Amante por un día

Tras la preciosa L'ombre des femmes, Philippe Garrel vuelve a las pantallas francesas con L'amant d'un jour. El cineasta cierra así una trilogía comenzada en 2013 con La jalousie, trilogía en la que capta los detalles nimios de distintos sentimientos sirviéndose de una magnífica imagen en blanco y negro y de metrajes de apenas hora y cuarto. Historias que van al grano, películas que se dedican más a describir momentos personales mediante el sumo cuidado de la imagen sin necesidad de sobrecargar la acción, reconducida de vez en cuando por un narrador.

L'amant d'un jour es la historia de una chica que tras dejar a su novio se va a vivir con su padre. Al llegar a la casa descubre que su padre sale con una de sus alumnas, teniendo ambas la misma edad. La hostilidad inicial de la situación se va transformando en un acercamiento que tiende puentes entre los diferentes caracteres y sentimientos del trío. Garrel,discípulo directo de la Nouvelle Vague, da rienda suelta a su estilo con una de las fotografías más cuidadas de los últimos años.

Como de costumbre, todo en la película gira en torno al deseo y la tristeza. Más que un retrato de los personajes, Garrel intenta captar la evolución de las alegrías y las torturas de cada uno de ellos. La falta de retención sin emitir ningún juicio siendo la tónica habitual que hace que la libertad de los personajes confluya con la libertad del propio director. Un artista que no tiene reparos al firmar peliculas tan sencillas pero que precisamente por su simpleza, vuelven evidentes los tormentos más complicados. Una experiencia liberadora para el espectador.

Descubro con este film que cierra una trilogía cuyas dos entregas anteriores no he visto, a Philippe Garrel, un cineasta surgido en la "nouvelle vague" francesa, en tiempos de esa primavera del 68 mítica de la que ahora se celebra su medio siglo de existencia. El cine como otras muchas artes abrió una nueva puerta a la libertad de expresión artística, a la experimentación con la forma de contar las mismas cosas de siempre.

Y sin referencias comparativas con el resto de su obra no puede menos que quedarme prendado de su forma de narrar, de su capacidad de síntesis, de sus encuadres y su puesta en escena minimalista, de su economía de recursos haciendo de la necesidad virtud. Garrel, cineasta integral (director, guionista, montador, fotografía) maneja los recursos narrativos y estilísticos con maestría de orfebre. Se apropia de los tiempos y de los espacios para narrar una historia  universal sobre los vaivenes del amor, perennes en cualquier sistema de convivencia por muy liberal que este sea. Una fotografía en un blanco y negro utilitario acaba por ofrecer una belleza sutil y delicada de la mano de Renato Berta y un par de actrices sobresalientes (revelación de Louise Chevillot en su primer trabajo en pantalla) expresarán ´con acierto aquellos catorce versos inmortales de Lope de Vega sobre el amor. Quién lo probó lo sabe.

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La sugerente fotografía en blanco y negro ayuda a creer que este tratado personal sobre los celos, que realiza Philippe Garrel, es algo que sucedió en el siglo pasado. Y lo cierto es que, aunque el tema es atemporal, los sucesos son contemporáneos.
La ruptura sentimental lleva a refugiarse a una joven al piso que su padre, profesor universitario, comparte con su última pareja, una estudiante de su misma edad.

La naturalidad y el sentido común presiden, en teoría, y en principio, la cohabitación del catedrático con su apasionada amante y su hija dolorida. La abierta, comprensiva y liberal educación, de unos y otros, se irá agrietando a medida que las sospechas van ensombreciendo los victimizados egos de cada cual.
La supuesta y ejemplar modernidad sentimental saltará por los aires en el momento que la invasión de territorios prohibidos (y todos tenemos una lista), es demasiado amenazadora.

Es la primera obra que me llega del minimalista director francés, pero no será la última que caiga en mi zurrón. Su estilo sincero y directo me parece una buena alternativa en estos tiempos en que, más que nunca, tienen vigencia las palabras de Diderot: "Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga". L'amant d'un jour, es cinéma vérité.

Un blanco y negro formidable y unas interpretaciones muy ajustadas abren el telón y despiertan el interés en el primer tramo de película. Los diálogos entre los tres personajes principales, casi siempre entre dos de ellos, sin participación del un tercero, están enmarcados dentro de las relaciones personales, a veces en el plano general, en otras ocasiones en las relaciones de pareja y en otras, en las más, en las relaciones de los mismos personajes con otras parejas. Todo esto puede parecer pretencioso pero no lo es para nada. Interesan esos diálogos del padre con la hija, de la hija con la amante del padre, de la amante y de la hija. Los personajes hablan, reflexionan y todo lo que comentan parece que tiene sentido, que es de verdad. Lo mejor, la interpretación de Chevillotte, actriz que además dota de sensualidad un personaje que lo pide a gritos. El metraje de la película, inusualmente corto, ayuda a que nos levantemos de la butaca como de esas comidas o cenas gratas en las que hemos comido lo justo o un poquito menos. No sé ustedes, pero a mí el cine francés casi nunca me decepciona.

Después de haberme planteado que el uso del blanco y negro, la voz en off, la naturalidad del tratamiento visual, y la historia centrada en el amor, el sexo y la infidelidad, me transportaban a la Nouvelle Vague, he dudado entre el homenaje, el anacronismo y la pretenciosidad para justificar el viaje. Sin embargo, no me he decantado por ninguna de esas ideas. Y me digo que no lo he hecho porque mi planteamiento debe ser erróneo. En realidad, solo debería decir que la película me ha resultado interesante, reflexiva y sencilla. Y creo que es decir mucho para lo poco que sentí en la butaca durante la proyección, muy poca emoción me digo ahora.