rusia (visto desde una perspectiva hegeliana) al trasladar la capital del interior de Rusia, Moscú, a una nueva ciudad nacida de la racionalidad, San Petersburgo. Hay un recuerdo para las últimas encuestas de popularidad en Rusia que no dejan mal parado a Stalin cuando el francés afirma que "En Asia adoran a los tiranos, cuanto más malvados más recordados". Y al mismo tiempo exclama: "Rusia es teatro, ¡qué actores!". Con ello pretende criticar la imitación de todo lo que procedía de Europa por parte de la aristocracia y la corte, la desconfianza en los artistas propios y el desenvolvimiento de sus vidas en una realidad completamente paralela a la que vive el pueblo ruso.
No obstante Sokurov se sirve hábilmente de su cicerone particular para entablar una lucha dialéctica que ahonda en 300 años de historia rusa buscando respuestas a multitud de interrogantes: el carácter peculiar de Rusia respecto a Europa, las contradicciones existentes entre sus clases dirigentes, la relación de Rusia con Europa, el salto cuantitativo y cualitativo que se da del siglo XIX al XX en sentido político-militar.
De este modo varias cosas llaman la atención durante nuestro recorrido. En primer lugar el tratamiento que se hace de la figura de Pedro el Grande. Del diálogo entre los dos protagonistas parece desprenderse la idea de que Rusia abandonó su camino natural en el momento que subió al trono este zar. Éste es acusado de ser un tirano a pesar de haber sido un modernizador y de haber introducido los valores occidentales en la Corte. Él fue quien rompió con el destino histórico de Rusia (visto desde una perspectiva hegeliana) al trasladar la capital del interior de Rusia, Moscú, a una nueva ciudad nacida de la racionalidad, San Petersburgo. Hay un recuerdo para las últimas encuestas de popularidad en Rusia que no dejan mal parado a Stalin cuando el francés afirma que "En Asia adoran a los tiranos, cuanto más malvados más recordados". Y al mismo tiempo exclama: "Rusia es teatro, ¡qué actores!". Con ello pretende criticar la imitación de todo lo que procedía de Europa por parte de la aristocracia y la corte, la desconfianza en los artistas propios y el desenvolvimiento de sus vidas en una realidad completamente paralela a la que vive el pueblo ruso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Sin embargo a pesar de que el francés critica la falta de originalidad de los rusos (cuando él escribió apenas comenzaban a vivir Tolstoi, Tchaikovsky, Goncharov o Dostoyevsky, por citar algunos), se observa su rechazo y la desconfianza hacia todo lo que de allí provenga como producto del prejuicio. Europa no es capaz de entender a Rusia porque la nota distante, diferente y eso le desconcierta y le produce ese rechazo. Occidente considera a Rusia incapaz de ser sensible y original (lo vemos cuando discuten por el origen de los músicos de la orquesta o de una pieza de música clásica, el francés opina que todos los compositores son alemanes y que los músicos deben ser italianos; aquí queda la crítica de Sokurov a una Europa que se ha pasado la vida mirándose el ombligo).
Respecto al periodo soviético el ruso le dirá al francés que "Nuestra Convención duró 80 años". Y la comparación entre la Convención y la Revolución Rusa no podría ser más acertada. Tanto el terror ruso como el francés encuentran una buena explicación en la presión de las potencias internacionales y en la amenaza interna contrarrevolucionaria. 80 años dominados por una represión permanente (en la reunión que mantienen los tres conservadores del Ermitage uno de ellos dirá que "Quieren que haya bellotas sin robles", refiriéndose a las trabas impuestas a la creación artística durante el periodo soviético) con agudos episodios de terror desencadenado por el Estado. Después el francés le preguntará a su interlocutor acerca del sistema político actual en Rusia a lo cual le contestará: "No lo sé", reflejando las incertidumbres respecto al presente en el gigante del este.
Al mismo tiemop el francés se va a ver sorprendido por el nivel que alcanzaron las guerras y la política en el siglo XX. Respecto al cerco de Leningrado por los alemanes que costó un millón de vidas afirmará "Demasiado caro...", a lo cual el ruso responderá que "En Rusia la libertad no tiene precio". Los rusos tuvieron el orgullo de conservar la posibilidad de ser libres, lo cual no quita para que el siglo XX sea presentado como un momento gris y sembrado de cadáveres, cuerpos, ataudes y muerte.
El final contiene uno de los más bellos y profundos viajes del cine. La aristocracia rusa era la encarnación de los valores ilustrados, del sentido común y el equilibrio, el garante de la paz y la estabilidad. Sin embargo "Parece que todo esto fuera un sueño". Un mundo entero se vino abajo en 1917. No obstante "Estamos destinados a navegar por siempre, a vivir por siempre", porque pase lo que pase, por mal que vayan las cosas Rusia siempre vivirá y saldrá adelante. Al final el museo aparece rodeado por el mar, a modo de una gigantesca isla. Un reflejo del aislamiento, de la peculiaridad y de la preservación de la cultura rusa frente a la adversidad.
Respecto al periodo soviético el ruso le dirá al francés que "Nuestra Convención duró 80 años". Y la comparación entre la Convención y la Revolución Rusa no podría ser más acertada. Tanto el terror ruso como el francés encuentran una buena explicación en la presión de las potencias internacionales y en la amenaza interna contrarrevolucionaria. 80 años dominados por una represión permanente (en la reunión que mantienen los tres conservadores del Ermitage uno de ellos dirá que "Quieren que haya bellotas sin robles", refiriéndose a las trabas impuestas a la creación artística durante el periodo soviético) con agudos episodios de terror desencadenado por el Estado. Después el francés le preguntará a su interlocutor acerca del sistema político actual en Rusia a lo cual le contestará: "No lo sé", reflejando las incertidumbres respecto al presente en el gigante del este.
Al mismo tiemop el francés se va a ver sorprendido por el nivel que alcanzaron las guerras y la política en el siglo XX. Respecto al cerco de Leningrado por los alemanes que costó un millón de vidas afirmará "Demasiado caro...", a lo cual el ruso responderá que "En Rusia la libertad no tiene precio". Los rusos tuvieron el orgullo de conservar la posibilidad de ser libres, lo cual no quita para que el siglo XX sea presentado como un momento gris y sembrado de cadáveres, cuerpos, ataudes y muerte.
El final contiene uno de los más bellos y profundos viajes del cine. La aristocracia rusa era la encarnación de los valores ilustrados, del sentido común y el equilibrio, el garante de la paz y la estabilidad. Sin embargo "Parece que todo esto fuera un sueño". Un mundo entero se vino abajo en 1917. No obstante "Estamos destinados a navegar por siempre, a vivir por siempre", porque pase lo que pase, por mal que vayan las cosas Rusia siempre vivirá y saldrá adelante. Al final el museo aparece rodeado por el mar, a modo de una gigantesca isla. Un reflejo del aislamiento, de la peculiaridad y de la preservación de la cultura rusa frente a la adversidad.