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Papeles en el viento

Comedia Tres amigos (Peretti, Echarri y Rago) deberán hacerse cargo de la hijita de El Mono (Diego Torres). Organizan entonces una estafa impensable en el mundo de la compraventa de jugadores de fútbol. (FILMAFFINITY)
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
14 de enero de 2015
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Papeles en el Viento es una entretenida comedia sobre la amistad, la palabra empeñada y la pasión futbolera. La película suma un elenco acertado, un director popular y la temática de un escritor como Sacheri, conocedor del paño y sus códigos.
La trama tiene algunos agujeros y ciertos chistes predecibles, además de una moral poco ecuánime, según la cual, la clase media venida a menos, puede estafar pero con buenas intenciones.
Con el fútbol de por medio, la película se permite una buena dosis de machismo y también algunos chivos comerciales. El humor no excluye una mirada bastante crítica a los tejes y manejes del mundo del fútbol, con sus representantes chantas, algunos periodistas manipuladores de opiniones a cambio de dinero y jugadores panqueques, que pintan un día para delanteros y otro para zagueros. Aunque toda la trama es para poner a prueba la fidelidad y resistencia del vínculo amistoso de los protagonistas.
La película incluye un reparto interesante, donde sobresale Pablo Rago con un rol diferente a los realizados hasta el momento, tanto en su composición como en su apariencia física, y bien secundado por Peretti, Echarri y Torres. Cabe mencionar la eficaz participación de Daniel Rabinovich (del grupo Les Luthiers) en el rol del periodista deportivo.

"Papeles en el viento" intenta un tipo de película que Hollywood hace muy bien: las que tienen que ver con el deporte y los sentimientos. La historia es simple pero emotiva y con agregados criollos, de esos que Eduardo Sacheri sabe colocar en el momento justo y que impactan en mucha gente que no suele leer pero sí interesarse por historias de barrio, en las que puede reconocerse, entretenerse y emocionarse. Son relatos especiales, rezumantes de melancolía futbolera, amigos con códigos y otros estereotipos, antes patrimonio exclusivo del tango y que actualmente son potenciadas por los medios de comunicación.

Como en Campanella y Sacheri, el tema de las pasiones: la amistad y el fútbol están muy unidos y conllevan el respeto a la palabra dada, el recuerdo siempre presente del amigo; casi ingenuidades... pero igualmente conmovedoras aunque se le vean las costuras y su considerable dosis de misoginia, compensada con el afecto hacia la niña aunque las esposas parecen compartir el mismo perfil antipático de las suegras. Nada con lo que el público masivo no esté de acuerdo, sino por el contrario que celebra y sigue con simpatía hasta el final.
rouse cairos
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13 de enero de 2015
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eduardo Sacheri es un profesor de historia de escuela secundaria que llega a la literatura por métodos no tradicionales, sus cuentos se leían en un programa de radio, con mucho éxito comenzaron a ser solicitados por los oyentes, que pedían donde podían conseguir el libro, sin embargo dicho libro no existía, un caso extraño donde los lectores querían “comprar” y no un autor pretendiendo “vendérselos”.
Con el tiempo sus libros se han vendido con éxito y ha continuado con la docencia, la mayoría de sus excelentes cuentos están atravesados por la amistad como un “valor” que en tiempos de libre mercado y globalización muchas veces se pierde.
Precisamente la “amistad” como “valor” es rescatada en “Papeles en el viento”, el guion está bien, tratando de resumir muchas cosas que aparecen en la novela original, se ha tratado de adaptar el guion lo mejor posible, pero algunas cosas se pierden.
Los actores están muy bien elegidos y el ritmo de la película que al principio le cuesta arrancar, después se sostiene.
Es una película esencialmente para varones de más de 30 años, esposas y novias pueden acompañar, pero no está pensada para ellas.
Los hinchas del Club Atlético Independiente de Avellaneda van a estar de parabienes.
Es una película que tiene muchos giros idiomáticos muy argentinos, quienes no son de estos lares les puede resultar muy divertidos o directamente incomprensibles.
El mal llamado cine popular ha sido muchas veces denostado por la crítica cinematográfica, situaciones donde aparece el barrio, la barra, el futbol o la amistad como valores son menospreciadas como un género menor, sin embargo forman parte de lo cotidiano, en la vida de la gente común.
Creo que la película cierra y hay que verla.
En síntesis es una película para disfrutar, sin demasiado análisis, hay un millón de películas para “pensar”, hay pocas que nos trasladan al territorio de la infancia.
Guillermo Herrera
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8 de mayo de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¿Qué le dejo yo a mi hija?" Tres fantásticos amigos que la querrán toda su vida, como si fuera su propia hija.
La fuerza de la amistad, en los malos momentos, como motor de arranque y base de un argumento que se mueve entre el dolor presente y el recuerdo de un pasado más halagüeño, la pérdida de ese hermano querido que causa tristeza y añoranza y que es obligación moral y leal hacia la promesa hecha, cuidar de una niña a la que hay que transmitirle la pasión por el fútbol, el amor por los colores del equipo, ese delirio y adrenalina que reúne a los colegas, domingo tras domingo, en una deliciosa rutina de viaje, compra de entradas y disfrute del maravilloso y cálido ambiente de los papeles en el viento, suspendidos en el aire, cuando salen los jugadores al campo y la emoción del espectáculo está por empezar, esa sabiduría de cháchara incesante, conversación intrascendente de quienes son expertos entrenadores del deporte del pie, encubierto, que llena las horas, refuerza los vínculos y es exquisitez de vida por levantarse cada mañana a la espera de ese día.
Legar la herencia entusiasta del patriarca desaparecido a su descendencia y asegurar su bienestar económico -por inversión desacertada del susodicho que se lo juega todo a una carta mal jugada- es el cuerpo de un guión flojo, débil, de buenas intenciones pero escaso que aborda el sentimentalismo y la desesperación de quien engaña, miente, traiciona y hace lo que haga falta por cumplir su palabra y donde, la presencia del deporte rey, es mera excusa y anécdota en la que apenas se incide, ligereza y modestia como adjetivos principales de un equipaje que opta por la suavidad para escapar de lo complicado, simplicidad que no ahoga, sencillez que no asfixia pero, a la vez, impiden profundizar en un relato que pasa por encima de las cosas serias, que relega el tormento a un lado para centrarse en entretener y divertir a la audiencia, habilidad en la que tampoco acierta con consistencia pues sólo ofrece gotas superfluas, pinceladas nimias de un humor, presunta comedia, ausente en la mayoría del trayecto trazado.
Trama que realza el lema "Todos para uno, uno para todos", sin límites, ni disculpas y hasta el final, pase lo que pase, sólo brevemente se disgrega y surgen discrepancias, en el sólido equipo A, para crear una escasa tensión y rebeldía que, prontamente, se resuelve siendo lo que sustenta y mantiene al filme el arte y talento de sus intérpretes -Peretti, Rago y Echarri- , un armonioso trío que con su sincera y cómoda actuación se ganan la atención del público ya que, por mucho que se les aprecie y coja cariño, la levedad es estandarte que define su contenido y sustancia, andadura sin muchos contratiempos ni excesiva motivación, honradez que no eleva, en demasía, su voltaje.
Una comandancia de los miembros de la orquesta que disimula carencias de la obra representada y de quien lleva la batuta en la dirección, sabor medio que no alcanza grandes cuotas pero evita el pasteleo, no solicita gran interés ni gran esmero en su observación y seguida, atención gratuita que se entrega sin peaje, que va y viene sin problemas según alicientes para obtener una media prototipo -están bien, puede verse, gusta sin esfuerzo- que agrada según ocasiones aunque, sin grandes alteraciones ni enormes sentimientos.
Poca estela de ínfima huella para el acostumbrado encanto y delicia que se desprende, en general, al visionar el sugerente cine argentino, neutralidad que no logra caldear pero tampoco hace huir al personal, da para pasar un tiempo agradable de tenue compás y emociones al dente, sin excesiva cocción, agilidad en las formas y simpatía fácil de entregar, carácter moderado de suavidad grata para la importante misión que se ha de llevar a cabo pues ¿hay crimen mayor que tu hijo sea del Racing siendo tú del Independiente?, ¿desprecio mayor al legado paterno que ser aficionado del Boca y tu prole del River, ser merengue y tu hijo amado colchonero o, pero aún, culé convencido?
¡Un poquito de por favor!, que hay detalles que maltrechan al corazón e imperdonables amores que duelen en el alma.
Hay que asegurar la aficionada herencia no sea que se pierda o mancille al caer en errónea esencia o, el colmo del despropósito, la desgana e inapetencia hagan acto de presencia en un espíritu que ignora y olvida el valor de sus raíces ya que ¿qué opción es más desastre total?, ¿qué no le guste el fútbol o sea del eterno rival?

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
lourdes lulu lou
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3 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película podría, con algo de esfuerzo, avivar sentimentalismos, la amistad es puesta a prueba nuevamente cuando viene el tema del dinero. El argumento de Echarri es un poco flojo: se afinco mas en el tema del fútbol, que no puede faltar en casi ninguna película argentina y ya se pasa de trillado, para de esa forma abandonar el tema principal y el personaje para el cual todos los esfuerzos de este grupo de amigos iban dirigidos, una niña huérfana de padre con una madre interesada y arpía. Por otra parte, si se puede aplaudir la dirección, tomas interesantes y de calidad, puestas en plano con poco que envidiar, que hicieron que el no tan impresionante guión tomara algo de vida.
Ricardo Garcia
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31 de enero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los preliminares son los de siempre. Apuras el café antes de entrar en la sala, das tu nombre y el del medio al que representas al encargado de la distribuidora, te metes y ahí te encuentras con el habitual puñado de caras familiares. A algunas de ellas las odias, otras te despiertan poco más que indiferencia y a otras cuantas les tienes un cariño especial. Con éstas últimas te vas, porque ¿cómo vas a renunciar a la buena compañía? Intercambiáis algunos ''Buenas...'' y ''¿Qué tal todo?'' de rigor y os ponéis un poco al día. Por interés sincero y por (re)llenar un poco el siempre incómodo silencio previo a la proyección. Quizás también por aquel tic hobbit de acomodarse en la rutina. Estás haciendo simplemente lo que hay que hacer. El horario y el escenario marcan muy bien (demasiado) la pauta a seguir. Entonces, ¿pa' qué complicarse? Aupa el piloto automático, pues, que es pronto y al cerebro le cuesta lo suyo despejarse... Hasta que se te agota la batería de formalismos, de modo que carraspeas. Una, dos y tres veces. Buscas por enésima vez la postura óptima en la butaca, te pasas la lengua por el paladar en busca de ese último ''paluego'' cafetero y, gracias a Diego, se apagan las luces y se enciende el proyector.

Y justo cuando creías (porque eres así de inocente) que la pantalla te iba a servir de punto de partida para la evasión, te topas con una escena extrañamente familiar. En un coche van tres hombres y una niña. El avance del vehículo es lento a causa del embotellamiento en el que se encuentra. Sin embargo, todo se sucede con una tranquilidad pasmosa. Lo que para el resto de mortales serían las circunstancias ideales para coger una escopeta recortada y pegar tiros a diestro y siniestro, para los personajes que estamos viendo es la excusa ideal para relajarse y disfrutar de uno de esos cálidos (no por la temperatura) y dulces (no por el sabor) momentos en familia. Pues ya está, tenemos a tres amigos de toda la vida en un coche, acompañados por la hija de un cuarto, quien por desgracia hace poco que les ha dejado para siempre. Esto último, no obstante, nos lo han tenido que contar poco después, porque como se ha dicho, en la escena en la que ahora mismo nos encontramos, impera el buen rollo. Nada especial, lo cual, precisamente, hace que el momento tenga su toque de magia. Miradas furtivas entre los pasajeros y a través de las distintas ventanillas, silencios (nada incómodos, éstos) y algún que otro comentario que llena, pero que en cualquier caso rellena. Ahora toca rememorar los viejos tiempos, hacer planes para el futuro más inmediato y, cómo no, hablar de fútbol.

Toca ponerse en la piel del seleccionador de la nacional, debatir sobre formaciones y alineaciones, repasar cánticos, comprobar cómo van las reservas de rollos de papel higiénico para que no falte nada que arrojar al césped y sobre todo, asegurarse, cueste lo que cueste, que la mocosa llevará en su corazoncito los mismos colores que los que siempre ha lucido orgullosa su familia, sin importar si ésta es más o menos adoptiva. Así se presenta (y se desarrolla) 'Papeles en el viento', película, ya en su título, quintaesencialmente argentina, más en el contenido que en unas formas algo convencionales. El director y co-guinista Juan Taratuto adapta la novela homónima de Eduardo Sacheri (autor de 'El secreto de sus ojos'), usando como incentivo inmediato la tan eficiente picaresca albiceleste, y como hilo conductor para el relato el retrato de unos personajes que tienen en la cercanía su principal argumento carismático. El objetivo está clarísimo: buscar la empatía y/o simpatía del espectador. A cualquier precio... pero sin rebajarse ni estafar demasiado. Solo lo justo. Como aquel que va al restaurante y para quedar bien con la señora, pide el segundo vino más barato de la casa.

Las notas agudas de piano acuden siempre raudas a la llamada de la fibra sensible... pero no tanto como el oficio de un reparto en el que sobresale, una vez más, el fetiche y siempre efectivo Diego Peretti. Durante hora y media, comedia y drama se van combinando para formar un todo que tiene en su fórmula final la misma proporción entre satisfacciones y decepciones. El balance general se queda en un neutro tan insulso como, admitámoslo, agradable. Al final, queda claro que la mayor parte de esfuerzos de Taratuto han ido destinados a crear en la sala de proyección esa complicidad del déjà vu buscado del domingo cualquiera, ideal tanto para garantizar aquello del buen rato como, de paso, para que los puntos débiles del producto (el desarrollo excesivamente errático de la trama, el más importante de ellos) no importen tanto. Misión cumplida, básicamente gracias al saber fundir, con esa naturalidad tan icónica (de su autor, pero sobre todo de la comunidad a la que con tanta condescendencia se nos acerca), esos dos valores tan antiguos como infalibles: la familia y el fútbol. Lo mismo que esa reunión tradicional de domingo por la tarde con los colegas, especialmente diseñada para desfogaros colectivamente a costa del deporte rey. Ya sabes lo que esperar de esta quedada porque ya sabes cómo se va a desarrollar. Cómo os vais a saludar, qué vais a pedir para beber, qué tipo de coñas os vais a gastar mutuamente, cómo os vais a despedir... Sabes hasta cuál va a ser el resultado final del encuentro. Menuda estafa, ¿no? Pues no... O sí, pero te da igual, porque venías buscando precisamente esto: la enésima repetición de ese momento en el que tan a gusto te sientes. Así de gris; así de placentero.
reporter
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