Haz click aquí para copiar la URL
Críticas de Hartmann
1 2 3 >>
Críticas 15
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
6 de julio de 2011
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
El año de su estreno esta cinta hizo pasar una hora y media realmente fascinante a un niño, pero varios años más tarde una película que era exactamente la misma fotograma por fotograma provocó un recital de carcajadas en un adulto. De haber sucedido al revés, me habría preocupado seriamente. Y es que por más que se diga, las películas no cambian: cambia el público, y cuando afirmamos que una cinta ha envejecido nos limitamos a usar una gastada licencia poética para intentar quitarnos años de encima.

Si los italianos fueron capaces de dejar obras notables al imitar al cine norteamericano en géneros como el oeste o el terror, en la ciencia ficción los resultados fueron casi siempre catastróficos. Y no es que “Choque de Galaxias” sea la excepción, ni mucho menos, pero de entre toda la chatarra parida tras la estela de “La Guerra de las Galaxias” merece destacar por los siguientes puntos:
Caroline Munro. Musa de la Hammer y que aquí vuelve a demostrar que sus dotes físicas son inversamente proporcionales a su talento interpretativo.
Christopher Plummer. El principal responsable del pésimo nivel de los efectos especiales y del tropel de chicas en bikini, ya que su sueldo se comió el presupuesto para maquetas, decorados y vestuario. Su arenga final mirando a cámara es uno de los alegatos más estremecedores contra el consumo de drogas que se haya filmado jamás.
David Hasselhoff. Debutaba en un título a su altura para demostrar que la suya ha sido la carrera más constante de la Historia del Cine: siempre ha sido igual de malo.
John Barry. Deja una muy meritoria banda sonora que hubiera ganado un par de puntos si hubiera prescindido de unos arreglos setenteros. Años después, una elaborada variación del tema central le valdría el Oscar por “Memorias de África”.

Al margen de esta colección de curiosidades, y pese a todos sus abundantes y clamorosos defectos, la cinta de que hablamos, como casi todo el subgénero al que pertenece, tiene una gran virtud: no ofende (o muy poco) No tuvo un presupuesto multimillonario, su taquilla fue discreta, no ganó ningún premio y nadie la considera una referencia de culto para público o crítica. En todos los ámbitos ocupa el lugar que se merece. En cambio, cosas como “La amenaza fantasma” o “Transformers 2” (seguro que pueden añadir docenas de títulos más a la lista, no se corten, hay mucho donde escoger) son bodrios perfectamente equiparables a poco que rasquemos bajo la costra de millones con la que intentan ocultar sus muchas vergüenzas. Y sólo en su promoción se (mal)gasta más dinero del que costó una película que, precisamente por su falta de medios, puede al menos disfrutarse como una inocua gamberrada perpetrada por unos tipos conscientes de que el talento no se puede comprar, ni disimular, a golpe de talonario. Cozzi y compañía no estafaron al personal forrando su chapuza galáctica con billetes, y eso ya es algo de agradecer en estos días de nuevos ricos sin oficio… ni vergüenza.
(Sigue en el spoiler).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hartmann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
21 de junio de 2009
64 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un sutil plano secuencia nos muestra a un vaquero descansando junto a un pequeño fuego de campamento en medio el desierto. Un lejano rumor rompe el silencio del paisaje. Cuando el hombre alza la cabeza, ve sobre él las estelas de tres reactores que surcan los cielos con rumbo desconocido. En apenas unos segundos y dos planos Miller ya ha definido el tema de este título con una excelente lección de síntesis. “Los valientes andan solos” es, por su naturaleza y su enfoque narrativo, un western crepuscular, un cortante análisis del cambio producido en el tránsito del mundo pionero y fronterizo a la nueva sociedad industrial, y de cómo ese cambio ha dejado en la cuneta a un nutrido grupo de inadaptados a los que la Historia ha cogido con el ritmo cambiado.

Jack, el protagonista y parte de ese grupo, está abocado al trágico destino del que se sabe perteneciente a un modo de vida en extinción, cada vez más ahogado por el cerco asfaltado de fronteras, muros, leyes y burocracia que la sociedad moderna impone de manera inexorable. En muchos aspectos, este testarudo hombre de la frontera que afronta su particular duelo con la ley preludia de manera brillante a esos personajes inadaptados y excluidos que años más tarde vertebrarían con su violento periplo la mayoría de los títulos de Peckinpah (sin olvidar al John Rambo de “Acorralado”). Para él no existen clases ni etiquetas, tan sólo personas que se definen por sus obras, una mentalidad que choca frontalmente con una sociedad cuadriculada obsesionada por la catalogación y las normas. Lógico que este vaquero anacrónico se sienta extraño entre sus congéneres y sólo encuentre la liberación cabalgando por paisajes aún salvajes a lomos de su yegua Whisky, tan temperamental y tozuda como la naturaleza que les rodea y de la que el animal es una excelente metáfora (incluyendo ese miedo cerval a las carreteras).

En lo formal, Miller firma un trabajo más que solvente, rodado en un áspero blanco y negro que contribuye a resaltar lo agreste del escenario en que se desenvuelve la trama. Obra notable en su discurso y estructura, con dignas escenas de acción alejadas del exceso pirotécnico, gana lustre también gracias a un acertado reparto encabezado por un enérgico Kirk Douglas y un resignado Matthau, luchador uno, condescendiente el otro, unidos por su escepticismo ante el sistema pero separados (y enfrentados) por la actitud con la que uno y otro lo manifiestan. Una cálida Gena Rowlands y un interesante plantel de secundarios completan el cuadro con nota alta. Trumbo lima las aristas de su guión con la humanidad que destilan sus personajes y con un gratificante sentido del humor del que son excelentes ejemplos la pelea en la comisaría y algunas frases con mordiente, como la del sheriff a su ayudante:

-¿Recuerda a la chica de L. Hill que encontramos boca abajo con un cuchillo en la espalda y el forense certificó suicidio?

Película más que apreciable pese a no ser de las más conocidas de Douglas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hartmann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
21 de mayo de 2009
196 de 286 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayn Rand, autora del guión de esta película (y de la novela que dio origen a ambos), está considerada como una de las referencias del pensamiento liberal del siglo XX, sobre todo en su país de acogida, EEUU. En principio el carácter marcadamente ideológico de su obra no debería presentar mayor inconveniente de no ser porque en este caso la exposición de sus ideas consigue carcomer toda la estructura narrativa. Que una película implique una carga ideológica no la convierte automáticamente en programa político, pero este título carece de la entidad y la sutileza imprescindibles para remontar su carácter doctrinario: en efecto, cada monólogo es un discurso, cada frase una arenga, cada diálogo un manifiesto. Y lo que es peor, el mensaje se repite de manera constante y sin variaciones que justifiquen tanta reiteración. Lo que le endosaron a Vidor, más que un guión, fue un panfleto.

Con semejantes cimientos resultaba difícil erigir una obra destacable, más cuando Rand marcó en corto el trabajo del director. Pero lo cierto es que a los defectos (individuales) de la guionista se sobrepusieron los aciertos (colectivos) de un equipo de incuestionable talento que fue capaz de capear el temporal demostrando su valía incluso sobre las carencias argumentales. Entre los intérpretes, Cooper sabe convertir a su estereotipo en un ser de carne y hueso; la prueba es que casi logra convencernos de que su testarudez es integridad, su arrogancia altura de miras y su egoísmo cuestión de principios. Patricia Neal arranca con un registro dubitativo y sobreactuado, pero cobra aplomo a medida que avanza el metraje hasta lograr aguantar el tipo ante sus contrapartidas masculinas. Pero si hay un rey de la función ése es Raymond Massey, soberbio como el cínico mecenas del arquitecto, único papel de cierta enjundia y que se ve ayudado por la mordacidad de sus diálogos para desmarcarse del esquematismo. La dirección de Vidor peca en ocasiones de ese exceso de énfasis a que era tan dado, pero en conjunto resulta brillante: memorable el encuentro en la cantera, en el que la tensión entre la pareja protagonista se plasma en un magistral juego de planos y encuadres en el que Cooper da la réplica a la pose de superioridad de Neal (subrayada por el contrapicado) a golpe de aplomo; y destacable también la despedida final en el despacho del director del periódico con ese plano general que subraya la soledad del que se sabe derrotado. Pero tales logros en lo formal hubieran resultado imposibles sin el concurso de la magistral fotografía de Burks, que convierte cada fotograma en un estudio de luces y contrastes sólidamente apoyado en la eficaz partitura de Steiner.

Paradójicamente, el éxito de esta compenetración del equipo responsable de la cinta constituye en sí mismo la refutación de las tesis ideológicas que nos plantea su guionista, y es lo que justifica el visionado de una obra que sobre mejores cimientos podría haber ganado mayor altura y llegar a clásica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hartmann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
7
22 de septiembre de 2007
40 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carpenter ha sido uno de los mejores artesanos que el género fantástico ha dado en las últimas décadas pese a que sus últimas obras hayan ido perdiendo el lustre que lucieron en los ochenta. Puede que la nostalgia haya influido positivamente al valorar este título, pero lo cierto es que, revisándolo, conserva intactas sus cualidades.

“Golpe en la Pequeña China” es un cachondeo dentro del cine de entretenimiento, pero un cachondeo genial, muy por encima del promedio de un género que ya entonces anunciaba su declive. Carpenter supo diferenciar entre ser un director que hace su trabajo con frescura y otro que es sencillamente un fresco. Hoy, por desgracia, abundan más los segundos, y hasta él ha militado entre ellos ocasionalmente.

Y es que veamos: ¿cómo salir airoso de un guión imposible con milenarios mandarines malditos afincados en San Francisco que sólo pueden redimirse tomando por esposa a una china de ojos verdes, con una periodista entrometida secuestrada por una banda de macarras asesinos y encerrada en el inframundo, con un camionero impresentable al rescate (de su camión, no de ella), con monstruos salidos del averno, magos orientales que trabajan como guías de autobuses turísticos, artes marciales, un trío de villanos con superpoderes…?

Primero, no tomándose las cosas en serio y parodiando alegremente las claves del género, y eso significa reírse de uno mismo sin reírse por ello del público (v. spoiler).
Segundo, rodando con oficio y eficacia, especialmente en las escenas de acción, y haciendo que todo fluya con naturalidad, sin pretensiones innecesarias.
Y tercero, poblando la historia con un elenco de personajes con gancho y carisma que dan coherencia a tan ecléctica amalgama: matricula de honor para Jack Burton, interpretado por un impagable Kart Russel que acierta de pleno con el registro chulesco, patoso y arrogante de un “héroe” que, cuando arregla algo, lo hace de casualidad... aunque de tarde en tarde los reflejos le echen algún cable. Notable para la belleza de ojos verdes de una Kim Catrall que sabe dar la réplica en todo momento a tan engreído moscón y con el que genera una química estupenda, en la que fastidio y atracción alternan sin rechinar. Y aunque es cierto que sin ellos la película perdería un par de puntos, sería injusto obviar a un plantel de secundarios a los que Carpenter sabe retratar con agilidad y apenas un par de trazos, los justos para que hagan su papel sin parecer meros estereotipos.

Sumémosle los decorados más horteras de la historia del fantástico, un excelente maquillaje, unos más que dignos efectos especiales, un villano más malo que la tiña pero capaz de mostrar debilidades y anhelos, y un ritmo que no deja un segundo de descanso al espectador, y tendremos un producto brillante, para entretenerse sin complicaciones pero sin que ello implique que le tomen a uno por idiota.

Está claro, este Carpenter disfrutaba haciendo cine, y al hacerlo nos hacía disfrutar a los demás.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hartmann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
12 de septiembre de 2007
117 de 124 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una apuesta tan extremadamente arriesgada como la que supone "El arca rusa" no puede dejar indiferente a nadie y por fuerza provoca reacciones en su mayoría extremas (y conste que ambos extremos tienen sus buenas razones). Ante una obra así resulta difícil mantenerse en un término medio.

Plantear un repaso a la historia de Rusia en algo más de hora y media suena a provocación, añadir que se va a hacer en un sólo plano suena a arrogancia, rematar con que el plano va a recorrer docenas de salas de un museo pobladas por más de ochocientos extras... eso ya suena a demencia.

Efectivamente, esta locura de Sokurov tiene en sus mayores virtudes su mayor defecto. Decir que es técnicamente perfecta es quedarse corto: es absolutamente impresionante. En comparación, "La soga", del genial Hitchkock, queda como un entremés. Uno se queda atrapado por la belleza de sus imágenes, pendiente de la siguiente pirueta de su director, sabiendo que cada minuto que pasa, que cada habitación que recorre, incrementa paulatinamente la dificultad de este más difícil todavía, en un crescendo que ahuyenta cualquier atisbo de hastío (conocemos el desenlace, por supuesto: si el plano hubiera fallado la cinta no hubiera llegado a estrenarse). Y al final, tras la multitudinaria escena del vals y la despedida de los asistentes, uno sólo puede descubrirse, ante Sokurov y ante el Hermitage.

Pero semejante apuesta tiene un alto precio: encorsetada por su planteamiento formal, la obra tiene como único hilo conductor el diálogo entre su protagonista y el diplomático europeo que le acompaña en un fantasmal deambular. El trayecto marca un ritmo, pero el argumento aparece borroso, apoyado además en un discurso irregular y de escasa coherencia que se ve lastrado por algún tiempo muerto en el paso de un salón al siguiente. El que la narración no siga un orden cronológico no pone las cosas más fáciles, y es evidente que Sokurov pensó en su público, pero no en el occidental. Seamos francos, el español medio es hijo del Tío Sam y sabe perfectamente qué le pasó a Custer en Little Big Horn, quiénes son The Doors o a qué jugaba Michael Jordan. Hablemos de Glinka o Pedro el Grande y ya tendremos el despiste garantizado y una trama hermética. A pesar de todo ello, suscribo las tesis defendidas por el cineasta ruso (v. spoiler), pero no se puede por menos que lamentar que no haya mayor unidad y claridad en la exposición; si la hubiera tenido, entonces sí, “El arca rusa” hubiera sido la película más destacable del último lustro, no un hermoso pseudo-documental, y ahí arriba lucirían diez estrellas.

En resumen, si es un entusiasta del cine convencional o del de palomitas, huya ya mismo. Si le entusiasman el arte clásico y barroco, o la historia de Rusia, o el cine experimental, o simplemente la demencia, (a mí las dos primeras cosas sí, las otras rara vez), entonces adelante, cruce el umbral del museo y disfrute del tesoro estético que supone este fascinante viaje.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hartmann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
1 2 3 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow