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El tercer asesinato

Thriller. Drama El conocido abogado Shigemori defiende a Misumi, acusado de robo con homicidio, que ya cumplió pena de cárcel por otro asesinato hace treinta años. Las posibilidades de que Shigemori gane el caso son escasas, ya que su cliente reconoce ser culpable, aunque esto probablemente signifique la pena de muerte. Pero a medida que desentraña el caso y escucha los testimonios del propio Misumi y de su familia, Shigemori empieza a dudar de la culpabilidad de su cliente. [+]
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
4 de noviembre de 2017
59 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunas personas no deberían haber nacido. Por dos posibles razones:
- Por el mal extraordinario e irreparable que producen en su entorno.
- Por el mal extraordinario e irreparable que les produce su entorno.
Víctimas y victimarios condenados sin solución. Desde antes de aparecer (en escena), desde antes de nacer. Nuestra voluntad da igual. No cuenta. Todo está decidido. No sabemos ni cuándo ni por quién ni desde dónde, pero es un hecho evidente, e injusto.
Nietzsche, si mi memoria no me traiciona, lo decía de otra manera; él hablaba de que los actos que realizamos o cometemos, aunque sean crímenes nefandos, eso en esta caso no varía el sentido, son sola una pequeña, ínfima y prácticamente invisible parte de una cadena de hechos que se suceden en el tiempo y que no tienen ni principio ni fin. Causas y efectos que se enredan, dan la vuelta y pierden en un laberinto inextricable e imposible de desanudar. Por lo tanto, desde ese punto de vista, es una idiotez, una barbaridad, el enjuiciar, la legalidad, la penalidad, el meter a la cárcel o condenar a quien sea esta vez. Es imposible, ridículo además, determinar la criminalidad de nadie, su auténtica responsabilidad.
Esta película es especial, increíblemente intensa, ambiciosa y hermosa. Dudo un poco más sobre sus resultados. Logra crear un espacio tranquilo, profundo y denso, cuestionador, y eso es de un valor incalculable, por escaso y precioso, lo quizás más problemático sea averiguar cómo se llega a conseguir ese efecto, si es todo pleno o hay más de un rasguño, desperfecto, desvarío o mal defecto. Diría que está, como es normal, un tanto desequilibrada, que sigue diferentes surcos según se mueve y no siempre tienen estos salida ni son los más adecuados, ya que están preñados de pistas falsas, contradicciones y pequeños exabruptos.
Pero dejemos las pegas y vayamos a lo bueno o más complejo. A sus muchos planteamientos y vericuetos:
- La Justicia es una trama falsa, llena de mentiras y espantajos. Una representación torticera. Una pantomima. Una farsa en la que es imposible distinguir lo espurio de lo verdadero, en la que la estrategia legal (sea eso lo que Dios quiera; más bien trapicheo, trueque y negocio de mercaderes funestos) siempre se impone a la (de verdad, la que merece tan alto nombre) justicia, el rigor o la humanidad. Un trampantojo enrevesado, obtuso y malintencionado.
- Si Dios, debemos darle un nombre a ese vacío en el cielo, es el juez supremo, los jueces con toga de la tierra son sus delegados, y los hombres cuando actúan, sus emisarios. Tres planos diferentes para una misma conclusión. La justicia divina como designio inescrutable y absurdo. La judicial como ciego azar interpretado por necios y malvados. La más humilde y ciudadana a expensas de fuerzas superiores que nos controlan, desbaratan y gobiernan.
- Relaciones paterno filiales. Imposibles. O, siendo generosos, muy dificultosas. Una distancia radical separa las dos generaciones. Una necesidad (de afecto) truncada por diferentes anhelos y un mismo agujero (de feroz, fría desesperación). Separación, incomunicación, abuso, desconcierto, también algo de cariño y mucho miedo.
- La invención de relatos. Hay cuentos buenos y cuentos malos. Los buenos suelen ser los que más nos creemos, no los mejor contados. Es decir, nosotros ponemos, a través de nuestros deseos, lo que no está en los hechos. Nos mentimos, creamos los sucesos, los adoptamos y deformamos para quedarnos satisfechos. Actúan esos relatos como tranquilizantes, consoladores y, sobre todo, tremendos simplificadores de unos elementos indescifrables, terriblemente complejos.
La realidad o el criminal (¿chivo expiatorio?) en el hecho judicial son unas vasijas vacías que deben ser rellenadas por el resto de los actores en juego. Esa vasija no tiene criterio, peso ni verdad, es una construcción del cuerpo penal, lo mismo que el mundo real es una elaboración de toda la sociedad. El pacto es tácito y nada tiene que ver con los ideales o los hechos materiales. Es otra cosa: suma caótica de intereses, encontronazos, cegueras, perdiciones, redenciones, inmolaciones, chapuzas y casuales colisiones.
- La identificación entre el bien y el mal, entre el representante de la ley y el posible asesino. Son lo mismo. Coinciden en lo humano y lo indefenso ante el mismo destino, en el dolor compartido y el abismo.
- Pena de muerte. Sí o no. ¿Es necesario eliminar a seres que en el caso de que sigan vivos son potencialmente susceptibles de aumentar su número de crímenes? ¿O por el contrario, a pesar de todo lo anterior, hay que tener más fe en el hombre y pensar que es posible el libre albedrío, la reinserción o resurrección, el cambio, el arrepentimiento o la transformación sanadora?
La película plantea todo lo mentado, y más, para no acabar de pronunciarse claramente al respecto de ninguna cuestión. Lo cual, evidentemente, es un gran acierto (con la otra cara al acecho, el peligro ya citado de la confusión inane y relamida). Esa espectacular ambigüedad deja al espectador todo su lugar (zona difícil pero estimulante y enriquecedora); él puede ahora llenar a su gusto su vasija más querida, la del cine, el arte o lo que demonios sea eso que tanto nos engatusa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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2 de noviembre de 2017
27 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una frase de la película resume el propósito de este thriller policiaco japonés: ‘no quiero hacer como que no veo’. Todo gira en torno a un hecho delictivo que presenciamos al comienzo de la cinta – el asesinato de un empresario, que deja tras de sí a una joven viuda y a una huérfana impedida –, pero en realidad aborda una compleja reflexión sobre la culpa y su expiación. Podría entenderse como un tradicional relato sobre un crimen y su castigo, aunque si bien los hechos son contumaces, todo aquello que no hemos presenciado tiene tanta o mayor importancia que lo que la realidad ofrece a primera vista: sólo se trata de no apartar la mirada y dejar que las piezas del rompecabezas vayan encontrando su acomodo hasta desvelarnos un cuento gótico repleto de dolor y suciedad que lo impregna todo hasta la náusea.

Quizás peque de lentitud, prolijidad y verborrea, pero si se acepta el ritmo premioso y se disculpa el exceso de diálogo, se ofrece un retrato adulto, complejo y lleno de matices sobre el valor de todo ser humano, de la importancia que cada cual puede tener en la vida de los demás, con independencia de los yerros anteriores o de aparentes logros presentes. Los caminos del señor no son siempre rectos ni cristalinos, los peores actos pueden deberse a las mejores de las intenciones, los mayores crímenes pueden contener una simiente de bondad y justicia. Nada es lo que parece – como todo buen enigma que se precie – y nadie es tan bueno ni tan malo que no guarde en su fuero interno una cara oculta que nos impactaría, turbándonos y haciéndonos palidecer de incredulidad u horror si fuéramos capaces de desentrañarla. Sólo hay que saber observar.

Lo que comienza como una pieza hermética, discursiva, sin un centro de gravedad aparente, contradictoria y tosca, deshilvanada y premiosa, va tomando cuerpo y cogiendo altura poco a poco, en la misma medida en que las capas del misterio se van revelando en sutil paradoja tras innumerables embustes, máscaras y artificios, sembrando la incomodidad y el asombro en el espectador. Tras la argucia bienintencionada de unos abogados que intentan librar a su defendido de la pena de muerte se esconde un abismo ético irresoluble, donde la verdad no brilla, donde la justicia quizás vence pero no nos convence, donde la clemencia permanece desterrada y donde la condena se vuelve calvario…

Imperfecta pero también un prodigio de ambigüedad moral. No es para paladares inquietos, ni para los que anhelan un mundo idealizado. Se paladea sobre todo al finalizar su proyección. Difícil de recomendar pero estimable.
antonalva
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8 de abril de 2018
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decimosegundo largometraje de Hirokazu Koreeda, uno de los actuales directores japoneses más interesantes. Habiendo seguido prácticamente toda su trayectoria cinematográfica no hay película de Koreeda que te deje indiferente principalmente porque siempre toca temas interesantes y, sobre todo, porque sabe cómo estructurar y contar una historia. Las primeras películas de Koreeda se centraban en el tema de la muerte, la memoria que queda y la asunción de la pérdida; luego, con “Nadie sabe” (2004), el cine de Koreeda giró hacia la familia, generalmente desestructurada, o precisamente a la ausencia de la misma en “Nadie sabe”, la hipocresía y la indiferencia de la sociedad actual, la soledad o la inadaptación a la misma. Pero lo bueno de las historias que cuenta Koreeda está en la naturalidad con que presenta sus situaciones, no es tendencioso ni trata de llevar la crítica hacia un lugar u otro, no toma partido por nadie porque no es maniqueísta, define bien sus personajes y las razones de sus actos y deja que sea el espectador el que valore o reflexione sobre lo que está viendo. Y toda esta constante de su cine se mantiene en “El tercer asesinato”.

En esta película pudiera parecer que el director japonés quiere cambiar la temática derivando hacia el thriller y el drama judicial pero lo cierto es que no es así. No sigue las claves del género porque no le interesan y lo cierto es que la investigación sobre el crimen que irá realizando el abogado protagonista no es más que el camino que toma el director para exponer situaciones que llevan al espectador a pensar sobre la verdad, el sacrificio, sobre la la deontología de la abogacía, sobre la identidad del juez, la burocratización de la justicia por encima de la justicia real, la culpabilidad del asesino, el destino de la vida y su predeterminación y también, de nuevo, la familia, compleja por decirlo de algún modo, que adquiere su relevancia con únicamente una escena de una madre y una hija que, en opinión personal, resulta ser lo mejor del film. Una escena que es conveniente revisitar una vez terminada la película. Impresiona.

“El tercer asesinato” no resulta una película sencilla y requiere de la implicación del espectador que no debe esperar que se lo expliquen todo porque la película no es un drama judicial al uso. Con un ritmo bien pausado y un trabajado guion, Koreeda va enredando y desenredando la historia, contada convenientemente como el director bien sabe hacer, manteniendo el misterio de las motivaciones del asesinato hasta llegar al sorprendente tercio final donde el espectador puede llegar a comprender buena parte de la verdad, no tiene más que atar los cabos que se han ido dejando a lo largo de la película para afianzar su verdad, incluyendo la sutilieza del director al utilizar la alegoría para mostrar el mensaje que quiere transmitir. No es película que al finalizar te deje indiferente, más al contrario merece una meditación posterior o incluso un segundo visionado.

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fresenius
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16 de noviembre de 2017
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Albert Einstein dijo que "todo es relativo", que grandísima verdad.

En este film tenemos a varios personajes. El asesino, la hija huérfana, la madre viuda, el fiscal, los jueces, los abogados defensores... .

Cada persona defiende sus intereses según su perspectiva, según lo que ha vivido, según siente y según piensa. Queda claro que cuando uno de los abogados trata de descubrir la verdad se sumerge en un océano y al igual que pasa con la humanidad, que puede conocer el 1% del océano, el abogado se pierde, se ahoga, en ese océano desconocido que es la verdad.

El juez y el fiscal tan sólo quieren condenar a muerte al asesino porque así no podrá volver a matar, da igual si mató esta vez o no, si aplican su ley, no habrá más víctimas por parte de este señor que cada día ofrece una versión de lo acontecido. La hija del muerto es una chiquilla caprichosa y mentirosa que dice que su padre la violaba mientras su madre callaba, ¿verdad o mentira?. Sin pruebas es una acusación que se puede dar como falsa. La madre está preocupada por las supuestas etiquetas de la fábrica de su marido muerto y también porque el seguro no le paga la indemnización por la muerte de este. Sobre ella pesa la incertidumbre de si ordenó la muerte de su marido a cambio de dinero. Los abogados defensores tienen que defender a un ser repugnante, sobre el papel. A un frío asesino, para ganar un juicio, algo que también es deleznable, evitar que ese señor se enfrente a su verdadera culpa.

Todo esto que resumo, y que o diré como termina, es un lío, porque la película, de manera voluntaria y acertada, nos lo muestra así, el lío que es la verdad o la mentira y su relatividad, las buenas y malas acciones, y su relatividad. El film es tan sincero con este tema, tan claro y tan conciso, realmente, tan sencillo, que nosotros mismos lo complicamos y lo hacemos complejo. ¿Qué complejidad tiene la relatividad?. Mucha, y poca. Nos pone en la piel de unos personajes confusos, deseando no estar nunca en el pellejo de ser juzgados porque en todo juicio seguro que hay errores y personas descontentas.

Koreeda, de nuevo, sorprende, de nuevo, no decepciona. Es una película de lenta digestión, como todo su cine, pero lleno de sentido. Su cine social es magnífico, su fotografía exquisita. Japón no ha vuelto a tener un Akira Kurosawa, bueno, no Japón, el mundo, porque Akira Kurosawa es patrimonio de la humanidad, una bendición haber podido disfrutar de sus obras. Pero ahora Japón, y el mundo, tiene un gran director que crece poco a poco, y ese es Hirokazu Koreeda. No es una película para mentes planas, su cine no lo es.

Es una gran película, con una gran reflexión, como en su día dejó Akira Kurosawa con Rashomon. Si quieres sumergirte en el océano, perderte y ahogarte, este es tu film. Si no deseas pensar sobre la verdad, la ley y la justicia, vete a ver Telecinco.
Jab
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13 de octubre de 2017
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
A las 12:00, y sin abandonar el Victoria Eugenia, retomamos las perlas para degustar el extraño cambio de registro de un nombre familiar en el festival y también en este blog: el nipón Hirokazu Kore-eda y su incursión en el thriller judicial con El tercer asesinato, que se estrenó este año en Venecia. El abogado Shigemori y el equipo de colaboradores de su gabinete reciben el encargo de defender al misterioso Misumi, quien reconoce haber asesinado a su jefe, que recientemente le había despedido. El caso se antoja perdido desde el principio, pero conforme ellos investiguen el pasado criminal del sospechoso e interroguen a la mujer e hija de la víctima e indaguen en sus secretos, la línea entre verdad y mentira y justicia e injusticia se difuminarán y cada vez será menos claro quién es culpable y quién inocente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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