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Zatoichi Meets Yojimbo

Acción. Drama Una de las veintiséis películas protagonizada por Zatoichi (Shintarô Katsu). Zatoichi regresa a una aldea que había visitado tres años antes y que le trae buenos recuerdos. Sin embargo, desde hace dos años, la región sufre una hambruna que atrajo al pueblo a varios grupos de bandoleros, ya que era de los pocos lugares que todavía tenían provisiones. Para acabar con los bandoleros, se contrató a un clan yakuza. Por otro lado, al ... [+]
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
22 de mayo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Quién no ha querido ver a dos de sus personajes favoritos compartiendo cartel en una emocionante peripecia donde poder cada uno mostrar esas habilidades que tan legendarios les han hecho?

Con el único objetivo de agradar al público, el "crossover" es el ejercicio de "fan service" por antonomasia en el cine, si bien la fórmula sólo ha engendrado desastres ("King Kong vs. Godzilla", "Freddy vs. Jason", "Alien vs. Predator"...la lista es infinita). Para los fans del "jidai-geki" tuvo que ser una sorpresa encontrarse con los míticos nombres de Mifune y Katsu unidos, y así fue: dos de los actores nipones mejor pagados y prestigiosos que existían dicidieron hacer un pacto de caballeros y aparecer uno en una producción del otro como estrellas invitadas.
Por supesto la de Katsu sería una nueva entrega de la longeva saga del guerrero ciego que le dio fama y gloria (así como banda ancha para alimentar una vida privada llena de excesos y problemas); dos años antes la serie se detuvo en su 19.ª entrega, realizada por el habitual Kenji Misumi. Ahora no es éste, ni Tanaka, ni Yasuda, sino Kihachi Okamoto el que se pone tras la cámara; curiosa elección, pues no participó en ninguna anterior, sin embargo su entusiasmo al conocer el proyecto y su destreza para el cine de samuráis fueron suficientes.

Se inicia la obra con una secuencia donde el director vuelve a hacer gala de sus habilidades para el dominio de la puesta en escena; bajo una lluvia incesante y de un campo de cortaderas emerge Zatoichi deshaciéndose de unos perseguidores anónimos. El sonido del viento, del agua cayendo y de las espadas desgajando la carne es simplemente un deleite para los sentidos; en estos términos el film es brillante (Okamoto cuenta con un operador como Kazuo Miyagawa y el director artístico Yoshinobu Nishioka, y ello se nota). Pero el masajista-ronin se harta de su vida errante y regresa, otra vez, a su pueblo natal.
Sin embargo lo que antes era un bonito lugar ahora es un infierno cuyo dominio se disputa entre Eboshiya y Masagoro, padre e hijo enemistados por un gran alijo de oro escondido en algún lugar de la montaña. El cineasta y Tetsuro Yoshida (guionista de algunas entregas de la saga) se nutren de la historia de "Yojimbo" casi en su totalidad dejando al ciego infiltrarse con su particular estilo en ella; entonces aparece Mifune dando vida al ronin del mismo modo que en "Sanjuro", y entre ambos choca su visión del Mundo (la bondad, el altruismo y la humanidad del primero contra el oportunismo, el cinismo y la violencia del segundo).

Ver a estos dos míticos personajes y esos dos enormes actores juntos es un regalo para el fan, pero el guión no desarrolla unos acontecimientos hechos a su medida ni les trata como se merecen. Yoshida no crea un espectáculo épico, sino más bien insiste en construir una intriga de complejos entramados llena de traiciones, chantajes, mentiras y cambios de bando, propia de la saga del masajista ciego; debido a los muchos misterios que alberga, contendrá más suspense que acción. Pero mientras su protagonista sigue resolviendo los problemas con su perspicacia, desparpajo y benevolencia de siempre, Mifune parodia a su Sanjuro (que ni siquiera utiliza este nombre) y lo hace histriónico, cruel e irritante, hasta el punto de resultar innecesario para la historia.
Por si fuera poco se añade un inusual contrapunto dramático: la posadera Umeno, encarnada por esa eternamente preciosa Ayako Wakao; pero cabe preguntarse cuándo demonios tuvo el Sanjuro de Kurosawa un interés romántico (si se le puede llamar romance a la relación de Umeno con el ronin...). Y entre que éste y Zatoichi empiezan duelos que nunca concluyen un ingrediente típico del cine de aventuras: el codiciado oro, trayéndonos recuerdos de "La Fortaleza Escondida" (o del "Sword of the Beast" de Gosha) a la vez que Okamoto deja patente las evidentes influencias del "western" en su obra.

Como es propio de él, habrá dosis de humor (casi todas casuales y a destiempo) que se entrecruzan con momentos más oscuros (en especial los protagonizados por Masagoro y su padre) y de una violencia áspera y cruda, pero a los que les cuesta hallar un punto de equilibrio coherente. De "Yojimbo" se toma prestado el Unosuke a quien daba vida Tatsuya Nakadai, ahora con el rostro amenazante de un Shin Kishida que demanda mucho más papel; este es uno de los errores del film: dejar a los personajes secundarios en meros estereotipos caricaturescos, a menudo grotescos (el guardia de la prisión, Hyoroku, Masagoro, Kuzuryu...).
Tras los confusos vaivenes de la intriga, Okamoto lleva su fábula a un clímax trepidante y perfectamente orquestado en cuanto a virtuosismo técnico se refiere; casi un cuarto de hora de ritmo frenético (gracias a la labor de Toshio Taniguchi) y combates sangrientos para dejar satisfecho a cualquier fan del género; resta preguntarse si es suficiente este tramo final para compensarnos por las complejas e incoherentes artimañas argumentales anteriores. Lo que seguro sacamos en claro es que Katsu se gana toda nuestra simpatía, pero no Mifune (en "Sanjuro" su ronin ayudaba a unos jóvenes inexpertos, aquí opera con los villanos y su repelente líder Masagoro, a quien exprime continuamente).

Hay que recalcar lo estimulante que resulta "Zatoichi to Yojimbo" para la vista y el oído, principalmente por los colores intensos y los tonos terrosos que logra Miyagawa; con respecto a la historia uno piensa si era realmente necesaria, porque no va más allá (ni creo que pretenda hacerlo) de lo ya mostrado en las películas de un personaje y otro.
Pese a sus monumentales fallos (uno de ellos el excesivo metraje), el extraño proyecto de explotación de Katsu y Mifune arrasó en taquilla y se convirtió en el más lucrativo de la saga del espadachín ciego (¿?). Y para devolverle el favor, el segundo invitaría al primero a formar parte de "Machibuse", producida por él mismo ese mismo año y dirigida por el maestro Hiroshi Inagaki.
Chris Jiménez
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17 de septiembre de 2014
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la primera película que veo basada en el personaje Zatoichi, más allá de la protagonizada y dirigida en 2003 por Takeshi Kitano.

La verdad que al juntarse estos dos personajes, el samurái ciego Zatoichi y el guerrero/mercenario invatible Yojimbo, que conocía de la película de Kurosawa, pensaba que iba a haber un encuentro muy épico.
Pero en realidad la trama se basa en una serie traiciones, recompensas y una investigación por parte del "gobierno" de unos dineros.

Hay alguna lucha que está bastante bien, y los momentos entre Zatoichi y Yojimbo tienen carisma y cierta gracia.

Una pena que esta película sea tan poco conocida y que, a día de hoy, los únicos subtítulos disponibles son de una calidad pésima y que no me permitieron disfrutarla bien.

Gustará a amantes del género y a los que les gusten esos conocidos personajes.
Roceanu
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15 de septiembre de 2023
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257/16(14/09/23) Interesante chambara/jidai-geki (claramente deudor del western estadounidense), que promete más de lo que termina ofreciendo, ya que la propuesta es tan estimulante como un sugestivo ‘cross-over’ juntando a los míticos paladines japoneses Zatoichi (el masajista ciego) encarando por Shintaro Katsu y a Yojimbo (el poderoso Ronin ensalzado por Akira Kurosawa en el film homónimo) al que da vida el más legendario de los actores nipones, Toshiro Mifune, aunque una vez entrado en materia te das cuenta que esto último es un gancho falseado, pues este Yojimbo no es el del film ‘kurowasiano’, pues tiene nombre y la personalidad no es la misma. Unión fruto del acuerdo entre los dos protagonistas, dos mitos del país del Sol Naciente, pues Katsu llevaba cuatro años sin interpretar a un personaje con 19 entregas anteriores (en un año hasta hubo 4 secuelas), y quería volver por todo lo alto a Zatoichi, y para ello, como gran reclamo comercial fichó a Mifune, con su clásico rol de samurái cínico, a cambio Mifune le fichó para una de sus producciones de ese mismo año, Machibuse, con Mifune en un papel similar al de Yojimbo). El resultado fue que Katsu obtuvo un gran éxito comercial, aunque no tanto de crítica, pues la película carece del ritmo y empuje de la mayoría de entregas de Zatoichi, y es que posee el metraje más extenso de la saga, que se distinguían por no llegar a los 90 minutos, aquí se acerca a las dos horas, con mucho relleno, con muchas sub tramas innecesarias e insustanciales, con un argumento tan farragoso como confuso (en realidad, un remedo del icónico film “Yopjimbo” de 1961). Un film de entretenimiento no debe querer ser tan complejo, pues lleva a ser lioso y enrevesado, te pierdes entre tanto personaje (demasiados), cuando todo es de una simpleza supina, con su mensaje diáfano que ‘la avaricia rompe el saco’, no hay que ser tan pretencioso como para enfangar un relato en realidad superficial, hablándonos de la codicia, de las relaciones familiares tensas, de doppelgänger (los titulares), traiciones, opresión, pero todo a un nivel primario.

Cuando lo que debería es centrarse en la rivalidad entre los dos Tótems del chambara, en contrastar sus dos caracteres y de ahí sacar el jugo que el espectador espera del título, y esto se da con cuentagotas, siendo escasos son la salsa de la cinta, de como la arrogancia del Yojimbo ante el espadachín ciego comienza a derribarse ante el carisma e ingenio del masajista (como cuando el guardaespaldas se entera de cuanto ofrecen de recompensa por Zatoichi), sus ententes son con mucho de lo mejor de la cinta, sus indirectas, el humor negro, el pragmatismo frente al altruismo. Claramente, por el modo de enfocar la narración, las simpatías del espectador van a ir hacia el ciego (Yojimmbo desprecia una y otra vez al invidente), no en vano es su saga. Ejemplo es una de las mejores escenas del film, cuando Ichi le pide dinero al yojimbo Sassa para apostar a los dados en una casa de juegos, Sassa se burla de la poca cantidad que le requiere, se jacta de que no suele llevar calderilla, y el muestra unas piezas de oro ryus, sabiendo que no puede verlas, pero Zatoichi de un rápido katanazo corta por la mirad una de las piezas y se la lleva, es la cantidad que pedía, con esto solo se puede estar del lado del ciego.

La acción es con dosificador, solo se desata en su clímax final, un cuasi-cuarto de hora de batalla trepidante, enmarcada durante una ventosa caída de copos de nieve, que da sentido poético, ello con sangre, mutilaciones, enfrentamientos de decenas de luchadores, con la simbólica montañita de oro de fondo deshaciéndose, aunque en su debe está que no es demasiado imaginativa, de gran simpleza. Se le añade una rivalidad acartonada en la que compiten a su modo por la bella prostituta Umeno (muy lírico como Zatoichi la reconoce en la taberna por el olor del perfume), a la que da vida una solvente Ayako Wakao (cuando Yojimbo se ha distinguido en las dos partes de Kurosawa por no tener interés romántico alguno). Asimismo, les colocan una antagonista malo malísimo, Kuzuryu (plano Shin Kishida), para que los dos puedan explayarse, con uno de los mantras ya visto en otros films chambara (sin ir más lejos en “Yojimbo”), como es que el villano utilice una pistola contra samuráis, en clara alegoría del progreso contra el tradicionalismo japonés y por supuesto vence el chambara. Por supuesto tenemos un duelo final entre ambos, aunque resulto de modo coitus interruptus, muy previsible*.

Por primera vez en la saga (vigésima con esta) Zatoichi dirige Kihachi Okamoto, con guion de Tetsuro Yoshida (guionista de varias entregas de la saga). El personaje principal basado en un personaje ficticio, masajista ciego y espadachín, creado por el novelista Kan Shimozawa y ambientado a finales del período Edo (décadas de 1830 y 1840). En esta película, el actor Toshiro Mifune interpreta un personaje similar a Sanjuro, el rōnin (samurái sin amo) de la famosa película Yojimbo (1961) de Akira Kurosawa. Aunque Mifune claramente no interpreta al mismo hombre (su nombre aquí es Daisaku Sasa, y su personalidad y antecedentes difieren en muchos aspectos clave).

Okamoto pone su sello en algunas secuencias bellamente filmadas (por el DP Kazuo Miyagawa) apoyadas en la climatología, como es el inicio durante una lluvia en un camino surcado un campo de cortaderas donde Zatoichi acaba violenta y de modo seco con varios perseguidores (no se sabe porque), hermosa secuencia surtida por el sonido del viento y el agua cayendo. Tras ello, Zatoichi tras vida errante por los caminos, decide volver a su pueblo natal, era un apacible lugar, pero ahora es un lugar triste, donde los lugareños viven amenazados por la rivalidad entre dos yakuzas, Eboshiya y Masagoro, padre e hijo enemistados por un gran alijo de oro escondido en algún lugar de la montaña, emparentándola en esto a otro film ‘kurowasiano’ como es “La Fortaleza escondida” (1958).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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